Viernes, 7.44 p.m.
— Esto es una estupidez —farfulló Paula por encima del hombro cuando salía de la limusina—. No quiero estar aquí. —Tenía que planear un maldito robo y él quería hacer vida social.
Pedro se apeó después que ella.
—Es un bonito gesto. Y ya estamos aquí.
Dejó que la tomara de la mano mientras recorrían la acera.
—No es ningún gesto. Sólo nos lo pidió para que todo el mundo pudiera acercarse a echarme un vistazo... a los dos, y ponerse a cuchichear.
—Estoy acostumbrado a que cuchicheen sobre mí.
—De acuerdo, pues bien para ti. No te han arrestado esta semana. ¿Qué dirían de ti? «Ohh, es aún más guapo en persona», u «Oye, Marge, ¿de verdad crees que es tan rico?».
—¿«Marge»? —repitió con la voz teñida de diversión.
—Ve tú. Ruben puede llevarme a casa.
—Sí, me voy un ratillo a una fiesta mientras decides a quién vas a robarle los diamantes.
El corazón se le disparó al oír aquello. Escucharlo en voz alta todavía le ponía de los nervios. Sanchez y ella nunca habían mantenido estas conversaciones sin tapujos.
—Estoy esperando sugerencias alternativas que cumplan con todos los requisitos de Veittsreig y no me obliguen a huir del país. ¿Y bien?
Pedro desvió la vista hacia ella.
—Estoy en ello.
—Yo también.
—Pues volvamos a casa a pensar en eso.
—Ya hemos aceptado la invitación.
Era obvio que Pedro no lo comprendía.
—¿Y desde cuándo te gustan las fiestas de lameculos? Seguramente los acróbatas hayan anulado su actuación, y por eso necesitan que venga yo a entretenerles. Por eso nos han invitado. Ya tengo cosas de qué ocuparme esta noche, muchas gracias.
—Paula —dijo, haciéndole subir un peldaño—, a veces no son las razones lo que importan. A veces lo más importante es el gesto. ¿Preferirías que esta gente te recuerde esposada por la tele o siendo encantadora en casa de Boyden Locke? Estos son tus clientes potenciales.
Clientes. Y objetivos una vez más. ¡Mierda!
—Así que no pasa nada si cuchichean siempre que vean que he sido invitada al baile.
—Exactamente, Cenicienta. Tanto si a nivel personal Locke te cree inocente o culpable, el hecho de que te haya invitado implica que te da su apoyo. —Pedro deslizó la palma del brazo al hombro de Paula.
Sabía que Pedro tenía razón. Pero eso no hacía que la idea de que se pasaran toda la noche mirándola como bobos resultara más agradable.
—Me parecería mejor si pudiera ser otra —masculló—. Tal vez una rubia. A ti te gustan las rubias.
—Me gustas tú.
El único motivo por el que se había subido al coche con él era que había pensado que quienquiera que hubiera contratado a Nicholas y a Martin podría asistir. Las probabilidades eran mínimas, pero estar allí sería la mejor oportunidad de que dispondría para echar un vistazo sin tener que allanar el lugar. Quienquiera que fuera, tenía que estar forrado. Ningún ladrón trabajaba por cuatro duros. Y tal como había dicho Pedro, la gente que podía permitirse un nuevo Hogarth y cualquier otra cosa que hubiera en el menú, era la misma que podía permitirse sus servicios.
Pedro alargó el brazo sin soltarla para llamar. Cuando la puerta se abrió, un muro de luz y bullicio se les vino encima casi con fuerza física.
***
—Una vez más en la brecha —murmuró, cruzando la entrada con ella.
—Mi reino por una botella enorme de alcohol —respondió Paula, luego avanzó con una deslumbrante sonrisa cálida hasta su anfitrión—. Boyden, consideré muy generosa tu invitación a tomar café. Esto es encantador por tu parte —dijo Pau, tomando las manos de Locke entre las suyas.
—Ni mucho menos tan encantador como tú. Eres un hombre afortunado, Alfonso.
Pedro le estrechó la mano a Locke.
—Soy muy consciente de eso.
