miércoles, 8 de abril de 2015

CAPITULO 178




Martes, 8:25 a.m.


Paula se sirvió en su plato fresas y rodajas de melón del bol sobre el aparador.


Toombs o los Picault. Sin importar cuántos sospechosos nombrara, seguía volviendo a ellos. Todos tenían el dinero suficiente para permitírselo, ambos habían estado en Nueva
York en algún momento durante las seis semanas que la exposición se detuvo allí, ambos residían en la Costa Este y ambos coleccionaban antigüedades japonesas. Y al menos igual de importante, ella sabía que Toombs había adquirido voluntariamente al menos una pieza de su colección de modo ilegal.


Tal vez Sanches tuviera alguna pista o una teoría propia, pero fuera lo que fuera que estaba haciendo, no parecía querer hablar de ello. Por lo tanto ella tenía que hacer sus
propias preguntas, hacer su propia investigación. Tenía siete días más para encontrar la armadura de Yoritomo. Eso junto con su horario de actividades sociales: almuerzo hoy, el
tour en casa de Toombs el jueves, la cosa de caridad de Mallorey el sábado, y la cena con los Picault el domingo, no iba a ser fácil. Menos mal que le gustaban los desafíos.


—Paula, tienes una visita —dijo Pedro sin preámbulos, entrando en la sala de desayunos.


Ella miró a la puerta cuando él entró, deteniéndose para besarle la mejilla.


—¿Quién es?


—Yo —dijo el detective Francisco Castillo, parándose en el umbral—. Sorpresa.


Se le disparó la adrenalina y se levantó. A pesar de que se llevaban bastante bien, a pesar de que ella lo llamó anoche en busca de ayuda, ver a un policía en casa, en su territorio, era simplemente incorrecto.


—Sí que eres una sorpresa —dijo—. ¿Ha muerto alguien que conozca o algo así?


—¿Quién soy yo ahora, la Muerte?


—No lo sé, dímelo tú.


—Nadie ha muerto, que yo sepa.


—Bien. ¿Quieres desayunar?


—Por supuesto.


Mientras ella volvía a tomar asiento en la mesa, Francisco se acercó al aparador bien surtido y empezó a seleccionar un montón de comida. Al parecer, nadie más sabía cómo
alimentar al hombre. Pedro escogió huevos revueltos y tostadas y se sentó a la derecha de Paula en la cabecera de la mesa.


—¿Sabes por qué está aquí? —murmuró, tocándole los dedos.


Paula sacudió la cabeza.


—Bueno, tal vez —murmuró ella, sin querer decir (o ser pillada diciendo) una mentira rotunda.


Pedro arqueó una ceja.


—¿Tal vez?


—Francisco—siguió ella en voz alta—, cuando te llamé anoche dijiste que vendrías a verme en un par de días. ¿Pasó algo?


El detective se sentó frente a ella.


—Unas dos horas después de que llamaras, Gabriel Toombs comprobó el sistema de alarma de su empresa —dijo con la boca llena de gofre—. Todos los sensores. Su empresa de seguridad tuvo que notificarlo a la policía porque nos llega una señal automática cuando el sistema se activa.


—Dos preguntas —intervino Pedro, esperando hasta haber masticado y tragado antes de hablar—. ¿Qué le has preguntado a Francisco sobre Toombs, y las grandes propiedades no comprueban sus alarmas regularmente?


Paula soltó un bufido. No pudo evitarlo.


—Deberían comprobarlas, pero no lo hacen. Una vez que la luz verde se enciende por primera vez, la mayoría de las personas se imaginan que son invulnerables durante toda
la vida. Tú siempre has comprobado el sistema con regularidad, lo que al menos te convierte en un desafío. —Echó un vistazo a la expresión interesada de Francisco. Genial, Paula. Incrimínate—. Un desafío para la gente mala que podría querer robarte, quiero decir.


—En realidad, Toombs no ha hecho ninguna comprobación en casi cinco años —coincidió Castillo—. Después de que mencionaras su nombre, busqué las estadísticas actuales en el ordenador de la policía. Tu pregunta era si Toombs o los Picault habían sido sospechosos en algún tipo de robo, pero esto era algo. —Se inclinó hacia delante apoyándose en los codos—. Y ya que sabes cosas, ¿hay algo que deba transmitir a mis amigos de robos?


—Hombre, pensé que estabas aquí para darme algo útil, no para hacerme preguntas en busca de pistas.


—Paula, sabes algo. Escúpelo.


Ella extendió los brazos.


—No sé nada. Estoy investigando el paradero de algunos objetos perdidos y que han pasado los tres años de la ley de prescripción. Si vosotros tenéis algo sobre Toombs o los Picault podría darme alguna idea de dónde buscar. —Bueno, ella tenía una idea bastante buena, pero él podría confirmarla.


