Domingo, 3:18 p.m.
—¿Para qué es la lona de la parte trasera? —preguntó Pedro— ¿y los trapos del coche y los veinte litros de agua?
Paula sonrió
—Gira a la izquierda en el semáforo.
—Al final lo descubriré.
—Sí.
Así que aparentemente hoy iban a cometer dos robos.
Definitivamente era un record para él, especialmente después del allanamiento de la noche anterior, aunque no estaba seguro de si lo sería para ella.
—¿Al final me dirás como encontraste a Clark?
—Secreto profesional. Detente allí —hizo como ella le decía, deteniéndose enfrente de una valla cerrada con una cadena que rodeaba un par de almacenes aparentemente vacíos. ¿Cómo demonios había encontrado ella al modelo?
—No hay nadie ahí ¿verdad? —preguntó mientras ella saltaba del SUV.
—Hoy no.
Cerrando la puerta del Explorer, se acercó a la valla como si fuera la propietaria del lugar. Casi más rápido que una persona normal sería capaz de utilizar una llave, tuvo el
candado abierto. Luego quitó la cadena. Empujando la puerta, le hizo una señal.Pedro la siguió hasta el almacén de la derecha, esperando de nuevo mientras ella abría la puerta
cerrada que no parecía estar bloqueada después de todo, y condujo dentro.
Un viejo escritorio y un montón de sillas permanecían en una esquina, un teléfono, la pantalla de un ordenador y un teclado —pero no la CPU— sobre el escritorio. Lo que parecía una improvisada cama de hospital, completada con lo que parecía un soporte para IV, descansaba en la esquina opuesta.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó él, dejando abierta la puerta del conductor y uniéndose a Paula frente a una lona negra enrollada.
—Es un estudio de cine —respondió ella, sujetando uno de los extremos de la lona—. Ayúdame a separar esto de la pared ¿puedes?
Pedro tomó el otro extremo del pesado rollo de dos metros.
Un líquido rojo fluyó sobre sus dedos y lo soltó, sobresaltado.
—Paula ¿Qué…?
—Está bien.
—¿Estás segura de eso? —le mostró los dedos manchados de rojo. Ninguno de ellos llevaba guantes. Si eran atrapados arrastrando un cadáver, ambos acabarían en prisión y
aparecerían en Celebrity Justice.
Ella le dirigió una deslumbrante sonrisa.
—Confía en mí.
Resoplando, se inclinó y agarró de nuevo la lona. La llevaron hacia el centro del almacén. Cuando estuvo libre de la mayor parte de la confusión, Paula la desenrolló con rapidez.
—Dile hola al modelo anatómico —dijo, retirando la última capa de la lona.
Pedro miró hacia abajo. Clark yacía en un revoltijo de pelucas y ropas manchadas de rojo, la mayor parte ropa interior femenina, y órganos rojos pegajosos.
—Por los clavos de Cristo —murmuró él.
—Solo alégrate de que sea anatómicamente neutro —dijo Paula con calma, pillando el hígado y un riñón y encaminándose al coche—. Vamos a limpiarlos.
Cautelosamente Pedro recuperó el corazón y un pulmón.
—¿Por qué vamos a limpiarlos? —preguntó.
—Porque no podemos devolver a Clark a la clase de la señorita Barlow como está. Todos los niños necesitarían terapia.
—Yo creo que necesito terapia después de ver esto. Es muy preciso ¿no?
—Excepto que ha perdido las partes buenas.
Pedro soltó una corta risa.
—Descarada.
—Vamos con el cerebro, Igor. Empezaré con eso.
Él volvió y recolectó más órganos internos.
—¿Deduzco que esto era una película de terror?
—Eso supongo.
Pedro la observó un momento enjuagando el corazón.
—Fueron niños ¿verdad?
Ella hizo una pausa en el lavado.
—Puedes guardarte las preguntas, y te contaré lo que sé. Pero tu pediste quedarte en la ignorancia ¿recuerdas?
—Lo recuerdo —lo que no le decía, él aún podía hacer deducciones y sacar conclusiones. Sin embargo ¿quería saber? Y los padres de este niño, o niños, ¿querían saberlo? ¿Deberían saberlo?—. ¿Qué pasa con la película?
—Supongo que va a ser un misterio, o tendrán que acabar sin su víctima.
—Me refiero, ¿dónde está la película? Si estás manteniendo las identidades de los cineastas en secreto, nadie puede ver los resultados.
—Clark es de los que destacan —dijo ella después de un momento—. Tienes razón, alguien podría reconocerlo. Me ocuparé de eso.
—¿Cuántos robos vas a hacer este fin de semana?
—Estoy con esto, la escuela y los Picault por hoy —dijo con brío—. Dejaré una nota.
—Una nota —repitió él.
—Sí. Ahora vamos a movernos. No sé exactamente a qué hora volverán August e Yvette de su paseo en bicicleta.
Esta vez Pedro frunció el ceño.
—¿Me he perdido algo?
—Sería muy raro.
Puso una mano sobre su brazo, girándola para mirarlo.
—Vamos a revisar la casa de los Picault después de la invitación a cenar.
—He estado pensando en eso. Si vamos cuando no estén en casa, y luego aparecemos más tarde para una cena, no tendrán una pista de verdad sobre lo que pasó y quien lo hizo. Si vamos después, tendrán más probabilidades de descubrir que tú, nosotros, tuvimos algo que ver con eso.
—Has estado conectada con la falsificación de objetos de arte y el robo fallido en la exhibición de joyas en mi casa de Devonshire, mi amor. No podría decir que no tendrán una
pista.
—Bueno, no tendrán nada que puedan probar. Y tú, Lord Rawley, no eres la clase de persona a la que la gente acusa de algo sin pruebas.
—De manera que me estás utilizando como un escudo para tus fechorías.
