La vista de la cafetería hizo que se detuviera. Hacia el fondo de la amplia estancia abierta estaba sentado Pedro en perpendicular a Sanchez. Ambos hombres tenían la cabeza inclinada sobre un trozo de papel y o bien estaban jugando a tres en raya, o tramando el asesinato de alguien. Probablemente el suyo.
—Hola, chavalotes —dijo, aproximándose a la mesa con cautela. Pelear con Pedro la dejaba exhausta, y si a eso se le sumaba su charla con Veittsreig, hacía que estuviera a un punto de dejar a un lado todo civismo. Más valía que cada cual se ocupase de su propia mierda, o de lo contrario...
Pedro se puso en pie, tal como acostumbraba a hacer cuando ella entraba en una habitación.
—¿Te sientes más tranquila? —preguntó en voz baja, retirándole la silla opuesta a la que ocupaba Sanchez.
—Sí y no. ¿Qué hacéis vosotros dos? —Señaló con la barbilla hacia el trozo de papel..
—Es un programa de doce pasos para sacarte de Nueva York —dijo Sanchez.
—Lo más lógico. Por fin habéis decidido llevaros bien sólo para joderme viva.
—Sigue sin agradarme —respondió Pedro, alargando el brazo y rozándole con los dedos el dorso de la mano—. Lo que sucede es que hemos encontrado una causa común.
—Mmm, hum. —Todavía eufórica por la adrenalina, al menos el atrevimiento de estos dos conseguía divertirla.
Echó un vistazo disimuladamente por la cafetería. Estaba ubicada en el vestíbulo del edificio de oficinas de Pedro, por lo que la mayoría de la gente que allí había trabajaba para él, y guardaría una distancia respetuosa con su mesa.
Todos le estaban observando, sin duda, pero no creía que nadie se encontrara lo bastante cerca como para oírles. Y eso estaba bien, porque ningún miembro de la banda de Veittsreig podría acercarse más sin llamar la atención.
—Tal como lo imaginamos —dijo Pedro, haciéndole señas a una camarera que pasaba para que les trajera una ronda de CocaCola Light—, no te han acusado de nada.
—Todavía no —remarcó.
—Y supongo que no lo harán... hasta después de este gran golpe que tu padre mencionó, en cualquier caso. Hasta entonces, nadie puede impedir que ninguno de los tres abandonemos el país. Una vez que estemos en Inglaterra, será sencillo volar a otro lugar donde no haya tratado de extradi...
Paula le agarró por las solapas y le besó suavemente.
—No pasa nada, inglés.
—Eso me gusta pensar.
Le miró a los ojos durante un prolongado momento.
—Pero hay algo más que tienes que saber.
La camarera apareció con sus bebidas y ella tomó un sorbo mientras Pedro pedía un sandwich de jamón y Sanchez una ensalada. Pau no tenía demasiado apetito, pero pidió unos nachos.
En cuando la camarera se marchó de nuevo, esbozó una sonrisa picara y se recostó.
—Nada de caras serias —dijo—, y no conspiréis entre susurros mientras hablo. Podrían estar vigilándonos.
—¿Podrían, quiénes? —murmuró Pedro, devolviéndole la sonrisa al tiempo que le tomaba de nuevo la mano. Por muy hombre de negocios que fuera, poseía el alma de un ladrón.
—Sanchez, ¿has trabajado alguna vez con Nicholas Veittsreig?
—Un par de veces. Normalmente trata directamente con los clientes. Le gustaban, le gustan los trabajos grandes y aparatosos.
—Adivina a quién le está tendiendo Martin una trampa con la INTERPOL.
—¡Santo Cristo!
—Te quedas corto —respondió—. Continua sonriendo, Sanchez.
—¿ Os importaría ilustrarme ? —preguntó Pedro, enarcando una ceja.
Sachez estaba tomando un sorbo de su CocaCola, así que al parecer tendría que ser ella quien se ocupara.