—No puedes ir y robar algo robado —dijo Francisco, endureciendo la expresión.


—Oh, gracias por la primicia, Francisco. No hago AM ¿recuerdas? Sólo estoy buscando pistas.


—De acuerdo.


Paula se enderezó, mirando al detective directamente a los ojos.


—¿Me estás acusando de algo? ¿Tengo que llamar a un abogado?


Francisco dejó escapar el aliento.


—No. Tus métodos pueden ser… poco ortodoxos, pero me has ayudado y has sacado de líos al departamento de policía un par de veces. Sólo asegúrate de no ir más allá de mirar. Deja el resto a la policía y los abogados.


—No te preocupes por eso —dijo ella, respondiendo sin comprometerse a nada. Ten siempre una salida, había dicho siempre Martin. Y casi siempre la tenía, para todo, excepto
para su relación con Pedro.


—¿Así que eso es todo? ¿Has venido para decirme que Wild Bill Toombs comprobó su sistema de alarma?


—Y porque pensé que era hora de desayunar. Un policía tiene que comer.


—Come todo lo que quieras, siempre y cuando te comprometas a investigar a Toombs y a los Picault como dijiste que harías.


—Lo haré, lo haré. Te lo prometo. ¿Puedo tomar un café?


Pedro hizo señas a Reinaldo en el extremo de la habitación y el mayordomo salió silenciosamente. En la casa había más de una docena de personas trabajando y merodeando: chef, doncellas, chófer, jardineros, mantenimiento de piscinas, seguridad, fontaneros, electricistas. Pero Paula había notado que tendía a tratar con el mismo grupo reducido, y pensó que probablemente era a propósito. Pedro quería que estuviera cómoda y se encargaba de ello de maneras que nunca mencionaría, y que la mayoría de la gente probablemente nunca notaría. Pero ella se daba cuenta. Esa era su especialidad, notar las cosas.


Hablando de darse cuenta de las cosas…


—¿Estás seguro de que no hay nada más? —continuó—. Podrías haberme contado todo esto por teléfono, bollos o no.


—Eres una mujer muy persistente —gruñó Castillo—. Todo lo que estoy diciendo es que no eres la única que hace preguntas sobre Gabriel Toombs. Ha aparecido en un par
de listas de sospechosos de robos en los últimos años, pero nadie lo acusó oficialmente de nada. No hay pruebas.


—Eres de lo que no hay, ya has hecho algo de investigación —dijo Paula con una sonrisa—. ¿Robos dónde?


—No lo sé todavía. Terreno del FBI. Pero sólo sospechoso. Ninguna prueba. Y no lo has oído de mí. —Tomó otro bocado.


—Como si yo quisiera que alguien supiera que desayuno con polis. —Se inclinó hacia delante apoyándose en los codos—. ¿Podría saber más de esto ese detective de robos
de Nueva York, por ejemplo?


—¿Te refieres al policía que te arrestó en marzo? ¿Samuel Garcia?


—Fui absuelta de toda culpa, muchas gracias —dijo ella con frialdad. Vaya, te atrapan una vez y nadie deja que lo olvides—. ¿Crees que Garcia podría ayudarme?


Castillo encogió de hombros.


—No puedo hablar en nombre de la policía de Nueva York. Todo lo que puedo decir es que si lo único que tienes para pagarme mi información es el desayuno y un poco de ayuda hace nueve meses, no tienes mucho que ofrecer a un tipo en otro estado.


Excepto la sensación de que ese hombre podría estar un poco enamorado de ella.


Echó un vistazo a Pedro, que había estado siguiendo la conversación, pero extrañamente sin participar en ella.


—Bueno, supongo que me tengo que quedar contigo, Francisco —dijo ella, recostándose de nuevo—. Cualquier cosa que puedas averiguar sería genial.


—Sí, lo sé. Si no fueras tan útil para aumentar mi ratio de arrestos y condenas probablemente estaría menos inclinado. —Reinaldo apareció con una jarra de café, y el detective hizo una pausa para llenar su taza y añadir demasiado azúcar para la gente normal. Ella supuso que era cosa de la inmunidad policial. Finalmente tomó un largo trago, cerró los ojos y sonrió—. Esto sí que es un buen café.


—Es un híbrido entre Brasil y Jamaica —Pedro por fin contribuyó—. Enviaré un kilo a la comisaría.


—Bien, nunca recibirás otra multa por velocidad. —Bufando y obviamente divertido por su humor policial, Franciscotomó otro trago—. Eh, ¿cómo va ese jardín de la piscina? Ofrecí esa tortuga azul pintada por mi tía, pero supongo que te van los gnomos.


