domingo, 4 de enero de 2015
CAPITULO 57
Paula no tenía ni idea de lo que él pudiera estar pensando, en cuanto se hubo percatado de cuánto tiempo y esfuerzo le había dedicado alguien a orquestar aquel robo a largo plazo en la propiedad de Pedro, supo que tendría que irse. El FBI y la Interpol no tenían aún nada lo bastante sólido como para arrestarla, pero aquello seguramente bastaría. Luego podrían tomarse su tiempo para escarbar en busca de
más. Y, como solía decir su padre, escarbando siempre aparecen gusanos.
La decisión de irse ni siquiera debería haber sido difícil de tomar. A lo sumo disponía de otras veinticuatro horas antes de que unos hombres trajeados fueran a buscarla. En el fondo de su mente había sido consciente de que aquello sucedería; en cuanto se hubo enterado del asesinato de Etienne había comprendido que había mucho más en juego que la tablilla.
Si se marchaba antes del alba, podría encontrar un vuelo al extranjero. Una vez que Castillo había decidido mirar a otro lado, la red se había aflojado considerablemente.
Pau soltó el vestido de su percha y lo lanzó sobre la cama. Luego estampó un par de zapatos de color tostado contra la pared del fondo. El ruido sordo que hicieron resultó satisfactorio, pero no cambió nada. Seguía teniendo que abandonar Solano Dorado… que abandonarle a él.
¡Quién lo hubiera dicho! Durante casi cuatro años había llevado una vida tranquila a las afueras de Palm Beach, desempeñando un trabajo que le gustaba y que no requería forzar cerraduras o utilizar pistolas de pintura, realizando algún trabajito esporádico para Sanchez si captaba su interés o curiosidad. Luego, una semana después de conocer… probablemente al hombre más fascinante con el que jamás se había cruzado, tenía que largarse. ¡Vaya puta mierda de destino!
Fuera lo que fuese lo que Pedro tuviera en mente, parecía que quería que ella estuviera guapa, de modo que se tomó un momento para peinarse el cabello y retocarse el maquillaje. Mientras examinaba su rostro en el espejo, sintió el inesperado impulso de echarse a llorar.
—Anímate, Pau —gruñó. Jamás había llorado. Sólo porque al fin había comprendido lo que significaba, lo que se sentía al tener a alguien tan dinámico, tan importante, en su vida, no quería decir que tuviera que conservarlo.
Cuando se reunió con Pedro en el vestíbulo, se olvidó de las lágrimas. A punto estuvo de olvidarse de respirar. Él se encontraba junto a la puerta, vestido con un traje negro, camisa gris y corbata roja. A pesar de que jamás podría confundirle con otra cosa que no fuera un hombre seguro de sí mismo y con éxito, de pronto parecía… poderoso.
—Hala —dijo—. Armani te sienta realmente bien.
—Gracias, y ¡eh!, lo mismo digo. ¿Preparada?
—¿Adónde vamos?
—A la cárcel.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario