miércoles, 21 de enero de 2015
CAPITULO 115
Martes, 10.53 p.m.
Una profunda satisfacción se apoderó de Pedro mientras esperaba a Paula cerca de la entrada de Sotheby's. Tenía el Rodin, un cuadro clásico y un Hogarth nunca antes visto, lo que le dejaba el resto de la velada libre, sin más que hacer que disfrutar de su pasión, su obsesión, por Paula Chaves.
Ella apareció al cabo de un momento, toda hipnotizantes ojos verdes, sedoso cabello caoba y un precioso vestido rojo. Fuera lo que fuese lo que le había estado carcomiendo durante la subasta parecía haberlo resuelto, porque su sonrisa al verle podría derretir el granito. Hacía que le flaqueasen las rodillas, y al mismo tiempo le hacía desear realizar magníficas hazañas dignas de alguien tan único y excepcional como lo era ella.
Le tomó la mano cuando Pau la tendió hacia él. Incluso después de cinco meses, necesitaba tocarla con la mayor frecuencia posible para asegurarse de que no se había desvanecido en medio de la noche.
—He llamado a Ruben —dijo, atrayéndola contra su cuerpo
—. Nos espera en la parte de delante.
—¿Y los Hogarth?
—Embalados y listos para venir con nosotros. Ella asintió. —Bien.
Llegaron a la puerta de entrada y Pedro la sostuvo abierta para que Paula y un puñado de empleados de Sotheby's, dos pequeños cuadros y el resto de la seguridad asignada salieran hasta la acera. Ruben ya tenía abiertas las puertas de la limusina, y alojaron los Hogarth detrás del asiento del conductor. Colocarlos en el maletero parecía... insultante.
—Gracias, caballeros —dijo Pedro, aceptando otra ronda de felicitaciones y haciendo caso omiso del revuelo de paparazzis mientras ayudaba a Paula a subir al asiento trasero. Ella podía subir sin ayuda de nadie, pero tal como a Pau le gustaba remarcar,Pedro disfrutaba ejerciendo de caballero de brillante armadura. Lo llevaba en la sangre, por lo visto.
—¿Satisfecho? —preguntó Paula, mientras Ruben cerraba la puerta y se apresuraba a dar la vuelta hasta el asiento del conductor.
—Conseguí lo que deseaba. La mayor parte. —Y alzando la mano para posarla sobre su mejilla, se inclinó para besarla, lenta y profundamente. Era más embriagadora que el champán.
Pau le devolvió el beso, alargando el brazo hacia atrás para pulsar el botón que subía el panel privado entre la parte del conductor y la de pasajeros.
—¿Así pues, una fortuna en arte no te basta?
Con lentitud deslizó de su hombro uno de los finos tirantes, besando su piel al hacerlo.
—No cuando tú estás aquí.
—Zalamero —susurró con la voz un tanto trémula—. ¿Estás seguro de que no quieres esperar hasta que volvamos a casa?
—No puedo —respondió, deslizando una mano por su muslo bajo la falda de seda roja. Llevó el brazo hacia atrás hasta el panel que se encontraba en la puerta de su lado y pulsó el botón del interfono—. Ruben, toma el camino largo —dijo.
—Sí, se...
Lo soltó de nuevo.
—Genial. Ahora Ruben sabe lo que estamos haciendo.
—¿Crees que antes no lo sabía? —De un tirón, Pedro le bajó la parte delantera del vestido hasta la cintura. No llevaba sujetador, de modo que no tuvo que perder el tiempo con eso. Agachó la cabeza, saboreando sus suaves pechos, sintiendo endurecerse sus pezones en su lengua.
Ella dejó escapar un tembloroso jadeo que a punto estuvo de hacer que reventara la cremallera de los pantalones.
—¿Y si nos sigue algún fotógrafo con una cámara de infrarrojos? —graznó, arqueándose contra él.
—Llega un punto en que llevas demasiado lejos la paranoia, Pau —dijo, empujándola suavemente para tenderla de espaldas a lo largo del asiento de cuero.
—¿Sería éste dicho punto? —preguntó, deslizando la mano para tomar su entrepierna en ella, sosteniendo con su verde mirada la de él con una inocencia que en aquella ocasión podía aún engañarle—. Mmm, alguien está contento.
—A eso es precisamente a lo que me refería. —Le subió la falda, amontonándole el vestido en la cintura—. Dios mío —murmuró, bajando la mirada hacia ella—. Tanga rojo.
Pau sonrió sin aliento.
—Pensé que te gustaría. Estoy probando con un nuevo estilo.
—Me gusta más quitado. —Cuando ella alzó las caderas, Pedro le bajó el tanga por los muslos y las rodillas, y se lo quitó por sus zapatos rojos de tacón de aguja. Nada de zapatos planos para Paula, a menos que el vestido así lo requiriese. Y gracias a Dios por eso—. ¿Vas a contarme qué te tenía preocupada en la sala de subastas? —preguntó, arrojando la ropa interior por encima del hombro en dirección a los Hogarth.
—No era nada. Lo que sucedía era que... resultaba extraño, estar en el lado legal de las cosas. Bien, ¿vas a quedarte ahí arrodillado o vas a hacer algo?
—Ah, haré algo. —Irguiéndose, se bajó la cremallera de los pantalones, deslizándolos junto con los boxers por sus muslos, y se colocó sobre ella. Cuando Pau le rodeó las caderas con los tobillos, empujó pausadamente en su interior. Prieto, caliente y suyo—. ¿Qué te parece esto? —gruñó, con los codos a ambos lados de su rostro.
Ella se estremeció, y Pedro lo sintió hasta en las entrañas.
Sin mediar palabra, Paula le hizo inclinar la cabeza para besarle apasionadamente. Enredando las manos en su cabello, le retuvo contra sí mientras él impulsaba sus caderas hacia ella, fuerte y rápidamente. La delicadeza y quitarse los zapatos podían esperar hasta que bajaran del maldito coche.
La sintió correrse, sintió sus muslos y su cuerpo tensarse convulsivamente a su alrededor. No tenía sentido que dicha sensación pudiera hacerle sentir más poderoso que cerrar una fusión multimillonaria, pero así era. Aminoró el ritmo, prolongando la sensación para ambos aun cuando cada uno de sus músculos deseaba apresurarse, embestir y reclamar el territorio como suyo. Ya era suya, por reacia que fuera a admitirlo en voz alta, y por mucho que él se resistiera a obligarla a hacerlo.
—Pedro —gimió, moviendo las manos hasta su culo.
Bajando la cabeza junto a la de ella, se dejó ir, empujando dentro y fuera hasta que, con un intenso estremecimiento y un gemido, se corrió.
—Me estás clavando el alfiler de la corbata en el estómago —dijo Paula al cabo de un momento, su voz más grave por la diversión y su respiración todavía laboriosa.
—Perdona. —Se movió, su rodilla descendió, sin encontrar un punto de apoyo—. ¡Maldit...!
Se estamparon contra el espacioso piso de la limusina con él debajo. Paula, acurrucada como una gata sobre su pecho, estremecida por la risa.
—Eres tan delicado —dijo entre dientes.
—Cierra el pico.
El interfono sonó.
—¿Señor? Uh... ¿Señorita Pau? ¿Va todo bien?
Pedro levantó el pie, apretando el panel del reposabrazos con el talón.
—Estamos bien. Prosigue.
—Me alegro de que no bajaras la ventanilla o abrieras la puerta al hacer eso —dijo Paula, irguiéndose para subirse el vestido.
—Y a mí me alegra que ninguno de los dos hayamos metido el codo en uno de los Hogarth —respondió, riendo por lo bajo mientras alzaba las caderas para subirse los pantalones.
—¿Dónde está mi maldita ropa interior? —Pregunto Paula, bajándose de nuevo la falda del vestido hasta los muslos, gateó hasta la parte delantera del compartimiento para pasajeros.
El terminó de abrocharse.
—No vi dónde aterrizaba. —Un momento después divisó el jirón rojo, pendiendo de la esquina envuelta de uno de los cuadros. Pedro se inclinó y lo recogió.
—Aquí tienes.
—Gracias. Ahora sólo tengo que comprar seis recambios para la semana.
—¿No has perdido un par desde que llegamos a Nueva York?
—Eso fue ayer, inglés.
Pedro la observó sentarse y ponerse el tanga, alisándose el vestido de nuevo.
—¿Paula?
—¿Sí?
—Te quiero.
Gateó de nuevo para sentarse a su lado, besándole en la comisura de la boca.
—Yo también te quiero.
Él sonrió. No podía remediarlo. Pau se lo había dicho un puñado de veces durante los últimos dos meses, pero en tan raras ocasiones que todavía parecía algo frágil, preciado y nuevo. Le gustaría aún más si lo hubiera dicho ella primero, pero cada cosa a su debido tiempo.
—¿Estás segura de que nada te preocupa? No habrás visto a algún antiguo colega fichando el garito, ¿verdad?
Paula dejó escapar un bufido.
—¿«Fichando el garito»? A veces creo que hablas la jerga de los ladrones mejor de lo que hablas el inglés americano.
—Sí, a veces me salgo.
—¿Que tú, qué?
—Me supero a mí mismo. Hablo inglés mejor que tú.
—Eso es discutible. —Se recostó en el asiento nuevamente, tomándole la mano para acercarle a su lado—. No hay nada que me preocupe. Pero siento curiosidad... ¿Qué les dijiste a tus acólitos sobre mi entrada de esta tarde en tu despacho con mi atuendo premamá? ¿Alucinaron?
Había recibido algunas miradas al regresar a su despacho, pero que le condenasen si iba a dar explicaciones sobre Paula. De hecho, había sido bastante divertido.
—Casi me provocas un infarto, pero no creo que nadie más resultara afectado.
—¿Te asusté? —preguntó, hurgando en su diminuto bolso en busca de un espejo para examinar su peinado—. ¿Te asusté yo o la idea de que tenga hijos contigo? ¿O la idea de tener tú hijos?
Pedro la miró durante largo rato. Normalmente podría al menos descifrar su estado de humor, pero esa noche le estaba resultando complicado.
—Me niego a responder a esa pregunta en base a que mi respuesta podría impedir que esta noche tenga más sexo contigo.
—Oh, venga ya. Nunca lo has mencionado, y sé que debes de haberlo pensado. ¿Acaso el marqués de Rawley no necesita un heredero?
—Por supuesto que he pensado en ello. —La hizo sentarse sobre su regazo y la besó—. Y no pienso responder esta noche —dijo. Luego continuó besándola antes de que pudiera decir nada más. Era una burda estratagema, pero no tenía la menor intención de decirle esa noche que sí, que quería tener hijos, y sí, quería que ella fuese la madre. Pau desaparecería sin dejar rastro antes del alba.
—Gallina.
—Llámame lo que quieras, Paula —dijo, manteniendo un brazo en torno a su cintura—, pero me parece que sé exactamente lo que estás haciendo.
—¿Menearme sobre tu regazo y tratar de que te empalmes otra vez?
—En el mejor de los casos intentas distraerme para que no te pregunte más por tu extrañísimo comportamiento en la subasta, y en el peor tratas de comenzar una pelea para poder esfumarte a algún sitio esta noche sin tener que poner una excusa.
Ella se quedó inmóvil durante un simple segundo, pero bastó con eso. Bastó para hacer que un rayo de hielo le atravesara el pecho. ¡Maldita sea!
—De acuerdo —dijo al fin, hundiéndose de nuevo contra él—. Me pareció reconocer a alguien.
—¿A quién?
—No es necesario que lo sepas. Pero pensé que tal vez podía ir detrás del Hogarth, motivo por el cual quería que nos los lleváramos. Así que, problema solucionado, por una vez nadie tiene por qué recibir un disparo o salir volando por los aires, y aquí estamos, echando un polvo en el asiento trasero de una limusina. Un broche perfecto para la velada, si me lo preguntas.
—Podrías habérmelo dicho, ya lo sabes —dijo con voz queda, entrelazando los dedos con los de ella, complacido porque al fin había hablado, y por ser finalmente capaz de reconocer que él sentía cierto triunfo por haberla calado. No sucedía con frecuencia—. Ya he prometido no denunciar a tus viejos cámaradas a la policía, siempre y cuando no desaparezca nada mío.
También la incluía a ella en su colección, pero decirle aquello a Paula sólo le reportaría un codazo en el vientre. El alto valor que le otorgaba a su independencia era algo más que había sido capaz de descifrar sobre ella, aunque había sido a costa de varios moratones.
—De ahí que te lo cuente ahora —dijo—. Me esfuerzo por ser buena. No es tan fácil como cabría imaginar.
—Y aún sigo sin hacer ningún comentario.
—De acuerdo, suiza.
Pedro sonrió ampliamente.
—Pues volvamos a casa, ¿te parece?
Paula pasó el brazo por delante de él para pulsar el botón del interfono.
—A casa, por favor, Ruben —dijo.
—Llegaremos en dos minutos, señorita Pau.
Pedro la miró frunciendo el ceño de forma burlona.
—¿Tan bien nos ha cronometrado o está dando la vuelta a la manzana ?
Paula le besó después de dejar escapar un leve y vehemente resoplido.
—Probablemente estaba dando vueltas alrededor de la gasolinera, esperando no quedarse sin carburante antes que tú.
Ante la contracción en el bajo vientre que sintió como respuesta, Pedro deslizó la palma bajo la parte delantera de su vestido para tomar en ella su pecho derecho.
—No me he quedado sin carburante todavía, amor.
Ella se echó a reír un tanto falta de aliento, presionando contra su mano.
—Comienzo a pensar que funcionas mediante energía solar.
—Es este caso, creo que es la luz de la luna. —En realidad lo único que se precisaba para provocarle y excitarle era la imagen, el aroma o el contacto de Paula Chaves. Cambiaría un par de Hogarth por eso, sin pensárselo dos veces.
Algo en ellos no debía de andar bien. Después de llevar cinco meses juntos, y menos de una semana separados durante todo ese tiempo, deberían haber pasado la etapa de la excitación visual. Paula había leído varios de los artículos sobre relaciones de las revistas a las que se había suscrito para la oficina, y «Superar el bajón de la rutina» y «Pasar el bache de los noventa días» dejaban muy claro que Pedro y ella deberían tener algunos problemas de carácter íntimo que solucionar.
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Wowwwwwww, espectaculares los 5 caps, cada vez me gusta más esta novela.
ResponderEliminarwow buenísimos los capítulos!!!
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