—Voy con retraso en empezarlo —respondió Paula, evitando la mirada de Pedro. Tenía otras cosas de las que ocuparse en ese momento. Cosas mucho menos aterradoras y permanentes—. Estoy haciendo una lista de las plantas que quiero pedir.


—Bien. Invítame a la gran inauguración.


Ella forzó una sonrisa.


—Lo haré.


Durante los siguientes veinte minutos charlaron acerca de las diferencias de otoño entre Palm Beach, Florida, y Devonshire, Inglaterra, hasta que Francisco finalmente terminó de comer y decidió volver a la comisaría. Pedro estaba a su lado en el umbral cuando el
detective y su Taurus marrón último modelo se dirigieron hacia la calle.


—¿Le llamaste anoche? —preguntó Pedro mientras cerraba la puerta de nuevo.


—Sólo buscaba algo obvio. Viscanti está realmente preocupado por perder esta exposición para el Smithsonian. Sólo tiene hasta el próximo miércoles para recuperar la
armadura.


—Ese realmente no es tu problema.


—Lo sé, lo sé. —Sin embargo, se sentía como si lo fuera. No había sabido las limitaciones de tiempo al aceptar el trabajo, pero ahora era parte de ello. Si no podía entregarlo a tiempo, según ella, habría fastidiado el contrato.


—Cuando vayas de turismo por casa de Wild Bill el jueves, llévate a Andres contigo.


—¿Andres? Tú eras el que no creía que fuera lo suficientemente masculino para protegerme durante el almuerzo en el Club Sailfish.


—No vas a ir sola, Paula.


Pedro


—Conviértelo en una pelea si quieres, pero no voy a ceder en algo que tiene sentido.


Ella inhaló, conteniendo su irritación ante esas órdenes dictatoriales. Ahora estaba en una relación, incluso en los momentos en los que sería más práctico volar en solitario,
incluso cuando a veces se preguntaba cuánto tiempo iba a durar, así que tenía que ajustar su plan de juego en consecuencia.


—Está bien, está bien. Cielos. Le pediré que venga conmigo.


—Si él no puede, entonces reprográmalo para cuando yo pueda.


—Toombs no puede ser todo lo galante y macho al mostrar sus objetos a una ingenua admiradora si estás tú allí.


—Entonces será mejor que Andres pueda ir contigo el jueves.


Paula le sacó la lengua.


—Vale, tipo duro —dijo, dirigiéndose al garaje hacia su coche—. Tendrás que recordarme que llame a Patty la semana que viene para desearle feliz treinta cumpleaños.


—No hace falta que me tortures con mi ex esposa —comentó, tras ella—. Esto es por tu seguridad.


—Si yo tengo que lidiar con las consecuencias de mis errores del pasado, tío, tú también. ¡Nos vemos más tarde!


—Que tengas un buen almuerzo con Cata. Por cierto, voy a volar a Nueva York. Estaré en casa esta noche.


El corazón de Paula dio un vuelco, y se detuvo a mitad de camino del Bentley.


—¿Cuándo sucedió esto? ¿Ahora mismo? ¿Porque estás enojado conmigo?


—No, y no estoy enojado contigo. Aparentemente después de que saliera de la oficina de Tomas ayer por la tarde, recibió una llamada de Showier y DeWitt. Ese edificio de
oficinas junto al mío puede estar saliendo a la venta. Quiero echar un vistazo más de cerca antes de decidir si hacer una oferta, y pensé reunirme con mi personal de Manhattan si
tengo tiempo.


—Haz tiempo —dijo ella, caminando hacia él—. Tienes una casa perfectamente agradable en Manhattan.


Con una media sonrisa Pedro deslizó un brazo alrededor de su cintura, tirando de ella contra él.


—Sí, lo recuerdo. Pasamos varias semanas allí la primavera pasada.


—Entonces no creo que tengas que volver corriendo a tiempo de mantenerme fuera de problemas. Ese no es tu trabajo.


Él pareció querer discutirlo, pero ella se puso de puntillas y lo besó, luchando contra su sorpresa de que su primer instinto hubiera sido olvidarse de la armadura y la búsqueda del modelo anatómico y ofrecerse a ir con él. Vaya manera de perder el instinto asesino, Paula.


—Que yo quiera volver corriendo no es porque me preocupe de que te metas en problemas —susurró, dejando vagar su dedo por la mejilla de una manera que la hizo temblar—. Es porque estoy loco por ti y no me gusta pasar la noche lejos de ti.


—Sigue hablando así y te dejaré hacerlo a tu manera cuando vuelvas. Que será mañana, para que no tengas que correr a través de inspecciones de edificios y reuniones
como un loco.


Él sonrió de nuevo, besándola profunda, caliente y lentamente.


—Está bien. Te llamaré esta noche.


