domingo, 4 de enero de 2015

CAPITULO 58




Lunes, 11:08 p.m.


El agente les condujo a lo que parecía ser una de las salas de interrogatorio de la serie Ley y orden, aunque Pau nunca había visto uno en persona hasta ahora. Miró fijamente el espejo que ocupaba la pared, preguntándose quién demonios había tras él, preparado para observar y escuchar su conversación.


—Relájate —susurró Pedro, haciendo que tomara asiento en la silla junto a la suya.


—¿Cómo sabemos que estamos solos? —le respondió entre susurros, mirando aún el espejo—. ¿Y si digo algo, ya sabes, incriminatorio?


La tomó de la mano y le besó los nudillos.


—Tendrás que confiar en mí, Paula. No dejaré que nada te pase aquí. Lo juro.


Ella se obligó a sonreír.


—Te asoma otra vez la brillante armadura.


Pedro hubiera replicado, pero Dante Partino apareció en la puerta seguido por otro oficial. Llevaba el uniforme naranja de presidiario y las manos esposadas al cinturón, advirtió Pau con un suspiro de preocupación. No lograba imaginar estar encerrada en un cuarto diminuto y con las manos atadas.


—¿Podría quitarle eso? —pidió Pedro, señalando las mano, de Partino.


—No es realmente… Claro, muy bien. Pero sólo diez minutos.


Tan pronto se cerró la puerta, Dante retiró la silla de golpe y se puso en pie.


—¿Se supone que debo pensar que estás aquí para ayudarme? He trabajado para ti durante diez años, Pedro. Y porque esta puta se te mete en la cama, ¿te crees
cualquier mentira que te cuenta?


—Dante, no tenía que haber venido aquí esta noche —dijo Pedro, el tono de su voz era tan frío y sereno que Pau tuvo que lanzarle una mirada—. ¿Te tratan bien?  Le dije a Tomas que te buscara el mejor abogado posible, a mi cargo.


La cara de Partino se volvió ceñuda.


—Esto es un embrollo —dijo con un tono más firme—. No tengo ni idea de lo que dicen sobre mí, que yo robé la tablilla, y que traté de… matarla. ¿Por qué iba a hacer tal cosa?


Por debajo de la mesa Pedro dio un empujoncito a Paula con la rodilla, y Pau se sobresaltó. Imaginó que eso significa que ella debía ponerse manos a la obra con Partino. Tomó aire, tratando de olvidar dónde estaban y el maldito espejo que había por encima de su hombro.


—Se me ocurre que por dinero —dijo con indolencia.


—No voy a escuchar nada de lo que digas —le espetó—. Además, ya tengo dinero. Pedro me paga bien porque trabajo bien. Pregunta a cualquiera. No tenía motivo para robar la tablilla.


—Yo no hablo de la tablilla. Tu comisión por ella sería de ¿cuánto? ¿Diez mil dólares? Eso no es más que calderilla, incluso para un idiota como tú.


Partino apoyó los puños sobre la mesa, tratando sin duda de amedrentarla.


—La idiota eres tú, porque sé que eres tú quien la robo en realidad. Encontraron la falsificación en tu bolsa. No en la mía.


—Porque todas tus falsificaciones ya colgaban de las paredes —repuso.


Él se puso blanco como la pared.


—No sé de qué estás hablando.


—Ah, venga ya, Dante. Parecía que el Picasso lo hubiera pintado un babuino. Y eres tan imbécil que hasta guardas un informe de cuándo te llevaste el auténtico.


—¡Tonterías!


—Junio de 1999 —dijo, cruzando figurativamente los dedos.


Un paso en falso y el hombre no se derrumbaría. Y ella no se sentía precisamente en su mejor momento en aquel lugar. Ella, y la cárcel.


Él la miró con tal odio en los ojos que Pau se preparó para que se arrojara a por ella por encima de la mesa. Por el contrario, con un áspero aliento que pudo sentir en su cara, Partino se fue hacia el espejo para volver a continuación al mismo punto.