—Por lo general trabaja con una banda de cuatro o cinco miembros, normalmente europeos. Como ha dicho Sanchez, le gustan los grandes golpes. Ellos son quienes robaron en el Louvre el año pasado y les faltó treinta segundos para mangar la Mona Lisa. Mataron a un guardia de seguridad.
—Y se llevaron alrededor de cincuenta millones en obras de arte —dijo, asintiendo—. La INTERPOL se puso en contacto conmigo para preguntarme si me habían ofrecido alguna. Pero nunca supe nada.
—Con toda probabilidad lo robado se encuentra en el gran cuarto interior de algún ejecutivo de Hong Kong —dijo Paula con cinismo—. Sea como fuere, la cuestión es que la banda de Veittsreig está en Nueva York. Y se han asociado con Martin para que les ayude a entrar.
—¿Has visto a Martin de nuevo? —preguntó Sanchez—. ¿ Cómo sabes tú todo esto ?
—Nicholas me abordó en la calle hace unos minutos. —Pedro se dispuso a echarse hacia delante, y Pau le clavó los dedos en la palma de la mano—. Estamos planeando una merendola o algo similar, ¿recuerdas?
—Sí, lo recuerdo —volvió a recostarse—. Prosigue.
—De acuerdo. Me ha dicho que sabía que Martin había hablado conmigo. Por lo que a él respecta, eso me convierte o bien en un cómplice o bien en un estorbo. A causa de mi reputación, me ha ofrecido un puesto en su banda para su próximo golpe.
—Y tú lo has rechazado —dijo Pedro con enorme serenidad, de sus ojos había desaparecido todo rastro de humor.
—Él... uh, me ha hecho una oferta que no podía rechazar.
***
—¿Qué clase de oferta? —preguntó Sanchez; su voz también era dura. Era obvio que tampoco él estaba contento.
—Como ya he dicho, me dejó muy claro que con lo que sabía, o me involucraba o me mataba. Y también amenazó a Martin. Así que dije que me uniría a ellos, por un buen porcentaje.
—Paula, vamos a acudir a la policía con esto. —Pedro le agarraba los dedos con la fuerza suficiente como para hacerle daño. Pero, a juzgar por la expresión de su cara, bien podría estar hablando de cricket.
—No, no lo haremos. La INTERPOL ya está implicada, y yo no tengo un trato con ellos. Y la cosa es aún peor.
—Dios mío. ¿Cómo puede ser?
—A pesar de mi reputación, Veittsreig no está convencido de que siga trabajando en el lado oscuro. Quiere un regalo que le demuestre que estoy con él.
—¿ Qué clase de reg... ?
—Intento contarte la historia —dijo un tanto cortante. Maldita sea, ya era bastante difícil confesar todo aquello sin que Pedro interrumpiera a cada frase con una pregunta—. Quiere unos cuantos diamantes que valgan alrededor de medio millón. Y quiere que sea robado, no comprado. Si el robo no sale en las noticias, me mete una bala. Si lo robo yo, entonces estoy con ellos en el próximo golpe, porque estaré de mierda hasta las orejas.
—No. De ningún modo.
—¿Cuál es el gran golpe? —preguntó Sanchez.
Pedro desvió su atención hacia Sanchez.
—¿Así que ahora vuelves a ser un perista? ¿Era a esto a lo que te referías cuando dijiste que la apoyarías en todo?
—Es una pregunta pertinente, Alfonso. Tenemos que saberlo todo antes de decidir qué hacer. Así que para ya.
—Alegría, alegría —farfulló Paula con los dientes apretados—. Y no, no sé de qué se trata. Va a suceder en algún momento de la semana que viene. Le di mi número de móvil y me dijo que me llamaría para vernos el sábado, cuando se supone que debo darle su regalo. Si queda satisfecho, entonces me contará los detalles.
—No vas a robar. Una cosa es mantenerte a salvo si no has hecho nada. Si has...
