Domingo, 10:48 a.m.
Pedro se levantó del ordenador y se dirigió hacia la parte de atrás de la casa. En cierta forma, en su determinación para convencer a Paula de hacer algo con el jardín, no había anticipado cuán ruidosos serían los resultados.
—Jesús —masculló, mientras entraba en la biblioteca. Sí, la casa llevaba casi cien años en el lugar, pero las paredes y las ventanas deberían haber amortiguado algo el sonido.
—¿Cómo crees que me siento yo? —masculló Walter Barstone frente a la ventana.
Sostenía una taza de café en sus manos, con su piel de color chocolate teñida de gris.
—Walter. No sabía que estabas todavía aquí.
—Paula quiere hablar conmigo. Lo que supongo que significa gritarme. —Tomó un sorbo de café—. Y no puedo recordar dónde dejé mi camioneta.
—En alguna parte cerca del Felipe, supongo. —Pedro avanzó hasta quedarse en pie en una ventana vecina. Donde lo que había sido su prístina piscina de fondo azul, era un pantano marrón de barro y una capa de hormigón oscuro medio removido por un tractor y una retroexcavadora y algún otro vehículo de construcción del que no podía recordar el nombre—. ¿Debo enviar a mi chófer a buscarlo?
—No. Tomaré un taxi para allá una vez que me liberen aquí.
—Paula dijo eras un pájaro melancólico cuando bebes. Eso se extiende hasta la resaca, por lo que veo.
Walter lo miró.
—Estás siendo adorable ¿no?
—Excesivamente. Y me debes ochenta y cinco dólares.
—¿Ochenta y cinco pavos? No bebí tanto.
—No, bebiste por valor de cincuenta dólares. El resto fue de propina y para convencer a Felipe de que no llamara a Entertainment Tonight, para decirles que Paula y yo visitamos su establecimiento.
—Felipe se vendió barato.
—También pensaba que yo era alguien llamado Brad Hillier, aparentemente la estrella de una telenovela.
Walter bufó, luego presionó la mano libre contra su sien.
—Así es que ser famoso es un asco, pero aún es más asco cuando no te reconocen.
—Ese es realmente el dilema —Pedro esperó un momento hasta que el ruido de aquella máquina rompiendo el cemento armado en la esquina restante de su piscina se apaciguó—. ¿Te dijo Paula por qué te preguntábamos sobre Toombs?
—Porque sospechabais de él por el robo de la armadura.
—Porque entramos en su casa ayer por la mañana y encontramos un cuarto cerrado repleto de artículos y fotos de Paula.
La taza se resbaló de las manos del perista.
—¿Qué?
—Sí. Aparentemente el señor Toombs ha estado acechándola durante la mayor parte del año pasado, y siguiendo lo que él supone que es su carrera durante aproximadamente los últimos tres años. Los cuatro artículos que arreglaste que ella robara para él están en unos pedestales de granito en medio de la habitación.
—¡Qué puto enfermo! —susurró Walter, su ya enfermizo semblante se volvió más ceniciento—. ¡Qué hijo de puta!
—Exactamente lo que yo pienso.
Barstone se volvió hacia él.
—Realmente pareces bastante tranquilo acerca de ello, Alfonso —dijo, con voz temblorosa.
—Sí, bueno, he tenido casi un día para pensar bien en lo que tengo intención de hacer con Wild Bill Toombs. —Conservó su tono preciso, pero no pudo evitar gruñir cuando pronunció el nombre de Toombs. Pensando, imaginando, anticipando, fuera como fuera que eligiera llamarlo; cuando terminara con Gabriel Toombs, el bastardo no miraría nunca a otra mujer y mucho menos a Paula, con nada más que un triste arrepentimiento. Al menos suponía que la supresión de los órganos genitales de Toombs tendría ese efecto.
—Lo mataré —masculló Walter, con su ciega mirada fija en la zona destrozada de la piscina.
—No si yo llego primero. —Pedro caminó hacia el escritorio e hizo zumbar el interfono para llamar a Reinaldo—. Hemos tenido un leve derramamiento de café en la biblioteca —informó al mayordomo principal—. ¿Y podrían traer otra taza para el señor Barstone?
—¿El señor Sanchez? De inmediato, señor.
—Lo lamento —replicó el ex-perista.
—No importa.
—¿Dónde está Paula, de todas formas? —preguntó Walter.
—En la ducha.
Tomando aire, Pedro se reunió con él en la ventana.
Necesitaba dar este paso en algún momento. Ahora, cuando estaban a medias en el mismo lado, probablemente era el
mejor momento que iba a encontrar.
—Soy un tipo tradicional —comenzó.
—¿Estamos todavía hablando de Toombs? —preguntó Walter.
—No.
—Entonces ahórratelo hasta que mi cabeza deje de intentar explotar. Podemos pelearnos luego.
—Tradicionalmente, me dirigiría al padre de la dama para esto.
Barstone se giró para afrontarle de lleno.
—¿Eh?
—Bajo las actuales circunstancias… bajo cualquier circunstancia en realidad —continuó Pedro ignorando las protestas, la sospecha y la sorpresa—, sé que ella considera que eres más un padre de lo que lo es Martin. Y yo también.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy pidiendo tu bendición, porque tengo intención de pedirle a Paula que se case conmigo.
Walter se sentó bastante bruscamente en el profundo alféizar.
—Joooder.
Eso era mejor que de ninguna jodida manera, supuso Pedro, aunque un acuerdo inmediato y un cálido apretón de manos hubieran sido ideales.
—¿Lo sabe ella?
—Sabe que quiero casarme con ella, sí. —¿Sabía que él todavía tenía intención de declararse? Eso era harina de otro costal.
—¿Qué ocurre si digo que de ninguna jodida manera?
Ah, allí estaba.
—No te pedí permiso. —Dijo Pedro más equitativamente de lo que se sentía—. Pedí tu bendición.
—¿Entonces por qué te molestas en preguntarme, si mi respuesta no importa?
—Importa.
—¿Qué importa? —dijo Paula, entrando en la habitación con dos tazas de café y una Coca-cola light en una bandeja que llevaba en los brazos.
—Le pedí a Reinaldo…
—Le arrebaté los refrescos y lo mandé a buscar algunos brownies recién hechos de Hans.
—Pensaba que preferías los brownies de Nueva York —murmuró Pedro, tomando la bandeja las manos de ella y besándola al mismo tiempo.
—No hablaremos de eso donde Hans pueda oírlo —susurró en respuesta, tomando un café de la bandeja y dándoselo a Walter—. Y ambos son muy buenos, de cualquier manera.
—Estás de buen humor —observó Walter, pasando la mirada de Pedro a Paula.
—¿Por qué no debería estarlo? Mis chicos están ambos aquí y a salvo, y yo no tengo resaca.
—Muy divertido, sabelotodo. —Barstone continuó mirándola mientras ella tomaba el refresco de la bandeja y hacía saltar la tapa—. Pedro me hablaba de la casa de Toombs.
—¿Sí? Estupendo. Quise decírtelo, asegurarme de que supieras que no creo que tú o yo hiciéramos nada mal. Hemos tenido clientes que han solicitado mis servicios específicos antes.
—Tal vez, pero debería habértelo dicho cuando apareció en la oficina y quiso contratarte para un allanamiento.
—Sí, debiste hacerlo —concordó—. ¿Por qué no lo hiciste?
—Estabas en París con el bollito inglés, y pensé que me había encargado de ello. Si hubiera tenido alguna idea de que tomaba fotos tuyas, cariño, habría…
—Lo sé.
—¿Qué hiciste con las fotos?
Paula frunció el ceño.
—Las dejamos allí. Estoy buscando una armadura robada, y no quise que Toombs hablara de cómo habían forzado la entrada a su casa. Y no quise que llamara a la poli y les
hiciera echarles un vistazo a mis fotos y a esos artículos sobre robos tan agradable y acogedoramente puestos unos junto a otros.
—¿Qué ocurre si todavía hubieras sido una ladrona? ¿Qué harías entonces?
Por un largo minuto, ella vio a su antiguo perista.
—Si estuviera todavía en el juego y no tuviera una razón para mantener mis AM en secreto de él, hubiera quemado su casa, comenzando por esa habitación.
La tranquila certeza con la que habló sobresaltó a Pedro, aunque él mismo hubiera dicho lo mismo ayer. Ella estaba en el bando de los buenos, como le gustaba decir, pero él
dudaba de que ese lado oscuro y peligroso suyo, el que sabía que ella necesitaba mirar sobre su hombro o daría un salto atrás, desapareciera alguna vez. Como anoche, cuando el enorme motero se había enfrentado a ella, y él había estado dispuesto a volar en su rescate.
En su lugar, ella había hecho caer al tipo antes de que él pudiera dar más de un solo paso.
—Esa es mi chica —dijo Walter con un sombrío asentimiento.
Malditamente maravilloso. El bueno de Walter volvía a recordarle a ella cuánto más fáciles eran las cosas en los viejos tiempos.
—Paula —dijo Pedro en voz alta—, Walter y yo estábamos justamente en medio de una discusión. ¿Nos darás otro momento?
—Claro. Pero no te vayas a ningún sitio, Sanchez. Necesito hablar contigo también.
—Qué afortunado soy —gimió el perista.
Una vez que Paula salió del cuarto de nuevo, Pedro se movió y cerró silenciosamente la puerta detrás de ella.
—Me gustaría que no hicieras eso —dijo.
—¿Hacer qué? ¿Beber tu café gourmet?
—Alentarla a hacer cosas como quemar las casas de la gente. Hay otras formas de ocuparse de las cosas que no te llevan a ser arrestado por incendio provocado. —Por el
momento ignoró el hecho de que quería castrar a Gabriel Toombs. No lo había dicho en voz alta, al menos.
—Te lo dije antes. Apoyo a Paula en lo que sea que quiera hacer. A diferencia de ti.
—Sí, bien, eso es porque quiero que tenga una vida larga, feliz y libre, del tipo de no ir a prisión.
—Contigo.
—Conmigo.
—¿Por qué sencillamente no dejas la cosas como están, entonces? Lo admito, ella ha sido bastante feliz desde que te conoció —Barstone tomó un sorbo de su café—. Excepto durante el tiempo en que le dispararon y esa vez en que fue detenida. Cielos, todo ocurrió después de que se mudara a vivir contigo.
—Y el gilipollas siguiendo su carrera y pegándola en su pared comenzó antes de que me conociera. Y los archivos de la Interpol y el FBI justo esperando una foto o una huella digital para ir con todas las pruebas que han estado recopilando desde que comenzó su carrera. No tuve nada que ver con eso. ¿De verdad vamos a comparar vidas, Walter?
—Casarse con ella no la convertirá en lady Alfonso.
—En realidad, sería lady Rawley. Y creo que eso es entre Paula y yo. Sólo quería que lo supieras.
—Pensé que querías mi bendición.
—Eso también, pero puedo vivir sin…
—De acuerdo.
Pedro cerró la boca de nuevo.
—¿De acuerdo? —Repitió, levantando una ceja.
—De acuerdo. Te doy mi bendición. —Walter se giró con una mano en el aire, una imitación muy pobre de una reverencia real.
Pedro, profundamente sorprendido, tomó un sorbo de café para darse un momento para recolocarse mentalmente.
—¿Por qué ese cambio tan brusco?
Barstone levantó una gruesa ceja.
—Te di mi aprobación. ¿De verdad quieres saber por qué?
—Sí. Quiero.
—Estupendo. Ella empezó a hablar acerca de retirarse un par de meses antes de conocerte. Pero hacer otro trabajo o dos era aún más interesante que cualquier cosa legal que estuviera haciendo. Podría soportarlo otro par de años, pero finalmente terminaría como Martin. Creo que tú eres la única razón por la que ella permanecerá retirada. —Vaciló—. Y la quieres más que cualquier otro que haya estado nunca en su vida.Exceptuándome a mí, por supuesto.
Vista la forma de actuar del perista, Pedro podría discutir eso, pero no dijo nada en voz alta.
—Gracias, entonces.
—Sí. No creo que ella sea tan fácil de convencer como yo. —Barstone caminó hacia la puerta—. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a ser reprendido y luego conseguir un taxi e ir a buscar mi coche.
Pedro esperó hasta que estuvo solo en la biblioteca antes de tomar asiento en el escritorio. Abajo, los trabajadores de Piskford continuaban demoliendo su piscina, el sonido de rotura del cemento armado y los trozos rotos siendo cargados en remolques reverberaban por la casa. Y bien pensado, hablar con Walter había sido probablemente la
cosa más fácil con que se encontraría hoy. Aun así, esbozó una leve sonrisa. Había convencido a Tomas y a Walter —en su mayor parte— y ahora sólo quedaba una persona. La
más importante.
* * *
Pero justo cuando se enderezaba, Sanchez salió de la biblioteca y cerró la puerta.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Me siento como si él fuera el director que me acaba de castigar y tú eres el chico con el que estaba pintando las paredes con el spray. Sí, estoy bien.
—¿Recuerdas dónde está tu camioneta?
—Más o menos.
—Entonces vamos.
—No voy a contarte lo que me ha dicho. Es una cosa de chicos.
Maldita sea.
—Bien, no quiero que oiga lo que yo te digo.
—Ostras, vaya día.
Quejándose, la siguió por el vestíbulo, donde ella enganchó una galleta de la bandeja que llevaba Reinaldo en dirección a la biblioteca.
—¿Qué coche cogemos? —preguntó mientras entraban en el garaje.
—Vas con mucha confianza con las cosas de Alfonso ¿no?
Paul lo miró de soslayo mientras cogía las llaves del Barracuda.
—Es mi estilo.
—Vaya, ya lo sé.
Pensara lo que pensara, él no dijo nada más cuando puso en marcha el coche y se dirigieron hacia la puerta principal de vuelta al bar Felipe. A eso de medio camino se detuvo en el parking de un supermercado y paró el motor.
—Vale.
—¿Vale, qué?
—¿Por qué te largaste? Ese es el qué.
Él frunció el ceño, casi juntando las cejas.
—Te lo dije anoche.
—¿Esa mierda sobre Toombs? ¿O la parte donde dijiste que no querías hacer más trabajos de seguridad para nadie?
Sanchez miró por la ventana del acompañante durante un buen rato.
—Sabes que te quiero, cielo. Así que cuando te retiraste del negocio, yo también me retiré. Menos lealtades divididas para ti, supongo. Pero ha pasado un año.
—¿No pensabas que duraría tanto tiempo? —le preguntó, con el pecho contraído.
Sabía que lo había hecho por ella, y sabía que no había estado universalmente feliz con eso, ¿pero lo lamentaba? ¿Le molestaba?
—En verdad no, no lo creía. Pensé que cuando obtuviste el trabajo de restauradora de arte en el Norton era lo máximo de legal que podías hacer. E incluso entonces cada par de meses empezabas a preguntar sobre las peticiones y yo ya estaba recabando noticias, husmeando por si te interesaba algo.
—Ese es mi problema —le contestó—. No cambies de tema. Desapareciste. Y me debes una explicación.
—¿Por qué te debo una explicación?
—Porque eres mi puñetera familia, Sanchez. No te puedes largar sin hacerme saber que estas a salvo.
Él respiró profundamente y soltó el aire.
—Necesitaba pensar ¿de acuerdo?
—¿Pensar en qué?
—En si soy capaz de seguir tirando de mis antiguos contactos para obtener información y así tú puedas atrapar a los que trabajan con ellos. También son de los que te cierran la puerta en las narices.
—Vaya. —Ella miró el volante—. ¿Te han estado amenazando?
—Todos amenazan a todos, Pau. Ya lo sabes. Forma parte del juego. Pero al final, y será más pronto que tarde, no me quedará nadie con quién hablar.
—Yo te hablaré.
—Bueno, vaya, gracias. —Sonrió brevemente—. Esta cosa de la recuperación de objetos que estás haciendo, te gusta en serio.
Hasta ahora. Excepto ver la escalofriante sala de Toombs.
—Cuéntamelo, ¿lo harás?
—No quiero hablar de eso ahora mismo. Quiero hablar sobre como tú eres la única persona a la que puedo decirle cualquier cosa. Te he echado de menos esta semana. No
tienes ni idea de lo que ha estado sucediendo aquí. Tuve que llevarme a Andres conmigo para echar un vistazo a la casa de Toombs.
—De todas formas yo no podría haber entrado allí legalmente contigo. Andres es un buen tipo.
—Tú también. Así que no vayas pensando en dejar que me enfrente sola a toda esta locura de mierda.
—¿Qué pasará cuando me quede sin contactos? Entonces solo seré el increíblemente atractivo tipo negro que trabaja en tu oficina de seguridad
—Y mi socio. Si te aburres en el futuro, encontraremos otra cosa para que hagas. Tal vez abrir una tienda de antigüedades. Te gustan esas cosas y eres bueno.
—Te estás esforzando para encontrar razones por las que quedarme por aquí.
—Bueno, te pasaste un par de días resolviendo lo mismo, ¿no?
—Sí. Fui a Miami, hablé con un par de personas, obtuve alguna oferta de trabajo para adquisiciones e intenté resolver lo que sería sin ti haciendo esos delicados trabajos y
ganando unos cuantos de los grandes.
—Sanchez…
—No pude imaginármelo —interrumpió—. No me gustan las instalaciones de seguridad, pero me gusta aún menos trabajar en adquisiciones sin ti. Y entonces me enfadé
conmigo, porque pensé que tú eras como la mariposa saliendo del capullo, y tenía que dejarte marchar, hacerte la vida más fácil.
—No me has hecho la vida más difícil —le contestó, su voz y sus emociones un poco inestables—. Evitaste que me volviera loca con todo eso de respetar la ley.
—Me alegro que digas eso. Porque anoche, y esta mañana, resolví que haces algunas cosas que no te gustan y así puedes estar cerca del bollito inglés, así que yo puedo hacer algunas cosas que no me gustan y así puedo estar cerca de ti. Claro que iba achispado la mayor parte del tiempo, así que seguramente no tenga ningún sentido.
Ella se inclinó y lo abrazó.
—Gracias —le dijo y una lágrima le bajó por el rostro.
—No, gracias a ti, cielo. Ahora cuéntame sobre la habitación espeluznante.
Paula se lo contó mientras ponía en marcha el coche y se dirigía de vuelta a la calle. Jesús, durante un minuto pensó que iba a perderlo por el lado oscuro. Ella tenía a Pedro como incentivo para permanecer en el bueno, pero él no era la única razón. La buena suerte solo duraba un tiempo, y ella había tenido una buena racha. El único incentivo de Sanchez para permanecer legal parecía ser ella.
—Así que ha estado siguiendo tu carrera durante los últimos tres años y acechándote durante uno.
—Así lo parece. Y ni siquiera puedo describir lo que… Fue la cosa más escalofriante con la que jamás me he cruzado. Y ni siquiera quiero pensar en lo que hace allí. —Se estremeció.
—Entró en Chaves Security y quiso contratarte para un trabajo. Seguramente habría estado esperando en los matorrales para hacerte más fotos mientras lo hacías. Podría
haberte mandado a prisión, Pau.
—Que la persona que te contrata te tienda una trampa es muy bajo —estuvo de acuerdo ella—. Menos mal que estoy retirada.
Notó a Sanchez observándola, y mantuvo su mirada en la carretera. Sí, todavía se sentía asqueada sabiendo que sus momentos indiscretos estaban en una habitación cerrada,
pero esta noche haría un allanamiento acompañada por dos novatos. Necesitaba concentrarse en eso. De hecho se alegraba de ser capaz de concentrarse en eso.
—¿Pasó algo más mientras estaba fuera? —preguntó Sanchez.
Paula se aclaró la garganta. Era mucho más fácil hablar sobre AM que de cosas personales.
—Pedro ha estado soltando pistas, o intentando no soltarlas, sobre algo —admitió reacia—. Creo que quiere casarse.
—¿Casarse? —repitió Sanchez—. ¿Contigo?
—Gonzales no está disponible —dijo secamente—. Sí, conmigo.
—Ajá.
No sonó en absoluto sorprendido, teniendo en cuenta que ella estaba sudando frío solo con decirlo en voz alta.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Ajá?
—¿No necesita una deducción de impuestos o una oportuna foto publicitaria o algo por el estilo?
—No.
—¿Entonces por qué te lo ha pedido?
