sábado, 20 de diciembre de 2014
CAPITULO 19
Sábado, 10:39 a.m.
Tomas Gonzales y cuatro mensajes telefónicos aguardaban a Pedro en su despacho. Se llevó a Paula consigo, principalmente porque no quería que ella se largase a Butterfly Word sin él. Había sido un tonto al dudar, aunque no hubiera sido más que por un segundo, que pudiera desaparecer de su propiedad cada vez que a ella le apeteciera.
—Reinaldo dijo que habías ido a dar un paseo —comentó Gonsalez, estirando sus largas piernas mientras remoloneaba en uno de los sillones de la mesa deconferencias.
—Quería echar un vistazo a la seguridad exterior, que parece ser una mierda. — Pedro lanzó una fugaz mirada a Paula, que se había acercado a la ventana y estaba mirando el estanque. Apenas había dicho una palabra desde que se habían besado, así que, por lo visto, ninguno de los dos tenía la menor intención de disculparse por ello o poner alguna excusa. Sin embargo, unos momentos más de su mutua admiración y él hubiera necesitado una ducha fría otra vez.
—Es una mierda de alta tecnología —dijo Tomas, con la mirada fija también en la invitada—. Castillo quiere acercarse a mostrarte algunas fotos de Etienne DeVore
para ver si tú, o alguien de la finca, lo reconocen. Por lo visto este tipo tiene algunasórdenes de arresto pendientes por robo o por ser sospechoso de lo mismo en ocho países.
—¿Han dicho qué ocurrió? —preguntó Paula en voz queda, sin moverse.
Los pies de Gonzales golpearon el suelo.
—Entonces, le conocías. Estupendo. Esto es una convención de ladrones habituales. ¿Sacamos unas bebidas y unos aperitivos, o preferís entrar por la fuerza y serviros vosotros mismos?
—Basta, Tomas —dijo Pedro, atento aún a Paula mientras se preguntaba cuántos países podrían tener órdenes de arresto en relación a sus actividades nocturnas—. Eran amigos.
—Estupendo —repitió el abogado—. No, no sé qué ocurrió. Imagino que Castillo dispondrá de más información después de la autopsia.
—Etienne me llamó el jueves, después del allanamiento. Me advirtió que me mantuviera al margen de este trabajo y parecía bastante cabreado de que yo hubiera aparecido. Si le oyó la persona con quien estaba trabajando, entonces… —Tomó aire, enderezó los hombros y se volvió hacia ellos—. Entonces puede que le hayan matado por hablar. Si no, no tengo ni idea. Podría haber sido mala suerte, supongo.
—Pero no lo crees. —Pedro le ofreció otro refresco de la nevera del despacho, pero ella negó con la cabeza.
—Él no habría sido un blanco fácil para un extraño.
—¿Tenía él algún colega?
Pau le lanzó una fugaz sonrisa.
—Nadie en especial. Le gustaba trabajar directamente con el cliente.
—¿Estás completamente segura de que fue él quien se llevó la losa y colocó los explosivos? —preguntó Tomas.
Sus ojos perdieron el enfoque, como si estuviera pensando en algo distante, y Paula medio volvió a sonreír. Era una expresión triste y solitaria, y Pedro se agarró al respaldo de la silla para evitar acercarse a ella.
—Aunque no me hubiera llamado y lo hubiera prácticamente admitido, ya le había dicho a Alfonso que los ladrones del calibre de Etienne podían contarse con los dedos de una mano —dijo—. Me gustaría ver las grabaciones de vigilancia de la zona norte de los jardines.
—Lo haremos antes de marcharnos —dijo Pedro.
—¿Y adonde nos vamos? —inquirió Gonzales.
Paula resopló.
—Como que vamos a decírtelo.
—Nos vamos a hacer turismo —interrumpió Pedro, dejándose caer en un sillón—. ¿Qué más me has traído?
—Las primeras estimaciones del seguro por los objetos destruidos. Dante me traerá la lista oficial de las piezas de valor dentro de unos minutos para que pueda comparar el precio de mercado con lo que probablemente ofrecerán los tipos del seguro. También tengo algunas estadísticas de audiencia actualizadas para la compra de la WNBT. Connor las envió después de que cancelaras la cita. Me parece que le está poniendo nervioso que puedas echarte atrás.
