lunes, 26 de enero de 2015

CAPITULO 130






Walter Barstone se paseaba por la zona de recepción de las nuevas oficinas centrales de Alfonso en Nueva York. Para empezar, no podía creer que estuviera en el maldito edificio.


Paula había cruzado la tercera puerta del pasillo de la izquierda y él no le había quitado la vista de encima. Era idiota, arriesgando algo bueno por algo tan voluble como la verdad. Aunque a su modo, supuso que Paula siempre había sido honesta. En cualquier caso, se regía por su propio código.


El murmullo de voces lejanas granó en intensidad. Ay ay ay. 


Lo próximo que sucedería era que comenzarían a romper cosas y a continuación era posible que alguien acabara siendo arrojado por la ventana. Dado que se encontraban en la planta quince, eso no podía ser bueno.


Al otro lado de la puerta se escuchó el sonido de algo al romperse. Walter hizo un movimiento con los hombros. De acuerdo, había llegado el momento de intervenir. Se dispuso a acercarse.


La recepcionista se puso en pie.


—Lo siento, señor, pero tiene que esperar ahí. ¡Señor! ¡No puede entrar ahí!


—No pasa nada; soy de la familia —dijo, y abrió la puerta del despacho de golpe. Oyó cómo la mujer llamaba a seguridad, pero hizo caso omiso al cerrar la puerta después de entrar—. Vaya. Bonito despacho, Alfonso —dijo, pasando por encima de la bandeja de vasos rotos.


—Como ya he dicho antes, puedes contarme lo que sea. —Cuidado con lo que deseas. se giró hacia él.


—Walter. Ya veo que fuiste incluido en la reunión de la familia Chaves.


—Hace dos días me quedé igual de sorprendido que lo estás tú ahora. Nadie buscó esto.


Los ojos de Alfonso eran fríos como piedras.


—Yo sí que me lo he buscado. Y ahora la maldita familia Chaves al completo y sus amigos tienen carta blanca para robarme. Puedes imaginar lo encantado que me siento de que por fin me hayan informado de mi abyecta estupidez. —Preciso, impasible y despiadado. Paula sabía bien cómo escogerlos.


Pau se encontraba de pie al fondo de la estancia, fulminando a Alfonso con la mirada, sus hombros subían y bajaban y la expresión de su semblante era la que Walter conocía como herida cólera. ¡Genial! Dos volcanes en erupción... y él en medio de ambos.


—Dado que no estaba aquí para la fiesta —dijo—, haré un resumen por mi propio bien.


—¿Por qué no te vas a hacerlo a otra parte? —le sugirió Alfonso, su acento británico más marcado que nunca—. Ésta es una conversación privada.


—No. Creo que voy a quedarme. Así que le has contado que Martin se presentó y dijo que había cambiado su condena a cadena perpetua por trabajar para la INTERPOL, ¿no?


—No te molestes, Sanchez —refunfuñó finalmente Pau, con la atención centrada en Alfonso—. Me he desahogado y el Señor de la Mansión se ha pillado un buen rebote. 
Salgamos de aquí.


—No —interrumpió Alfonso antes de que pudiera hacerlo Sanchez—. Me gustaría saber que otros objetos les ha ofrecido a sus amigos la señorita Arramplo con todo lo que no esté clavado al suelo.


—¿Qué amigos? ¿Cómo puedo tener amigos cuando estoy contigo?


—Tú...


—Ah, dadme un puto respiro —dijo Walter, levantando la voz—. ¿No lo pillas, Alfonso? Si recupera el cuadro, la banda descubre que Martin les ha delatado y es hombre muerto. Probablemente también Pau. Si ella...


La puerta se abrió de golpe, un par de guardias de seguridad armados entraron y le flanquearon uno por cada lado.


—¡No se mueva!


Alfonso se adelantó.


—No pasa nada. No es más que un desacuerdo familiar. Gracias, muchachos.


Enfundaron sus armas y salieron.


