sábado, 11 de abril de 2015

CAPITULO 185





Viernes 12:18 p.m.


—No quiero interferir —dijo Pedro, colocando su notebook bajo el brazo.


—Pues no interfieras. Aun así, puedes unirte a nosotros. —Paula terminó de atarse el pelo atrás en una alegre coleta. Proyectaba la imagen que sin duda trataba de proyectar: la amante rica y competente de una finca grande y rica.


—Pero es tu regalo de aniversario.


—Si no quieres estar presente, entonces no lo hagas —respondió ella, poniéndose los zapatos adornados y sin medias para conjuntar con sus pantalones capri azules, y la
ajustada camiseta blanca salpicada de mariposas en colores pastel—. Sin embargo, espiar por las ventanas de la biblioteca sólo te hará parecer escalofriante.


—¿No misterioso y excéntrico? —preguntó él con una leve sonrisa. Había ido toda la mañana con mucho cuidado, intentando evitar cualquier mención de la pelea de la noche
anterior. No le apetecía una repetición.


Al parecer, a ella tampoco. De hecho parecía más a gusto hoy de lo que podía recordar… aunque muy bien podría ser una ilusión de su parte. Al menos él había esperado que ella saliera a comprar una mochila de repuesto, pero Paula ni siquiera había echado un vistazo al cubo de la basura.


—No mucho. Es tu casa, Pedro. Si el tío del vivero o yo sugerimos algo que no te gusta, tienes que decirlo.


De hecho, estaba más interesado en ver cómo iba la reunión. Ella hacía una buena interpretación, pero ante un verdadero experto en paisajismo, no sabía cómo reaccionaría ella.


—¿Y si te dejo empezar y luego me paso?


Paula se echó a reír, cogiendo el teléfono a su lado cuando el intercomunicador de casa zumbó.


—Hola, Reinaldo. Bien, muéstrales la piscina, si no te importa. Gracias. —Colgó—. Debemos ser importantes —dijo, con una media sonrisa todavía en su rostro cuando miró a Pedro—. Piskford Nurseries ha enviado a tres personas, entre ellas Burt Piskford.


—Saben cuánto dinero tienes para gastar. —Agarrando sus dedos, tiró de ella contra él y la besó. Tal vez se habían reconciliado, pero prefería una prueba. Cuando ella se hundió contra él, con los labios calientes y suaves contra los suyos, finalmente se sintió aliviado. Ella no podía fingir eso. Probablemente.


Riéndose otra vez, ella se soltó de su agarre.


—Me aseguraré de que lo saben. Pásate cuando tengas tiempo.


Ya que ella tenía que tratar con tres de ellos, él se pasaría por allí más antes que después. Se suponía que esto era para que ella se divirtiera, no otro desafío de coraje y fuerza de voluntad… aunque a Paula parecían gustarle ese tipo de desafíos.


Paula enrolló sus planos, recogió sus libros y con otro beso rápido salió de la biblioteca. Tan pronto como estuvo seguro de que ella no se daría la vuelta y volvería a entrar para atraparlo, dejó el ordenador a un lado y fue a la ventana.


De pie junto a la pared, con la esperanza de que nadie desde el exterior fuese capaz de verlo, se dispuso a mirar el área de la piscina. Escalofriante o excéntrico, quería saber
cómo le iba a Paula, y si ella lo necesitaba o no para apoyarla o por decoración.


Cualquiera de las dos cosas bastaría por hoy, por lo que a él concernía.


Su móvil sonó, haciéndole brincar. Si era Paula haciendo algún comentario sobre su espionaje, iba a tener que dejar sus actividades furtivas como lamentables más allá de la comprensión.


—Alfonso —dijo cuando lo abrió.


—Señor Alfonso. No me di cuenta de que esta era una línea directa —dijo una refinada voz femenina con un leve acento del sur.


—Lo es —respondió él, preparado para colgar y bloquear el número si alguien fuera a tratar de venderle una suscripción a algo.


