Lunes, 11:08 p.m.
El agente les condujo a lo que parecía ser una de las salas de interrogatorio de la serie Ley y orden, aunque Pau nunca había visto uno en persona hasta ahora. Miró fijamente el espejo que ocupaba la pared, preguntándose quién demonios había tras él, preparado para observar y escuchar su conversación.
—Relájate —susurró Pedro, haciendo que tomara asiento en la silla junto a la suya.
—¿Cómo sabemos que estamos solos? —le respondió entre susurros, mirando aún el espejo—. ¿Y si digo algo, ya sabes, incriminatorio?
La tomó de la mano y le besó los nudillos.
—Tendrás que confiar en mí, Paula. No dejaré que nada te pase aquí. Lo juro.
Ella se obligó a sonreír.
—Te asoma otra vez la brillante armadura.
Pedro hubiera replicado, pero Dante Partino apareció en la puerta seguido por otro oficial. Llevaba el uniforme naranja de presidiario y las manos esposadas al cinturón, advirtió Pau con un suspiro de preocupación. No lograba imaginar estar encerrada en un cuarto diminuto y con las manos atadas.
—¿Podría quitarle eso? —pidió Pedro, señalando las mano, de Partino.
—No es realmente… Claro, muy bien. Pero sólo diez minutos.
Tan pronto se cerró la puerta, Dante retiró la silla de golpe y se puso en pie.
—¿Se supone que debo pensar que estás aquí para ayudarme? He trabajado para ti durante diez años, Pedro. Y porque esta puta se te mete en la cama, ¿te crees
cualquier mentira que te cuenta?
—Dante, no tenía que haber venido aquí esta noche —dijo Pedro, el tono de su voz era tan frío y sereno que Pau tuvo que lanzarle una mirada—. ¿Te tratan bien? Le dije a Tomas que te buscara el mejor abogado posible, a mi cargo.
La cara de Partino se volvió ceñuda.
—Esto es un embrollo —dijo con un tono más firme—. No tengo ni idea de lo que dicen sobre mí, que yo robé la tablilla, y que traté de… matarla. ¿Por qué iba a hacer tal cosa?
Por debajo de la mesa Pedro dio un empujoncito a Paula con la rodilla, y Pau se sobresaltó. Imaginó que eso significa que ella debía ponerse manos a la obra con Partino. Tomó aire, tratando de olvidar dónde estaban y el maldito espejo que había por encima de su hombro.
—Se me ocurre que por dinero —dijo con indolencia.
—No voy a escuchar nada de lo que digas —le espetó—. Además, ya tengo dinero. Pedro me paga bien porque trabajo bien. Pregunta a cualquiera. No tenía motivo para robar la tablilla.
—Yo no hablo de la tablilla. Tu comisión por ella sería de ¿cuánto? ¿Diez mil dólares? Eso no es más que calderilla, incluso para un idiota como tú.
Partino apoyó los puños sobre la mesa, tratando sin duda de amedrentarla.
—La idiota eres tú, porque sé que eres tú quien la robo en realidad. Encontraron la falsificación en tu bolsa. No en la mía.
—Porque todas tus falsificaciones ya colgaban de las paredes —repuso.
Él se puso blanco como la pared.
—No sé de qué estás hablando.
—Ah, venga ya, Dante. Parecía que el Picasso lo hubiera pintado un babuino. Y eres tan imbécil que hasta guardas un informe de cuándo te llevaste el auténtico.
—¡Tonterías!
—Junio de 1999 —dijo, cruzando figurativamente los dedos.
Un paso en falso y el hombre no se derrumbaría. Y ella no se sentía precisamente en su mejor momento en aquel lugar. Ella, y la cárcel.
Él la miró con tal odio en los ojos que Pau se preparó para que se arrojara a por ella por encima de la mesa. Por el contrario, con un áspero aliento que pudo sentir en su cara, Partino se fue hacia el espejo para volver a continuación al mismo punto.
Pedro se giró en su silla para no perderle de vista; obviamente confiaba tan poco como ella en el hombre.
—No puedes probar nada —siseó—. Soy un buen hombre.