—De acuerdo, señor Alfonso. Lo lamentamos.


—Has perdido tu gran oportunidad de hacer que me sacaran a rastras, nuevamente esposada, Pedro —le provocó Pau.


—Cierra el pico, ¿quieres? —Alfonso se volvió de nuevo hacia Walter—. ¿Me decías?


—Sí. Si Pau no intenta recuperar el cuadro y en vez de eso acude con la historia a la policía, la INTERPOL se queda sin su gran arresto y Martin vuelve a la cárcel. Le dije que no te contara nada y que las aguas volverían a su cauce. Pero resulta que a Pau no le gusta mentirte.


Pau y Alfonso se fulminaron con la mirada el uno al otro durante un minuto; la fuerza arrolladora contra el objeto inamovible. Al menos había conseguido hacerles callar durante un rato.


—Ya he sido el blanco de ladrones en otra ocasión —dijo finalmente el inglés con voz más serena—. No lo toleré entonces. Si lo hago ahora, bien podrían colgarme un letrero que dijera «pégame». A ninguno de tus antiguos colegas no les importaría que hubiera circunstancias atenuantes esta vez.


—Quieres decir que asociarán el que yo viva contigo como una señal de bienvenida para ellos —intervino Pau—. Después de esto lo harán, de todos modos. Lo sé.


—Te dedicas a diseñar instalaciones de seguridad, cielo —interrumpió Walter.


—No, Pedro tiene razón —respondió, su voz perdió intensidad—. Sabía que iba a pasar en cuanto vi a Martin. Soy buenísima con la seguridad —agachó la cabeza—. Maldita sea.


—Tu trabajo no es proteger mis cosas.


—Tampoco es hacer que te roben.


Alfonso cerró los ojos brevemente.


—Walter, ¿puedes disculparnos un momento?


—¿Pau? —Los refuerzos no iban a marcharse a menos que los indios tuvieran rodeado al vaquero.


Ella alzó la cabeza.


—Me largo a dar un paseo. Vosotros podéis hacer lo que os venga en gana. —Apartándose de la pared, se dirigió hacia la puerta.


—Vete, siempre que regreses. —Alfonso dio un paso hacia la puerta.


—Deja de darme órdenes, Alfonso —espetó.


—Y tú deja de ponerte a la defensiva, Chaves. Me reuniré contigo en la cafetería del vestíbulo dentro de media hora.


—Hecho. E invita a Sanchez. Ha estado durmiendo en un sofá. —Atravesó la puerta y la cerró al salir.


Pedro se volvió hacia el ex perista.


—Exactamente, ¿qué demonios haces en Nueva York?


—Pau me llamó, me dijo que había visto a un fantasma y que quería que viniera y confirmara si estaba loca o no.


—Si no hubieras venido, podría haberse confiado a mí. ¿Se te ha ocurrido eso? —Tratando aún de asimilar la conversación de los últimos veinte minutos,Pedro se sintió realmente tentado por un instante de darle una paliza a Barstone, sólo por desahogo. ¡Dios bendito! A pesar de todas las cosas que había esperado oír de Pau, enterarse de que su padre estaba vivo, sano y que por lo visto continuaba en activo no había sido una de ellas.


—No, en realidad no se me pasó por la cabeza. Ella me llamó y yo vine. Somos familia.


—¿Y qué soy yo?


Barstone hizo una mueca.


—No creo que quieras que te responda a eso.


—Por supuesto que quiero. —Walter era más corpulento que él, pero tenía aproximadamente la misma altura. 
Teniendo en cuenta que él era veinte años más joven y que estaba en forma, tenía ventaja—. Ilústrame, Walter.


—Está bien. Eres un tipo rico colgado con la novedad hasta que ésta comience a repercutir en tus negocios... como ahora. Por eso estás cabreado, ¿no? Porque ahora tenerla cerca es un incordio, ¿verdad?


