—¿Quieres repetirme por qué nos encontramos aquí? —preguntó Sanchez, dando una vuelta por el vasto y resonante vestíbulo de entrada.
—Estoy disfrutando del arte. —Paula lanzó una mirada hacia el mostrador de información y seguridad. Tres tipos guardaban la entrada del Museo Metropolitano de Arte. No tardaría más de un maldito segundo en sortearlos. Le costaría más hacer lo propio con las cámaras, pero...
—¿Y cuál es la verdad?
Pau salió de sus divagaciones. Allí estaba, reconociendo de nuevo el terreno.
—De acuerdo. Mi cómoda casa en la ciudad está rodeada por la poli. Necesitaba salir de allí. —Y había sido estupendo perder de nuevo al coche de vigilancia de camino al museo. Puede que supieran dónde dormía cada noche, pero lo que hacía durante el día era asunto suyo y de nadie más.
—¿Estás segura de que no te han seguido? —El ex perista miró por encima de su hombro por centésima vez, o eso pareció.
Pau le lanzó una sonrisita de suficiencia.
—Dame un respiro. Vamos a ver a los impresionistas europeos.
—Me parece bien. —Echó a andar a su lado—. He estado pensando. Si Martin dice la verdad, entonces la INTERPOL seguramente recuperará el Hogarth y se lo devolverá a tu novio. Eso deja a Pedro de nuevo fuera de escena y a ti en paz con la policía. Punto final.
—Como si te importara el Hogarth. Tan sólo buscas algo que me impida contarle a Pedro lo que sucede.
—Y tú intentas convencerte a ti misma para hacerle partícipe de esto. Es un gran error, cielo, confía en mí. Un gran error.
—No puede culparme porque Martin esté vivo. Yo no lo sabía. —Se enganchó al brazo de Sanchez para poder hablar en voz baja—. Pero si el único requisito para que Martin continuase con esta banda era planear el robo de un cuadro, no tenía por qué elegir el Hogarth. No puedo evitar pensar que lo eligió por mi causa. Seguro que fue así. Y ésa es la cuestión que preocupará a Pedro... que tanto si me he reformado como si no, las pirañas van a acercarse a dar un bocado únicamente porque yo estoy aquí. Y no estoy convencida de que se equivoque en eso.
—Te lo estoy diciendo, miéntele, Pau.
Aminoró el paso delante de uno de los Monet. Esa debería haber sido la solución lógica; solía mentir a todas horas, acerca de quién era, acerca de lo que estaba haciendo en una fiesta o evento en particular. Pero no a Pedro. No le gustaba mentirle a Pedro. Tal vez se debiera a la sensación de culpabilidad o al temor de que la pillara después, pero no creía que fuera eso. Pedro no pertenecía a su pasado; ahora llevaba una nueva vida. Y no quería fastidiarla. Lo cual le llevaba de nuevo a mentir otra vez.
—Le debo tanto que no creo poder hacerlo.
—Eres feliz con Alfonso, y si le cuentas todo esto, él no lo será contigo. Y entonces yo tampoco seré feliz. No lo hagas.
Pau sacudió la cabeza.
—Es cuestión de lealtad. Y hasta que Martin apareció de nuevo, sabía que os defendería tanto a ti como a Pedro. Así que ahora me pregunto por qué... ¿Qué le debo a él? Me refiero a Martin.
—Es tu padre, cielo. Ni siquiera deberías hablar de ese modo. Aunque no sea un tendero o piloto, te crió lo mejor que supo. Y eres la mejor ladrona que he visto jamás.
—Gracias, Sanchez—dijo y le agarró fuertemente del brazo—. Pero no estoy segura de que... lo que me gusta de mí misma, lo que a Pedro le gusta de mí, se lo deba a Martin. —Se aclaró la garganta—. Así que, ¿de verdad tu consejo es que debería hacerme a un lado y quedarme de brazos cruzados? ¿En serio crees que debería mentirle a Pedro?
—Mierda —masculló, girándose para dirigir la mirada al fondo de la estancia durante un momento—. No lo sé.
Por Dios, se estaban convirtiendo en un par de inocentones. ¿Quién lo hubiera dicho?
—Voy a contárselo —decidió, percatándose de que seguramente había tomado esa decisión en el preciso instante en que Martin se había presentado en la pizzería—. Aunque puede que tenga que mudarme contigo otra vez a Palm Beach.
—Puedes quedarte con el dormitorio libre. A menos que pienses que debamos probar a vivir en París. Podríamos ganar mucha pasta allí.
Paula meneó la cabeza, sonriendo.
—Ya tenemos un montón de pasta. Y no creo que debas hablar sobre robos en medio de un museo de arte.
—Cierto. Error mío —respiró hondo—. ¿Y bien? ¿Qué te apetece hacer en tu último día en el candelero?
Paula contuvo un escalofrío. Podría vivir sin ser el centro de atención; no era eso lo que le había hecho estremecer.
—Vamos a ver a los maestros franceses.
Guay.
***
—Permítame que le deje clara una cosa, detective —dijo Pedro, paseándose hasta la ventana de su despacho y volviendo de nuevo. La ira teñía sus palabras; Paula decía que la emoción le hacía parecer más británico, lo cual consideraba imposible, pues ya lo era en un ciento por ciento—. Paula Chaves no se llevó mi cuadro; yo no robé mi cuadro. Y usted lo sabe, o hubiera conseguido esa orden y registrado mi casa de nuevo.
