lunes, 22 de diciembre de 2014

CAPITULO 24




Varias de las turistas lanzaron fugaces miradas a Alfonso por encima del hombro de sus esposos o por entre los helechos de bosques tropicales. Pau no estaba segura de si se debía a que le habían reconocido o a que estaba particularmente guapo, de un modo depredador y cavernícola, pero hubo de reconocer una fugaz sensación de satisfacción. Él deseaba a Paula Chaves. 


«¡Moríos de envidia, chatas!»


—Mira las mariposas —le indicó—. Para eso hemos venido aquí.


Su mano se tensó en la de ella y acto seguido se relajó.


—¿Alguna señal de tu colega?


—Todavía no. Es probable que esté en los jardines detrás del aviario principal.—Una brillante mariposa azul del tamaño de una postal revoloteó y se posó en el oscuro pelo de Alfonso—. No te muevas. Tienes un amigo.


—Genial.


Pau rio entre dientes.


—Ojalá tuviera una cámara de fotos. ¿Cómo son los excrementos de las mariposas?


Pedro sacudió la cabeza con cuidado y la mariposa se alejó revoloteando por la cálida selva artificial. La música clásica que sonaba suavemente de fondo parecía apropiada y divertida a la vez… todo el mundo llevaba un crítico en su interior. Bajo el alto techo abovedado cientos de mariposas de todos los colores y tamaños aleteaban entre los árboles y las flores, mientras una fina y cálida neblina brotaba de
unos dispositivos ocultos en las paredes y entre el follaje tropical.


—Esto es muy bonito —dijo Alfonso, haciéndose eco de sus pensamientos.


—Tal vez deberíamos haber venido antes.


—Quizá debamos regresar y hacer turismo de verdad.


—Mmm. ¿Como una cita? —murmuró.


—Podría alquilarlo después de cerrar. Lo tendríamos todo para nosotros solos.


Pau no pudo evitar imaginarse despatarrada entre los helechos con Alfonso sobre ella y las mariposas revoloteando sobre sus cabezas.


—Muestra un poco de comedimiento, ¿quieres?


Su sonrisa hizo que se humedeciera.


—Estoy haciendo gala de una gran dosis de comedimiento. —Se encaminaron por el serpenteante sendero de la cúpula hacia las puertas del fondo procurando no apresurarse—. ¿No vas a decirme cómo es Sanchez?


Paula le divisó a través de la alambrada transparente de la bóveda, sentado en un banco en el jardín de rosas. El alivio que se apoderó de ella fue tan intenso que le hizo estremecerse. Alfonso, que la tenía cogida de la mano, redujo el paso y bajó la mirada hacia ella.


—¿Qué sucede?


—Sanchez es una mezcla de Hulk Hogan —dijo, soltándose de su mano y poniéndose nuevamente en marcha— y Diana Ross, con una nariz que le han roto un centenar de veces y una pequeña cruz de plata colgada del cuello.


Atravesó las dos puertas y tomó el camino de la izquierda, junto al letrero que rezaba JARDÍN DE ROSAS INGLESAS. Redujo el paso cuando Alfonso se puso de nuevo a su par. Las precauciones que había tomado para concertar la cita no servirían de nada si ahora ella se precipitaba.


Sanchez la vio y se puso en pie, luego avistó a Alfonso de su brazo. Dio media vuelta de inmediato y comenzó a caminar en dirección contraria. Tenían una palabra clave para decir «todo despejado», pero Pau dudó antes de pronunciarla en alto.


Nada estaba despejado y que Alfonso estuviera allí no les hacía bien a ninguno de los dos. Pero había dado su palabra de que el tipo rico y ella eran compañeros, y si se
marchaba sin hablar con Sanchez, iba a explotar por dentro.


—¿Qué me dices de los Dolphins? —dijo, mirando a Alfonso y alzando la voz lo suficiente para que la oyera.


—¿Qué?


—Cierra el pico y sígueme el juego —le dijo entre dientes—. ¿Crees que esta vez se harán con la Súper Copa?


—Ah, bueno, ahora que Dan Quayle…


—Marino.