Pedro se giró en su silla para no perderle de vista; obviamente confiaba tan poco como ella en el hombre.


—No puedes probar nada —siseó—. Soy un buen hombre.


—Puedo demostrarlo todo —replicó, dejando que la repugnancia se vislumbrara en su voz—. ¿Quieres que te enumere más? ¿El Remington? ¿El,Gaugguin azul?


—¡Cierra la boca!


—Claro, pero no servirá de nada. El FBI vendrá mañana a verte. Tan sólo quería avisarte de que sé lo que has hecho, de que se lo he contado a Pedro y que mañana también lo sabrá el FBI. ¿Podemos irnos ya? —Miró a Pedro, fingiendo en parte.


La cara del administrador se había vuelto de color ceniciento. Se hundió en la silla, como perdiendo aparentemente el control de los músculos.


—El FBI. Puta.


Pedro dio un puñetazo en la mesa, y Pau y Partino se sobresaltaron.


—¡Basta! —gruñó.


Pedro, yo…


—¡Cierra el pico, Dante! Quiero dos palabras de ti, y luego haré lo que pueda para ayudarte. Si no me dices esas dos palabras que quiero, emplearé hasta el último dólar que poseo para asegurarme de que te declaran culpable de matar a Prentiss y de tratar de matarme a mí.


—Nunca…


—Ésas no son las palabras.


—Entonces, ¿qué… qué quieres?


—El nombre de tu comprador para la tablilla. Sabemos que tenías tus propios planes para ella.


—No…


—Ésas tampoco son las palabras. Última oportunidad, Dante. —Se recostó con la mirada clavada en el rostro de Partino—. ¿Quién iba a comprarte esa tablilla?


Su boca se abrió y volvió a cerrarse como si fuera un pez, acto seguido, Partino tragó saliva compulsivamente.


—Meridien —dijo finalmente con voz áspera—. Harold Meridien.


El nombre le resultó vagamente familiar a Paula,pero Pedro apretó fuertemente la mandíbula. Durante un segundo Pau pensó que se habían preocupado de rastrear al tipo equivocado cuando Pedro se puso bruscamente en pie.


—Me aseguraré de que las autoridades sepan que has colaborado —dijo con voz dura—. Aunque por tu propio bien, más te valdría rezar por no salir nunca de prisión.


Pedro


Pedro fue con paso enérgico hasta la puerta y llamó. El oficial la abrió y Pedro salió tras dedicarle un rígido saludo con la cabeza. Ahogando un grito,Pau se apresuró tras él.


—Dame las llaves —dijo él, una vez estuvieron en el aparcamiento—. Sé que me las has birlado.


—Ni hablar. Sube, yo conduciré.


—Quiero conducir yo.


Ella le miró ladeando la cabeza.


—Si yo tuviera tu aspecto, ¿me dejarías conducir?


—Paula…


—Estás cabreado, quieres conducir a toda pastilla y quieres matar al tal Meridien. Yo conduciré rápido y tú puedes seguir cabreado cuando estemos en la casa. Entretanto, puedes contarme quién es Meridien y de qué lo conoces. Y yo puedo recordarte lo valiente que fui al venir aquí, y que ésta es la primera y última vez que lo hago.


Asintiendo concisamente, se retiró del lado del conductor y rodeó el coche hasta el otro lado.


—Conduce como alma que lleva el diablo —dijo con los dientes apretados.


Así lo hizo. Pedro miraba por la luna delantera, inmóvil como una estatua… o más probablemente como un volcán a punto de erupción. Meridien. El nombre estaba relacionado con grandes negocios, con la banca o con algo similar, pero no lograba ubicarlo concretamente. Habría estado concentrada en otra cosa cuando había escuchado aquel nombre, o lo hubiera recordado. Pedro se lo contaría, pero si no lo hacía pronto, tendría que irse. No iba a arriesgarse a que la atrapara el FBI ni siquiera por Pedro se arriesgaría.