Se quedó un poco rezagado y observó cómo Locke paseaba a Paula, presentándosela a algunos de los ciudadanos más acaudalados y de mayor influencia de Manhattan. Los encandiló a todos ellos, haciendo incluso algunos humildes chistes delicados acerca de su propio gusto en cuestión de arte y de brazaletes. Por un instante se preguntó a cuál de ellos decidiría robar... y qué demonios iba a hacer él al respecto.
—¿No te parece estupenda? —dijo a su espalda una voz femenina con un refinado acento británico.
Armándose mentalmente de valor, dio media vuelta y miró.
—Hola, Patricia. Tenía el presentimiento de que podrías estar aquí esta noche.
Sus labios rojo rubí dibujaron una sonrisa y se llevó la mano a su cabello rubio, artísticamente recogido.
—¿Por eso has venido?
—Por eso he estado a punto de no hacerlo. ¿Quién es tu acompañante?
—No salgo con nadie en estos momentos. Exceptuando a mi primer marido, me veo obligada a reconocer que mi gusto en cuestión de hombres ha sido bastante pésimo.
Hum. No había nada mejor que condenaran por homicidio al ex marido número dos y que hicieran lo mismo con el primer novio formal para que una chica se ganase cierta reputación. No obstante, Patricia no necesitaba que se lo recordaran, y él no tenía la menor intención de hacerlo en público. En cambio levantó su mano y le rozó los nudillos con los labios.
—Estás muy guapa esta noche.
Sus ojos azules se abrieron desmesuradamente debido a la sorpresa.
—Gracias, Pedro. Tú también.
Como si del guión de una película malísima se tratara, Matsuo Hoshido eligió ese momento para acercarse a ellos, con una atractiva mujer japonesa de estatura menuda del brazo.
—Ah, Pedro—dijo, inclinándose—. Esta es la encantadora Paula, ¿verdad?
Patricia Alfonso Wallis se aclaró la garganta, pero antes de que pudiera responder, Pedro sacudió la cabeza.
—Me temo que es la encantadora Patricia Wallis —dijo, estrechándole la mano a Hoshido.
—Paula está... —se interrumpió cuando un brazo desnudo se deslizó alrededor de su manga, cálido y familiar—, aquí mismo —prosiguió, desviando la mirada hacia ella.
Paula miraba fijamente a Patricia.
—Hola, Patty. Me parece que Boyden te está buscando.
Los músculos de la mandíbula de Patricia se contrajeron.
—Gracias. Dispénsenme.
Sin molestarse en contemplar la marcha de Patricia, Paula le ofreció la mano libre a Hoshido, inclinándose al hacerlo.
—Usted debe de ser Hoshido. Pedro ha maldecido en varias ocasiones su agudo juicio para los negocios.
Hoshido rio entre dientes mientras le estrechaba la mano.
—Es usted tan encantadora como la describió Pedro. Paula, Pedro, les presento a mi esposa, Miazaki. Me temo que su inglés es un poco...
—Bonsowaru —intervino Paula, ofreciéndole la mano a la señora Hoshido—. Buenas noches.
—Bonsowaru. ¿Habla usted... japonés?
—Hai. Wakuza.
—¡Maravilloso! —exclamó la señora Hoshido—. Yo también hablo un poquito inglés.
Paula esbozó una amplia sonrisa.
—Entonces nos las arreglaremos estupendamente.
Cuando las dos mujeres se pusieron a charlar y a reír, Hoshido le indicó a Pedro que se hiciera a un lado con él.
Así lo hizo después de darle un apretoncito a Pau en la mano.
***
—Tu Paula es verdaderamente excepcional —dijo Matsuo, sonriendo cariñosamente a su esposa.
—Sí que lo es.
El hotelero le lanzó una mirada.
—No sabía que hablaba japonés.
Pedro rio entre dientes.
—No tenía ni la menor idea.
—Además es lo bastante valiente como para venir aquí cuando todos están al tanto de su arresto.
¡Estupendo!
—Sí, así es. El pasado de su padre dista de ser... inmaculado, y la policía mostró un exceso de celo. Fue un desafortunado error.
—Pero tal como admitiste esta mañana, sí te robaron un cuadro muy valioso.
—Sí —reconoció Pedro, esforzándose porque su voz sonara relajada—. Un lamentable error por parte del ladrón.