—Mis fechorías buenas. Necesitaría otro riñón aquí.
Sacudiendo la cabeza, recogió el último de los órganos internos, luego volvió a por los huesos que habían sido extraídos.
En realidad Clark era una fuente de información… y partes del cuerpo.
—¿Como vas a limpiar sus… cavidades corporales?
—Solo tengo que baldearlo con agua y luego secarlo. No me propongo perfección, solo que esté pasable.
En media hora tenían a Clark bastante limpio y yaciendo sobre la lona en la trasera del Explorer, las partes del cuerpo embolsadas y descansando juntas. Paula cubrió el pseudo-cadáver con el extremo de la lona, luego escarbó alrededor hasta que encontró un trozo de papel en el bolsillo de su chaqueta y un boli en la caja de los guantes.
—¿Qué vas a decir?
—Hemos recobrado los accesorios y los hemos devuelto a la escuela —dijo ella, escribiendo mientras hablaba—. Si queréis evitar cargos criminales, destruid la película, ya que es la única evidencia que queda de vuestro crimen —levantó la mirada a él—. ¿Funcionará?
—Creo que sí.
Dejó la nota bajo el borde del teclado y luego se detuvo.
—¿No hemos perdido un fémur?
Él miró la pierna de Clark y luego la bolsa.
—Sí.
—Genial. Comprueba la lona vieja otra vez ¿puedes?
Por supuesto él hizo el trabajo sucio. Buscó por los pliegues de la lona salpicada de
sangre falsa mientras ella despojaba el escritorio y la caja de cartón de otros accesorios… falsas armas de mano, esposas de plástico, insignias de policía y camisas, todo lo que una
buena película de terror podría necesitar.
-Oh, genial —dijo ella, levantando una pequeña bolsa llena de algo rojo del tamaño de un terrón de azúcar.
—¿Qué es eso?
—Un paquete de sangre. Los especialistas se los ponen bajo la camisa con una pequeña carga explosiva y buuum, te han pegado un tiro. Fulminante.
—Eso es muy de Hollywood, todo tan repentino.
Ella se rió.
—Me gustan los chismes. No para usar en un AM, pero aún así son divertidos.
Algo blanco bajo el borde de un catre roto frente a él captó su mirada.
—Lo tengo. Eso o hay un cuerpo de verdad aquí.
Puso el segundo fémur en la bolsa. Se metieron en el SUV y Paula se dirigió a la Escuela Elemental J.C. Thomas. Antes de conocer a Paula nunca había pasado un día como este en su vida. Ahora, sin embargo, aunque no pudiera llamarlo precisamente rutina, no era una sorpresa. Y lo disfrutaba inmensamente.
Generalmente la descubría a punto de hacer algo peligroso y tenía que presionarla o discutir con ella para que lo incluyera. Esta vez ella había vuelto a casa para solicitar su
ayuda de verdad. Sí, la vida era buena. Le echó un vistazo a su lado. Sus ojos verdes no miraban nada concreto, mirando hacia el cielo y viendo probablemente el patio de la casa
de los Picault, planeando el robo, estimando con cuántos problemas habría encontrado la armadura, y menos si ni siquiera estaba allí.
—¿Crees que es una misión imposible? —le preguntó con brusquedad.
Él consideró su pregunta durante un minuto.
—Si tuvieras, es un decir, seis meses en lugar de seis días para decidir quién es tu principal sospechoso ¿cómo lo abordarías?
—Bueno —empezó ella, deslizándose en el asiento para apoyar las rodillas contra el salpicadero—. Rastrearía al ladrón, incluso en un trabajo realizado hace diez años
probablemente no marcaría mucha diferencia quién lo hizo.
—Incluso así, explícamelo.
—Tendría que ser un tipo de clase A con una banda, para entrar y salir llevando dos cajones de embalaje, los cajones exactos y nada más, bajo las narices de la seguridad del
Met, los oficiales japoneses de la exhibición y la representación de los Estados Unidos
—¿De cuántos tipos clase A con una banda estamos hablando?
—¿Hace diez años? Tres —señaló—. Gira aquí a la derecha.
—Estás bastante segura.
—Yo tenía quince años, solo me interesaba en los grandes trabajos en solitario —se encogió de hombros—. Estaba aprendiendo todo lo que podía de todo el que podía.
—Entonces ¿Qué tres podían haberlo sacado?
—Gabrielle Souza, Mick McClane y Martin.
Pedro casi se pasó el giro.
—¿Tu padre, Martin?
—Ajá.
De acuerdo. Esto iba sobre la armadura de Yoritomo, no sobre su pintoresca historia familiar.
—¿Quién hizo el trabajo del Met?
Ella soltó un suspiro.
—Mi apuesta sería Mick. Gabrielle trabajaba sobre todo en Europa, y cuando Martin me metió en el fiasco del Met el año pasado, seguía los planos tan de cerca como cualquier otro. Nunca antes había trabajado en el Met. Estoy segura.
—Muy bien, tenemos a Mick McClane. ¿A dónde vamos desde aquí?
—No a Mick, porque estará en una prisión alemana los próximos treinta y siete años. Pero como dije antes, esto tuvo que ser un trabajo por encargo. Alguien habría tenido
que dar una orden específica para la armadura y las espadas de Yoritomo. Y ambas y Mick serían realmente caras.
—Alguien con muchísimo interés en las antigüedades japonesas, una moral muy débil y un billetero muy abultado.
—Exactamente. Y aún supondría que están en la Costa Este, o Mick habría hecho el trabajo en Londres.
—¿Entonces quién es tu favorito de los tres candidatos? —presionó él, entrando en el aparcamiento de la escuela primaria—. Desde la perspectiva de diez años, claro.