—No me lo ha pedido. Todavía no. —Frunció el ceño a punto de estar molesta.
—De acuerdo, ¿por qué te lo pediría, si te lo pide?
Frunció aún más el ceño.
—¿De parte de quién estás?
—¿Hay bandos?
—¿Qué? Aléjate de ese cuerpo y devuélveme al Sanchez de verdad.
—El Sanchez verdadero seguramente tiene mi camioneta —masculló.
—Eso no es de mucha ayuda.
—¿Qué quieres? ¿Consejo? Cielo, estuve casado una vez durante seis semanas, hace treinta años. Tienes que resolverlo por ti misma. Definitivamente tienes algunos
antecedentes, pero si él va a hacer la pregunta, entonces tendría que decir que seguramente habrá pensado como le afectará, o afectaría, esto. Entonces preocúpate por lo que sea mejor para ti. —Se encogió de hombros—. Ya planees quedarte o si estás pensando en marcharte.Estoy contigo, decidas lo que decidas.
—Gracias. Supongo. —Sanchez tenía razón, pero eso no hacía que resolverlo fuera más fácil. ¿Qué era lo mejor para ella? ¿Cómo diablos lo sabía? Sabía qué le gustaba y qué
la hacía feliz, pero el chocolate también lo hacía… e iba directamente a sus caderas.
—Eso es si él te lo pide algún día. Eres cara de mantener.
Paula resopló.
—Mira quién habla el Señor No Tengo Dinero y No Puedo Encontrar Mi Camioneta.
De pronto él se incorporó hacia delante señalando.
—Ja. Mi camioneta está justo…
El móvil de Paula sonó con el tema de Mamá y sus increíbles hijos. El número de casa de los Gonzales. Descolgó y aparcó el coche.
—Chaves.
—Hola, tía Pau.
Mierda. ¿Cómo podía alguien con una memoria casi fotográfica olvidarse de un muñeco sin género de más de metro ochenta? Sabía que hoy tenía que recuperarlo. O lo
había sabido anoche. Miércoles.
—Hola, Lau. Me alegro que llamaras. Clark estará en tu clase mañana.
La niña de diez años gritó feliz.
—¿En serio? ¿Lo encontraste?
—Sí.
—Eres la bomba. ¿Quién se lo llevó?
Paula se contuvo de aclararse la garganta.
—Me temo que eso es confidencial.
—Vale. Muchísimas gracias, tía Pau.
—De nada.
—Te quiero. Adiós.
—Yo también te quiero, cariño.
Cuando apagó el teléfono, Sanchez la estaba mirando.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Lau. ¿La hija de Gonzales?
—Una de ellas. Me contrató. La estoy ayudando.
—Vaya hombre, te estás ablandando ¿no?
—Vamos a por tu maldita camioneta.
Con una sonrisa, Sanchez abrió la puerta del acompañante.
—¿Estás segura que quieres ir a por la armadura esta noche? Puedo conseguirte el diseño de la casa a finales de semana.
—Viscanti lo necesita para el miércoles. Y si me equivoco, tendré un par de días para averiguar dónde demonios están las piezas.
—¿Y tus presentimientos sobre los Picault?
—Creo que las tienen. Pero entonces vuelvo a pensar que Toombs las tuvo.
—Bien, mejoran tus apuestas. —Sanchez levantó el puño, y Paula chocó con el suyo—. Llámame si necesitas algo.
—Ya lo he hecho. Antes te metí una lista en el bolsillo. —Cuando él la fulminó con la mirada ella se encogió de hombros—. Sigo practicando mis locas habilidades.
—Mm hum. ¿Qué necesitas?
—Ya lo verás. Solo tráemelo esta tarde. Y llama a Kim —siguió—. Andres y yo estamos cansados de decirle que tenías una emergencia familiar.
—Vale, vale.
Paula lo observó hasta que puso en marcha la furgoneta y se despidió de ella.
Entonces dio la vuelta para dirigirse a Solano Dorado. Poner un hombre anatómico cubierto de sangre y tripas en la Barracuda sería una mala idea. Necesitaba un coche de incógnito, y tal vez un socio al que no le importara ayudarla a cargar un cuerpo sin vida durante un ratito. O a Pedro, si no encontraba a otro.
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