sábado, 11 de abril de 2015
CAPITULO 186
Viernes, 5:19 p.m.
Pedro se sentó al lado de la piscina con una cerveza junto a su codo y examinó los documentos revisados de la incorporación del canal de televisión local que había comprado el año pasado.
—¿Por qué aún estoy viendo esto? —Preguntó.
—Porque dijiste que querías que te los pasara antes de archivarlos —contestó Tomas Gonzales, bebiendo de su cerveza—. Lo único que cambiamos fueron las fechas de los
informes fiscales.
Respirando hondo, Pedro cogió la pluma y firmó en las páginas afectadas.
—La próxima vez que haga eso, recuérdame que soy demasiado importante para perder mi tiempo con informes fiscales.
—Así será.
Tomas se inclinó sobre la mesa y giró los bocetos de Paula de la piscina para mirarlos.
—¿Los chicos del vivero se los han dejado? Tienes que derrochar mucho dinero para asegurarte el enfoque Monet. No le digas a Chaves que lo he dicho, pero esto va a
quedar bonito.
—En realidad, los dibujó Paula.
—¿Chaves?
—Hum mmm.
Tomas miró detenidamente la media docena de dibujos de los planos de la piscina, el ajardinamiento y las plantas.
—¿Chaves los dibujó? ¿En serio?
—Sí.
—¿Qué demonios está haciendo siendo una ladrona cuando podría ser Picasso?
—Pon eso en tiempo pasado, por favor. La parte de ladrona, quiero decir.
—Odio tener que decirlo, pero es buena. En mi opinión de aficionado, por supuesto.
Esa era su Paula, una moderna mujer del Renacimiento.
Pedro se preguntaba de vez en cuando si había algo que ella no pudiera hacer. Excepto ser normal y corriente.
Podía fingir de vez en cuando, pero para ella “normal” era sólo una máscara.
—Le comunicaré tu opinión, ¿de acuerdo?
—Yo no lo haría.
—Hola, chicos —dijo Paula desde el balcón de la suite principal situada por encima y detrás de él.
Pedro se giró para mirarla. Seguía de una pieza, gracias a Dios.
—¿Cómo está Clark?
Ella se acercó por detrás y le pasó las manos por los hombros, inclinándose para besarle en la mejilla.
—¿Cómo han ido las negociaciones del jardín?
—Tú…
—¿Clark? —Repitió Tomas, interrumpiendo la conversación—. ¿El muñeco de Lau? ¿Lo has encontrado?
Paula se encogió de hombros.
—Tengo algunas pistas —dijo, cogiendo la cerveza de Pedro y tomando un trago.
—Lo encontrarás —dijo Pedro, con la esperanza de que sonara alentador—. Y para responder a tu pregunta, las negociaciones del jardín fueron a las mil maravillas. Te
quedará suficiente en tu cheque regalo para varios lechos de flores y una carretilla.
—Excelente. Me hacía falta una carretilla.
Él sonrió, a pesar de caer en la cuenta de repente de que su comportamiento relajado y tranquilo probablemente significaba que había satisfecho su ansia de adrenalina para todo el día. Y eso generalmente implicaba que había hecho algo ilegal… o peligroso, al menos.
—Por cierto —dijo él con tranquilidad—, el detective Castillo llamó a casa. —Echó un vistazo a su reloj—. Estará aquí en
unos veinte minutos.
Ella asintió con la cabeza, dejándose caer en el sillón entre Tomas y él.
—Espero que eso signifique que tiene algo para mí.
Sería agradable si toda la información que Castillo tenía la animara a cambiar de idea sobre allanar la casa de Toombs mañana por la noche.
—No lo dijo.
Tomas se puso en pie.
—Bien, antes de empezar los debates sobre actividades ilegales, debo irme. Cata está haciendo enchiladas.
—Por mucho que me gustaría meterte prisa en tu viaje —indicó Paula— hay un poli viniendo a casa. Considerando que has estado bebiendo, ¿vas a conducir ahora, Gonzales?
—He bebido un tercio de una cerveza, Chaves. ¿Pedro? —Estrechó la mano de Pedro, luego se dirigió a la casa hacia la puerta principal.
—Fue amable de tu parte que te preocuparas por él —dijo Pedro.
—Era cerveza de tu casa. Estaba preocupada por ti.