—Así pues, ¿de verdad piensas que recuperarás la pintura?
—Sé que lo haré.
—Ah, una afirmación muy osada.
—Soy un tipo muy atrevido. —Y no permitiría que nadie le robase y saliera impune de ello.
—Tengo una sugerencia.
—¿De qué se trata? —preguntó Pedro.
—Deberíamos ir a cenar mañana por la noche. Sin abogados ni esposas. Tan sólo nosotros dos. Tal vez seamos capaces de llegar a un acuerdo con mayor rapidez sin nadie que interfiera.
—Me parece una idea espléndida, Matsuo. ¿Qué le parece Daniel's en la Sesenta y cinco, mañana a las siete en punto?
—Allí estaré.
Regresaron con las señoras cuando otra horda de la acaudalada élite les rodeó. A juzgar por la expresión de Paula, cualquiera pensaría que no sólo había nacido en el club, sino que además era su princesa honoraria. No era probable que alguno de ellos le pidiera que se pusiera a hacer malabarismos; tanto si Pau sabía hacerlos como si no, sin duda era una maga consumada.
Sacó su teléfono móvil con una ligera sonrisa en los labios y marcó.
—María, a ver si puedes conseguirme una reserva para dos en Daniel's para mañana a las siete. En el palco del chef, si es posible.
—De inmediato, señor Alfonso.
Había superado un obstáculo. Pero en ese momento le preocupaba más el probable asuntillo de trabajo que Paula tenía pendiente esa noche.
La vista de la cafetería hizo que se detuviera. Hacia el fondo de la amplia estancia abierta estaba sentado Pedro en perpendicular a Sanchez. Ambos hombres tenían la cabeza inclinada sobre un trozo de papel y o bien estaban jugando a tres en raya, o tramando el asesinato de alguien. Probablemente el suyo.
—Hola, chavalotes —dijo, aproximándose a la mesa con cautela. Pelear con Pedro la dejaba exhausta, y si a eso se le sumaba su charla con Veittsreig, hacía que estuviera a un punto de dejar a un lado todo civismo. Más valía que cada cual se ocupase de su propia mierda, o de lo contrario...
Pedro se puso en pie, tal como acostumbraba a hacer cuando ella entraba en una habitación.
—¿Te sientes más tranquila? —preguntó en voz baja, retirándole la silla opuesta a la que ocupaba Sanchez.
—Sí y no. ¿Qué hacéis vosotros dos? —Señaló con la barbilla hacia el trozo de papel..
—Es un programa de doce pasos para sacarte de Nueva York —dijo Sanchez.
—Lo más lógico. Por fin habéis decidido llevaros bien sólo para joderme viva.
—Sigue sin agradarme —respondió Pedro, alargando el brazo y rozándole con los dedos el dorso de la mano—. Lo que sucede es que hemos encontrado una causa común.
—Mmm, hum. —Todavía eufórica por la adrenalina, al menos el atrevimiento de estos dos conseguía divertirla.
Echó un vistazo disimuladamente por la cafetería. Estaba ubicada en el vestíbulo del edificio de oficinas de Pedro, por lo que la mayoría de la gente que allí había trabajaba para él, y guardaría una distancia respetuosa con su mesa.
Todos le estaban observando, sin duda, pero no creía que nadie se encontrara lo bastante cerca como para oírles. Y eso estaba bien, porque ningún miembro de la banda de Veittsreig podría acercarse más sin llamar la atención.
—Tal como lo imaginamos —dijo Pedro, haciéndole señas a una camarera que pasaba para que les trajera una ronda de CocaCola Light—, no te han acusado de nada.
—Todavía no —remarcó.
—Y supongo que no lo harán... hasta después de este gran golpe que tu padre mencionó, en cualquier caso. Hasta entonces, nadie puede impedir que ninguno de los tres abandonemos el país. Una vez que estemos en Inglaterra, será sencillo volar a otro lugar donde no haya tratado de extradi...
Paula le agarró por las solapas y le besó suavemente.
—No pasa nada, inglés.
—Eso me gusta pensar.
Le miró a los ojos durante un prolongado momento.