—¿No se le ha ocurrido que pudiera tener algunos asuntos personales de qué ocuparme con la explosión de mi casa y todo eso?
Gonzales sonrió.
—Parece que no.
—Entonces, peor para él si deja que la demora abarate su precio.
Paula suspiró, y se apartó de la ventana.
—Todo esto es fascinante, pero no creo que me necesites.
—¿Y adónde vas? —preguntó Pedro, dispuesto a atarla a una silla si no respondía.
Ella se encogió de hombros.
—Prometí que no me llevaría nada de aquí —dijo, abriendo la puerta—, pero tienes vecinos, ¿verdad?
Pedro se levantó bruscamente.
—¡Paula! Mi casa no va a convertirse en tu nueva base de operaciones. No vas a robar a mis vecinos.
La mirada que ésta le lanzó era, como mínimo, furiosa y divertida a partes iguales.
—Estaba de broma. Poseo algo de autocontrol. Estaré fuera junto al estanque, o por ahí, dando una vuelta. —Se detuvo a medio salir por la puerta—. Pero ten cuidadito con a quién das órdenes, Alfonso. Nuestro acuerdo únicamente incluye tu finca. En cuanto al resto del mundo, haré lo que me dé la gana. Un filete y algunas latas de Coca-Cola baja en calorías no significan que seas mi dueño.
Cuando ella se hubo marchado y cerrado la puerta tras de sí, Pedro tomó asiento de nuevo.
—Maldita sea.
—Es una ladrona, Pedro. Ahora le has encontrado una utilidad, lo que está bien, supongo, pero…
—Pero ¿qué? —replicó Pedro, su temperamento estalló antes de que pudiera controlarlo—. ¿No puedo salvarla? ¿Crees que es un proyecto de caridad o algo por el estilo?
—Eres un filántropo. Tal vez no puedas evitarlo.
Con una sonrisa forzada Pedro apartó uno de los montones de documentos que Gonzales le había llevado para que revisara.
—Paula no es la única que posee autocontrol. Pero yo también haré lo que me venga en gana.
—No me toques las narices; yo sólo trabajo para ti.
—Lo sé, lo sé. Por teléfono dijiste que habías averiguado algo sobre su padre.
El problema no era Gonzales, y ni siquiera lo era Paula Chaves A medida que iban conociéndose mejor, Pedro quería excusar lo que ella hacía: Pau había
tenido una infancia terrible; le daba los beneficios a los pobres; alguien le había chantajeado para que se pasara a la vida delictiva. Por otra parte, sentía que nada de eso era cierto. Era una ladrona porque le gustaba serlo. Y era muy buena en ello.
Fuera lo que fuese lo que su padre había hecho —y, a juzgar por la reacción de Castillo al escuchar su nombre, papá Chaves había sido un ladrón de indudable notoriedad— ella era una mujer inteligente. Si hubiera querido buscarse otra carrera distinta, podría y lo hubiera hecho.
—De acuerdo. Me debían unos favores en la oficina del fiscal del distrito y encontramos a un Martin Chaves que cumplió cinco años de una condena de treinta en una prisión de máxima seguridad. —Tomas apartó algunos papeles más y los hojeó—. Supongo que era de máxima seguridad porque se evadió de todas las demás. Tres veces.
—¿Qué fue lo que hizo?
—Robar cosas. Muchas cosas. De todas partes, al parecer. Y hay cierto consenso en que se libró de mucho más de lo que se le encontró culpable. Florencia y Roma expelieron una orden de extradición conjunta en 2002, que retiraron posteriormente.
—¿Por qué?
—Porque murió en la cárcel aquel año. De un ataque al corazón según el informe de la autopsia. —Gonzales alzó la mirada hacia él—. ¿Recuerdas todo aquel fiasco del robo de la Mona Lisa hace un par de años?
—¿Fue él? ¡Dios! —Una espantosa idea le provocó escalofríos—. Fue él,¿verdad? ¿No fue ella?