—Puedo demostrarlo todo —replicó, dejando que la repugnancia se vislumbrara en su voz—. ¿Quieres que te enumere más? ¿El Remington? ¿El,Gaugguin azul?
—¡Cierra la boca!
—Claro, pero no servirá de nada. El FBI vendrá mañana a verte. Tan sólo quería avisarte de que sé lo que has hecho, de que se lo he contado a Pedro y que mañana también lo sabrá el FBI. ¿Podemos irnos ya? —Miró a Pedro, fingiendo en parte.
La cara del administrador se había vuelto de color ceniciento. Se hundió en la silla, como perdiendo aparentemente el control de los músculos.
—El FBI. Puta.
Pedro dio un puñetazo en la mesa, y Pau y Partino se sobresaltaron.
—¡Basta! —gruñó.
—Pedro, yo…
—¡Cierra el pico, Dante! Quiero dos palabras de ti, y luego haré lo que pueda para ayudarte. Si no me dices esas dos palabras que quiero, emplearé hasta el último dólar que poseo para asegurarme de que te declaran culpable de matar a Prentiss y de tratar de matarme a mí.
—Nunca…
—Ésas no son las palabras.
—Entonces, ¿qué… qué quieres?
—El nombre de tu comprador para la tablilla. Sabemos que tenías tus propios planes para ella.
—No…
—Ésas tampoco son las palabras. Última oportunidad, Dante. —Se recostó con la mirada clavada en el rostro de Partino—. ¿Quién iba a comprarte esa tablilla?
Su boca se abrió y volvió a cerrarse como si fuera un pez, acto seguido, Partino tragó saliva compulsivamente.
—Meridien —dijo finalmente con voz áspera—. Harold Meridien.
El nombre le resultó vagamente familiar a Paula,pero Pedro apretó fuertemente la mandíbula. Durante un segundo Pau pensó que se habían preocupado de rastrear al tipo equivocado cuando Pedro se puso bruscamente en pie.
—Me aseguraré de que las autoridades sepan que has colaborado —dijo con voz dura—. Aunque por tu propio bien, más te valdría rezar por no salir nunca de prisión.
—Pedro…
Pedro fue con paso enérgico hasta la puerta y llamó. El oficial la abrió y Pedro salió tras dedicarle un rígido saludo con la cabeza. Ahogando un grito,Pau se apresuró tras él.
—Dame las llaves —dijo él, una vez estuvieron en el aparcamiento—. Sé que me las has birlado.
—Ni hablar. Sube, yo conduciré.
—Quiero conducir yo.
Ella le miró ladeando la cabeza.
—Si yo tuviera tu aspecto, ¿me dejarías conducir?
—Paula…
—Estás cabreado, quieres conducir a toda pastilla y quieres matar al tal Meridien. Yo conduciré rápido y tú puedes seguir cabreado cuando estemos en la casa. Entretanto, puedes contarme quién es Meridien y de qué lo conoces. Y yo puedo recordarte lo valiente que fui al venir aquí, y que ésta es la primera y última vez que lo hago.
Asintiendo concisamente, se retiró del lado del conductor y rodeó el coche hasta el otro lado.
—Conduce como alma que lleva el diablo —dijo con los dientes apretados.
Así lo hizo. Pedro miraba por la luna delantera, inmóvil como una estatua… o más probablemente como un volcán a punto de erupción. Meridien. El nombre estaba relacionado con grandes negocios, con la banca o con algo similar, pero no lograba ubicarlo concretamente. Habría estado concentrada en otra cosa cuando había escuchado aquel nombre, o lo hubiera recordado. Pedro se lo contaría, pero si no lo hacía pronto, tendría que irse. No iba a arriesgarse a que la atrapara el FBI ni siquiera por Pedro se arriesgaría.
Wowwwwwwww, cada vez más intrigante esta novela. Está buenísima!!!!!!!
ResponderEliminarAaaaaaahhhhhhhhh!!!!!! xfaaaa está super la nove.... espero los próximos.
ResponderEliminarCuanta intriga!!! Muy buenos capítulos!
ResponderEliminarbuenísimo,seguí subiendo!!!
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