Paula rió entre dientes, simulando pensar que él era bobo y que ella no estaba pensando realmente que era lo mejor que le había sucedido en toda su vida.


—Bien —susurró—. Pero nada de sexo telefónico. Prefiero lo real.


—Tú y yo, yanqui.


Después de que Paula saliera para la oficina, Pedro llamó el aeropuerto de Palm Beach para que su piloto retrasara el vuelo de regreso para mañana. Luego llamó a su oficina de Nueva York para confirmar las reuniones, programar otra para la mañana del miércoles, y dejar saber a Wilder, de la casa de la ciudad, que pasaría la noche. Metió una pequeña bolsa de viaje y dejó caer algunos contratos que requerían su revisión en un maletín.


Era divertido, y si esto hubiera sucedido cuatro años antes y esta conversación hubiera sido con Patricia, si se hubiera acordado de decírselo en persona y no por teléfono desde el jet, ella habría querido saber si él estaría de vuelta para la velada en casa de los Malloreys y eso habría sido todo. 


Nada de besos de infarto, ninguna mención a llamadas
telefónicas nocturnas o sobre hacer el amor. Y una vez que saliera por la puerta, no habría pensado en ella hasta que volviera a entrar en la casa. Dios, como habían cambiado las
cosas… y él.


Su teléfono móvil sonó mientras se sentaba en el asiento trasero de la limusina S600 y Ruben cerraba la puerta. 


Sonrió al mirar el identificador de llamadas.


—¿Sí, mi amor?


—Acabo de comprobar el clima de Manhattan por internet —respondió la voz de Paula—. Te das cuenta de que hace unos veinte grados menos que aquí y que te vas a congelar tu británico culito.


—Tengo mi abrigo.


—Bien. Y si tienes tiempo, ¿me traes un par de esos brownies de menta? Pero no dejes que Hans sepa que me gustan los brownies de André más que los suyos.


—Tu secreto está a salvo conmigo. —Y como no podía imaginar que el chef de su residencia de Nueva York y el de Palm Beach conversaran sobre recetas de brownies,
probablemente los secretos de cada uno estaban a salvo del otro—. Los pondré en una caja de camisa o algo así.


—Gracias, James Bond. Antes de que te des cuenta estarás listo para hacer contrabando de frutas y verduras a través de las fronteras estatales. —Bufó ella, obviamente encontrándolo divertidísimo—. Te amo. Ten cuidado.


—Yo también te amo. No cometas ningún delito federal mientras esté fuera.


—No prometo nada. Gracias.


—Gracias.


Ella lo había dicho primero otra vez, algo que hacía en muy pocas ocasiones. Y ahí estaba él, rico, poderoso, influyente, y esas dos palabras podían levantarle los pies del suelo, provocarle felices palpitaciones en el corazón y hacerle sentir como un genuino súper héroe.


Y como un superhéroe, había algo más que podía ver mientras estaba en Nueva York. Antes de guardar el teléfono lo abrió de nuevo, se desplazó por los números guardados, que después de haber sido testigo de cómo se destruían dos de sus teléfonos en los últimos seis meses, ahora tenía una copia de seguridad en su ordenador portátil y encontró el que quería.


—Garcia —fue la lacónica voz al otro extremo.


—Detective. Soy Pedro Alfonso. ¿Tiene un momento?


—Más o menos. ¿Qué puedo hacer por usted, Alfonso?


—Voy a estar en Manhattan esta tarde, y me preguntaba si podría reunirse conmigo durante quince o veinte minutos hoy o mañana.


—¿Está la señorita C otra vez en problemas?


No podía culpar a nadie por pensar eso, ella tenía el estilo de meterse en líos.


—No. Está haciendo un poco de investigación. Ya que voy a estar allí, pensé que podría ver si le puedo prestar algún tipo de ayuda.


—¿Es esto algo oficial o extraoficial?


—La comisaría de policía sería probablemente el lugar más práctico para reunirnos.


—Bien. —Garcia hojeó algunos papeles—. ¿Qué tal mañana por la mañana… a las ocho?


—Le veré entonces. Gracias, detective.


Bien. Tanto Gabriel Toombs como los Picault tenían casas de Nueva York, además de las mansiones de Palm Beach, y las probabilidades de Garcia de encontrar algo útil eran tan buenas como las de Castillo. Y antes de que Paula fuera a visitar la casa de Wild Bill, con Andres Pendleton a remolque o no, quería tener en sus manos toda la información que pudiera conseguir. Y no tenía ningún problema en absoluto en utilizar su considerable influencia para conseguir lo que quería y necesitaba para proteger a Paula.









1 comentario:

  1. Espectaculares los 5 caps Carme. Cada vez más linda esta historia. Ahora Paulita es un hueso duro de roer y pedor un divino que está sùper enamorado de ella.

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