—… que Marino se ha retirado, no lo sé.


—Eres fan de los Dolphins, ¿verdad? —dijo una profunda y musical voz por encima del hombro de Pau.


Ella apuntó a Alfonso con el dedo.


—Oh, es foráneo, pero estoy trabajando en ello. Te presento a Pedro Alfonso.


—Soy Walter. —Sanchez le ofreció la mano de modo amistoso a pesar de la bofetada que suponían sus palabras—. Te has vuelto loca, Pau. No pueden vernos a
los tres juntos.


Después de que Alfonso le estrechara la mano a Sanchez, Pau hizo lo mismo, el hombre le apretó sus largos y ágiles dedos un momento más de lo necesario.


—¿Te has enterado de lo de Etienne?


—Lo he oído. Y hasta que me llamaste pensé que tu cadáver sería el siguiente en aparecer en la playa. —La emoción estaba profundamente enterrada en su voz, pero Pau le conocía lo suficiente para apreciarlo.


—Me telefoneó justo antes de que la pasma apareciera en mi casa, y básicamente me dijo que yo estaba de mierda hasta el cuello. ¿Sabes para quién trabajaba? —El sentimentalismo podía esperar hasta más tarde.


Sanchez echó una ojeada a Alfonso.


—Primero necesito una pequeña explicación, cariño.


—Paula y yo tenemos un acuerdo —intercedió Alfonso—. Ella me ayuda a descubrir quién trató de volar mi casa por los aires y por qué, y yo la libro de cualquier cargo por allanamiento de morada y homicidio.


—Ella te salvó la vida, ¿sabes?


—Lo sé. Por eso estoy aquí.


—Le dije que perder el tiempo en arrastrarte escaleras abajo no podía ser buena idea, y es posible que se haya metido en problemas por ser amable; pero Pau no puede soportar matar siquiera a una mosca.


—Sanchez, cierra el pico —dijo bruscamente. Estupendo. Sus más profundos secretos al descubierto—. Supongo que el cliente de Etienne o el intruso es quien lo mató. ¿Tienes alguna idea de para quién trabajaba?


—Está bien. De acuerdo. Para alguien europeo. Etienne llegó en avión desde el extranjero. Si estaba trabajando por mediación de un agente, lo descubriré, pero no creo que fuera así. Odiaba tener que compartir la comisión como intermediario.


Alfonso resopló con indignación ante el modo de expresarse de Sanchez, pero ella apenas le dedicó un breve vistazo.


—Y ahora la arriesgada pregunta final, Sanchez. ¿Quién nos contrató?


—¿No lo sabes? —susurró Alfonso, agarrándola del codo.
Sanchez dio medio paso atrás y se aclaró la garganta.


—Recibí una llamada a través de O'Hannon. Le telefoneé tan pronto ocurrió esta mierda, pero me colgó. Ya no responde al teléfono.


Pau fulminó con la mirada a su intermediario. «¡Maldita sea!»


—¿Aceptaste un trabajo de terceros? ¿Por qué no lo dijiste?


—Porque el dinero era mucho y porque no lo hubieras aceptado si te lo hubiera dicho. Conozco a O'Hannon desde hace quince años.


—Tienes razón. Jamás habría trabajado para O'Hannon. ¡Joder! Es escoria, Sanchez. Averigua para quién estaba intercediendo.


El armario de dos puertas asintió.


—¿Cómo me pongo en contacto contigo?


—Llámame al móvil —dijo Alfonso, anotando el número en el dorso de su entrada—. No está registrado.


—¿Te parece bien, Pau?


—No me lo parece, pero es el modo más seguro de hacerlo. Tenemos que desentrañar esto, Sanchez. Cuanto antes mejor.


Sanchez se la quedó mirando durante un momento.


—¿Puedo hablarte en privado, Pau?


—Nada de secretos —replicó Alfonso, apretando la mandíbula.


—Vamos —espetó, zafándose de él—. Enseguida vuelvo.


—Pau…


—Espera aquí —regalándole una lenta sonrisa, se acercó más a él—.Pedro— ronroneó.


