sábado, 20 de diciembre de 2014

CAPITULO 20




Pau se puso en pie, asintiendo con celeridad, y volvió a desparecer por el camino que llevaba a la casa. Supieran lo que supiesen, o creyeran saber sobre ella, podía esperar. 


Había hecho un trato y lo cumpliría. Tal como le había dicho a Gonzales, todo a su tiempo. Ya se preocuparía después sobre qué hacer con ella cuando esto acabara.


La gente tenía todo el derecho de proteger su propiedad, y de tratar de detener a cualquiera que intentara invadir sus dominios. Etienne había sido pretencioso y bastante codicioso, pero había comprendido las reglas y el peligro tan bien como ella.


Escuchar que lo habían encontrado flotando en el océano, acribillado a balazos… aquello no era morir en el cumplimiento del deber, ni siquiera para un ladrón.


Aquello no era más que un asesinato. Y eso no formaba parte del juego de nadie.


«Juego.» Todo esto había dejado de ser divertido en el momento de la gran explosión.


—¿Has encontrado algo más sobre Eti…? —comenzó a decir al tiempo que abría la puerta del despacho. Un tercer hombre se había unido a ellos, y Pau interrumpió la frase bruscamente—. Tú debes de ser Dante.


Pedro se había puesto en pie cuando ella entró en la sala, luciendo gala de su educación inglesa.


—Paula, te presento a mi asesor de arte, Dante Partino. Dante, mi nueva asesora de seguridad, Paula Chaves.


Dios, ojalá Pedro dejara de divulgar su nombre a todos de ese modo. Se sobresaltaba cada vez que lo escuchaba de sus labios.


—Hola. —Se conformó con aquello, tomando asiento al lado de Alfonso cuando éste la acompañó hacia la mesa—. ¿Qué sucede?


—Dante ha estado recopilando una lista de mis obras de arte dañadas o destruidas. Sólo quería que la escucharas.


—¿Intentas hacerme sentir culpable? —farfulló entre dientes.


—No. Tú no hiciste explotar nada. Quiero tu opinión.


Paula no veía razón para ello, pues su única preocupación era la bomba y quienquiera que hubiera deseado la losa de piedra… y, ahora, quienquiera que hubiera matado al hombre que se la había llevado. Aun así, sonrió.


—¿Asesora de seguridad? —repitió Partino, observándola del mismo modo en que lo había hecho Gonzales cuando se conocieron—. ¿De Myerson-Schmidt?


—No, es independiente —repuso Alfonso, lanzándole una mirada de velada diversión—. La señorita Chaves está especializada en la seguridad de objetos valiosos. Prosigue.


Partino leyó la lista, artículo por artículo, seguido cada uno de ellos por su origen, valor estimado actual en el mercado, grado de daño y, si era reparable, suma que costaría llevarlo a cabo. Conocía los objetos. Y Pau no pudo evitar recordar que su anfitrión poseía al menos otras tres residencias y que, por lo que ella sabía, todas estaban repletas de antigüedades y obras de arte. Para ella, aquello hubiera sido como la Navidad, el Cuatro de julio y Acción de gracias todo en uno.


Aunque no lograba concentrarse del todo en el prolongado soliloquio teniendo a Alfonso sentado tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo filtrarse en el suyo. Pau se preguntó que haría él si, sin más, le tomaba el rostro y le plantaba otro beso en su seria y severa boca.


«Sí, claro.» Este era el juego de Pedro, pero las apuestas eran mucho más elevadas para ella. «Ignora la atracción», se ordenó.


Ya estaba de mierda hasta el cuello como para pringarse más. Si podían disparar y matar a Etienne, también podía sucederle a ella. Pau se movió nerviosamente, inclinándose lentamente para mirar el papel que él sujetaba. Podría
sucederle a él.


—¿Hay algo que te llame la atención? —murmuró él, mirándola de soslayo.


Ella parpadeó.


—No. Todo es comercializable en igual medida… salvo la losa de piedra, la cual, al parecer, alguien quería de verdad.


—Señorita Chaves —repuso Partino—, no dudo de su experiencia, pero le aseguro que un coleccionista destacado reconocería el valor de cada objeto de esta colección.


