martes, 27 de enero de 2015
CAPITULO 131
Viernes, 12.12 p.m.
Paula deseaba haberse puesto unas zapatillas en lugar de las sandalias de Ferragamo de quinientos dólares que llevaba. El bajo tacón era bastante cómodo, pero en esos momentos deseaba echar a correr. Y correr, y correr y correr.
Tal vez había abordado a Pedro de forma errónea, disculpándose de antemano y ofreciéndose a marcharse. No era culpa suya ser hija de Martin, y aun cuando hubiera seguido sus pasos durante la mayor parte de su vida, ya no lo hacía. Al menos intentaba no hacerlo.
—Jod... —comenzó a decir, corrigiéndose—... lines. —Cuando una señora y lo que parecían ser sus dos emocionadas hijas salieron de la tienda Oíd Navy delante de ella.
La mayor de las niñas le recordó a la hija de Tomas Gonzales, Laura. Los niños eran interesantes. No lograba recordar haber sido niña alguna vez, a pesar de que poseía una memoria casi fotográfica. Normalmente recordaba haber robado carteras, investigado con infinita fascinación los objetos que Martin obtenía y acudido a Sanchez para que los «colocase».
Le había gustado crecer de ese modo: sin reglas, sin colegio, salvo cuando se establecían en un lugar durante un par de meses, adquiriendo conocimientos e idiomas al vuelo. Incluso echando la vista atrás, la emoción de su primer golpe, el primer Rembrandt, las antiguas reliquias egipcias, esa escultura de la fertilidad romana, que tan bien dotada había estado, y que no le había cabido en la bolsa... Dejó escapar una risita.
¿Qué demonios hacía saliendo con Pedro Alfonso? ¿No sólo saliendo con él, sino viviendo juntos, compartiendo su vida, enamorándose de él? Por otro lado, ¿cómo no iba a hacer lo que hacía ahora que había experimentado cómo era?
—Paula Chaves.
Una mano se posó en la parte baja de su espalda cuando escuchó la grave voz. Se puso rígida, tensándose al darse la vuelta.
Un hombre alto de tez pálida, de la edad de Pedro, bajó la mirada hacia ella, su mano quedaba ahora a la altura de sus pechos. Llevaba su rubio cabello, casi blanco, de punta como si fuera un puercoespín. Sus ojos eran igual de claros, tanto que el azul apenas podía decirse que fuera un color.
—Nícholas Veittsreig —dijo, dando lentamente un paso atrás.
—Te acuerdas de mí —respondió, mostrando sus perfectos dientes al sonreír. Su acento alemán apenas era perceptible; de no haberlo sabido, no se hubiera dado cuenta del detalle. Bueno, sí se habría dado cuenta, pero de muchos otros no.
—Siempre me acuerdo de los ladronzuelos de poca monta. —Que se encontrara en Nueva York era, o bien la mayor coincidencia de la historia, o que acababa de encontrar algunas de las piezas del rompecabezas que faltaban.
—Ah, Pau, qué cruel eres, siempre creyéndote mejor que el resto de nosotros. Me hieres.
—Soy mejor que el resto de vosotros.
—No me lo pareció cuando te vi esposada. O cuando ayer estuviste hablando con tu padre.
¡Genial! Los buenos y los malos la estaban siguiendo.
—¿Quieres algo o es que estás colocado? Martin está muerto, ¿recuerdas?
—Tu novio parecía dormir plácidamente en esas sábanas azules de seda. Esperaba que tú también estuvieras en casa, pero imagino que Martin te puso sobre aviso. ¿Todavía quieres jugar al juego del «quién sabe qué» ?
Paula se las arregló para no arrearle un mamporro. El tipo había estado en su dormitorio mientras Pedro dormía en él.
—Alfonso es guapo —convino, manteniendo un tono de voz suave y distante—, pero no sabía que te iban esas cosas, Nicholas. Dios mío. Siempre aprendemos cosas nuevas sobre la gent...
—Basta de gilipolleces, Pau. He venido para hacerte un favor.
—¿Qué clase de favor? Porque a mí no me va tu rollo.
—¿Lo ves? A esto me refiero. Sé por qué estás cabreada; la poli te arrestó por el golpe que yo di. Así que supongo que te debo una. Martin sabe mucho de allanamientos, pero tú eres mejor con los sistemas de alarma. ¿Por qué no nos acompañas en el siguiente golpe?
—Me parece que no, germano.
—Ah, me parece que puedo convencerte. Sé que has hablado con tu padre. ¿No crees que todo el mundo se sentiría más seguro si estuvieras en el ajo? Incluso te daré un porcentaje. —La miró de arriba abajo—. Tal vez después podamos hacernos socios. ¿Quién sabe? Al fin y al cabo, con tu novio y tu nuevo trabajo, tienes acceso a los sitios más exclusivos y caros.
—¿Crees que no me di cuenta de eso cuando me lié con él? —se aventuró a decir, tanteando el camino que él estaba tomando—. Pero los ladrones de guante blanco trabajamos solos.
—No los que son listos. Si hubieras estado con nosotros en París el año pasado, tendrías tres millones de dólares americanos más en tu fondo de pensiones.
Pensando con rapidez, Paula le dirigió la misma mirada calculadora con la que él la había obsequiado un minuto antes. Le habían ofrecido previamente formar una sociedad, pero nunca alguien del nivel de Veittsreig. Si se hubiera tratado de una oferta directa, que no implicara otras circunstancias o ataduras, le habría dicho sin ambages que no trabajaba con armas... mucho menos con asesinos. Pero este tipo tenía el cuadro de Pedro, y si decía algo erróneo, podría estar poniendo en peligro a Martin y su tapadera.
—¿Vas a decirme cuál es el objetivo?