—En primer lugar —le interrumpió Paula—, jamás te he pedido que me mantengas a salvo. Eso nunca formó parte de este... lo que sea. Gracias por sacarme de la cárcel, pero podría haber salido yo sólita. Así que deja de fingir que tu pose de caballero de brillante armadura es por mi bien y no por el tuyo.
—Nunca he dicho que lo fuera.
Eso puso freno a su bien planeado ataque de justificada ira.
—En segundo lugar —dijo, sorbiendo por la nariz—, no tengo más alternativa. Dije que sí para sacar un poco de tiempo.
—¿Tiempo para qué, si me permites que te pregunte? ¿Tienes en mente un objetivo para el atraco?
—Deja de intentar actuar como Steve Moqueen —miró más allá de él—. Sanchez, ¿puedes averiguar cuál es el golpe?
El ex perista alzó ligeramente los hombros.
—Tal vez. Iré a ver a Merrado. La mayoría aún piensa que estoy en el negocio, así que quizá suelten la lengua.
—De acuerdo. —Frunció el ceño, metiéndose en la boca un nacho cubierto de queso para disimularlo—. Habría estado bien que Martin nos hubiera proporcionado algo más de información. O que al menos hubiera mencionado cómo podemos ponernos de nuevo en contacto con él.
Durante un minuto los tres guardaron silencio mientras comían o, en cualquier caso, fingían hacerlo. Pedro echaba chispas; Paula estaba en cierto modo sorprendida de que no se hubiera largado. Por lo visto hablaba en serio cuando decía que la quería. Todavía la molestaba no poder descubrir su propósito, aunque cada vez más empezaba a creer que no tenía ninguno. Fue Martin quien siempre decía que todo y todos tiene un propósito, un objetivo que les beneficia.
Su padre sin duda había demostrado que eso era cierto en lo que a sí mismo se refería. El maldito Hogarth había sido algo secundario, simplemente algo para lo que le había contratado Nicholas al saber que estaría en Nueva York. Martin había proporcionado el fin, así que ahora estaba metida en el golpe
Lo que la llevó de nuevo a la pregunta de por qué el Hogarth, y por qué ella.
—Sanchez —comenzó, sus músculos se estremecieron ligeramente—, antes de que le detuvieran me pidió que fuera su cómplice en un par de trabajos.
—Lo recuerdo. Hiciste el primero y luego dijiste que querías trabajar por tu cuenta.
—Sí. Martin falló en los cálculos acerca del tiempo de una patrulla de seguridad y casi nos pillan a los dos. Le dije que no quería trabajar más con él, que tenía que jubilarse porque se estaba volviendo descuidado y desesperado.
Sanchez dejó escapar un grave silbido.
—Sabía que estaba cabreado, pero no sabía que le habías dicho eso. Dios mío, Pau.
—Estaba cabreadísima en esos momentos.
Mientras su amigo le daba vueltas a lo que ella había dicho, Pedro ya había averiguado las consecuencias de aquello.
—Crees que tu padre le tendió una trampa a Veittsreig para que te metiera en este trabajo.
—O que amañó el robo del Hogarth para empujar a Nicholas en esa dirección.
—Eso está cogido por los pelos, Paula.
Asintió con la cabeza mientras miraba a Sanchez.
—Lo sé, pero no puedo descartarlo. Tengo que preguntarme si todo esto no ha sido más que para demostrarme que él sigue siendo apto como compañero, o si quiere provocar mi perdición porque le pillaron seis meses después de que le dejara.
—Si alguna de las dos cosas es cierta, parece que está tratando en serio de que vuelvas. —Pedro echó un vistazo como si tal cosa por el lugar, pero con prácticamente todo el mundo observándole, sería imposible elegir a una persona como sospechosa.
—Sí, Pacino y yo —dijo con sequedad—. Tengo que conocer algunos detalles y luego idear un plan. —Y después tendría que planear un robo con menos de veintiocho horas para llevarlo a cabo.
Pedro inspiró profundamente.
—Y tampoco vendría mal una vía de escape.
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