—Soy Joanna de Harry Winston. Su anillo está listo para que lo recoja, o podemos hacerlo entregar si lo prefie…


—Iré a recogerlo —la interrumpió, con el corazón palpitando con fuerza.


—Por supuesto. Y tendrá la aprobación final, naturalmente, pero si se me permite decirlo, señor Alfonso, es… completamente encantador.


—Gracias. Pasaré mañana o pasado mañana.


Quiso ir inmediatamente, sólo para estar seguro de que lo tenía en sus manos, pero estaba de apoyo en ese momento. 


De todos modos, una vez que lo tuviera con él, no estaba
completamente seguro de cómo dárselo a Paula. A juzgar por la última noche, todavía tenían algunos problemas graves con los que tratar. Si ese había sido el mayor obstáculo o el peor todavía estaba por llegar, aún no lo sabía. La cuestión era si estaba dispuesto a esperar para averiguarlo, o dar el paso decisivo y exigir una respuesta inmediatamente… y arriesgarse a las consecuencias.



* * *


Probablemente Pedro estaba más preocupado que ella por la reunión de la planificación del área de la piscina, reflexionó Paula mientras extendía sus bocetos a
través de una de las mesas del patio. Él pensaba que ella estaba nerviosa por cometer un error o parecer que no sabía lo que estaba haciendo delante de Burt Piskford, porque ese
tipo de cosas podría preocuparle a él.


En cuanto a ella, sin embargo, la parte más difícil había sido la decisión de dejar sus raíces literales y metafóricas. 


Después de eso, todo lo demás con respecto al jardín era casi un juego de niños.


—Cambiar el tamaño y la configuración de la piscina será la parte más difícil —dijo Benjamín Álvaro, el número dos de Piskford, mientras tomaba algunas notas en una carpeta
con sujetapapeles—. ¿Está segura de que no preferiría un nuevo revestimiento que coincida con la nueva piedra arenisca?


Paula se bajó un poco las gafas de sol para mirarlo.


—Esto es una piscina rectangular —dijo ella suavemente, interpretando por completo a la famosilla sofisticada—. No creo que pintar las paredes de marrón claro la haga parecer una gruta de roca natural, ¿verdad?


—Sólo quiero que comprenda el lío que va a ser. Y cambiar la piscina añadirá, al menos, cuatro semanas al proyecto.


—De todos modos, no vamos a estar aquí durante la mayor parte de noviembre y diciembre. Prefiero que quede bonito a que se termine deprisa.


—¿A quién ha consultado para la elaboración de esta lista de plantas, si no le importa que pregunte? —preguntó Alma Rivera, la jefa de asesores de plantas del vivero.


—¿Por qué, pasa algo con las seleccionadas? — contestó Paula. De acuerdo, tal vez habían tocado una fibra sensible. Había trabajado mucho en esa lista.


—No, es fabuloso —dijo Alma rápidamente, sonriendo.


—Entonces la hice yo misma.


—Tiene muy buen ojo. —Alma era obviamente mejor en la venta por persuasión que Álvaro—. La mayoría de las personas eligen las plantas por el color, pero todas estas
crecerán mejor con este clima. Lo único que yo recomendaría es añadir media docena de Gaillardia Fanfare. Las flores rojas y amarillas son una preciosidad y de aspecto
mediterráneo, y florecen durante casi todo el año.


—Me parece bien.


—Genial —agregó Piskford finalmente, obviamente esperando hasta que sus secuaces hubieran hecho todo el trabajo preliminar—. Supongo que lo único que queda ahora es fijar el precio. —Su mirada se alzó junto a ella—. Señor Alfonso. Gracias otra vez por elegir Viveros Piskford, señor.


Una mano cálida rodeó la cintura de Paula.


—Tiene una magnífica reputación —dijo Pedro—, que pareció que haría un buen equipo con los planes de la señorita Chaves.


Él había durado escondido en la ventana de la biblioteca mucho más tiempo de lo que ella había esperado.


—Estábamos a punto de fijar el precio por todo esto —le informó ella, preguntándose, no por primera vez, si él tenía un radar para el asunto de la negociación.