—Pero hay algo más que tienes que saber.
La camarera apareció con sus bebidas y ella tomó un sorbo mientras Pedro pedía un sandwich de jamón y Sanchez una ensalada. Pau no tenía demasiado apetito, pero pidió unos nachos.
En cuando la camarera se marchó de nuevo, esbozó una sonrisa picara y se recostó.
—Nada de caras serias —dijo—, y no conspiréis entre susurros mientras hablo. Podrían estar vigilándonos.
—¿Podrían, quiénes? —murmuró Pedro, devolviéndole la sonrisa al tiempo que le tomaba de nuevo la mano. Por muy hombre de negocios que fuera, poseía el alma de un ladrón.
—Sanchez, ¿has trabajado alguna vez con Nicholas Veittsreig?
—Un par de veces. Normalmente trata directamente con los clientes. Le gustaban, le gustan los trabajos grandes y aparatosos.
—Adivina a quién le está tendiendo Martin una trampa con la INTERPOL.
—¡Santo Cristo!
—Te quedas corto —respondió—. Continua sonriendo, Sanchez.
—¿ Os importaría ilustrarme ? —preguntó Pedro, enarcando una ceja.
Sachez estaba tomando un sorbo de su CocaCola, así que al parecer tendría que ser ella quien se ocupara.
—Por lo general trabaja con una banda de cuatro o cinco miembros, normalmente europeos. Como ha dicho Sanchez, le gustan los grandes golpes. Ellos son quienes robaron en el Louvre el año pasado y les faltó treinta segundos para mangar la Mona Lisa. Mataron a un guardia de seguridad.
—Y se llevaron alrededor de cincuenta millones en obras de arte —dijo, asintiendo—. La INTERPOL se puso en contacto conmigo para preguntarme si me habían ofrecido alguna. Pero nunca supe nada.
—Con toda probabilidad lo robado se encuentra en el gran cuarto interior de algún ejecutivo de Hong Kong —dijo Paula con cinismo—. Sea como fuere, la cuestión es que la banda de Veittsreig está en Nueva York. Y se han asociado con Martin para que les ayude a entrar.
—¿Has visto a Martin de nuevo? —preguntó Sanchez—. ¿ Cómo sabes tú todo esto ?
—Nicholas me abordó en la calle hace unos minutos. —Pedro se dispuso a echarse hacia delante, y Pau le clavó los dedos en la palma de la mano—. Estamos planeando una merendola o algo similar, ¿recuerdas?
—Sí, lo recuerdo —volvió a recostarse—. Prosigue.
—De acuerdo. Me ha dicho que sabía que Martin había hablado conmigo. Por lo que a él respecta, eso me convierte o bien en un cómplice o bien en un estorbo. A causa de mi reputación, me ha ofrecido un puesto en su banda para su próximo golpe.
—Y tú lo has rechazado —dijo Pedro con enorme serenidad, de sus ojos había desaparecido todo rastro de humor.
—Él... uh, me ha hecho una oferta que no podía rechazar.
***
Llegó el almuerzo, y Pau decidió que comunicar malas noticias en público tenía definitivamente su lado positivo; sin duda Pedro no se pondría hecho una furia con ella cuando cabía la posibilidad de que hubiera paparazzi o medios de comunicación. Tendría que recordar eso.
—¿Qué clase de oferta? —preguntó Sanchez; su voz también era dura. Era obvio que tampoco él estaba contento.
—Como ya he dicho, me dejó muy claro que con lo que sabía, o me involucraba o me mataba. Y también amenazó a Martin. Así que dije que me uniría a ellos, por un buen porcentaje.
—Paula, vamos a acudir a la policía con esto. —Pedro le agarraba los dedos con la fuerza suficiente como para hacerle daño. Pero, a juzgar por la expresión de su cara, bien podría estar hablando de cricket.
—No, no lo haremos. La INTERPOL ya está implicada, y yo no tengo un trato con ellos. Y la cosa es aún peor.
—Dios mío. ¿Cómo puede ser?
—A pesar de mi reputación, Veittsreig no está convencido de que siga trabajando en el lado oscuro. Quiere un regalo que le demuestre que estoy con él.
—¿ Qué clase de reg... ?