Sanchez y ella se alejaron unos cuantos metros por el camino, y continuaron paseando entre las fragantes rosas. Alfonso se sentó en el banco vacío, lo bastante cabreado como para masticar ladrillos, pero se merecía al menos un punto o dos por quejarse ahí.


—¿Qué coño te pasa, Pau? —gruñó Sanchez, tan pronto como no pudieron oírles.


No tenía tiempo para hacerse la tonta.


—Supongo que te refieres al tipo rico. Es… necesario, por el momento.


Él la miró ladeando la cabeza.


—¿Necesario, para qué? ¿Para tu seguridad? Cielo, hay dos hombres muertos, ambos vinculados con esa losa de piedra, con esa casa… y con ese tipo.


—Lo sé.


Sanchez la tomó nuevamente de la mano con el ceño fruncido.


—No lo entiendo, pero confío en ti.


Ella le dio un apretoncito en los dedos.


—Bueno, me alegra oírlo.


—Todo ha ido mal desde el principio, y es culpa mía, pero sabes que enredarte con él es buscar problemas.


—¿Qué es lo que sabes? —respondió—. En serio.


—Algo se fue a la mierda. O'Hannon estaba aterrorizado cuando le llamé, y no se me ocurre un solo motivo por el que Etienne empleara algo tan chapucero como los explosivos sin razón alguna.


—Todo este asunto me preocupa. Continúa indagando. Esa tablilla de piedra desapareció de la finca, así que a menos que Etienne la escondiera, alguien la tiene. Avísame si te enteras de que alguien la ofrece o la compra. Tú te enteras de todo, avísame.


—¿Y vas a quedarte con el chico rico hasta que resuelvas este misterio?


—No lo sé.


—Está bien, me he dado cuenta de cómo te mira, Pau. No está pensando en lo que es mejor para ti. Es un tipo que consigue lo que quiere, sin importarle las consecuencias.


Pau no estaba muy segura de eso, pero estaba fantaseando con tener sexo con Alfonso.


—Tendré cuidado, Sanchez, Siempre lo tengo. Haz lo que puedas.


—De acuerdo. ¡Joder!


Se dio media vuelta, pero ella le agarró del brazo.


—Y ten cuidado, ¿de acuerdo? —susurró—. Eres mi única familia.


Sanchez le brindó una rápida sonrisa preocupada.


—Nena, lo siento por ti.


Le vio perderse de vista, luego volvió con Alfonso.


—¿Terminamos el recorrido por el jardín?


—No me gustan los secretos, Paula —Tenía el rostro inmutable y no dio señales de levantarse del banco.


—Tú tienes una vida aparte de esto —respondió acaloradamente—. Bueno, pues yo también. Conozco a Sanchez de toda lo vida. Está preocupado por mí, ¿de acuerdo? —Se retiró un mechón de pelo de la cara con un soplido y le ofreció la mano.


Pedro alzó el brazo y la tomó de los dedos.


—Para mi sorpresa —dijo, poniéndose en pie—. Resulta que yo también me preocupo por ti.


CAPITULO 23




Pedro parecía ir comprendiendo sus pequeños trucos y peculiaridades con alarmante celeridad, pero Pau ya había advertido que no era ningún inepto. Sanchez y ella tendrían que cambiar todas sus contraseñas y claves, pero eso ya lo habían hecho antes, cuando su padre fue arrestado. Era un latazo, aunque imprescindible para seguir a salvo.


Pau no pudo evitar echar un vistazo por encima del hombro ruando llegaron a la taquilla, pero no entró ningún coche beis en el aparcamiento. Alfonso había superado el récord de velocidad terrestre, de modo que no creía que nadie que no fuera de la NASA pudiera haberles seguido. Sin embargo, no echar una mirada le hubiera puesto nerviosa.


—Dos adultos, por favor —le decía Alfonso a la joven de la taquilla.


—Sólo les queda una hora antes de cerrar —dijo la chica con un suave acento sureño.


—Está bien.


—Son 29,90$.


Él sacó los billetes del bolsillo de sus ajustados vaqueros antes de que Pau pudiera objetar, y cogió las entradas y el cambio con una sonrisa. Volvió a tomarla de la mano, conduciéndola haría la entrada.