—Fue uno de los trabajos por los que le condenaron. Además, ¿cuántos años tiene tu señorita Chaves? ¿Veinticuatro, veinticinco? Dudo que pudiera llevarlo a
cabo a los dieciséis, Pedro. Sospechan que tuvo un socio en algunos de sus trabajos, pero él jamás señaló a nadie. Pero si fue ella, no se trata de una simple carterista.
—Ya me doy cuenta.
—Pedro, hablo en serio. Roban a personas muy ricas y poderosas. Y la mayoría de lo que roban nunca vuelve a ser visto. ¡Las Joyas de la Corona, Monet originales, el diario de a bordo del Mayflower!
Pedro se recostó, y volvió la vista hacia la ventana. Ella estaba ahí fuera, sentada en un banco de cara al estanque y lanzando lo que parecían migajas de pan a los peces que allí moraban y a los patos que pasaban por allí. Le había dicho que la admiraba, y así era; no por su carrera, sino por el brío que mostraba y su evidente destreza.
—Así que lo único que voy a decir es que cuando esto termine y la hayas librado por haber entrado aquí, no va a convertirse en una maestra de escuela.
—Déjalo, Tomas.
—La próxima vez que se lleve algo, será porque le mentiste a la policía y la dejaste en…
—Déjalo. Ya. —inhaló profunda y pausadamente—. Todo a su tiempo.
—Bueno, pues aquí tengo otra cosa para ti. —Gonzales le acerco la sección de sucesos y moda del Palm Beach Post—. Página tres.
Ya sabía a lo que estaba dedicada la página tres. Era la página de sociedad, en la que figuraban fotos de los más ricos y famosos que se encontraban en Palm Beach y de con quién se lo montaban o de lo que estaban haciendo.
Parecía que justo después de su divorcio todos y cada uno de los tabloides internacionales le mostraban con una mujer diferente cada día, tanto si en verdad la conocía como si no se trataba más que de un cruce fortuito en la calle. Una vez que Gonzales hubo interpuesto una docena de demandas se habían vuelto un poco más precavidos, pero en el año y
medio posterior, él se había vuelto un poco menos cauto. Él divorcio no le había convertido en un monje, por el amor de Dios.
La foto era bastante buena, considerando la distancia a la que se había encontrado el fotógrafo de la limusina. Gonzales estaba apoyado contra el coche mientras que él estaba en pie con una ligera sonrisa, hablando con una «mujer misteriosa» que, por fortuna, estaba parcialmente de espaldas a la cámara.
—No le cuentes nada de esto.
—No voy a decirle nada. Eso es tarea tuya.
Cerró el periódico tras echarle un último vistazo y se lo devolvió a Tomas.
—De acuerdo. Enséñame el informe del seguro.
Habían pasado de la compensación por las pérdidas estimadas a revisar el coste de la reparación de los daños de las paredes y el suelo de la galería cuando Dante llamó a la puerta.
—Pedro, Tomas —dijo, inclinándose parcialmente mientras se sentaba a la mesa—.He elaborado un nuevo inventa…
—¿Ha desaparecido algo más a parte de la losa de piedra? —le interrumpió Pedro. Si habían desaparecido más objetos, su asociación con Paula iba a verse alterada. Había comenzado a confiar en ella… o, al menos, en su opinión acerca del robo. Si le había mentido…
—Únicamente se llevaron la losa. Aunque el daño a otras piezas es inmenso.Yo…
—Espera un minuto.
Pedro se levantó y se acercó a la ventana. No faltaba nada más, gracias a Dios.
Su alivio era incomprensible; Tomas había dicho que ella había causado mucho daño en otros lugares. Pero se sentía aliviado.
Nunca la habían arrestado por nada… lo sabía. Y, por otra parte, era muy consciente de que había hecho parte al menos de lo que Tomas afirmaba. Era demasiado buena, demasiado experta para que él se engañara pensado por un sólo momento que aquél era el primer trabajo que había llevado a cabo. Y él no había logrado alcanzar el éxito ignorando la realidad.
Desechó el cierre de una de las ventanas y la abrió.
—¡Paula!
Ella se sobresaltó, mirando hacia él por encima del hombro.
—¿Nos acompañas un momento?
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