—Gilipolleces —respondió bruscamente Pedro—. Gilipolleces. Estoy cabreado porque decidió que yo iba a limitarme a... levantar las manos y a largarme porque su pasado se ha presentado ante la puerta. Ni siquiera me lo contó; simplemente lo dio por hecho. Y tú le dijiste que me dejara al margen. Le dijiste que me mintiera. No es tanto culpa mía como lo es tuya.


—¿Mía? ¿Por qué narices me metes en medio?


—Porque mientras estés cerca Pau puede volver —dijo de manera tajante—. Tú haces que tenga un lugar adonde ir que no sea hacia adelante.


—No, yo le doy una posibilidad. Eres muy guay, pero si quiere estar contigo sólo puede seguir una dirección. Lo que nos diferencia es que yo la apoyaría escogiera la dirección que escogiese. Si la haces feliz, entonces me retiro para que no sienta que debe preocuparse por mí. Si la acorralas y haces que sienta que tiene algo que demostrar, entonces puedes estar seguro de que intervendré e intentaré mantenerla a salvo.


Pedro inspiró profundamente, apretando la mandíbula para impedirse responder como deseaba. Lo único que le aterrorizaba más que el que Paula regresara a su antigua vida era que lo hiciese sola.


—¿Crees que se mantendrá al margen de esto? —preguntó finalmente.


—No, no lo creo. Has dejado muy claro que no te gusta que te utilicen. A ella tampoco le gusta —meneó la cabeza—. ¿Sabes?, esto es típico de Martin. Desaparece durante tres años, deja que su hijita crea que está muerto, y luego aparece para poder implicarla en uno de sus planes y le dice que es una experiencia educativa. —Walter dejó escapar una bocanada—. Siempre tiene que ser el maestro. Quiero decir que algunas de sus lecciones pueden salvarte la vida, pero está más cerca de ser Fagin que Howard Cunningham.


—Al parecer —dijo Pedro con lentitud, acercándose de nuevo a Barstone—, te he juzgado mal. Un poco.


—Sí, bueno. Gracias.


—Lo que más me importa es la felicidad y el bienestar de Paula. Puede que no me creas, pero la quiero. Mucho. Y no quiero perderla.


—Digamos que quizá te creo.


—Con eso me basta por ahora. —Pedro le tendió la mano


—. ¿Qué me dices si hacemos una tregua, al menos hasta que descubra el modo de salir de ésta?


Tras dudar un instante, Walter se la estrechó.


—Hecho.



CAPITULO 129





—¿Quieres repetirme por qué nos encontramos aquí? —preguntó Sanchez, dando una vuelta por el vasto y resonante vestíbulo de entrada.


—Estoy disfrutando del arte. —Paula lanzó una mirada hacia el mostrador de información y seguridad. Tres tipos guardaban la entrada del Museo Metropolitano de Arte. No tardaría más de un maldito segundo en sortearlos. Le costaría más hacer lo propio con las cámaras, pero...


—¿Y cuál es la verdad?


Pau salió de sus divagaciones. Allí estaba, reconociendo de nuevo el terreno.


—De acuerdo. Mi cómoda casa en la ciudad está rodeada por la poli. Necesitaba salir de allí. —Y había sido estupendo perder de nuevo al coche de vigilancia de camino al museo. Puede que supieran dónde dormía cada noche, pero lo que hacía durante el día era asunto suyo y de nadie más.


—¿Estás segura de que no te han seguido? —El ex perista miró por encima de su hombro por centésima vez, o eso pareció.


Pau le lanzó una sonrisita de suficiencia.


—Dame un respiro. Vamos a ver a los impresionistas europeos.


—Me parece bien. —Echó a andar a su lado—. He estado pensando. Si Martin dice la verdad, entonces la INTERPOL seguramente recuperará el Hogarth y se lo devolverá a tu novio. Eso deja a Pedro de nuevo fuera de escena y a ti en paz con la policía. Punto final.


—Como si te importara el Hogarth. Tan sólo buscas algo que me impida contarle a Pedro lo que sucede.