—Dígaselo al tipo que se limitó a robar un único objeto y al que no le importó hacer que el resto volara por los aires.


Partino se movió nerviosamente.


—Yo no recomiendo la compra de obras de arte de mala calidad. Todo lo que allí había era de la mejor calidad.


—Usted cabrea a todo el mundo, ¿verdad? —le inquirió Gonzales a Pau, con una risita.


Aquello era el colmo.


—Bueno, aquí tenemos a Harvard, un tipo que no distinguiría un Rembrandt de un Degas —replicó ella—. Echémosle un vistazo.


Gonzales entrecerró los ojos.


—Sea lo que sea lo que estés intentando insinuar, no compre…


—A mí me invitaron a este espectáculo —espetó Pau, poniéndose en pie—. Sigan ustedes con los bises.


Esperando en parte que Alfonso la llamara para que volviese, se escabulló por la puerta y recorrió de nuevo el pasillo hasta su habitación. Alguien, probablemente Reinaldo, había llevado un cuenco de fruta fresca en la mesa de café, y cogió una manzana, la lanzó al aire y la atrapó mientras localizaba el mando de la enorme televisión y la encendía.


Tras un momento de búsqueda encontró la WNBT, la cadena detrás de la que iba Alfonso. Godzilla pisoteaba Tokio una vez más, esta vez en compañía del monstruo X y de Rodan. ¡Casi nada!


Veinte minutos más tarde el pomo de la puerta a su espalda sonó y giró.


Aunque estaba segura de quién se trataba, la costumbre y el marcado sentido de supervivencia le hizo lanzar una mirada por encima de su hombro.


—Cuando compras una cadena de televisión, ¿cambias el formato?


Alfonso cerró la puerta y echó el pestillo, luego se sentó pesadamente a su lado en el sillón y dejó dos latas de refresco en la mesa de café.


—No siempre. ¿Por qué?


—Antes de nada, ¿es que no usas posavasos? —le preguntó, inclinándose hacia delante y colocando dos posavasos con motivos florales debajo de las bebidas—. Ésta es una mesa de estilo georgiano, ¿sabes? De doscientos cincuenta años de antigüedad.


—Doscientos treinta y un años —la corrigió.


—En segundo lugar, ésta es la única cadena de por aquí que emite clásicos. — Señaló la enorme pantalla con los restos de la manzana en la mano—. Por ejemplo,ésta es la semana de Godzilla.


—Comprendo. —Cogió un melocotón y le dio un mordisco. El zumo le corrió por la barbilla, y se lo limpió con el pulgar, chupando distraídamente el líquido dulzón de éste—. Si contamos Godzilla como un clásico, naturalmente.


«Oh, ¡mmm!»


—La mayoría lo son. Algunas de las que se hicieron a finales de los setenta convirtieron a Godzilla en un vengador medioambiental lo que es una bobada.Después de todo, es un subproducto de las pruebas nucleares. Se supone que tiene que ser malo.


—¿Por qué robas? —preguntó Pedro de repente, su mirada seguía fija en los pendencieros monstruos.


Su curiosidad parecía sincera, pero cuanto más supiera sobre ella, más peligroso era.


—¿Por qué te casaste con tu ex? —repuso.


Alfonso se removió en su asiento.


—Tarde o temprano vas a confiar en mí lo suficiente como para contármelo — dijo desapasionadamente.


—Tarde o temprano harás lo que prometiste, y yo no estaré aquí —respondió, y a continuación lanzó el corazón de la manzana a la papelera que había junto a la puerta. «¡Dos puntos!»


—¿Quieres marcharte?


—¿Ahora?


—Sí, ahora mismo. Hoy. En este preciso instante. ¿Quieres irte?


«No.»


—Lo que quiero hacer —dijo pausadamente, ya que empezó a encontrar difícil por primera vez alzar la vista a su penetrante mirada plateada— es ir a Butterfly World.


Él se puso en pie, alargando el brazo y cogiéndola de la mano para levantarla y situarla a su lado.


—De acuerdo. Vámonos ya y tendremos tiempo de hacer un poco de turismo.


—Eres un tipo raro. —Pau no pudo evitar responder con una sonrisa a su risilla.


—Soy misterioso —corrigió él—. Deberías valorarme más.