—Ah, mi parte favorita. El…


El teléfono móvil de ella sonó. Era el tono genérico para un número desconocido, y sus entrañas se apretaron un poco. ¿Sanchez tal vez?


—Disculpen —dijo ella, abriendo el teléfono y yendo hacia la casa—. Hola.


—¿Pau?


Era Mateo Gonzales.


—Hola —dijo ella, borrando el ceño fruncido de su rostro antes de que alguien pudiera verlo. Con el dinero cambiando de manos o no, ella había accedido a hacer un trabajo para Laura Gonzales. Un trabajo con una fecha límite—. ¿Qué puedo hacer por ti?


—No puedo delatar a mis amigos, o ellos nunca volverán a hablarme. Ellos saben que estás buscando el… la cosa, y saben que te conozco.


—¿Cómo se sienten sobre hacer lo correcto y decirme a quién se lo vendieron?


—¿Lo vendieron? ¿Quién querría esa cosa?


Paula se detuvo un instante. Todavía lo tenían. Bien, ¿por qué?


—Entonces, ¿qué hay sobre devolverlo?


—Lo mencioné, pero me mandaron a paseo. No quiero que piensen que soy un debilucho o algo así, ¿sabes?


Ella supuso que un adulto responsable le daría algún consejo sobre no sucumbir a la presión de sus iguales y distinguir lo que está bien de lo que está mal. Aunque ella no era exactamente la personificación de la responsabilidad.


—La clase lo quiere de vuelta —dijo ella, siendo cuidadosa de no utilizar el nombre de Mateo por si Pedro podía oír su parte de la conversación—. Voy a encontrarlo; eso es lo
que hago. ¿Vas a ir a verlo esta tarde?


—Sí. Justo después de la escuela.


—Bien. Veré lo que puedo hacer por ti, pero no prometo nada. ¿Trato hecho?


Él suspiró.


—Trato hecho. El timbre acaba de sonar; me tengo que ir. ¿Quieres saber dónde…?


—Lo sé —le interrumpió—. Vete.


—Gracias, Pau. Esto no volverá a suceder. Lo prometo.


Si ella hubiera sido Martin Chaves, su consejo habría sido evitar ser pillado la próxima vez.


—Haré que te atengas a eso. Adiós.


—Adiós.


Miró la hora en el teléfono antes de cerrarlo. El timbre debía de haber sido para la última clase del día, lo que le daba unos cincuenta minutos para cambiarse por algo mejor para fisgonear, coger el coche de incógnito, y conducir hasta el instituto Leonard.


—¿Algo importante? —preguntó Pedro detrás de ella.


Mierda. Tenía que añadir ultimar las negociaciones de la zona de la piscina a su lista. Nunca lo lograría. Pero había dado su palabra a Pedro de que lo haría hoy. Hacer
promesas a la gente era estúpido, decidió.


—Hum, no. Sólo poniéndome al día con Clark.


Pedro levantó una ceja.


—¿Lo has localizado?


—Tal vez.


Desvió la mirada de ella hacia los paisajistas.


—Sabes, si tienes que ir a encontrar a Clark, puedo firmar estos documentos. Siempre y cuando estés satisfecha con los arreglos.


Paula sonrió abiertamente.


—Sólo asegúrate de que Benjamín hace la piscina gruta y no el nuevo revestimiento.


Pedro inclinó la cabeza, cada centímetro del noble británico que él realmente era.


—Por supuesto.


Ella le agarró el hombro, se alzó de puntillas, y lo besó profundamente en los labios.


—Molas —susurró ella.


—Eso me han dicho. —Él le devolvió el beso—. Ten cuidado.


—Lo tendré.


En todo caso, sería tan cuidadosa como pudiera.