—No hasta que sepa que estás en esto y que podemos confiar en que no le pasarás la información a la policía a cambio de que retiren los cargos.
—Dudo que nada de lo que le dijera a la poli les convenciera de algo —dijo con franqueza, esperando que Garcia y su gente no la hubieran localizado a tiempo de ver este encuentro.
—Aun así, Martin pasó su iniciación en Munich hace un par de semanas... una preciosa escultura de Canova con un valor aproximado de un millón. Después ganó puntos extra con el Hogarth.
Paula inspiró pausadamente.
—¿Así que quieres que pase una iniciación? —preguntó—. ¿Cómo si nunca antes hubiera dado un golpe?
—Me gustaría estar seguro de que todavía das golpes, y que tendrás tanto que perder como los demás si aparece la policía. Acabaste con Sean O'Hannon. Hay quien dice que te lo cargaste.
—La estupidez de O'Hannon al trabajar con la gente equivocada fue lo que le mató —respondió. Todo el fiasco del robo de obras de arte de Pedro que les había unido y una de las razones de que decidera retirarse—. Eres tú quien ha acudido a mí. ¿Qué quieres?
Él sonrió, logrando parecer más aterrador que encantador.
—Quiero un regalo. Algo pequeño y brillante, y que valga por lo menos medio millón. Te haré una rebaja en el precio ya que no te he avisado con tiempo. De lo contrario tendrías que igualarte a tu padre.
—¿Y cuándo quieres el regalito?
—Hoy es viernes. Para el sábado estaría bien. Y quiero que el robo salga en las noticias. Nada de salir a comprar algo para engañarme.
—Por Dios. Estás paranoico, ¿verdad? ¿Y si digo que no?
—No es una opción Pau. Recuerda que sé que Martin te ha contado cosillas. No sé qué cosas, pero ahora estás dentro. O estás muerta. Así que, demuéstrame que puedo confiar en ti o te disparo aquí mismo.
¡Joder!
—¿Y si accidentalmente robo en el lugar que estás planeando para ese golpe tuyo sólo con invitación reservada?
—No lo harás. ¿Tenemos un trato?
—Tenemos un puto trato, germano. —Frunció los labios, adoptando una expresión pensativa y tratando de fingir que su cerebro no estaba a punto de implosionar y que el corazón no tenía palpitaciones—. ¿Puedes jurarme que si esto sale bien no tendré que dejar a Pedro? Al fin y al cabo, es mi pase VIP. Tengo que sacar tajada.
—Si sale bien, nadie sabrá nada. Te doy esta oportunidad por cortesía profesional y por respeto hacia Martin. ¿Estás conmigo o estás muerta?
Asintió con la cabeza, cruzando los dedos mentalmente.
—Será divertido trabajar de nuevo con Martin. Estoy contigo.
Veittsreig sonrió de nuevo.
—Sabía que no te habías reformado. Dame un número donde pueda localizarte.
Le dio el de su teléfono móvil.
—Se supone que sólo estaré en Nueva York otra semana. Si va a llevar más de eso, avísame para tener tiempo de inventarme una excusa.
—Estarás de vuelta en la acogedora Palm Beach a tiempo. —Le tomó la barbilla con sus largos dedos, alzándole la cara—. No se va a incluir a nadie más. Si me entero de algo, enviaré fotografías de este encuentro nuestro a la policía. Y no te equivoques conmigo, si me traicionas, me cargo a Martin, al ricachón de tu novio y a ti. ¿Queda claro?
Paula permitió que la retuviera donde estaba.
—Queda claro. Pero si intentas excluirme o dejarme sujetando la vela en todo esto, que sepas que no puedes ir a ningún lugar donde no pueda atraparte.
La soltó.
—Bien. Estamos los dos de acuerdo. Te veré el sábado. Si apruebas, te pondré al corriente de los detalles y te diré cuál es tu porcentaje.
—Siempre que no sea inferior al diez por ciento, creo que no habrá problemas.
Tras asentir y dibujar una sonrisa taimada, Veittsreig se dirigió calle abajo. Paula dejó salir el aliento. Y pensar que creyó que esa mañana con Pedro había sido el peor trago que había tenido que pasar en toda su vida.
Sin embargo, era obvio que iba a tener que emprender otro asalto con Sanchez y con él. Porque a pesar de lo que le hubiera prometido a Veittsreig, no iba a meterse en eso sin avisarles de a qué podrían estar enfrentándose.
Anduvo durante otra manzana, luego fingió mirar la hora en su reloj. Nicholas no era de los que se tiraban faroles, y le había creído cuando le dijo que estaban tomando fotografías de su encuentro. Eso significaba que había habido gente vigilando. Probablemente aún era así.
De acuerdo, así que ya sabía con quién trabajaba Martin y a quién buscaba la INTERPOL. Pero Nicholas se había llevado una obra de arte de su casa. Lo que ahora se preguntaba era para quién trabajaba él. Y ¿a quién narices iba a robar para conseguir entrar en la banda?
En menudo montón de mierda se había metido. Y la antigua y familiar descarga de adrenalina comenzaba a apoderarse de sus músculos. Sí, así era ella: una yonqui del peligro.
Independientemente de qué más sucediese, acababa de comprometerse a formar parte de un golpe lo bastante gordo como para contar de antemano con la atención de la INTERPOL, y realizar una hazaña ella sola. Y si la pillaban, no le cabía la menor duda de que acabaría en la sala de interrogatorios de Garcia de camino a la cárcel con una tarjeta de «vaya a la cárcel sin pasar por la salida y sin cobrar». Y pensar que un par de días antes había supuesto que visitar Nueva York como ciudadana que elude parcialmente la ley sería aburrido.
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