—Y tú intentas convencerte a ti misma para hacerle partícipe de esto. Es un gran error, cielo, confía en mí. Un gran error.


—No puede culparme porque Martin esté vivo. Yo no lo sabía. —Se enganchó al brazo de Sanchez para poder hablar en voz baja—. Pero si el único requisito para que Martin continuase con esta banda era planear el robo de un cuadro, no tenía por qué elegir el Hogarth. No puedo evitar pensar que lo eligió por mi causa. Seguro que fue así. Y ésa es la cuestión que preocupará a Pedro... que tanto si me he reformado como si no, las pirañas van a acercarse a dar un bocado únicamente porque yo estoy aquí. Y no estoy convencida de que se equivoque en eso.


—Te lo estoy diciendo, miéntele, Pau.


Aminoró el paso delante de uno de los Monet. Esa debería haber sido la solución lógica; solía mentir a todas horas, acerca de quién era, acerca de lo que estaba haciendo en una fiesta o evento en particular. Pero no a Pedro. No le gustaba mentirle a Pedro. Tal vez se debiera a la sensación de culpabilidad o al temor de que la pillara después, pero no creía que fuera eso. Pedro no pertenecía a su pasado; ahora llevaba una nueva vida. Y no quería fastidiarla. Lo cual le llevaba de nuevo a mentir otra vez.


—Le debo tanto que no creo poder hacerlo.


—Eres feliz con Alfonso, y si le cuentas todo esto, él no lo será contigo. Y entonces yo tampoco seré feliz. No lo hagas.
Pau sacudió la cabeza.


—Es cuestión de lealtad. Y hasta que Martin apareció de nuevo, sabía que os defendería tanto a ti como a Pedro. Así que ahora me pregunto por qué... ¿Qué le debo a él? Me refiero a Martin.


—Es tu padre, cielo. Ni siquiera deberías hablar de ese modo. Aunque no sea un tendero o piloto, te crió lo mejor que supo. Y eres la mejor ladrona que he visto jamás.


—Gracias, Sanchez—dijo y le agarró fuertemente del brazo—. Pero no estoy segura de que... lo que me gusta de mí misma, lo que a Pedro le gusta de mí, se lo deba a Martin. —Se aclaró la garganta—. Así que, ¿de verdad tu consejo es que debería hacerme a un lado y quedarme de brazos cruzados? ¿En serio crees que debería mentirle a Pedro?


—Mierda —masculló, girándose para dirigir la mirada al fondo de la estancia durante un momento—. No lo sé.
Por Dios, se estaban convirtiendo en un par de inocentones. ¿Quién lo hubiera dicho?


—Voy a contárselo —decidió, percatándose de que seguramente había tomado esa decisión en el preciso instante en que Martin se había presentado en la pizzería—. Aunque puede que tenga que mudarme contigo otra vez a Palm Beach.


—Puedes quedarte con el dormitorio libre. A menos que pienses que debamos probar a vivir en París. Podríamos ganar mucha pasta allí.


Paula meneó la cabeza, sonriendo.


—Ya tenemos un montón de pasta. Y no creo que debas hablar sobre robos en medio de un museo de arte.


—Cierto. Error mío —respiró hondo—. ¿Y bien? ¿Qué te apetece hacer en tu último día en el candelero?


Paula contuvo un escalofrío. Podría vivir sin ser el centro de atención; no era eso lo que le había hecho estremecer.


—Vamos a ver a los maestros franceses.


Guay.



***


—Permítame que le deje clara una cosa, detective —dijo Pedro, paseándose hasta la ventana de su despacho y volviendo de nuevo. La ira teñía sus palabras; Paula decía que la emoción le hacía parecer más británico, lo cual consideraba imposible, pues ya lo era en un ciento por ciento—. Paula Chaves no se llevó mi cuadro; yo no robé mi cuadro. Y usted lo sabe, o hubiera conseguido esa orden y registrado mi casa de nuevo.


—No pienso informarle de cómo va mi investigaci...