—Desde que hice aquellos trabajos para Toombs, él está en la lista. Si no fuera por el tema de la moral te añadiría a ti, solo por la calidad de tu colección. Y…
—Gracias, creo.
—De nada. Aparca aquí. Esta es la entrada más cercana a la clase de la señorita Barlow.
Él giró en la hilera que ella indicaba.
—¿Quién más?
—Los Picault aún están ahí. He oído mencionar sus nombres un par de veces, y no son exactamente trigo limpio.
—Así que esos son tus tres favoritos.
—Bueno, si te excluimos, apostaría por Leland Spicer. Pero diez años atrás no creo que tuviera suelto de sobra para permitírselo. He repasado una lista de otros diez compradores potenciales, pero puedo verificar que nunca vieron la exhibición de los samuráis.
Él dejó el coche en el aparcamiento.
—Entonces considerando que hemos eliminado a Leland a Toombs y a mí, diría que los Picault tienen la armadura.
Paula sonrió y estiró la mano para tocarle la mejilla.
—Es tan dulce que digas eso.
Pedro la atrajo más cerca por el cuello de la chaqueta y la besó.
—Estoy apostando a que sabes lo que estás haciendo. Sé que no quieres volver a las simples instalaciones de seguridad.
—No, no quiero.
Él abrió su puerta, incapaz de romper el estado de ánimo por considerar que esta noche intentaba ayudarla a encontrar un punto de apoyo en una carrera indudablemente llena de peligro y caos, y solo marginalmente legal, si acaso.
Mantenerse ocupada en trabajos de seguridad, no obstante, probablemente la mataría más rápido, en sentido figurado si no literal, que un propietario enfadado.
—El aparcamiento está vacío —notó ella— así que no hay tipos de seguridad.
Probablemente ninguna, en cualquier caso.
—Eso es tranquilizador.
—Mmm hum. Ten listo a Clark, yo desconectaré las alarmas.
Y pensar, reflexionó él mientras abría el portón trasero del Explorer, que esta era la parte fácil del día.
—Recuerda —dijo Paula, manteniendo la voz calmada incluso a pesar del subidón de adrenalina que empezaba a bombear por sus músculos— solo porque August e Yvette estén fuera pedaleando no significa que el personal de la casa se haya ido.
Especialmente con una cena de gala en tres horas y media a partir de ahora.
* * *
—Asumo que por lo tanto el mostacho —comentó Andres, ajustando las cerdas de las puntas rojas y la barba de chivo que ella le había pegado.
—No lo toques, la goma del maquillaje no se ha secado aún.
Se colocó la última horquilla en su propio cabello y luego se inclinó para colocar la larga peluca negra sobre su cabeza.
Mientras se enderezaba para mirarse en el espejo se sintió como Cher, pero lo más importante… definitivamente no parecía Paula Chaves.
Especialmente con las gafas. Recogiendo el largo cabello lo sujetó en una cola de caballo.
—No creo haber usado mono antes. —Dijo Pedro, saliendo de su vestidor.
—Estás bien —decidió ella, sofocando una sonrisa—. Puedo ver un porvenir para ti en el negocio de la limpieza de alfombras y cortinas.
—En tanto no tengamos que hacer ninguna limpieza de verdad.
—Y mira el acento. Esta tarde eres un nativo de Florida.
—Vale, vamos —intentó.
No estaba mal. No maravilloso, pero no mal. Mientras Sanchez se acercaba para ofrecerle su peluca negra llena de rizos, ella estudió el lenguaje corporal entre los dos. No,
no eran amigos, pero no se odiaban el uno al otro. Ya era algo, supuso ella.
—¿Por qué no puede tener Andres el cabello de Shirley Temple y yo seré el pelirrojo?
—El pelo rizado me queda horroroso —dijo Andres.
—¿Puedo señalar que no se trata de un pase de modelos? —dijo Sanchez, inclinando unos centímetros hacia delante la peluca de Pedro—. Sois afortunados de que yo tuviera tres
juegos de monos y pelucas a mano. Paula no me dio mucho tiempo.
—Y gorras. No las olvides —Bajó la vista al nombre bordado en su pecho—. A. Ramirez. Soy Alice, creo.
—¿P. Humphreys? No creo que pueda ser Pierre —Andres inclinó el sombrero un poco a la izquierda.
—Paul —decidió ella.
—¿Y qué es la C de C. Daltrey? —preguntó Pedro—. Y por favor no digas Chuck.
—No, no creo que pudieras conseguir un Chuck —acordó ella—. Charles creo. Podrías ser un Charles si tienes que serlo ¿verdad?
—Un Charles inglés, sí. Un Charles de Florida, no estoy seguro.
—Inténtalo otra vez, Charles.
—Infiernos —murmuró él—. Hey, llamadme Charles, todos.
—¿Así es como se me oye? —preguntó Andres—. Porque no es muy suave, lo cual es como yo me he estado imaginando todos estos años.
Ambos estaban manteniéndose tranquilos, o fingiéndolo, pero ella podía oír la tensión en sus voces. Especialmente en Adres. Había estado espléndido durante el almuerzo con Toombs y luego la visita a la casa, pensó, así que no estaba muy preocupada.
Podía ocuparse de sí mismo.
—Ahora sé un poco menos suave, si puedes, Andres. Tu voz es bastante reconocible.
—Caramba, cariñito. La haré más áspera si es lo que vosotros queréis.
Sanchez se frotó los ojos con las manos.
—Estamos condenados.
Ella se acercó a zancadas y lo besó en la mejilla.
—Me alegro de que volvieras ayer, así puedes ayudarme con esto. Habría sido mucho más difícil conseguirlo sin tu equipo y la Van.
—Sí, bueno, desearía haber vuelto dos días antes, así podríamos haber hablado detenidamente de esto.
