miércoles, 24 de diciembre de 2014

CAPITULO 30



Pedro abrió lentamente los ojos, con cuidado de no moverse. Una semana antes, lo último que hubiera esperado habría sido despertar en la cama con alguien
como Paula Chaves a su lado. Ahora ella yacía acurrucada junto a él con una mano sobre su torso y su suave y firme respiración junto a su oreja. El pelo caoba le caía sobre el rostro y a él le hacía cosquillas en el hombro. 


El brazo que Pedro tenía debajo de ella estaba completamente entumecido, pero no le importaba. ¡Santo Dios, menuda noche! No había errado al apreciar que aprendía mediante la experiencia táctil; no creía que quedara un solo centímetro de su cuerpo que Pau no hubiera explorado con sus manos o su boca.


Había habido otras mujeres, tanto antes como después de Patricia: modelos y actrices en su mayoría, puesto que a éstas les traía sin cuidado la falta de privacidad que por lo general conllevaba ser vistas en su compañía, o el escaso tiempo que pasaba con ellas entre una aventura y otra. Con Paula ambos temas iban a suponer un problema. Su necesidad de privacidad era parte integral de ella tanto como sus manos. Y quedaba el hecho de que se marcharía tan pronto como averiguaran lo que estaba sucediendo, para proseguir con su vida como hasta entonces había hecho. Pau estaba muy equivocada a ese respecto.


Sus ojos se abrieron, inmediatamente alerta, recordando al instante dónde se encontraba y por qué.


—Mmm. Buenos días —dijo con una sonrisa coqueta, desperezándose como una gata.


—Buenos días.


Él recuperó su brazo y flexionó los dedos para que circulara la sangre. Colocó el brazo superviviente bajo la cabeza para observarla, para contemplar la contracción de los músculos bajo su piel mientras se sentaba, la satisfacción de su rostro y la elevación de sus erguidos pechos mientras estiraba los brazos por encima de la cabeza. A pesar de que iba a tener que molestarse en comprar otra maldita caja de condones, se puso duro de nuevo.


Ella desvió los ojos por la sábana justo por debajo de su cintura.


—¡Qué bárbaro! Pensaba que los ingleses erais tranquilos y aburridos.


—¿Vamos a por el séptimo polvo? —murmuró, y se acomodó a su lado, ahuecó la mano sobre su pecho izquierdo, y sintió aumentar y endurecerse el pezón contra la presión de su palma.


—¡Dios!, ¿el séptimo? —dijo, arqueando la espalda ante su contacto—. Creí que no era más que un orgasmo continuo.


—Puede que para ti. A mí la protección me obliga a llevar la cuenta.


Paula rompió a reír, volviéndose para lanzarle los brazos alrededor del cuello y besarle en la boca, las orejas, la garganta, el pecho, en cualquier parte que pudiera alcanzar su boca. La noche anterior se había mostrado franca y muy
receptiva, pero ésa era la primera vez que la había oído reír de verdad.


Devolviéndole una sonrisa de oreja a oreja, la levantó en su regazo, con cuidado de no tirar de los puntos en su muslo cuando le colocó las piernas alrededor de la cintura y lentamente la penetró con su longitud.




Se había hecho considerablemente tarde cuando terminaron, se había perdido otra reunión por la venta de la WNBT, y ambos estaban hambrientos.


—Llamaré para que Reinaldo nos suba algo de desayunar —dijo, alargando el brazo al teléfono de la mesilla de noche.


Ella se tumbó boca abajo donde él la había dejado después del último jolgorio.


—No. Necesito una ducha. Algo que ponerme y ropa interior limpia.


—Pediré que lo traigan.


Paula volvió la cara hacia él.


—No vas a comprarme ropa interior —declaró—. Tengo una muda en el bolso, en el coche.


—Pues pediré que te la suban —respondió, vagamente irritado—. A menos que estés intentando escapar.


Le dedicó una sonrisa de suficiencia, poniéndose de costado para mirarle fijamente.


—Estoy desnuda en tu cama, su señoría. Pero seguimos teniendo un trato que no tiene que ver con el sexo.


Seguiremos teniendo un trato aunque pida que nos traigan comida y ropa.