—Teniendo en cuenta que no tiene una sola prueba, exceptuando alguna teoría de que Paula debe estar implicada en algo turbio debido a que su padre era un ladrón, empiezo a pensar que la situación tal vez requiera que presente cargos contra usted por incumplimiento de su deber.


—No tiene coartada, señor Alfon...


—Y usted ya no tiene delito. Acabo de solicitar a mi seguro que el Hogarth sea excluido de su cobertura. Y no voy presentar cargos. Si disfruta malgastando el tiempo, sin duda puedo complacerles interponiendo una demanda por acoso contra usted y su departamento. Ni siquiera me importa si gano o no. Lo que me importa es que se pasará todo el santo día defendiéndose. Todo porque hoy no ha hecho su trabajo. Piense en eso.


Cerró la solapa del teléfono de golpe.


Así pues, había perdido doce millones de dólares y, con algo de suerte, evitado que la policía siguiera a Paula, si bien eso no le impedía desear hacerlo él. Tenía ciertas corazonadas y algunas pistas, pero quería hechos. En los negocios, su gente se presentaba ante él con hechos —márgenes de beneficios, costes generales, ubicación, economía—, y él decidía la estrategia y tomaba una decisión en base a dicha información. Puede que ya no existiera ningún delito oficial, pero seguía queriendo recuperar su cuadro.


¿Qué era lo que sabía con seguridad? Había algo que inquietaba profundamente a Paula. Walter Barstone había salido de Florida en el primer vuelo después de que Paula fuera liberada de la cárcel. La(s) persona(s) que había(n) robado el Hogarth había(n) entrado exactamente del mismo modo en que lo había hecho ella doce horas antes. Pese a la abundancia de otras obras de arte y antigüedades que albergaba la casa, únicamente se habían llevado el Hogarth. Por tanto, ése había sido el objetivo específico. Y Paula había intentado disuadirle para que no lo comprara.


Pedro redujo el paso. Se había olvidado del modo en que había intentado convencerle para que se marcharan pronto de la subasta. Y había creído reconocer a alguien.


Sonó el interfono.


—Señor Alfonso, Paula Chaves se encuentra en recepción y desea verle, y tengo al señor Hoshido al teléfono. Hablando del diablo...


—Le ruego que haga subir a Paula y que me pase la llamada de Matsuo. El teléfono hizo clic.


—¿Pedro? Tienes a mi gente al borde del infarto —dijo la voz grave con acento japonés de Matsuo Hoshido.


Pedro tomó el auricular cuando se abrió la puerta.


—Es usted quien no deja de cambiar el precio y las condiciones —dijo, haciéndole señas a Paula para que pasara—. Estoy comprando un edificio en un antiguo y prestigioso barrio, no un tanque de combustible.


—Ah, pero cuando las circunstancias cambian, los precios cambian.


—Circunstancias. Permítame que lo ponga en perspectiva, pues, Matsuosan. Estoy localizando un cuadro desaparecido. Su precio es inferior al uno por ciento de mi valor neto. Si considera que el robo me perjudica o debilita, está equivocado. Si cree que estoy dispuesto a pagar más de lo que ya habíamos acordado, están siendo tontos. Y sé que usted no lo es.


—Entonces supongo que continuarán las negociaciones. Que tenga un buen día.


—Lo mismo le digo, Matsuosan.


Pedro colgó.


—Hola —dijo, observando a Paula mientras ésta recorría tranquilamente la longitud de las ventanas de la estancia. 


Se había puesto unos ajustados vaqueros negros y una bonita camiseta verde con un corazón de purpurina sobre el pecho. Informal al estilo de Nueva York; diseñado para encajar prácticamente en todas partes.


—Hola. ¿Hablabas con el pavo del hotel, supongo?


—Sí. Matsuo Hoshido.


—Has sido bastante enérgico con él.


Todavía no le había mirado a los ojos. Una leve tensión se apoderó de sus músculos.