Dos días antes habían pensado que el robo en casa de Toombs sería el final de esto.
Apartó la imagen de aquella horripilante habitación de nuevo, y la idea de que ella estaría más bien compartiendo una última cena con Wild Bill en solo un par de horas.
Ahora necesitaba centrarse, y no solo por su bien; Pedro había hecho esta clase de cosas un par de veces, pero no en un engaño directo. Andres era un novato total, y seguiría su liderazgo. Por ahora estaba suelto así que no estaría hiperestresado. En la Van, ella se puso más seria y volvió sobre los detalles.
—¿Todo el mundo listo? —preguntó ella, asegurando la gorra de Wayne's C & F Cleaners más baja sobre los ojos. Las gafas le obstruían un poco la visión periférica, pero
dado que esto no era un trabajo sigiloso, no importaba. El disfraz era más importante hoy… para todos ellos.
Pedro asintió, mientras Andres le daba una demasiado entusiasta elevación de pulgares. Sanchez puso en blanco los ojos, pero los siguió fuera donde había aparcado la Van
de Wayne en el camino delantero. Dado que en realidad no existía Wayne's C & F Cleaners, solo podía esperar que ninguno de sus contactos hubieran usado el mismo ardid
para romper alguna ley importante. Él había dicho que estaban limpios, sacados de un viejo decorado de películas, pero eso no quería decir que nadie más hubiera tenido la misma idea primero.
Mientras Andres subía en la parte de atrás de la Van, Pedro la sujetó por el codo.
—¿Estás segura de esto? —murmuró—. Todavía podemos llamar a Francisco.
—¿Para qué? Castillo no puede hacer nada. Han tenido la armadura el tiempo suficiente para que ahora sea legal. Entrar y llevársela está técnicamente contra la ley. Así
que ¿estás seguro de que quieres verte implicado en esto? Tienes mucho que perder si va mal.
—Tengo más que perder si no voy.
Ella sacudió la cabeza.
—No, no lo tienes —susurró—. Quizás estoy loca, pero no pensaría menos de ti si decidieras que no quieres saltarte la ley hoy conmigo.
Él le levantó la barbilla y la besó.
—Esto podría ser quebrar la ley, pero es por una buena causa. Y de perdidos, al río, como se dice.
Mmm, los besos antes de un AM eran tan… embriagadores. Paula lo miró fijamente un minuto con sus poco glamorosas ropas y el pelo de tonto, luego se sacudió.
Céntrate, maldita sea.
—Tú conduces, ricitos —dijo, lanzándole la llave mientras se sentaba en el asiento del copiloto.
Mientras ellos salían, levantó la tablilla con las órdenes de trabajo que Sanchez y ella habían preparado juntos. Un par de ajustes en el trabajo Picault, y ella se habría imaginado
que la legitimaba, si no hubiera tenido una naturaleza excepcionalmente paranoica y suspicaz.
Echó un vistazo atrás a Andres para verlo jugueteando con su barbita. Total extrañeza. En toda su carrera como ladrona de guante blanco había trabajado con una banda quizá una docena de veces, y aquí estaba, dirigiendo a dos novatos directo a las puertas delanteras, dejando que todo el mundo en la casa los viera, y saliendo con los objetos robados. Con suerte.
—Vale chicos. Repasemos esto una vez más —dijo ella, cruzando mentalmente los dedos, los dedos de los pies, los ojos, cualquier cosa que pudiera cruzar. Para alguien que
nunca había utilizado mucho la suerte, definitivamente estaba contando con ella hoy.
Domingo, 10:48 a.m.
Pedro se levantó del ordenador y se dirigió hacia la parte de atrás de la casa. En cierta forma, en su determinación para convencer a Paula de hacer algo con el jardín, no había anticipado cuán ruidosos serían los resultados.
—Jesús —masculló, mientras entraba en la biblioteca. Sí, la casa llevaba casi cien años en el lugar, pero las paredes y las ventanas deberían haber amortiguado algo el sonido.
—¿Cómo crees que me siento yo? —masculló Walter Barstone frente a la ventana.
Sostenía una taza de café en sus manos, con su piel de color chocolate teñida de gris.
—Walter. No sabía que estabas todavía aquí.
—Paula quiere hablar conmigo. Lo que supongo que significa gritarme. —Tomó un sorbo de café—. Y no puedo recordar dónde dejé mi camioneta.
—En alguna parte cerca del Felipe, supongo. —Pedro avanzó hasta quedarse en pie en una ventana vecina. Donde lo que había sido su prístina piscina de fondo azul, era un pantano marrón de barro y una capa de hormigón oscuro medio removido por un tractor y una retroexcavadora y algún otro vehículo de construcción del que no podía recordar el nombre—. ¿Debo enviar a mi chófer a buscarlo?
—No. Tomaré un taxi para allá una vez que me liberen aquí.
—Paula dijo eras un pájaro melancólico cuando bebes. Eso se extiende hasta la resaca, por lo que veo.
Walter lo miró.
—Estás siendo adorable ¿no?
—Excesivamente. Y me debes ochenta y cinco dólares.
—¿Ochenta y cinco pavos? No bebí tanto.
—No, bebiste por valor de cincuenta dólares. El resto fue de propina y para convencer a Felipe de que no llamara a Entertainment Tonight, para decirles que Paula y yo visitamos su establecimiento.
—Felipe se vendió barato.
—También pensaba que yo era alguien llamado Brad Hillier, aparentemente la estrella de una telenovela.
Walter bufó, luego presionó la mano libre contra su sien.
—Así es que ser famoso es un asco, pero aún es más asco cuando no te reconocen.
—Ese es realmente el dilema —Pedro esperó un momento hasta que el ruido de aquella máquina rompiendo el cemento armado en la esquina restante de su piscina se apaciguó—. ¿Te dijo Paula por qué te preguntábamos sobre Toombs?