* * *


Paula llegó a la calle frente al instituto Leonard justo cuando los niños comenzaban a salir en tropel de los edificios, como ratas huyendo de un barco que se hunde. Catalina Gonzales ya estaba allí, su Lexus aparcado en uno de los tres o cuatro puntos principales en frente de la escuela. Mateo y sus dos amigos, David y el sin nombre, se metieron corriendo en el Lexus de Cata y ella salió en dirección al parque otra vez. El
entrenamiento de béisbol parecía ser una buena tapadera para las travesuras. Aunque todo lo mundano por lo general lo era. Estaba bastante segura de a dónde se dirigirían luego los chicos, pero se quedó a un par de coches detrás de ellos por si acaso estaba equivocada.


Exactamente lo mismo que hicieron a principios de semana, andar hasta los otros dos chicos que llegaron al parque unos dos minutos después de que ellos lo hicieron. 


Cinco muchachos de quince años. A menos que ellos la ahogaran en hormonas hasta la muerte, no creía que tuviera mucho problema para rescatar a Clark.


Sin embargo, la cuestión de lo que un grupo de adolescentes podría estar haciendo con un muñeco anatómico de género neutro si no era por el dinero, le ponía los pelos de punta. 


Esperaba que suficiente del modelo anatómico permaneciera… rescatable de modo que pudiera devolverlo a la clase de la señorita Barlow.


Tan pronto como el Lexus se fue, los niños metieron en las mochilas los bates y los guantes y se dirigieron al otro lado del parque como habían hecho antes. Ella se mantuvo
paralela a ellos y giró en el otro extremo de la calle de centros comerciales para vigilar lo que hacían. Esperó hasta que pasaron por la hamburguesería y fue detrás de la hilera de tiendas, luego salió del Explorer y lo cerró con llave detrás de ella.


Incluso aunque se estaba enfrentando a críos diez años más jóvenes que ella en edad y con unos cien años a sus espaldas en experiencia de la vida, cualquier trabajo era bueno para conseguir que el viejo corazón bombeara. Ésta no era ninguna excepción.


Se detuvo justo antes de la esquina de la larga hilera de tiendas, escuchó durante un segundo y luego echó un rápido vistazo a lo largo del estrecho callejón. El último de los chicos desapareció al otro lado de una valla. Bien, esto se ponía interesante. Por lo visto, realmente estaban haciendo algo clandestino.


Guardándose las llaves del coche profundamente en el fondo del bolsillo del pantalón, hizo una carrera corta hasta la valla y agarró la parte superior de la misma.


Usando los dedos del pie para hacer palanca, sacó la cabeza por encima. Ningún rastro de los niños, así que se impulsó hacia arriba y pasó al otro lado, aterrizando de pie entre algunas malas hierbas altas y rollos oxidados de valla sobrante. Dos depósitos con aspecto de vacíos llenaban el resto del patio.


Después de escuchar otra vez, oyó el traqueteo chirriante de una puerta enrollable cerrándose y se dirigió hacia el edificio a su izquierda. Independientemente de qué puñetas estuvieran haciendo con Clark, si el modelo anatómico estaba realmente allí, la verdad es que se le empezarían a poner los pelos de punta.


No ayudó cuando encontró una ventana por la que mirar. 


Dentro, dos de los chicos se estaban quitando la ropa, mientras uno de los otros arrastraba un rollo de aspecto pesado de lona al centro del almacén. Con la ayuda de Mateo, liberó al hombre anatómico, puso una peluca larga y rubia sobre la cabeza del maniquí y pasó un par de minutos poniendo la parte inferior del bikini y un top a Clark y luego arreglando los brazos y las piernas.


—¿Qué coño? —murmuró ella, moviéndose hasta una ventana más cercana a mitad de la pared para tener una mejor vista. Había visto algunas cosas bastante morbosas en el transcurso de su vida, un caso de necrofilia a una momia le vino a la mente, pero éstos eran adolescentes de clase media alta que jugaban al béisbol, por los clavos de Cristo.


Los dos chavales se volvieron a poner la ropa, gracias a Dios, pero no las que habían llevado a la escuela. 


Andrajosos, rotos, y salpicados de rojo, se acercaron a Msteo, que sostenía una bandeja de lo que parecía pintura. 


A medida que él extendía el negro alrededor de sus ojos y hacía más mechas rojas en sus pelos y en sus caras y manos, ella cayó en la cuenta. Maquillaje. Y trajes. Y Clark era un accesorio de algún tipo.