—No pienso informarle de cómo va mi investigaci...—Teniendo en cuenta que no tiene una sola prueba, exceptuando alguna teoría de que Paula debe estar implicada en algo turbio debido a que su padre era un ladrón, empiezo a pensar que la situación tal vez requiera que presente cargos contra usted por incumplimiento de su deber.
—No tiene coartada, señor Alfon...
—Y usted ya no tiene delito. Acabo de solicitar a mi seguro que el Hogarth sea excluido de su cobertura. Y no voy presentar cargos. Si disfruta malgastando el tiempo, sin duda puedo complacerles interponiendo una demanda por acoso contra usted y su departamento. Ni siquiera me importa si gano o no. Lo que me importa es que se pasará todo el santo día defendiéndose. Todo porque hoy no ha hecho su trabajo. Piense en eso.
Cerró la solapa del teléfono de golpe.
Así pues, había perdido doce millones de dólares y, con algo de suerte, evitado que la policía siguiera a Paula, si bien eso no le impedía desear hacerlo él. Tenía ciertas corazonadas y algunas pistas, pero quería hechos. En los negocios, su gente se presentaba ante él con hechos —márgenes de beneficios, costes generales, ubicación, economía—, y él decidía la estrategia y tomaba una decisión en base a dicha información. Puede que ya no existiera ningún delito oficial, pero seguía queriendo recuperar su cuadro.
¿Qué era lo que sabía con seguridad? Había algo que inquietaba profundamente a Paula. Walter Barstone había salido de Florida en el primer vuelo después de que Paula fuera liberada de la cárcel. La(s) persona(s) que había(n) robado el Hogarth había(n) entrado exactamente del mismo modo en que lo había hecho ella doce horas antes. Pese a la abundancia de otras obras de arte y antigüedades que albergaba la casa, únicamente se habían llevado el Hogarth. Por tanto, ése había sido el objetivo específico. Y Paula había intentado disuadirle para que no lo comprara.
Pedro redujo el paso. Se había olvidado del modo en que había intentado convencerle para que se marcharan pronto de la subasta. Y había creído reconocer a alguien.
Sonó el interfono.
—Señor Alfonso, Paula Chaves se encuentra en recepción y desea verle, y tengo al señor Hoshido al teléfono. Hablando del diablo...
—Le ruego que haga subir a Paula y que me pase la llamada de Matsuo. El teléfono hizo clic.
—¿Pedro? Tienes a mi gente al borde del infarto —dijo la voz grave con acento japonés de Matsuo Hoshido.
Pedro tomó el auricular cuando se abrió la puerta.
—Es usted quien no deja de cambiar el precio y las condiciones —dijo, haciéndole señas a Paula para que pasara—. Estoy comprando un edificio en un antiguo y prestigioso barrio, no un tanque de combustible.
—Ah, pero cuando las circunstancias cambian, los precios cambian.
—Circunstancias. Permítame que lo ponga en perspectiva, pues, Matsuosan. Estoy localizando un cuadro desaparecido. Su precio es inferior al uno por ciento de mi valor neto. Si considera que el robo me perjudica o debilita, está equivocado. Si cree que estoy dispuesto a pagar más de lo que ya habíamos acordado, están siendo tontos. Y sé que usted no lo es.
—Entonces supongo que continuarán las negociaciones. Que tenga un buen día.
—Lo mismo le digo, Matsuosan.
Pedro colgó.
—Hola —dijo, observando a Paula mientras ésta recorría tranquilamente la longitud de las ventanas de la estancia.
Se había puesto unos ajustados vaqueros negros y una bonita camiseta verde con un corazón de purpurina sobre el pecho. Informal al estilo de Nueva York; diseñado para encajar prácticamente en todas partes.
—Hola. ¿Hablabas con el pavo del hotel, supongo?
—Sí. Matsuo Hoshido.
—Has sido bastante enérgico con él.
Todavía no le había mirado a los ojos. Una leve tensión se apoderó de sus músculos.
—Supongo que sí. ¿Alguna aventura con la policía esta mañana?
—Ya no tiene nada de aventura. Se rindieron muy fácilmente.
—En realidad no puedo culparles. Eres muy buena en lo que haces.
—Gracias.
Esperó hasta que Pau se volvió por fin hacia él, sus largos y esbeltos dedos cerrados en un puño.
—Voy a contarte algo.
—¿Se trata de lo que estuviste pensando la noche pasada?
Paula asintió.
—Yo no planeé nada de esto, y no lo sabía, pero ahora lo sé. Y tienes que saberlo porque... porque nos concierne a los dos.
Pedro tragó saliva, se le nubló la visión. Echó rápidamente mano a la silla que tenía detrás.
—¿Estás... embarazada? —preguntó, la voz le temblaba levemente. Euforia, terror abyecto... se esforzó al máximo para contenerlo. Había pensado que la conversación giraría en torno al cuadro, pero... uh... podría explicar el estado de distracción de Pau de los últimos días. Hechos. Quería algunos hechos.
—¿Qué? ¿Por qué...? —se sonrojó—. No. Joder, no. —Frunciendo el ceño, finalmente emitió un débil bufido—. Te he dado esa impresión, ¿verdad?
—Más o menos, sí. —La extraña sensación en su pecho... ¿acaso era decepción? Ya lo examinaría más tarde—. Prosigue.
—De acuerdo. Y de antemano te digo que lo siento, ya que posiblemente no nos hablemos para cuando haya acabado.
Eso no sonaba nada bien.
—Como ya he dicho antes, puedes contarme lo que sea. —Cuidado con lo que deseas.
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