Si le valoraba más de lo que ya comenzaba a hacerlo, ahora mismo ambos estarían desnudos en su cama prestada, y al cuerno con las consecuencias.




CAPITULO 19



Sábado, 10:39 a.m.


Tomas Gonzales y cuatro mensajes telefónicos aguardaban a Pedro en su despacho. Se llevó a Paula consigo, principalmente porque no quería que ella se largase a Butterfly Word sin él. Había sido un tonto al dudar, aunque no hubiera sido más que por un segundo, que pudiera desaparecer de su propiedad cada vez que a ella le apeteciera.


—Reinaldo dijo que habías ido a dar un paseo —comentó Gonsalez, estirando sus largas piernas mientras remoloneaba en uno de los sillones de la mesa deconferencias.


—Quería echar un vistazo a la seguridad exterior, que parece ser una mierda. — Pedro lanzó una fugaz mirada a Paula, que se había acercado a la ventana y estaba mirando el estanque. Apenas había dicho una palabra desde que se habían besado, así que, por lo visto, ninguno de los dos tenía la menor intención de disculparse por ello o poner alguna excusa. Sin embargo, unos momentos más de su mutua admiración y él hubiera necesitado una ducha fría otra vez.


—Es una mierda de alta tecnología —dijo Tomas, con la mirada fija también en la invitada—. Castillo quiere acercarse a mostrarte algunas fotos de Etienne DeVore
para ver si tú, o alguien de la finca, lo reconocen. Por lo visto este tipo tiene algunasórdenes de arresto pendientes por robo o por ser sospechoso de lo mismo en ocho países.


—¿Han dicho qué ocurrió? —preguntó Paula en voz queda, sin moverse.


Los pies de Gonzales golpearon el suelo.


—Entonces, le conocías. Estupendo. Esto es una convención de ladrones habituales. ¿Sacamos unas bebidas y unos aperitivos, o preferís entrar por la fuerza y serviros vosotros mismos?


—Basta, Tomas —dijo Pedro, atento aún a Paula mientras se preguntaba cuántos países podrían tener órdenes de arresto en relación a sus actividades nocturnas—. Eran amigos.


—Estupendo —repitió el abogado—. No, no sé qué ocurrió. Imagino que Castillo dispondrá de más información después de la autopsia.


—Etienne me llamó el jueves, después del allanamiento. Me advirtió que me mantuviera al margen de este trabajo y parecía bastante cabreado de que yo hubiera aparecido. Si le oyó la persona con quien estaba trabajando, entonces… —Tomó aire, enderezó los hombros y se volvió hacia ellos—. Entonces puede que le hayan matado por hablar. Si no, no tengo ni idea. Podría haber sido mala suerte, supongo.


—Pero no lo crees. —Pedro le ofreció otro refresco de la nevera del despacho, pero ella negó con la cabeza.


—Él no habría sido un blanco fácil para un extraño.


—¿Tenía él algún colega?


Pau le lanzó una fugaz sonrisa.


—Nadie en especial. Le gustaba trabajar directamente con el cliente.


—¿Estás completamente segura de que fue él quien se llevó la losa y colocó los explosivos? —preguntó Tomas.


Sus ojos perdieron el enfoque, como si estuviera pensando en algo distante, y Paula medio volvió a sonreír. Era una expresión triste y solitaria, y Pedro se agarró al respaldo de la silla para evitar acercarse a ella.


—Aunque no me hubiera llamado y lo hubiera prácticamente admitido, ya le había dicho a Alfonso que los ladrones del calibre de Etienne podían contarse con los dedos de una mano —dijo—. Me gustaría ver las grabaciones de vigilancia de la zona norte de los jardines.


—Lo haremos antes de marcharnos —dijo Pedro.


—¿Y adonde nos vamos? —inquirió Gonzales.


Paula resopló.


—Como que vamos a decírtelo.


—Nos vamos a hacer turismo —interrumpió Pedro, dejándose caer en un sillón—. ¿Qué más me has traído?