Entonces David sacó una cámara de vídeo de su mochila y la puso en un trípode, que evidentemente habían escondido en el viejo almacén. Una película. Estaban haciendo una película de terror… o al menos, ella suponía que no era un romance. Aliviada, siguió mirando cuando Mateo y otro chico se pusieron camisetas negras con POLICÍA impreso en
blanco en la espalda. Después pasaron por una escena, zombis contra polis, con Clark como una víctima desafortunada siendo desgarrada. La sangre y los órganos internos volaron por todas partes, con bolsas de sangre y disparando pistolas falsas para completar el caos.


Ella se rió en silencio. De todos los escenarios que había imaginado para Clark, verlo convertido en una estrella de cine no había sido uno de ellos. En realidad, era una idea
bastante inteligente.


Probablemente hubiera sido sencillo si ella quisiera ir y recuperar al modelo anatómico en ese momento, pero ya que los niños sabían que ella conocía a Mateo, le echarían la culpa por delatarlos y arruinar la película. Y ella le había dado su palabra de que no arruinaría su reputación con sus amigos.


Retrocedió en silencio. Por lo que parecía, Clark no se iría a ninguna parte. En primer lugar, según la documentación de la señorita Barlow pesaba treinta y cuatro kilos.


Por otra parte, los muchachos obviamente habían estado guardándolo allí durante los dos últimos días. El traslado de Clark podía esperar, hasta que los Spielberg hubieran terminado por ese día.


Antes de saltar la valla otra vez, dio un rodeo rápido y silencioso por el perímetro.


Podría arrastrar el modelo anatómico por encima de la valla, pero no quería desgarrarle la piel de látex o caerse de bruces con él. En la parte delantera de la nave se balanceaba una verja de tela metálica que se abría a un callejón sin salida. O lo haría, si no fuera por la cadena pesada y el candado que la mantenía cerrada.


Entonces esa sería la forma de entrar. Sería mucho más fácil sacar a Clark en la parte trasera de un coche que pasarlo por encima de una valla de dos metros y medio. Con un último vistazo al almacén para asegurarse de que los chicos no la habían visto, trepó la cerca trasera otra vez, aterrizando en el callejón al otro lado.


Paula se sacudió el polvo de los pantalones y luego caminó hasta el Explorer otra vez. Un embrollo casi finiquitado, y uno más grande en suspenso hasta que tuviera noticias de Castillo o Sanchez, o hasta la fiesta de los Mallorey al día siguiente, cuando pudiera registrar el cuarto cerrado de Wild Bill Toombs por sí misma.


Cuando puso el Explorer marcha atrás y salió de su lugar de aparcamiento, vio un Miata negro en el lado opuesto de la hamburguesería. Bien, Palm Beach podría ser una comunidad pequeña e insular como dijo Pedro, pero no era tan pequeña.


—Está bien, amigo —murmuró, agarrando el volante—, vamos a averiguar quién eres.


Cuando ella dio la vuelta al Explorer en la dirección del Miata, el coche negro aceleró y se confundió en la calle. Sin dudarlo, Paula salió detrás de él. Si el Miata había estado siguiéndola mientras ella había estado siguiendo a los niños, entonces estaba perdiendo su toque. Ser seguido bajo cualquier circunstancia era muy, muy malo.


El coche deportivo aceleró por la calle, zigzagueando entre el lentísimo tráfico de la tarde. No estaba segura de poder alcanzarlo con el Explorer… y sobre todo, no sin llamar
mucha atención sobre sí misma. Eso podría asustar a los chicos, y ella perdería la pista de Clark de nuevo. Y Clark tenía que estar de vuelta en casa en el aula de la señorita Barlow para empezar las clases el lunes.


—Mierda. —Reduciendo la velocidad al límite legal, giró a la izquierda y se dirigió en dirección a la isla. El Miata tendría que esperar, pero ella no iba a olvidarlo. No hasta que descubriera lo que estaba pasando.








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