CAPITULO 57



Paula no tenía ni idea de lo que él pudiera estar pensando, en cuanto se hubo percatado de cuánto tiempo y esfuerzo le había dedicado alguien a orquestar aquel robo a largo plazo en la propiedad de Pedro, supo que tendría que irse. El FBI y la Interpol no tenían aún nada lo bastante sólido como para arrestarla, pero aquello seguramente bastaría. Luego podrían tomarse su tiempo para escarbar en busca de
más. Y, como solía decir su padre, escarbando siempre aparecen gusanos.


La decisión de irse ni siquiera debería haber sido difícil de tomar. A lo sumo disponía de otras veinticuatro horas antes de que unos hombres trajeados fueran a buscarla. En el fondo de su mente había sido consciente de que aquello sucedería; en cuanto se hubo enterado del asesinato de Etienne había comprendido que había mucho más en juego que la tablilla.


Si se marchaba antes del alba, podría encontrar un vuelo al extranjero. Una vez que Castillo había decidido mirar a otro lado, la red se había aflojado considerablemente.


Pau soltó el vestido de su percha y lo lanzó sobre la cama. Luego estampó un par de zapatos de color tostado contra la pared del fondo. El ruido sordo que hicieron resultó satisfactorio, pero no cambió nada. Seguía teniendo que abandonar Solano Dorado… que abandonarle a él.


¡Quién lo hubiera dicho! Durante casi cuatro años había llevado una vida tranquila a las afueras de Palm Beach, desempeñando un trabajo que le gustaba y que no requería forzar cerraduras o utilizar pistolas de pintura, realizando algún trabajito esporádico para Sanchez si captaba su interés o curiosidad. Luego, una semana después de conocer… probablemente al hombre más fascinante con el que jamás se había cruzado, tenía que largarse. ¡Vaya puta mierda de destino!


Fuera lo que fuese lo que Pedro tuviera en mente, parecía que quería que ella estuviera guapa, de modo que se tomó un momento para peinarse el cabello y retocarse el maquillaje. Mientras examinaba su rostro en el espejo, sintió el inesperado impulso de echarse a llorar.


—Anímate, Pau —gruñó. Jamás había llorado. Sólo porque al fin había comprendido lo que significaba, lo que se sentía al tener a alguien tan dinámico, tan importante, en su vida, no quería decir que tuviera que conservarlo.


Cuando se reunió con Pedro en el vestíbulo, se olvidó de las lágrimas. A punto estuvo de olvidarse de respirar. Él se encontraba junto a la puerta, vestido con un traje negro, camisa gris y corbata roja. A pesar de que jamás podría confundirle con otra cosa que no fuera un hombre seguro de sí mismo y con éxito, de pronto parecía… poderoso.


—Hala —dijo—. Armani te sienta realmente bien.


—Gracias, y ¡eh!, lo mismo digo. ¿Preparada?


—¿Adónde vamos?


—A la cárcel.



CAPITULO 56




Había pensado que Paula pretendía llevarle a algún tugurio en una zona desmilitarizada. Sin embargo Chuck & Harold's era un lugar agradable, animado e incluso romántico con su pista de baile al aire libre. Por lo general prefería
restaurantes más exclusivos, debido a que era menos plausible que allí se le acercara la gente en busca de autógrafos o consejo sobre inversiones, pero aquel lugar le
gustaba lo suficiente como para volver a quedar con ella.


Se sentía un poco estúpido bailando una música lenta en pantalones cortos, y no puso objeciones cuando unos veinte minutos después, ella sugirió que volvieran a la casa para examinar de nuevo la galería. La factura, que rondaba los cien dólares, les aguardaba en la mesa, pero Paula no permitió que pagara él. Por el contrario, sacó un buen fajo de dinero de su bolso y lo dejó sobre la mesa. Pedro no quería saber de dónde había sacado el dinero.