—Fíjate que he pagado al contado —murmuró, acercándose más—, porque alguien podría rastrear una compra realizada con tarjeta de crédito.


A Pau se le puso la carne de gallina en los brazos.


—Aprendes rápido, Alfonso —dijo, esperando que Sanchez no les estuviera observando. Se estremeció cuando su boca le rozó la oreja. Los músculos se le contrajeron y se obligó a respirar lentamente. «¡Basta!», se ordenó mientras entraban
en el Butterfly World.


Unas puertas dobles protegían el aviario, impidiendo que escaparan las mariposas. Cruzaron la primera y quedaron atrapados en medio cuando Alfonso la acercó más a sí.


—Di mi nombre —le ordenó con voz grave.


—Vamos, Sanchez estará esperando.


—Dilo.


—Tenemos que…


—Dilo, Paula.


—Tienes que controlarlo todo, ¿verdad? —Se obligó a reír entre dientes—. Tío, debe sacarte de quicio no poder obligarme a hacer algo que no quie…


Él bajó la boca hasta la suya, rodeándole la cintura con la mano libre y apretándola contra su plano y musculoso abdomen. El calor descendió como un rayo por su espalda mientras los labios de Pedro se amoldaban a los suyos. No era un beso indeciso como aquel primero que le había dado en su jardín. Este beso le decía exactamente lo que quería y cuánto la deseaba. Y lo mejor y peor de todo era que ella
también lo deseaba.


La cálida humedad del aviario pendía en el oscuro vestíbulo, silencioso, tenue y cerrado. Pedro le empujó la espalda contra la puerta interior, su boca implacable y exigente contra la de ella, cambiando de posición, moviéndose y absorbiéndola.


—Tranquilo, Tarzán —acertó a decir, tragando una bocanada del aire húmedo y caliente—. Alguien podría vern…


—Di mi nombre —repitió, buscando su labio inferior con los dientes.


«¡Dios bendito!»


Pedro—farfulló con voz gutural, su mente se iba sumiendo en la húmeda bruma de Alfonso mientras la apretaba con más fuerza contra la puerta—. ¿Estás conte…?


Su trasero topó contra el pomo y la puerta interior se abrió, impulsada por la presión de los dos. Ambos entraron torpemente en el aviario con las bocas todavía unidas.


Algunos de los rezagados turistas se volvieron a mirarlos con curiosidad, y ella rio despreocupadamente, tomándole de la mano y meciéndola con aire juguetón.


—Somos recién casados —dijo a nadie en particular. 


Aquello no resultó nada fácil, sobre todo cuando no tenía resuello y prácticamente estaba teniendo un orgasmo sólo con un beso suyo, pero pareció funcionar.


No había dado más de tres pasos cuando Pedro volvió a atraerla hacia sí.


—Quédate cerca, Paula.


—Hum, ¿También éste ha sido un beso de admiración, Alfonso? —le respondió en un susurro.


—No, ha sido de lujuria. ¿A qué ha venido eso de tararear y balancear las manos?


—Nos mezclamos. Y fuiste tú quien empezó. Yo acababa de sugerir lo del sombrero, pero entonces tuviste que devorarme entera.


—También tú me devorabas. ¿Acaso ha sido fingido? ¿Debería agradecerte que no me arrojaras a la piscina? —continuó en voz baja.


—Lo habría hecho si hubiera querido —replicó entre susurros, tirando de él—.Vamos, cariño.


—¿Fue fingido, Chaves? —insistió.


—Tal vez —«¡Hombres!»—. No dejes que la testosterona se te dispare, Alfonso.Ya va a ser suficientemente difícil de lograr contigo como compañero. No necesito otra complicación más en estos momentos.


De nuevo se acercó lentamente a ella, su mirada oscura y ardiente.


—Ya tienes una.


«¡Mierda!»


—¿Quieres cortar el rollo? ¡Dios! ¿A qué viene esto? En el coche te mostrabas civilizado.


—Llevo así todo el día —dijo con algo más de humor—, pero entonces iba al volante. Ahora, no.