—Supongo que sí. ¿Alguna aventura con la policía esta mañana?


—Ya no tiene nada de aventura. Se rindieron muy fácilmente.


—En realidad no puedo culparles. Eres muy buena en lo que haces.


—Gracias.


Esperó hasta que Pau se volvió por fin hacia él, sus largos y esbeltos dedos cerrados en un puño.


—Voy a contarte algo.


—¿Se trata de lo que estuviste pensando la noche pasada? 


Paula asintió.


—Yo no planeé nada de esto, y no lo sabía, pero ahora lo sé. Y tienes que saberlo porque... porque nos concierne a los dos.


Pedro tragó saliva, se le nubló la visión. Echó rápidamente mano a la silla que tenía detrás.


—¿Estás... embarazada? —preguntó, la voz le temblaba levemente. Euforia, terror abyecto... se esforzó al máximo para contenerlo. Había pensado que la conversación giraría en torno al cuadro, pero... uh... podría explicar el estado de distracción de Pau de los últimos días. Hechos. Quería algunos hechos.


—¿Qué? ¿Por qué...? —se sonrojó—. No. Joder, no. —Frunciendo el ceño, finalmente emitió un débil bufido—. Te he dado esa impresión, ¿verdad?


—Más o menos, sí. —La extraña sensación en su pecho... ¿acaso era decepción? Ya lo examinaría más tarde—. Prosigue.


—De acuerdo. Y de antemano te digo que lo siento, ya que posiblemente no nos hablemos para cuando haya acabado.


Eso no sonaba nada bien.


—Como ya he dicho antes, puedes contarme lo que sea. —Cuidado con lo que deseas.


CAPITULO 128





Jueves, 8.40 p.m.


—¿Quién es ése? —preguntó Pedro, señalando la pantalla del televisor de plasma.


—Es Rodan. Ya hemos hablado antes sobre él.


—Parece distinto.


—Tienes razón; es distinto. —Paula se inclinó hacia delante—. Ah, guay. Le han modernizado. Ahora incluso se le mueve el cuello.


—Qué fácil es complacerte, querida mía.


—De eso nada. Y deja de intentar distraerme. Rodan está destruyendo Nueva York. —A continuación, dio un brinco sobre el almohadón—. ¡Ah, y mira! Es la versión americana de Godzilla la que ataca Sidney. ¡Claro que es él! Es la versión protagonizada por Mathew Broderick.


—Como si pudiera distraerte. Estoy resignado a ir de segundo de Godzilla. —Pedro se recostó en el sofá a su lado, su pulso resonó cuando Paula se acurrucó a su izquierda y le pasó el brazo por los hombros. Concentrado como estaba en tocarla a la menor oportunidad que se le presentaba, esta noche se sentía en el paraíso. Paula le tomó la mano, jugueteando distraídamente con sus dedos, mientras él hacía lo único que podía para calmarla y tranquilizarla cuando no le decía lo que le preocupaba: abrazarla según sus condiciones y dejar que viera a Godzilla.


—Gracias de nuevo por el DVD —dijo un momento después—. ¿Cómo sabías que no había visto ésta?


—Pregunté por ahí. Salió a la venta hace unos pocos meses y nunca la han emitido por cable en América. —El empleado de Blockbuster le había reconocido, y sin duda creído que estaba chiflado, cuando le había preguntado por la sección de películas de monstruos, pero Godzilla: Guerra final, había sido la elección correcta.


El teléfono al fondo de su despacho sonó, aunque Pedro hizo caso omiso. Saltaría el contestador automático y no tenía intención alguna de dejar ese sofá sin Paula. Esta noche no; no cuando había comenzado a pensar que podría confiarse a él.


—¿Y si se trata del tipo del hotel? —preguntó, retorciendo la cabeza para alzar la mirada hacia él.


—Entonces puede esperar hasta mañana.


Treinta segundos más tarde, sonó su teléfono móvil.


—Puede que necesite que le devuelvas sus ocho plantas superiores —sugirió, esbozando su imprevisible sonrisa.