—Eres mi invitado, ¿recuerdas? —dijo, tomándolo del brazo mientras regresaban al SLK.


—¿Quieres conducir?


—¿En serio? Me encantaría.


Pau bajó de nuevo la capota y puso el coche en marcha, luego volvió a parar el motor.


—¿Qué sucede? —preguntó, percatándose del rostro ceñudo de Pau.


—Solamente quería que supieras que no me gustas por esto —dijo, dando un golpecito al volante.


—¿No?


—No. Me gustas por… esto. —Y alzó la mano y la llevó a la cabeza de Pedro, peinando un mechón de pelo entre sus dedos y posando después la mano sobre su pecho—. Y por esto. Y porque llevas pantalones cortos a un restaurante porque yo te lo he pedido. ¿Estamos?


Pedro le sonrió.


—Estamos.


—De acuerdo. Agárrate.


Tan pronto como volvieron se plantó un par de vaqueros y unas zapatillas y se reunió con ella en la galería. Pau se encontraba al otro extremo del pasillo de donde la había visto por primera vez, con los ojos cerrados y las manos caídas a los costados. La observó, sabiendo que en su cabeza estaría saltando el muro trasero, para acto seguido cruzar sigilosamente el rincón del jardín y el césped.


—¿Ya estamos dentro de la casa? —preguntó tras un momento.


Paula se sobresaltó.


—No. Estamos justo afuera —dijo, frunciendo levemente el ceño y se volvió de espaldas, para dirigirse hacia las escaleras de la parte trasera de la casa—. Vamos.


—¿Cómo entramos? —preguntó, siguiéndola hasta la planta baja.


Ella se deslizó al exterior por la puerta del patio posterior, y se refugió en las sombras bajo un grupo de cipreses en la zona oeste de la casa.


—El problema de esto —dijo, calibrando la distancia desde la cámara más próxima—, es que estoy especulando en base a algo que podría ser erróneo. Así que, o bien estoy en lo cierto o completamente equivocada.


—Merece la pena intentarlo —declaró, comprendiendo, tal vez por primera vez, lo que ella quería decir cuando hacía referencia a que la seguridad era una mierda.


Un equipo de rugby podría haber formado una molé donde ellos se encontraban sin ser pillados—. Y resulta que, además, tienes buen instinto.


—Hum. El halago te llevará a donde quieras —dijo con una rápida y amplia sonrisa, obviamente su atención seguía en gran medida centrada en sus alrededores.


Una descarga de energía comenzó a surgir en su espalda, al igual que la noche en que había entrado en casa de Dante. Ella había mencionado el subidón que le provocaba el encontrarse en un lugar en el que se suponía no debía estar.


Comprendía a lo que se refería, aunque continuó centrado en la figura menuda a su lado.


—¿Vamos?


—De acuerdo. Mi teoría es ésta: Etienne vino desde esa dirección porque es la ruta más protegida que va desde donde hallamos la huella hasta la casa.


—¿Por qué molestarse en ser tan sigiloso si Dante se ocupaba de apagar todas las cámaras exteriores? —preguntó Pedro.


—Tengo una teoría, pero esperemos un momento. —Deslizó la mano a lo largo de la rugosa pared de yeso, adentrándose aún más en las sombras—. ¿Qué hay aquí?
—preguntó, dando un golpecito a una ventana.


Él ajustó su perspectiva.


—Es el almacén. Sillas supletorias y extensiones para mesas para grandes fiestas. Ese tipo de cosas.


Ella encendió una linterna que Pedro no se había percatado que llevara.


—Aquí está. —Con la yema del dedo rozó un leve arañazo en la pintura que iba hacia el alféizar—. Introdujo una palanca plana y abrió el pestillo.


—Así que no sólo las cámaras y los sensores estaban desconectados.