—Intento contarte la historia —dijo un tanto cortante. Maldita sea, ya era bastante difícil confesar todo aquello sin que Pedro interrumpiera a cada frase con una pregunta—. Quiere unos cuantos diamantes que valgan alrededor de medio millón. Y quiere que sea robado, no comprado. Si el robo no sale en las noticias, me mete una bala. Si lo robo yo, entonces estoy con ellos en el próximo golpe, porque estaré de mierda hasta las orejas.
—No. De ningún modo.
—¿Cuál es el gran golpe? —preguntó Sanchez.
Pedro desvió su atención hacia Sanchez.
—¿Así que ahora vuelves a ser un perista? ¿Era a esto a lo que te referías cuando dijiste que la apoyarías en todo?
—Es una pregunta pertinente, Alfonso. Tenemos que saberlo todo antes de decidir qué hacer. Así que para ya.
—Alegría, alegría —farfulló Paula con los dientes apretados—. Y no, no sé de qué se trata. Va a suceder en algún momento de la semana que viene. Le di mi número de móvil y me dijo que me llamaría para vernos el sábado, cuando se supone que debo darle su regalo. Si queda satisfecho, entonces me contará los detalles.
—No vas a robar. Una cosa es mantenerte a salvo si no has hecho nada. Si has...
—En primer lugar —le interrumpió Paula—, jamás te he pedido que me mantengas a salvo. Eso nunca formó parte de este... lo que sea. Gracias por sacarme de la cárcel, pero podría haber salido yo sólita. Así que deja de fingir que tu pose de caballero de brillante armadura es por mi bien y no por el tuyo.
—Nunca he dicho que lo fuera.
Eso puso freno a su bien planeado ataque de justificada ira.
—En segundo lugar —dijo, sorbiendo por la nariz—, no tengo más alternativa. Dije que sí para sacar un poco de tiempo.
—¿Tiempo para qué, si me permites que te pregunte? ¿Tienes en mente un objetivo para el atraco?
—Deja de intentar actuar como Steve Moqueen —miró más allá de él—. Sanchez, ¿puedes averiguar cuál es el golpe?
El ex perista alzó ligeramente los hombros.
—Tal vez. Iré a ver a Merrado. La mayoría aún piensa que estoy en el negocio, así que quizá suelten la lengua.
—De acuerdo. —Frunció el ceño, metiéndose en la boca un nacho cubierto de queso para disimularlo—. Habría estado bien que Martin nos hubiera proporcionado algo más de información. O que al menos hubiera mencionado cómo podemos ponernos de nuevo en contacto con él.
Durante un minuto los tres guardaron silencio mientras comían o, en cualquier caso, fingían hacerlo. Pedro echaba chispas; Paula estaba en cierto modo sorprendida de que no se hubiera largado. Por lo visto hablaba en serio cuando decía que la quería. Todavía la molestaba no poder descubrir su propósito, aunque cada vez más empezaba a creer que no tenía ninguno. Fue Martin quien siempre decía que todo y todos tiene un propósito, un objetivo que les beneficia.
Su padre sin duda había demostrado que eso era cierto en lo que a sí mismo se refería. El maldito Hogarth había sido algo secundario, simplemente algo para lo que le había contratado Nicholas al saber que estaría en Nueva York. Martin había proporcionado el fin, así que ahora estaba metida en el golpe
Lo que la llevó de nuevo a la pregunta de por qué el Hogarth, y por qué ella.
—Sanchez —comenzó, sus músculos se estremecieron ligeramente—, antes de que le detuvieran me pidió que fuera su cómplice en un par de trabajos.
—Lo recuerdo. Hiciste el primero y luego dijiste que querías trabajar por tu cuenta.
—Sí. Martin falló en los cálculos acerca del tiempo de una patrulla de seguridad y casi nos pillan a los dos. Le dije que no quería trabajar más con él, que tenía que jubilarse porque se estaba volviendo descuidado y desesperado.
Sanchez dejó escapar un grave silbido.
—Sabía que estaba cabreado, pero no sabía que le habías dicho eso. Dios mío, Pau.
—Estaba cabreadísima en esos momentos.
Mientras su amigo le daba vueltas a lo que ella había dicho, Pedro ya había averiguado las consecuencias de aquello.