—Listilla. —Se movió para coger el teléfono—. Alfonso.


—¿Dónde narices estás? —preguntó la voz de Tomas Gonzales.


—En la ópera —respondió Pedro con sequedad.


—Mierda. Lo sient... Espera un momento. Puedo oír a Godzilla. Estás viendo una película con Chaves.


Pedro se cambió el teléfono a la oreja derecha.


—No tenía ni idea de que eras un fan.


—Tengo un hijo de catorce años, ¿recuerdas? Mateo tiene todos los videojuegos. ¿Puedes hablar, Pedro?


—Brevemente.


—De acuerdo. Me pasé por la oficina de Chaves para ver cómo iban las cosas, tal como me pediste. Andres lo tiene todo controlado. ¿Le importaría a Chaves que intente contratarle?


—Bien, y sí. Yo...


—Pues bien, por casualidad pregunté por Walter, ya que no se encontraba allí.


A juzgar por la pausa dramática, obviamente se suponía que Pedro debía esperar algo.


—¿Y qué? —le urgió.


—Barstone no está en la ciudad. Le dijo a Andres que iba a tomarse un largo fin de semana libre, y que reservó un vuelo a alguna parte. Y antes de que digas que estoy cuchicheando o algo parecido, se largó a toda prisa dos horas después de que sacaras a Chaves de la cárcel.


Maldita sea. Sospechaba que Paula había comenzado a buscar el Hogarth desaparecido. La desaparición de Walter de Florida no constituía una prueba, pero era una coincidencia inquietante, por lo que a él respectaba.


—Es estupendo —dijo en voz alta—. Te enviaré la próxima serie de exigencias en cuanto la reciba. Dale un achuchón a Cata de mi parte.


—¿Gonzales? —preguntó Paula cuando Pedro colgó el teléfono.


El asintió.


—Tenía un par de dudas con respecto a uno de mis correos electrónicos.


Así que era muy posible que Walter se encontrara en Nueva York, y que el uno o la otra hubieran descubierto algo. Algo lo bastante grave como para hacer que la normalmente independiente Paula se le echara encima y siguiera siendo reacia a hablar de ello. Necesitaba algunas respuestas; continuar en la ignorancia y esperar a que la mierda llegara al techo no era su modo de trabajar.



***


Paula se incorporó, escabulléndose con cuidado del borde de la cama mientras Pedro roncaba suavemente a su lado. 


Eran las tres de la madrugada. Hora de ponerse en marcha en los viejos tiempos. Las aves nocturnas se habían ido a acostar, y las madrugadoras no se habían levantado aún. Se trataba del momento perfecto para que un emprendedor ladrón se colara en alguna parte y se hiciera con su objetivo.


Las cortinas del dormitorio, de un cálido color marrón, estaban corridas para impedir el paso de la luz de las farolas de la calle, pero se veía una rendija
de aproximadamente un centímetro a lo largo del lateral más próximo. Se acercó hasta la abertura y miró hacia la calle. 


Había una docena o más de coches estacionados junto a la acera más cercana dentro de su campo de visión. Al no haber ningún aparcamiento al fondo de la calle, cualquier coche de vigilancia tendría que encontrarse entre esos vehículos, o en uno de los árboles que daban a la baja pared de ladrillo de Central Park.


Con el cabreo que tenía Garcia, y habiéndose ella quitado de encima el coche que esa mañana la había estado siguiendo, esperaba que alguien estuviera vigilando la casa. Si eran listos y contaban con presupuesto, también habrían puesto a alguien en el callejón.


Lo divisó al cabo de un minuto; un fugaz reflejo circular de luz proveniente de la luna trasera de un Honda. Unos binoculares. Vaya, Garcia se tomaba en serio todo eso de coger a los malos.