—Porque sospechabais de él por el robo de la armadura.
—Porque entramos en su casa ayer por la mañana y encontramos un cuarto cerrado repleto de artículos y fotos de Paula.
La taza se resbaló de las manos del perista.
—¿Qué?
—Sí. Aparentemente el señor Toombs ha estado acechándola durante la mayor parte del año pasado, y siguiendo lo que él supone que es su carrera durante aproximadamente los últimos tres años. Los cuatro artículos que arreglaste que ella robara para él están en unos pedestales de granito en medio de la habitación.
—¡Qué puto enfermo! —susurró Walter, su ya enfermizo semblante se volvió más ceniciento—. ¡Qué hijo de puta!
—Exactamente lo que yo pienso.
Barstone se volvió hacia él.
—Realmente pareces bastante tranquilo acerca de ello, Alfonso —dijo, con voz temblorosa.
—Sí, bueno, he tenido casi un día para pensar bien en lo que tengo intención de hacer con Wild Bill Toombs. —Conservó su tono preciso, pero no pudo evitar gruñir cuando pronunció el nombre de Toombs. Pensando, imaginando, anticipando, fuera como fuera que eligiera llamarlo; cuando terminara con Gabriel Toombs, el bastardo no miraría nunca a otra mujer y mucho menos a Paula, con nada más que un triste arrepentimiento. Al menos suponía que la supresión de los órganos genitales de Toombs tendría ese efecto.
—Lo mataré —masculló Walter, con su ciega mirada fija en la zona destrozada de la piscina.
—No si yo llego primero. —Pedro caminó hacia el escritorio e hizo zumbar el interfono para llamar a Reinaldo—. Hemos tenido un leve derramamiento de café en la biblioteca —informó al mayordomo principal—. ¿Y podrían traer otra taza para el señor Barstone?
—¿El señor Sanchez? De inmediato, señor.
—Lo lamento —replicó el ex-perista.
—No importa.
—¿Dónde está Paula, de todas formas? —preguntó Walter.
—En la ducha.
Tomando aire, Pedro se reunió con él en la ventana.
Necesitaba dar este paso en algún momento. Ahora, cuando estaban a medias en el mismo lado, probablemente era el
mejor momento que iba a encontrar.
—Soy un tipo tradicional —comenzó.
—¿Estamos todavía hablando de Toombs? —preguntó Walter.
—No.
—Entonces ahórratelo hasta que mi cabeza deje de intentar explotar. Podemos pelearnos luego.
—Tradicionalmente, me dirigiría al padre de la dama para esto.
Barstone se giró para afrontarle de lleno.
—¿Eh?
—Bajo las actuales circunstancias… bajo cualquier circunstancia en realidad —continuó Pedro ignorando las protestas, la sospecha y la sorpresa—, sé que ella considera que eres más un padre de lo que lo es Martin. Y yo también.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy pidiendo tu bendición, porque tengo intención de pedirle a Paula que se case conmigo.
Walter se sentó bastante bruscamente en el profundo alféizar.
—Joooder.
Eso era mejor que de ninguna jodida manera, supuso Pedro, aunque un acuerdo inmediato y un cálido apretón de manos hubieran sido ideales.
—¿Lo sabe ella?
—Sabe que quiero casarme con ella, sí. —¿Sabía que él todavía tenía intención de declararse? Eso era harina de otro costal.
—¿Qué ocurre si digo que de ninguna jodida manera?
Ah, allí estaba.
—No te pedí permiso. —Dijo Pedro más equitativamente de lo que se sentía—. Pedí tu bendición.
—¿Entonces por qué te molestas en preguntarme, si mi respuesta no importa?
—Importa.
—¿Qué importa? —dijo Paula, entrando en la habitación con dos tazas de café y una Coca-cola light en una bandeja que llevaba en los brazos.
—Le pedí a Reinaldo…
—Le arrebaté los refrescos y lo mandé a buscar algunos brownies recién hechos de Hans.
—Pensaba que preferías los brownies de Nueva York —murmuró Pedro, tomando la bandeja las manos de ella y besándola al mismo tiempo.
—No hablaremos de eso donde Hans pueda oírlo —susurró en respuesta, tomando un café de la bandeja y dándoselo a Walter—. Y ambos son muy buenos, de cualquier manera.
—Estás de buen humor —observó Walter, pasando la mirada de Pedro a Paula.
—¿Por qué no debería estarlo? Mis chicos están ambos aquí y a salvo, y yo no tengo resaca.
—Muy divertido, sabelotodo. —Barstone continuó mirándola mientras ella tomaba el refresco de la bandeja y hacía saltar la tapa—. Pedro me hablaba de la casa de Toombs.
—¿Sí? Estupendo. Quise decírtelo, asegurarme de que supieras que no creo que tú o yo hiciéramos nada mal. Hemos tenido clientes que han solicitado mis servicios específicos antes.
—Tal vez, pero debería habértelo dicho cuando apareció en la oficina y quiso contratarte para un allanamiento.
—Sí, debiste hacerlo —concordó—. ¿Por qué no lo hiciste?
—Estabas en París con el bollito inglés, y pensé que me había encargado de ello. Si hubiera tenido alguna idea de que tomaba fotos tuyas, cariño, habría…
—Lo sé.
—¿Qué hiciste con las fotos?
Paula frunció el ceño.
—Las dejamos allí. Estoy buscando una armadura robada, y no quise que Toombs hablara de cómo habían forzado la entrada a su casa. Y no quise que llamara a la poli y les
hiciera echarles un vistazo a mis fotos y a esos artículos sobre robos tan agradable y acogedoramente puestos unos junto a otros.
—¿Qué ocurre si todavía hubieras sido una ladrona? ¿Qué harías entonces?