—Crees que tu padre le tendió una trampa a Veittsreig para que te metiera en este trabajo.
—O que amañó el robo del Hogarth para empujar a Nicholas en esa dirección.
—Eso está cogido por los pelos, Paula.
Asintió con la cabeza mientras miraba a Sanchez.
—Lo sé, pero no puedo descartarlo. Tengo que preguntarme si todo esto no ha sido más que para demostrarme que él sigue siendo apto como compañero, o si quiere provocar mi perdición porque le pillaron seis meses después de que le dejara.
—Si alguna de las dos cosas es cierta, parece que está tratando en serio de que vuelvas. —Pedro echó un vistazo como si tal cosa por el lugar, pero con prácticamente todo el mundo observándole, sería imposible elegir a una persona como sospechosa.
—Sí, Pacino y yo —dijo con sequedad—. Tengo que conocer algunos detalles y luego idear un plan. —Y después tendría que planear un robo con menos de veintiocho horas para llevarlo a cabo.
Pedro inspiró profundamente.
—Y tampoco vendría mal una vía de escape.
Viernes, 12.12 p.m.
Paula deseaba haberse puesto unas zapatillas en lugar de las sandalias de Ferragamo de quinientos dólares que llevaba. El bajo tacón era bastante cómodo, pero en esos momentos deseaba echar a correr. Y correr, y correr y correr.
Tal vez había abordado a Pedro de forma errónea, disculpándose de antemano y ofreciéndose a marcharse. No era culpa suya ser hija de Martin, y aun cuando hubiera seguido sus pasos durante la mayor parte de su vida, ya no lo hacía. Al menos intentaba no hacerlo.
—Jod... —comenzó a decir, corrigiéndose—... lines. —Cuando una señora y lo que parecían ser sus dos emocionadas hijas salieron de la tienda Oíd Navy delante de ella.
La mayor de las niñas le recordó a la hija de Tomas Gonzales, Laura. Los niños eran interesantes. No lograba recordar haber sido niña alguna vez, a pesar de que poseía una memoria casi fotográfica. Normalmente recordaba haber robado carteras, investigado con infinita fascinación los objetos que Martin obtenía y acudido a Sanchez para que los «colocase».
Le había gustado crecer de ese modo: sin reglas, sin colegio, salvo cuando se establecían en un lugar durante un par de meses, adquiriendo conocimientos e idiomas al vuelo. Incluso echando la vista atrás, la emoción de su primer golpe, el primer Rembrandt, las antiguas reliquias egipcias, esa escultura de la fertilidad romana, que tan bien dotada había estado, y que no le había cabido en la bolsa... Dejó escapar una risita.
¿Qué demonios hacía saliendo con Pedro Alfonso? ¿No sólo saliendo con él, sino viviendo juntos, compartiendo su vida, enamorándose de él? Por otro lado, ¿cómo no iba a hacer lo que hacía ahora que había experimentado cómo era?
—Paula Chaves.
Una mano se posó en la parte baja de su espalda cuando escuchó la grave voz. Se puso rígida, tensándose al darse la vuelta.
Un hombre alto de tez pálida, de la edad de Pedro, bajó la mirada hacia ella, su mano quedaba ahora a la altura de sus pechos. Llevaba su rubio cabello, casi blanco, de punta como si fuera un puercoespín. Sus ojos eran igual de claros, tanto que el azul apenas podía decirse que fuera un color.
—Nícholas Veittsreig —dijo, dando lentamente un paso atrás.
—Te acuerdas de mí —respondió, mostrando sus perfectos dientes al sonreír. Su acento alemán apenas era perceptible; de no haberlo sabido, no se hubiera dado cuenta del detalle. Bueno, sí se habría dado cuenta, pero de muchos otros no.
—Siempre me acuerdo de los ladronzuelos de poca monta. —Que se encontrara en Nueva York era, o bien la mayor coincidencia de la historia, o que acababa de encontrar algunas de las piezas del rompecabezas que faltaban.
—Ah, Pau, qué cruel eres, siempre creyéndote mejor que el resto de nosotros. Me hieres.
—Soy mejor que el resto de vosotros.
—No me lo pareció cuando te vi esposada. O cuando ayer estuviste hablando con tu padre.
¡Genial! Los buenos y los malos la estaban siguiendo.
—¿Quieres algo o es que estás colocado? Martin está muerto, ¿recuerdas?
—Tu novio parecía dormir plácidamente en esas sábanas azules de seda. Esperaba que tú también estuvieras en casa, pero imagino que Martin te puso sobre aviso. ¿Todavía quieres jugar al juego del «quién sabe qué» ?
Paula se las arregló para no arrearle un mamporro. El tipo había estado en su dormitorio mientras Pedro dormía en él.
—Alfonso es guapo —convino, manteniendo un tono de voz suave y distante—, pero no sabía que te iban esas cosas, Nicholas. Dios mío. Siempre aprendemos cosas nuevas sobre la gent...
—Basta de gilipolleces, Pau. He venido para hacerte un favor.
—¿Qué clase de favor? Porque a mí no me va tu rollo.
—¿Lo ves? A esto me refiero. Sé por qué estás cabreada; la poli te arrestó por el golpe que yo di. Así que supongo que te debo una. Martin sabe mucho de allanamientos, pero tú eres mejor con los sistemas de alarma. ¿Por qué no nos acompañas en el siguiente golpe?
—Me parece que no, germano.
—Ah, me parece que puedo convencerte. Sé que has hablado con tu padre. ¿No crees que todo el mundo se sentiría más seguro si estuvieras en el ajo? Incluso te daré un porcentaje. —La miró de arriba abajo—. Tal vez después podamos hacernos socios. ¿Quién sabe? Al fin y al cabo, con tu novio y tu nuevo trabajo, tienes acceso a los sitios más exclusivos y caros.
—¿Crees que no me di cuenta de eso cuando me lié con él? —se aventuró a decir, tanteando el camino que él estaba tomando—. Pero los ladrones de guante blanco trabajamos solos.
—No los que son listos. Si hubieras estado con nosotros en París el año pasado, tendrías tres millones de dólares americanos más en tu fondo de pensiones.
Pensando con rapidez, Paula le dirigió la misma mirada calculadora con la que él la había obsequiado un minuto antes. Le habían ofrecido previamente formar una sociedad, pero nunca alguien del nivel de Veittsreig. Si se hubiera tratado de una oferta directa, que no implicara otras circunstancias o ataduras, le habría dicho sin ambages que no trabajaba con armas... mucho menos con asesinos. Pero este tipo tenía el cuadro de Pedro, y si decía algo erróneo, podría estar poniendo en peligro a Martin y su tapadera.
—¿Vas a decirme cuál es el objetivo?
—No hasta que sepa que estás en esto y que podemos confiar en que no le pasarás la información a la policía a cambio de que retiren los cargos.
—Dudo que nada de lo que le dijera a la poli les convenciera de algo —dijo con franqueza, esperando que Garcia y su gente no la hubieran localizado a tiempo de ver este encuentro.
—Aun así, Martin pasó su iniciación en Munich hace un par de semanas... una preciosa escultura de Canova con un valor aproximado de un millón. Después ganó puntos extra con el Hogarth.
Paula inspiró pausadamente.
—¿Así que quieres que pase una iniciación? —preguntó—. ¿Cómo si nunca antes hubiera dado un golpe?
—Me gustaría estar seguro de que todavía das golpes, y que tendrás tanto que perder como los demás si aparece la policía. Acabaste con Sean O'Hannon. Hay quien dice que te lo cargaste.
—La estupidez de O'Hannon al trabajar con la gente equivocada fue lo que le mató —respondió. Todo el fiasco del robo de obras de arte de Pedro que les había unido y una de las razones de que decidera retirarse—. Eres tú quien ha acudido a mí. ¿Qué quieres?
Él sonrió, logrando parecer más aterrador que encantador.
—Quiero un regalo. Algo pequeño y brillante, y que valga por lo menos medio millón. Te haré una rebaja en el precio ya que no te he avisado con tiempo. De lo contrario tendrías que igualarte a tu padre.
—¿Y cuándo quieres el regalito?