—Vaya. —Pedro aceptó la botella de cerveza de vuelta y tomó otro trago. Él no iba a conducir a ninguna parte esa noche—. Entonces ¿algo interesante hoy en tu vida?
—Tal vez.
—¿Tu pista sobre Clark no tuvo éxito?
Su boca se torció brevemente.
—Sé algo sobre alguien a quien consideras un amigo —dijo ella, sus ojos verdes alertas y serios—. Creo que puedo arreglar las cosas, hacer que todo salga bien, entonces mi pregunta es, ¿quieres que dé nombres, o que le guarde el secreto a alguien?
Ella había dicho todo eso sin darle una pista siquiera sobre si ese alguien era hombre o mujer.
—¿Guardar este secreto te pone en peligro de algún modo?
—No. Dañará la reputación de esa persona si esto se hace público. Y no estoy segura de que sea merecido.
—¿Cambiaría mi opinión de esa persona?
—Es posible. Y te pondría en medio de algo que probablemente preferirías evitar.
Él quería saberlo. No había construido un imperio por estar satisfecho con la ignorancia de su parte o de la de los demás. Pero Paula se destacaba en leer tanto a él como a todos los demás, y si ella pensaba seriamente que él no quería saberlo, probablemente no querría. De lo contrario, se lo habría dicho directamente.
—A menos que necesites mi ayuda, consideraré que esto es asunto tuyo —dijo lentamente—. Pero si necesitas mi ayuda, me lo dirás. ¿Vale?
Ella asintió con la cabeza, apretando sus dedos brevemente.
—Vale.
Él la observó durante un segundo.
—Esto es sobre Clark, ¿verdad?
—Sí.
—Sólo para aclararlo. —Pedro carraspeó—. ¿Alguna noticia de Walter?
—No. Los anuncios aparecerán en los periódicos de mañana. —Ella empezó a alcanzar su cerveza otra vez, luego volvió a poner las manos en su regazo.
Si él no hubiera hecho de estudiar a Paula Chaves su principal preocupación durante el año pasado, no habría sabido que algo la preocupaba.
—¿Hay un plan B, por si no responde a los anuncios?
—Nunca he tenido que considerar un “plan B”. —Pau apretó los labios—. Hay un par de viejas guaridas que podría probar, y un par de viejos conocidos con los que podría
contactar. Y si mañana no se pone en contacto conmigo, llamaré a Dario en Nueva York. Podría tener una idea o dos.
—¿Y la policía? —preguntó él, aunque estaba bastante seguro de que ya sabía la respuesta a esa pregunta—. ¿Un informe de personas desaparecidas?
—De ninguna manera —respondió ella, como había esperado—. No quiero a los polis hurgando en la vida de Walter Barstone más de lo que los quiero hurgando en la mía.
Él giró la mano y ella puso sus dedos sobre la palma.
—Y hay cosas que antes podías hacer para encontrarlo que no puedes hacer ahora —dijo él en voz baja. Y Walter nunca había estado desaparecido durante tanto tiempo cuando ella había sido una criminal. ¿Le culparía a él o a su nueva vida por la ausencia de Barstone? Dios, esperaba que no.
Ella se encogió de hombros.
—Si él se metió en algo, no sé lo que es. Pero le voy a romper el cuello si no tiene una muy buena razón para preocuparme de esta manera.
—Hola, chicos —dijo el detective Castillo, atravesando el mismo conjunto de puertas dobles que Tomas había utilizado.
—Hola, Francisco —contestó Paula, liberando su mano.
En el pasado, Pedro había estado mucho más familiarizado con jefes de policía y alcaldes que con sus subordinados. Y cuando un detective de homicidios que ellos habían
conocido en el transcurso de su trabajo podía referirse a él, uno de los hombres más ricos del mundo, como “chico”, era que la vida había dado un giro hacia lo peculiar. Y a Pedro
le gustaba bastante más de esta manera.
—Francisco —dijo—. ¿Puedo traerte una cerveza o un refresco o algo?
—Una Coca-cola light sería genial.
Mientras Castillo se sentaba a la mesa, dejando una carpeta encima de los bocetos de Paula, Pedro fue a la barbacoa que pronto sería rediseñada y sacó una lata de refresco de la pequeña nevera
—¿Paula?
—Estoy bien, pero alguien casi se bebió tu cerveza.