Por un largo minuto, ella vio a su antiguo perista.
—Si estuviera todavía en el juego y no tuviera una razón para mantener mis AM en secreto de él, hubiera quemado su casa, comenzando por esa habitación.
La tranquila certeza con la que habló sobresaltó a Pedro, aunque él mismo hubiera dicho lo mismo ayer. Ella estaba en el bando de los buenos, como le gustaba decir, pero él
dudaba de que ese lado oscuro y peligroso suyo, el que sabía que ella necesitaba mirar sobre su hombro o daría un salto atrás, desapareciera alguna vez. Como anoche, cuando el enorme motero se había enfrentado a ella, y él había estado dispuesto a volar en su rescate.
En su lugar, ella había hecho caer al tipo antes de que él pudiera dar más de un solo paso.
—Esa es mi chica —dijo Walter con un sombrío asentimiento.
Malditamente maravilloso. El bueno de Walter volvía a recordarle a ella cuánto más fáciles eran las cosas en los viejos tiempos.
—Paula —dijo Pedro en voz alta—, Walter y yo estábamos justamente en medio de una discusión. ¿Nos darás otro momento?
—Claro. Pero no te vayas a ningún sitio, Sanchez. Necesito hablar contigo también.
—Qué afortunado soy —gimió el perista.
Una vez que Paula salió del cuarto de nuevo, Pedro se movió y cerró silenciosamente la puerta detrás de ella.
—Me gustaría que no hicieras eso —dijo.
—¿Hacer qué? ¿Beber tu café gourmet?
—Alentarla a hacer cosas como quemar las casas de la gente. Hay otras formas de ocuparse de las cosas que no te llevan a ser arrestado por incendio provocado. —Por el
momento ignoró el hecho de que quería castrar a Gabriel Toombs. No lo había dicho en voz alta, al menos.
—Te lo dije antes. Apoyo a Paula en lo que sea que quiera hacer. A diferencia de ti.
—Sí, bien, eso es porque quiero que tenga una vida larga, feliz y libre, del tipo de no ir a prisión.
—Contigo.
—Conmigo.
—¿Por qué sencillamente no dejas la cosas como están, entonces? Lo admito, ella ha sido bastante feliz desde que te conoció —Barstone tomó un sorbo de su café—. Excepto durante el tiempo en que le dispararon y esa vez en que fue detenida. Cielos, todo ocurrió después de que se mudara a vivir contigo.
—Y el gilipollas siguiendo su carrera y pegándola en su pared comenzó antes de que me conociera. Y los archivos de la Interpol y el FBI justo esperando una foto o una huella digital para ir con todas las pruebas que han estado recopilando desde que comenzó su carrera. No tuve nada que ver con eso. ¿De verdad vamos a comparar vidas, Walter?
—Casarse con ella no la convertirá en lady Alfonso.
—En realidad, sería lady Rawley. Y creo que eso es entre Paula y yo. Sólo quería que lo supieras.
—Pensé que querías mi bendición.
—Eso también, pero puedo vivir sin…
—De acuerdo.
Pedro cerró la boca de nuevo.
—¿De acuerdo? —Repitió, levantando una ceja.
—De acuerdo. Te doy mi bendición. —Walter se giró con una mano en el aire, una imitación muy pobre de una reverencia real.
Pedro, profundamente sorprendido, tomó un sorbo de café para darse un momento para recolocarse mentalmente.
—¿Por qué ese cambio tan brusco?
Barstone levantó una gruesa ceja.
—Te di mi aprobación. ¿De verdad quieres saber por qué?
—Sí. Quiero.
—Estupendo. Ella empezó a hablar acerca de retirarse un par de meses antes de conocerte. Pero hacer otro trabajo o dos era aún más interesante que cualquier cosa legal que estuviera haciendo. Podría soportarlo otro par de años, pero finalmente terminaría como Martin. Creo que tú eres la única razón por la que ella permanecerá retirada. —Vaciló—. Y la quieres más que cualquier otro que haya estado nunca en su vida.Exceptuándome a mí, por supuesto.
Vista la forma de actuar del perista, Pedro podría discutir eso, pero no dijo nada en voz alta.
—Gracias, entonces.
—Sí. No creo que ella sea tan fácil de convencer como yo. —Barstone caminó hacia la puerta—. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a ser reprendido y luego conseguir un taxi e ir a buscar mi coche.
Pedro esperó hasta que estuvo solo en la biblioteca antes de tomar asiento en el escritorio. Abajo, los trabajadores de Piskford continuaban demoliendo su piscina, el sonido de rotura del cemento armado y los trozos rotos siendo cargados en remolques reverberaban por la casa. Y bien pensado, hablar con Walter había sido probablemente la
cosa más fácil con que se encontraría hoy. Aun así, esbozó una leve sonrisa. Había convencido a Tomas y a Walter —en su mayor parte— y ahora sólo quedaba una persona. La
más importante.
* * *
Paula holgazaneaba en la barandilla en lo alto de las escaleras bebiéndose un refresco. Pedro y Sanchez estaban hablando de algo, y se imaginaba que era de ella, pero al menos no estaban gritando. Pensó en escuchar tras la puerta, en parte por curiosidad, pero en su mayoría porque su vida era la que era y los secretos pululando a su alrededor podían ser peligrosos.
Pero justo cuando se enderezaba, Sanchez salió de la biblioteca y cerró la puerta.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Me siento como si él fuera el director que me acaba de castigar y tú eres el chico con el que estaba pintando las paredes con el spray. Sí, estoy bien.
—¿Recuerdas dónde está tu camioneta?
—Más o menos.
—Entonces vamos.
—No voy a contarte lo que me ha dicho. Es una cosa de chicos.
Maldita sea.
—Bien, no quiero que oiga lo que yo te digo.
—Ostras, vaya día.
Quejándose, la siguió por el vestíbulo, donde ella enganchó una galleta de la bandeja que llevaba Reinaldo en dirección a la biblioteca.
—¿Qué coche cogemos? —preguntó mientras entraban en el garaje.
—Vas con mucha confianza con las cosas de Alfonso ¿no?
Paul lo miró de soslayo mientras cogía las llaves del Barracuda.
—Es mi estilo.
—Vaya, ya lo sé.
Pensara lo que pensara, él no dijo nada más cuando puso en marcha el coche y se dirigieron hacia la puerta principal de vuelta al bar Felipe. A eso de medio camino se detuvo en el parking de un supermercado y paró el motor.
—Vale.
—¿Vale, qué?
—¿Por qué te largaste? Ese es el qué.
Él frunció el ceño, casi juntando las cejas.
—Te lo dije anoche.
—¿Esa mierda sobre Toombs? ¿O la parte donde dijiste que no querías hacer más trabajos de seguridad para nadie?
Sanchez miró por la ventana del acompañante durante un buen rato.
—Sabes que te quiero, cielo. Así que cuando te retiraste del negocio, yo también me retiré. Menos lealtades divididas para ti, supongo. Pero ha pasado un año.
—¿No pensabas que duraría tanto tiempo? —le preguntó, con el pecho contraído.
Sabía que lo había hecho por ella, y sabía que no había estado universalmente feliz con eso, ¿pero lo lamentaba? ¿Le molestaba?
—En verdad no, no lo creía. Pensé que cuando obtuviste el trabajo de restauradora de arte en el Norton era lo máximo de legal que podías hacer. E incluso entonces cada par de meses empezabas a preguntar sobre las peticiones y yo ya estaba recabando noticias, husmeando por si te interesaba algo.
—Ese es mi problema —le contestó—. No cambies de tema. Desapareciste. Y me debes una explicación.
—¿Por qué te debo una explicación?
—Porque eres mi puñetera familia, Sanchez. No te puedes largar sin hacerme saber que estas a salvo.
Él respiró profundamente y soltó el aire.
—Necesitaba pensar ¿de acuerdo?
—¿Pensar en qué?
—En si soy capaz de seguir tirando de mis antiguos contactos para obtener información y así tú puedas atrapar a los que trabajan con ellos. También son de los que te cierran la puerta en las narices.
—Vaya. —Ella miró el volante—. ¿Te han estado amenazando?
—Todos amenazan a todos, Pau. Ya lo sabes. Forma parte del juego. Pero al final, y será más pronto que tarde, no me quedará nadie con quién hablar.
—Yo te hablaré.
—Bueno, vaya, gracias. —Sonrió brevemente—. Esta cosa de la recuperación de objetos que estás haciendo, te gusta en serio.
Hasta ahora. Excepto ver la escalofriante sala de Toombs.
—Cuéntamelo, ¿lo harás?
—No quiero hablar de eso ahora mismo. Quiero hablar sobre como tú eres la única persona a la que puedo decirle cualquier cosa. Te he echado de menos esta semana. No
tienes ni idea de lo que ha estado sucediendo aquí. Tuve que llevarme a Andres conmigo para echar un vistazo a la casa de Toombs.
—De todas formas yo no podría haber entrado allí legalmente contigo. Andres es un buen tipo.
—Tú también. Así que no vayas pensando en dejar que me enfrente sola a toda esta locura de mierda.
—¿Qué pasará cuando me quede sin contactos? Entonces solo seré el increíblemente atractivo tipo negro que trabaja en tu oficina de seguridad
—Y mi socio. Si te aburres en el futuro, encontraremos otra cosa para que hagas. Tal vez abrir una tienda de antigüedades. Te gustan esas cosas y eres bueno.
—Te estás esforzando para encontrar razones por las que quedarme por aquí.
—Bueno, te pasaste un par de días resolviendo lo mismo, ¿no?
—Sí. Fui a Miami, hablé con un par de personas, obtuve alguna oferta de trabajo para adquisiciones e intenté resolver lo que sería sin ti haciendo esos delicados trabajos y
ganando unos cuantos de los grandes.
—Sanchez…
—No pude imaginármelo —interrumpió—. No me gustan las instalaciones de seguridad, pero me gusta aún menos trabajar en adquisiciones sin ti. Y entonces me enfadé
conmigo, porque pensé que tú eras como la mariposa saliendo del capullo, y tenía que dejarte marchar, hacerte la vida más fácil.
—No me has hecho la vida más difícil —le contestó, su voz y sus emociones un poco inestables—. Evitaste que me volviera loca con todo eso de respetar la ley.
—Me alegro que digas eso. Porque anoche, y esta mañana, resolví que haces algunas cosas que no te gustan y así puedes estar cerca del bollito inglés, así que yo puedo hacer algunas cosas que no me gustan y así puedo estar cerca de ti. Claro que iba achispado la mayor parte del tiempo, así que seguramente no tenga ningún sentido.
Ella se inclinó y lo abrazó.
—Gracias —le dijo y una lágrima le bajó por el rostro.
—No, gracias a ti, cielo. Ahora cuéntame sobre la habitación espeluznante.
Paula se lo contó mientras ponía en marcha el coche y se dirigía de vuelta a la calle. Jesús, durante un minuto pensó que iba a perderlo por el lado oscuro. Ella tenía a Pedro como incentivo para permanecer en el bueno, pero él no era la única razón. La buena suerte solo duraba un tiempo, y ella había tenido una buena racha. El único incentivo de Sanchez para permanecer legal parecía ser ella.
—Así que ha estado siguiendo tu carrera durante los últimos tres años y acechándote durante uno.
—Así lo parece. Y ni siquiera puedo describir lo que… Fue la cosa más escalofriante con la que jamás me he cruzado. Y ni siquiera quiero pensar en lo que hace allí. —Se estremeció.
—Entró en Chaves Security y quiso contratarte para un trabajo. Seguramente habría estado esperando en los matorrales para hacerte más fotos mientras lo hacías. Podría
haberte mandado a prisión, Pau.
—Que la persona que te contrata te tienda una trampa es muy bajo —estuvo de acuerdo ella—. Menos mal que estoy retirada.
Notó a Sanchez observándola, y mantuvo su mirada en la carretera. Sí, todavía se sentía asqueada sabiendo que sus momentos indiscretos estaban en una habitación cerrada,
pero esta noche haría un allanamiento acompañada por dos novatos. Necesitaba concentrarse en eso. De hecho se alegraba de ser capaz de concentrarse en eso.
—¿Pasó algo más mientras estaba fuera? —preguntó Sanchez.
Paula se aclaró la garganta. Era mucho más fácil hablar sobre AM que de cosas personales.
—Pedro ha estado soltando pistas, o intentando no soltarlas, sobre algo —admitió reacia—. Creo que quiere casarse.
—¿Casarse? —repitió Sanchez—. ¿Contigo?
—Gonzales no está disponible —dijo secamente—. Sí, conmigo.
—Ajá.
No sonó en absoluto sorprendido, teniendo en cuenta que ella estaba sudando frío solo con decirlo en voz alta.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Ajá?
—¿No necesita una deducción de impuestos o una oportuna foto publicitaria o algo por el estilo?
—No.
—¿Entonces por qué te lo ha pedido?
—No me lo ha pedido. Todavía no. —Frunció el ceño a punto de estar molesta.
—De acuerdo, ¿por qué te lo pediría, si te lo pide?
Frunció aún más el ceño.
—¿De parte de quién estás?
—¿Hay bandos?
—¿Qué? Aléjate de ese cuerpo y devuélveme al Sanchez de verdad.
—El Sanchez verdadero seguramente tiene mi camioneta —masculló.
—Eso no es de mucha ayuda.
—¿Qué quieres? ¿Consejo? Cielo, estuve casado una vez durante seis semanas, hace treinta años. Tienes que resolverlo por ti misma. Definitivamente tienes algunos
antecedentes, pero si él va a hacer la pregunta, entonces tendría que decir que seguramente habrá pensado como le afectará, o afectaría, esto. Entonces preocúpate por lo que sea mejor para ti. —Se encogió de hombros—. Ya planees quedarte o si estás pensando en marcharte.Estoy contigo, decidas lo que decidas.
—Gracias. Supongo. —Sanchez tenía razón, pero eso no hacía que resolverlo fuera más fácil. ¿Qué era lo mejor para ella? ¿Cómo diablos lo sabía? Sabía qué le gustaba y qué
la hacía feliz, pero el chocolate también lo hacía… e iba directamente a sus caderas.
—Eso es si él te lo pide algún día. Eres cara de mantener.
Paula resopló.
—Mira quién habla el Señor No Tengo Dinero y No Puedo Encontrar Mi Camioneta.
De pronto él se incorporó hacia delante señalando.
—Ja. Mi camioneta está justo…
El móvil de Paula sonó con el tema de Mamá y sus increíbles hijos. El número de casa de los Gonzales. Descolgó y aparcó el coche.
—Chaves.
—Hola, tía Pau.
Mierda. ¿Cómo podía alguien con una memoria casi fotográfica olvidarse de un muñeco sin género de más de metro ochenta? Sabía que hoy tenía que recuperarlo. O lo
había sabido anoche. Miércoles.
—Hola, Lau. Me alegro que llamaras. Clark estará en tu clase mañana.
La niña de diez años gritó feliz.
—¿En serio? ¿Lo encontraste?
—Sí.
—Eres la bomba. ¿Quién se lo llevó?
Paula se contuvo de aclararse la garganta.
—Me temo que eso es confidencial.
—Vale. Muchísimas gracias, tía Pau.
—De nada.
—Te quiero. Adiós.
—Yo también te quiero, cariño.
Cuando apagó el teléfono, Sanchez la estaba mirando.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Lau. ¿La hija de Gonzales?
—Una de ellas. Me contrató. La estoy ayudando.
—Vaya hombre, te estás ablandando ¿no?
—Vamos a por tu maldita camioneta.
Con una sonrisa, Sanchez abrió la puerta del acompañante.
—¿Estás segura que quieres ir a por la armadura esta noche? Puedo conseguirte el diseño de la casa a finales de semana.
—Viscanti lo necesita para el miércoles. Y si me equivoco, tendré un par de días para averiguar dónde demonios están las piezas.
—¿Y tus presentimientos sobre los Picault?
—Creo que las tienen. Pero entonces vuelvo a pensar que Toombs las tuvo.
—Bien, mejoran tus apuestas. —Sanchez levantó el puño, y Paula chocó con el suyo—. Llámame si necesitas algo.
—Ya lo he hecho. Antes te metí una lista en el bolsillo. —Cuando él la fulminó con la mirada ella se encogió de hombros—. Sigo practicando mis locas habilidades.
—Mm hum. ¿Qué necesitas?
—Ya lo verás. Solo tráemelo esta tarde. Y llama a Kim —siguió—. Andres y yo estamos cansados de decirle que tenías una emergencia familiar.
—Vale, vale.
Paula lo observó hasta que puso en marcha la furgoneta y se despidió de ella.
Entonces dio la vuelta para dirigirse a Solano Dorado. Poner un hombre anatómico cubierto de sangre y tripas en la Barracuda sería una mala idea. Necesitaba un coche de incógnito, y tal vez un socio al que no le importara ayudarla a cargar un cuerpo sin vida durante un ratito. O a Pedro, si no encontraba a otro.