—Las primeras estimaciones del seguro por los objetos destruidos. Dante me traerá la lista oficial de las piezas de valor dentro de unos minutos para que pueda comparar el precio de mercado con lo que probablemente ofrecerán los tipos del seguro. También tengo algunas estadísticas de audiencia actualizadas para la compra de la WNBT. Connor las envió después de que cancelaras la cita. Me parece que le está poniendo nervioso que puedas echarte atrás.


—¿No se le ha ocurrido que pudiera tener algunos asuntos personales de qué ocuparme con la explosión de mi casa y todo eso?


Gonzales sonrió.


—Parece que no.


—Entonces, peor para él si deja que la demora abarate su precio.


Paula suspiró, y se apartó de la ventana.


—Todo esto es fascinante, pero no creo que me necesites.


—¿Y adónde vas? —preguntó Pedro, dispuesto a atarla a una silla si no respondía.


Ella se encogió de hombros.


—Prometí que no me llevaría nada de aquí —dijo, abriendo la puerta—, pero tienes vecinos, ¿verdad?


Pedro se levantó bruscamente.


—¡Paula! Mi casa no va a convertirse en tu nueva base de operaciones. No vas a robar a mis vecinos.


La mirada que ésta le lanzó era, como mínimo, furiosa y divertida a partes iguales.


—Estaba de broma. Poseo algo de autocontrol. Estaré fuera junto al estanque, o por ahí, dando una vuelta. —Se detuvo a medio salir por la puerta—. Pero ten cuidadito con a quién das órdenes, Alfonso. Nuestro acuerdo únicamente incluye tu finca. En cuanto al resto del mundo, haré lo que me dé la gana. Un filete y algunas latas de Coca-Cola baja en calorías no significan que seas mi dueño.


Cuando ella se hubo marchado y cerrado la puerta tras de sí, Pedro tomó asiento de nuevo.


—Maldita sea.


—Es una ladrona, Pedro. Ahora le has encontrado una utilidad, lo que está bien, supongo, pero…


—Pero ¿qué? —replicó Pedro, su temperamento estalló antes de que pudiera controlarlo—. ¿No puedo salvarla? ¿Crees que es un proyecto de caridad o algo por el estilo?


—Eres un filántropo. Tal vez no puedas evitarlo.


Con una sonrisa forzada Pedro apartó uno de los montones de documentos que Gonzales le había llevado para que revisara.


—Paula no es la única que posee autocontrol. Pero yo también haré lo que me venga en gana.


—No me toques las narices; yo sólo trabajo para ti.


—Lo sé, lo sé. Por teléfono dijiste que habías averiguado algo sobre su padre.


El problema no era Gonzales, y ni siquiera lo era Paula Chaves A medida que iban conociéndose mejor, Pedro quería excusar lo que ella hacía: Pau había
tenido una infancia terrible; le daba los beneficios a los pobres; alguien le había chantajeado para que se pasara a la vida delictiva. Por otra parte, sentía que nada de eso era cierto. Era una ladrona porque le gustaba serlo. Y era muy buena en ello.


Fuera lo que fuese lo que su padre había hecho —y, a juzgar por la reacción de Castillo al escuchar su nombre, papá Chaves había sido un ladrón de indudable notoriedad— ella era una mujer inteligente. Si hubiera querido buscarse otra carrera distinta, podría y lo hubiera hecho.


—De acuerdo. Me debían unos favores en la oficina del fiscal del distrito y encontramos a un Martin Chaves que cumplió cinco años de una condena de treinta en una prisión de máxima seguridad. —Tomas apartó algunos papeles más y los hojeó—. Supongo que era de máxima seguridad porque se evadió de todas las demás. Tres veces.


—¿Qué fue lo que hizo?


—Robar cosas. Muchas cosas. De todas partes, al parecer. Y hay cierto consenso en que se libró de mucho más de lo que se le encontró culpable. Florencia y Roma expelieron una orden de extradición conjunta en 2002, que retiraron posteriormente.


—¿Por qué?


—Porque murió en la cárcel aquel año. De un ataque al corazón según el informe de la autopsia. —Gonzales alzó la mirada hacia él—. ¿Recuerdas todo aquel fiasco del robo de la Mona Lisa hace un par de años?


—¿Fue él? ¡Dios! —Una espantosa idea le provocó escalofríos—. Fue él,¿verdad? ¿No fue ella?