Con una leve sonrisa en los labios, dio media vuelta y salió furtivamente por la puerta del dormitorio. El panel de la ventana del pasillo había sido reemplazado y en la oscuridad no daba la impresión de que alguien hubiera estado manipulándolo. Se pegó a la pared a un lado de la ventana, disponiendo así de una buena visión del callejón de abajo. Los dos vagabundos con vasos de café de Starbucks y el bulto de una pistolera bajo la camisa parecían muy prometedores.


Bien. Por una vez, se alegraba de contar con vigilancia. 


Todavía le helaba la sangre que Martin hubiera enviado a la banda del Louvre a la casa, sabiendo que ella no estaba y que eran capaces de matar. Wilder, Ben y Vilseau dormían abajo, en las antiguas dependencias para criados, pero si hubiera habido problemas, Pedro no se habría mantenido al margen. Su Pedro... al menos hasta que descubriera que su propio padre había organizado el robo del cuadro. Al fin y al cabo, la suerte estaba echada.


La puerta del dormitorio se abrió de una patada a su espalda, y Pau se giró. Pedro nunca la vería de pie en el rincón junto a la ventana. El instinto la llevó a quedarse inmóvil en las sombras antes de obligarse a relajarse.


—Aquí —dijo en voz baja.


Pedro se volvió hacia ella, bajando la mano derecha al mismo tiempo. ¡Dios! Llevaba una pistola. Sabía que poseía un par de ellas, pero no se había percatado de que se hubiera traído una a Nueva York. Se preguntó fugazmente si lo habría hecho igualmente de no vivir ella con él. Él también conocía a algunos tipos malos.


—¿Qué sucede? —preguntó, moviéndose a lo largo de la pared para evitar ser visto desde la ventana. Había asimilado algunas de sus habilidades con aterradora rapidez.


—Tan sólo echaba un vistazo a los polis —respondió—. Estamos rodeados.


—¿Te supone eso algún problema en mitad de la noche? 


Genial. Otra vez estaba cabreado.


—Ayer me siguieron, Pedro, y eso es un problema. Quería saber si seguían por aquí. ¿Tú no? Pedro dejó escapar el aliento.


—Sí. Si están aquí, es que no están buscando mi maldito cuadro ni a quienquiera que se lo llevase.


Por primera vez, a ella no se le había pasado siquiera por la cabeza. Si Martin hubiera estado muerto, se habría revuelto en su tumba. Dios, en realidad se había alegrado de que la policía estuviera cerca, y ni siquiera había tenido en cuenta que su presencia significaba que seguía siendo la sospechosa número uno.


Si le contaba a Pedro que sabía quién había robado el cuadro —sin dar nombres, solamente decirle que tenía cierta idea—, le exigiría que acudiera a Gatcia con la información. Podía evitar mencionar a Martin, pero si el Departamento de Policía de Nueva York tenía suerte y llevaba a la banda del Louvre ante un tribunal por el robo de un cuadro en vez de por el gran golpe que estaban planeando, podría anular el trato que su padre había hecho con la INTERPOL. Además, esta banda no tenía problemas en matar. Podría poner en peligro la vida de Martin. Por complicada que fuera la relación con su padre, no quería asistir a un segundo funeral.


Pedro le echó en silencio el cabello hacia delante por encima del hombro y la besó suavemente en el cuello.


—Mañana haré una llamada y veré si puedo convencer al detective Garcia para que haga su maldito trabajo, aunque eso signifique decirle que se olvide de esto.


—Como si fueras a dejar que alguien salga impune por haberte robado.


—Hay otras formas de ocuparse de eso. Un detective privado podría resultar más útil, dadas las circunstancias.


Dadas las circunstancias significaba que los polis no dejarían de vigilarla de manera encubierta. ¡Genial!


Pedro, no...


—Vuelve a la cama, yanqui —la interrumpió—. Hace frío si no estás allí.


Tomó la mano que él le ofrecía y Pedro la atrajo a su lado. 


Tenía que haber un modo de limpiar su nombre, recuperar el cuadro, no comprometer a Martin... y no perder a su hombre. Tenía que haberlo.