—No creo que el exterior al completo estuviera desconectado —dijo entre dientes—, o Etienne no se hubiera molestado en ser sigiloso. Si estoy en lo cierto,
seguramente Partino desconectó todos los sensores y alarmas internos de la casa; así es más fácil, sobre todo cuando podría desconocer el tipo exacto de seguridad que
tenías en torno a la puerta de la galería. Pero nos estamos precipitando. Entremos de nuevo.


—¿Entrar?


—Por la puerta, a menos que quieras trepar y hacerlo por la ventana —dijo, sus dientes formaban una pálida curva blanca en la oscuridad.


—Entremos.


Volvieron a entrar por la puerta del patio y se dirigieron hacia el laberinto de pasillos que llevaban hacia el trastero. La puerta estaba cerrada con llave, pero Paula la abrió antes de que él pudiera sacarla.


—La cerradura de la ventana está rota —dijo, moviéndose por entre los montones cubiertos con sábanas de mobiliario suplementario—. ¿Ves? —Empleando el extremo del mango de la linterna, dio un golpecito a la cerradura. Parecía cerrada, pero ésta se deslizó a un lado ante su contacto.


—DeVore la forzó de modo que pareciera cerrada después de salir por la misma ventana.


—Sí.


—De acuerdo pero tengo una pregunta.


—Dispara.


—¿Por qué estaba DeVore en la casa si el propio Dante iba a dar el cambiazo a la tablilla?


—Esa, encanto, es la pregunta de los tropecientos millones de dólares — respondió, saliendo de la habitación—. De acuerdo, somos Etienne. Sabemos dónde está la galería porque tenemos los planos. También sabemos que la cámara de seguridad del cuarto no está grabando, del mismo modo que sabemos que será seguro entrar por la ventana.


—Así que subimos al tercer piso por la escalera de atrás —dijo al tiempo que lo ponían en práctica—, teniendo cuidado de eludir la cutre vigilancia del tal Alfonso hasta que estemos a salvo en la galería.


Ella siguió avanzando.


—Llegamos a la puerta y podemos ser un poco descuidados al forzar la cerradura secundaria porque las pruebas van a volar por los aires en un par de minutos.


La puerta colgaba hacia el interior del cuarto, suspendida de una bisagra, pero ella realizó unos movimientos con sus ágiles manos, y luego entró.


—Puesto que sabemos que los sensores de movimiento están desconectados — prosiguió—, cogemos la tablilla y salimos de nuevo, y cerramos la puerta al hacerlo.


—¿Porqué?


—Supongo que porque quería que todo pareciera normal desde la galería. Si Prentiss, por ejemplo, hubiera visto la puerta abierta, podría haber entrado y salido por el mismo camino, sin detonar la bomba.


Pedro se la quedó mirando durante un largo rato.


—¿Así que Prentiss era el objetivo?


Ella se agachó lentamente junto a la pared como si colocara los explosivos.


Respiró hondo y se irguió de nuevo.


—Sabes, no lo creo.


—Dime qué estás pensando.


—Ésta es la parte de la que no estoy segura. —Se secó las manos en la parte trasera de sus pantalones cortos con la mirada clavada en el agujero que había en la parte baja de la pared, donde había estado la bomba—. Ten un poco de paciencia conmigo… esto va a parecer una auténtica chaladura.


—Me da la sensación de que esa chaladura es lo único que tendrá lógica. ¿Y qué hay de los vigilantes de seguridad? Dante no podía «desconectarlos».


—Hacen rondas de quince minutos. Etienne era consciente de eso, al igual que yo.


—Así que Partino y DeVore trabajaban juntos.


—No lo creo. Aprecio varios indicios de que Etienne sabía que Partino iba a apagar las alarmas internas. Lo que no veo es ningún signo de que Partino supiera que Etienne iba a estar aquí.


Pedro levantó la cabeza para mirar en dirección a la entrada de la galería al tiempo que asimilaba tal teoría.


—Pero estamos seguros de que fue Partino quien desactivó la señal de las cámaras y las alarmas, ¿no?


—Cierto, porque lo hizo cuando colocó las granadas y metió la falsa tablilla entre mis cosas. —De pronto dio un paso adelante—. Seamos Partino durante un minuto.


Se dirigió escaleras abajo, no hacia el despacho del asesor, si no a su pequeña habitación privada.


—Después de medianoche, habría pernoctado aquí, ¿verdad?


—Sí.


—Conforme a la teoría de que es él quien ha estado dando el cambiazo a las demás piezas de arte, asumiré que conoce un modo efectivo de apagar las alarmas. —El ceño que, debido a la concentración, arrugaba su frente se hizo más marcado—. O bien eso, o tiene a Clark en un puño. Ya no hablamos de la participación de una comisión por una tablilla troyana robada. Hablamos de cincuenta millones de dólares en material que sale por la puerta de modo regular.


—Interesante teoría —dijo Pedro con aire sombrío.


—Pero no por esta noche. —Abriendo la puerta de Partino con la misma facilidad con que lo había hecho con la del trastero, entró en el cuarto—. Probablemente guardará aquí la falsificación, ya que Gonzales y tú tenéis acceso a su
despacho. —Echó un vistazo a la estancia, una leve arruga en su ceño hizo aparición en su rostro—. Tenía intención de preguntar antes, ¿por qué no hay ninguna obra de arte aquí?


—No lo sé. No suelo supervisar la decoración de las habitaciones privadas.


—Incluso en las suites de invitados hay cosas bonitas. Aquí tenemos al tipo a cargo de coleccionar y catalogarlo todo, y no tiene más que unos pocos grabados y un falso jarrón Victoriano.


Asintiendo, Pedro concluyó la visita a la habitación con ella.


—No puede desaparecer nada valioso de aquí, donde a buen seguro sería el principal sospechoso.


—Conforme a esta teoría, en cualquier caso. Muy bien. Hemos desconectado las alarmas y echado el guante a la tablilla falsa para sustituirla por la auténtica. Le hemos comunicado… a quienquiera que sea nuestro intermediario el día y la hora en que tendremos el objeto en nuestro poder, y sea quien sea nuestro comprador o intermediario se lo ha contado a su vez a Etienne, o a quien sea que le contratara.


—¿Cómo sabemos que hizo eso?


—Por el modo en que Etienne entró en la casa sabía que las alarmas estarían desconectadas.


—Cierto. Continúa.


—El intermediario y el comprador esperan la tablilla, y ésta será trasladada a Londres dentro de una semana, de modo que tanto si Partino sabe que has vuelto de Stuttgart como si no, debe venir y realizar el cambio. Es probable que Etienne no tenga ni idea de que has vuelto, pero le traería sin cuidado. Dante se pone en marcha, lleva la radio de seguridad, bien porque está paranoico o porque de ese modo Clark puede advertirle si alguien le descubre. Tal vez escucha las llamadas del guardia de seguridad igual que tú, que Prentiss ha descubierto un intruso. Le entra el pánico y
vuelve a su habitación conectando otra vez las alarmas para que nadie piense que era un trabajito interno.


—Y luego todo explota, la tablilla desaparece y se queda forzosamente con la falsificación.


—Claro. Con un añadido. —Paula volvió a detenerse arriba, por dónde había entrado en la galería en un principio—. Si yo no hubiera entrado, y si tú no hubieras estado aquí, habría sido él quien se tropezara con el cable.


Pedro la miró. Tenía lógica el modo en que ella encajaba las piezas.


—Dante era el objetivo.


—Con un montón de «síes», «probablementes» y «quizás» de por medio.


—¿Y qué hay de un «por qué»? —respondió—. ¿Por qué contratar a DeVore para llevarse la tablilla y matar a Partino si éste iba a llevarse la piedra de todos modos? Me refiero a que, según lo que has dicho, quienquiera que impusiera la
coordinación de esto se lo contó a ambos… lo cual me indica que se trata de la misma persona.