—Fue uno de los trabajos por los que le condenaron. Además, ¿cuántos años tiene tu señorita Chaves? ¿Veinticuatro, veinticinco? Dudo que pudiera llevarlo a
cabo a los dieciséis, Pedro. Sospechan que tuvo un socio en algunos de sus trabajos, pero él jamás señaló a nadie. Pero si fue ella, no se trata de una simple carterista.


—Ya me doy cuenta.


Pedro, hablo en serio. Roban a personas muy ricas y poderosas. Y la mayoría de lo que roban nunca vuelve a ser visto. ¡Las Joyas de la Corona, Monet originales, el diario de a bordo del Mayflower!


Pedro se recostó, y volvió la vista hacia la ventana. Ella estaba ahí fuera, sentada en un banco de cara al estanque y lanzando lo que parecían migajas de pan a los peces que allí moraban y a los patos que pasaban por allí. Le había dicho que la admiraba, y así era; no por su carrera, sino por el brío que mostraba y su evidente destreza.


—Así que lo único que voy a decir es que cuando esto termine y la hayas librado por haber entrado aquí, no va a convertirse en una maestra de escuela.


—Déjalo, Tomas.


—La próxima vez que se lleve algo, será porque le mentiste a la policía y la dejaste en…


—Déjalo. Ya. —inhaló profunda y pausadamente—. Todo a su tiempo.


—Bueno, pues aquí tengo otra cosa para ti. —Gonzales le acerco la sección de sucesos y moda del Palm Beach Post—. Página tres.


Ya sabía a lo que estaba dedicada la página tres. Era la página de sociedad, en la que figuraban fotos de los más ricos y famosos que se encontraban en Palm Beach y de con quién se lo montaban o de lo que estaban haciendo. 


Parecía que justo después de su divorcio todos y cada uno de los tabloides internacionales le mostraban con una mujer diferente cada día, tanto si en verdad la conocía como si no se trataba más que de un cruce fortuito en la calle. Una vez que Gonzales hubo interpuesto una docena de demandas se habían vuelto un poco más precavidos, pero en el año y
medio posterior, él se había vuelto un poco menos cauto. Él divorcio no le había convertido en un monje, por el amor de Dios.


La foto era bastante buena, considerando la distancia a la que se había encontrado el fotógrafo de la limusina. Gonzales estaba apoyado contra el coche mientras que él estaba en pie con una ligera sonrisa, hablando con una «mujer misteriosa» que, por fortuna, estaba parcialmente de espaldas a la cámara.


—No le cuentes nada de esto.


—No voy a decirle nada. Eso es tarea tuya.


Cerró el periódico tras echarle un último vistazo y se lo devolvió a Tomas.


De acuerdo. Enséñame el informe del seguro.


Habían pasado de la compensación por las pérdidas estimadas a revisar el coste de la reparación de los daños de las paredes y el suelo de la galería cuando Dante llamó a la puerta.


Pedro, Tomas —dijo, inclinándose parcialmente mientras se sentaba a la mesa—.He elaborado un nuevo inventa…


—¿Ha desaparecido algo más a parte de la losa de piedra? —le interrumpió Pedro. Si habían desaparecido más objetos, su asociación con Paula iba a verse alterada. Había comenzado a confiar en ella… o, al menos, en su opinión acerca del robo. Si le había mentido…


—Únicamente se llevaron la losa. Aunque el daño a otras piezas es inmenso.Yo…


—Espera un minuto.


Pedro se levantó y se acercó a la ventana. No faltaba nada más, gracias a Dios.


Su alivio era incomprensible; Tomas había dicho que ella había causado mucho daño en otros lugares. Pero se sentía aliviado.


Nunca la habían arrestado por nada… lo sabía. Y, por otra parte, era muy consciente de que había hecho parte al menos de lo que Tomas afirmaba. Era demasiado buena, demasiado experta para que él se engañara pensado por un sólo momento que aquél era el primer trabajo que había llevado a cabo. Y él no había logrado alcanzar el éxito ignorando la realidad.


Desechó el cierre de una de las ventanas y la abrió.


—¡Paula!


Ella se sobresaltó, mirando hacia él por encima del hombro.


—¿Nos acompañas un momento?