—Eh, tipo rico —replicó, sentándose y bajando las piernas por un lateral de la cama—, deja de alardear. No me impresiona tu habilidad para comprar braguitas rosas. Ve a buscarme una bata o algo.


—Están colgadas detrás de la puerta del baño. Ve tú a por ello, ladrona.


Bajó de la cama después de brindarle una rápida sonrisa y un beso en la mejilla,y se marchó correteando desnuda de la habitación. Pedro se incorporó de nuevo para verla marchar. Seguía sin comprenderla. Era condenadamente fuerte, pero tan delicada a la vez. Paula Chaves le fascinaba, y pasar una noche dentro de ella, sobre ella, debajo de ella y a su lado no había hecho que menguara aquella sensación lo más mínimo.


También él deseaba darse una ducha, y unirse a ella en el cuarto de baño le parecía una muy buena idea. Se puso en pie con un gruñido. En treinta y tres años de vida no había conocido demasiadas noches como aquélla. Joder, ni siquiera se acordaba de alguna, así, de pronto. Luciendo una amplia sonrisa se encaminó por entre los restos de ropa de la noche anterior que estaban dispersos por la sala de
estar. Ella salía del baño justo cuando llegó él.


—Voy a bajar al coche —dijo, ciñéndose una bata de seda blanca a la cintura.


Pedro alargó la mano detrás de la puerta, sacó otra y se la puso.
—Iré contigo.


—No voy a fugarme —dijo, suavizando la queja al ajustarle la bata azul y atársela a la cintura.


Pedro esperó a que ella añadiera un «todavía», pero a pesar de que no lo hizo, la palabra parecía flotar en el aire. La atrajo contra sí mientras se obligaba a sonreír y la besó.


—Quiero asegurarme de que me dejas algo de desayuno.


—De acuerdo.


Pedro se pasó la mano por el pelo para no espantar al servicio y la siguió escaleras abajo. Ella se dirigió hacia la puerta principal y él le rodeó la cintura con el brazo.


—Estará en el garaje —dijo, conduciéndola hacia el fondo de la casa.


Tal como esperaba, Pau toleró que su brazo la rodeara durante unos momentos, luego se zafó de él. No creía que fuera la manifestación pública de afecto lo que la molestaba; por el contrario, salvo la noche anterior, parecía tener cierta
necesidad de espacio a su alrededor, literal y figurativamente. Bueno, tendría que esforzarse por hacer que comprendiera que ir de la mano no significaba que fuera vulnerable, débil o que estuviera atrapada. No en lo que a él respectaba. Por esa mañana le bastaba con quedarse detrás de ella y observar como se cimbraba su
trasero bajo la suave seda.


No ponía en duda que ella supiera dónde estaba situado el garaje; había mencionado haber estudiado los planos de la casa. Tampoco le sorprendió su reacción cuando cruzaron la puerta junto a la cocina.


—¡Ay que joderse! —exclamó, su voz resonó bajo el alto techo—. Esto no es un garaje; es un… estadio.


—Me gustan los coches —dijo a modo de explicación, tomándola de la mano para sortear con ella la multitud de vehículos nuevos y antiguos en dirección al SLK amarillo—. ¿Alguna vez has practicado sexo en el asiento trasero de un Rolls Royce?—Deslizó la mano en el bolsillo de su bata, y le acarició el muslo a través de la delgada tela.


Ella le sonrió con malicia.


—No, no que yo recuerde.


—Tendremos que remediarlo. ¿Qué te parece un Bentley?


—¡Déjalo ya! Vas a acabar conmigo.


Ni siquiera le preocupó parecer, sin duda, un hombre engreído y pagado de sí mismo cuando abrió el maletero del SLK.


—Podríamos llevarlo arriba —dijo, cogiendo una de las bolsas.


Ella sacó su mochila.


—¿No te importa que este material esté en tu casa?


—Tú estás en mi casa —respondió, luego se tragó el resto de lo que iba a decir al verla bajar la vista.


Los nudillos de Pedro rozaron algo duro y plano que estaba medio fuera del petate. Con el ceño fruncido abrió el saco para extraer el paquete envuelto en tela y empujarlo de nuevo dentro.


—Eh, eso es propiedad privad… —Su voz se fue apagando cuando el semblante de Pedro se volvió impenetrable. Se le contrajo la garganta y Pau siguió su mirada—. Oh, Dios mío.


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