—No estoy segura de eso. Y aún queda la cuestión de quién me quería a mí aquí en el mismo momento en que tenía lugar toda esta mierda.


No sólo alguien le había encargado entrar a robar algo. La habían metido deliberadamente en medio de alguna disputo privada sin hacerle entrever absolutamente nada de en lo que se estaba metiendo. Pedro tragó saliva. Paula Chaves había tenido una suerte increíble. Y aunque él no había conocido a Sean O'Hannon, si el intermediario hubiera tenido algún conocimiento de aquello, Pedro se alegraba de que estuviera muerto.


—¿Os habría contratado O'Hannon a los tres para el mismo trabajo? —inquirió.


Paula negó con la cabeza.


—No poseía la imaginación suficiente para coordinar tres allanamientos distintos al mismo tiempo, en el mismo lugar y sin que los unos supiéramos de los otros. Además, alguien le mató.


—Para empezar, ¿por qué tú? Desconocías por completo el periódico expolio que sufrían mis objetos de valor.


—Mi suposición es que yo debía ser el chivo expiatorio. Me culparían a mí de todo el lío tanto si me cogían como si acababa muerta. Seguramente esperaban que Partino y la falsificación fueran hallados entre los escombros. Todos darían por sentado que era la auténtica, naturalmente, y que él me la había arrebatado antes de que yo lo estropeara y acabáramos todos muertos.


—Admiro tu sangre fría para hablar con tanta calma de tu propia muerte.


Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.


—Solamente porque no estoy muerta. Créeme, estoy cabreada —maldijo, apartando de una patada un trozo de madera chamuscada—. Y con Etienne y O'Hannon muertos, no tengo modo de saber quién los contrató. A Sanchez le sería posible averiguarlo, aunque vete tú a saber dónde podría estar en este momento.Podemos preguntarle a Partino, ya que en unas pocas horas Castillo le entregará al FBI junto con todas tus falsificaciones.


—Y ellos resolverán todo esto —señaló.


—Claro. Y la mayoría de las jodidas pistas siguen apuntándome a mí. Lo que significa que nuestra sociedad se disuelve y que me largo por patas de aquí.


Con la garganta cerrada, le cogió la mano. «¡Por Dios!» ¿Qué había hecho?


Había sido consciente del plan de Castillo y de que el FBI… ¿Por qué no había deducido que ella seguiría siendo sospechosa? La respuesta era evidente: le resultaba
inconcebible que se marchara, bajo cualquier tipo de circunstancias, y estaba acostumbrado a estar al mando en todos los aspectos de una situación. ¡Maldita sea!


No iba a permitir que se fuera.


—Podías haber mencionado algo de eso antes de que metiéramos a Castillo — dijo, recurriendo a todo su autocontrol, ganado a pulso a lo largo de los años, a fin de
parecer sereno.


Ella le apretó la mano.


Pedro, han muerto tres personas. Creo que eso pesa mucho más que mi comodidad personal. —La mirada que le lanzó decía mucho más que las palabras, pero Pedro no estaba seguro de cómo interpretarla… aparte de comprender que no quería marcharse.


¿Cómo podría arreglarlo para que pudiera quedarse? Sin lugar a dudas, encontrar a quien había montado todo la absolvería, pero, como ella misma había dicho, les habían arrebatado todas las pistas de las manos. Pedro entrecerró los ojos. O tal vez no.


—¿Te acuerdas del vestido verde que llevabas en casa de Tomas? Póntelo.


—¿Qué? Teniendo en cuenta el poco tiempo que…


—Y zapatos de tacón. Hay algunos en el armario en caso de que no hayas traído. —Ella seguía mostrándose terca, y Pedro agachó la cabeza para besarla—. Confía en mí. Me reuniré contigo en el vestíbulo.