—Hoy es viernes. Para el sábado estaría bien. Y quiero que el robo salga en las noticias. Nada de salir a comprar algo para engañarme.
—Por Dios. Estás paranoico, ¿verdad? ¿Y si digo que no?
—No es una opción Pau. Recuerda que sé que Martin te ha contado cosillas. No sé qué cosas, pero ahora estás dentro. O estás muerta. Así que, demuéstrame que puedo confiar en ti o te disparo aquí mismo.
¡Joder!
—¿Y si accidentalmente robo en el lugar que estás planeando para ese golpe tuyo sólo con invitación reservada?
—No lo harás. ¿Tenemos un trato?
—Tenemos un puto trato, germano. —Frunció los labios, adoptando una expresión pensativa y tratando de fingir que su cerebro no estaba a punto de implosionar y que el corazón no tenía palpitaciones—. ¿Puedes jurarme que si esto sale bien no tendré que dejar a Pedro? Al fin y al cabo, es mi pase VIP. Tengo que sacar tajada.
—Si sale bien, nadie sabrá nada. Te doy esta oportunidad por cortesía profesional y por respeto hacia Martin. ¿Estás conmigo o estás muerta?
Asintió con la cabeza, cruzando los dedos mentalmente.
—Será divertido trabajar de nuevo con Martin. Estoy contigo.
Veittsreig sonrió de nuevo.
—Sabía que no te habías reformado. Dame un número donde pueda localizarte.
Le dio el de su teléfono móvil.
—Se supone que sólo estaré en Nueva York otra semana. Si va a llevar más de eso, avísame para tener tiempo de inventarme una excusa.
—Estarás de vuelta en la acogedora Palm Beach a tiempo. —Le tomó la barbilla con sus largos dedos, alzándole la cara—. No se va a incluir a nadie más. Si me entero de algo, enviaré fotografías de este encuentro nuestro a la policía. Y no te equivoques conmigo, si me traicionas, me cargo a Martin, al ricachón de tu novio y a ti. ¿Queda claro?
Paula permitió que la retuviera donde estaba.
—Queda claro. Pero si intentas excluirme o dejarme sujetando la vela en todo esto, que sepas que no puedes ir a ningún lugar donde no pueda atraparte.
La soltó.
—Bien. Estamos los dos de acuerdo. Te veré el sábado. Si apruebas, te pondré al corriente de los detalles y te diré cuál es tu porcentaje.
—Siempre que no sea inferior al diez por ciento, creo que no habrá problemas.
Tras asentir y dibujar una sonrisa taimada, Veittsreig se dirigió calle abajo. Paula dejó salir el aliento. Y pensar que creyó que esa mañana con Pedro había sido el peor trago que había tenido que pasar en toda su vida.
Sin embargo, era obvio que iba a tener que emprender otro asalto con Sanchez y con él. Porque a pesar de lo que le hubiera prometido a Veittsreig, no iba a meterse en eso sin avisarles de a qué podrían estar enfrentándose.
Anduvo durante otra manzana, luego fingió mirar la hora en su reloj. Nicholas no era de los que se tiraban faroles, y le había creído cuando le dijo que estaban tomando fotografías de su encuentro. Eso significaba que había habido gente vigilando. Probablemente aún era así.
De acuerdo, así que ya sabía con quién trabajaba Martin y a quién buscaba la INTERPOL. Pero Nicholas se había llevado una obra de arte de su casa. Lo que ahora se preguntaba era para quién trabajaba él. Y ¿a quién narices iba a robar para conseguir entrar en la banda?
En menudo montón de mierda se había metido. Y la antigua y familiar descarga de adrenalina comenzaba a apoderarse de sus músculos. Sí, así era ella: una yonqui del peligro.
Independientemente de qué más sucediese, acababa de comprometerse a formar parte de un golpe lo bastante gordo como para contar de antemano con la atención de la INTERPOL, y realizar una hazaña ella sola. Y si la pillaban, no le cabía la menor duda de que acabaría en la sala de interrogatorios de Garcia de camino a la cárcel con una tarjeta de «vaya a la cárcel sin pasar por la salida y sin cobrar». Y pensar que un par de días antes había supuesto que visitar Nueva York como ciudadana que elude parcialmente la ley sería aburrido.