Riéndose entre dientes, sacó otra cerveza con la mano libre y cerró la nevera con el pie descalzo. Paula era ingeniosa y aguda en la peor de las circunstancias, pero después de un agradable, satisfactorio y relajante subidón de adrenalina (o un orgasmo, lo que él prefería para su seguridad, y no por nada) ella se superaba. Y comprendió repentinamente que él acababa de consentir libremente en no preguntarle lo que había estado haciendo. Esa descarada mujercita astuta. Pedro vaciló, luego entregó las bebidas y volvió a su asiento.
Castillo abrió la lata de refresco y bebió.
—Bien. Fui a ver a mis colegas de robos, y no averigüé nada excepto lo que ya te dije.
Paula lo fulminó con la mirada.
—¿He esperado cuatro días para esto? Devuélveme ese refresco.
—¡Oye, déjame terminar! Como mencionaste antigüedades japonesas, recopilé una lista de personas de por aquí a las que han robado alguna de esas cosas. —Abrió la carpeta—. Esto es lo que encontré.
—¿Puedo verlo? —Preguntó Paula, estirando la mano.
—No. Yo ni siquiera he estado aquí, ¿de acuerdo?
—¡Santo Dios! Pues entonces dímelo.
—Primero, tengo una pregunta. ¿Por qué Gabriel Toombs y los Picault?
Pedro se inclinó hacia delante.
—Tienen las mayores colecciones japonesas de toda la Costa Este.
—¿Eso es todo?
Sin mirar a Paula, Pedro asintió con la cabeza.
—Eso es todo. —Confesar que ella había robado algo en nombre de Toombs y que los Picault parecían sospechosos y que ella había eliminado por lógica a todos los otros
sospechosos creíbles no beneficiaría a nadie, excepto, quizás, a los colegas de Castillo en robos.
El detective dejó escapar el aliento.
—Un día de éstos voy a explicarte el significado de “cooperación”. Como dije antes, los Picault fueron robados una vez, hace unos cuatro años, en Nueva York. Perdieron
sobre todo aparatos electrónicos, joyas y dinero en efectivo, además de una pequeña estatua de jade de un hombre en un caballo. —Echó un vistazo en dirección a Paula y luego
volvió a la carpeta—. Toombs nunca se ha visto afectado —continuó—, no que yo pudiera averiguar, de todos modos. Aproximadamente otra media docena de robos en el área fueron de antigüedades japonesas.
—¿Nunca le han robado? —Paula repitió, haciendo de la declaración una pregunta.
—Nunca ha denunciado un robo. ¿Por qué, sabes algo que yo no?
—Hay tantas cosas, que no tengo ni idea de por dónde empezar.
—Mmm hum. Bueno, yo también sé una cosa o dos. Tipos con colecciones de espadas samuráis y, probablemente, formación para usarlas no han sido atacados. No con
éxito, de todos modos.
Paula hizo una pausa, la nueva cerveza de Pedro a medio camino de sus labios.
—Francisco, señor Detective de Homicidios, ¿alguna vez has pasado por un F con heridas de una espada grande antigua?
—¿Un F? —interrumpió Pedro.
—Fijo, oficialmente —informó Castillo—. O Fiambre, extraoficialmente. Y sí, lo hice. Hace dos años y medio. El tipo era un matón, miembro de una pandilla, y francamente
teníamos demasiados sospechosos y ninguna manera de reducirlos. La decapitación, sin embargo, no es realmente el estilo de las pandillas callejeras.
—¿Así que sospechas de Gabriel Toombs?
—Tiene cierta reputación de tener un sentido de la justicia muy rígido. Aunque, como dije, ninguna prueba. Y francamente, había otros tipos con más motivos. Toombs
nunca informó de un robo o algo así. Y yo podría estar totalmente equivocado.
Jesús.
—Si pensaras que estás tan equivocado, como dices, no lo habrías mencionado.
Castillo recogió su carpeta y su refresco, y se levantó.
—Me gusta informar a la gente de antemano. Porque creo en la cooperación y todo eso. Entonces, ¿hay algo que quieras contarme acerca de esto?
—Claro —dijo Paula, girando en su silla para mirar de frente al detective—. Tengo un Miata negro siguiéndome. ¿Alguna idea?
—Sí. Revisaré los Miata negro. Probablemente sólo habrá unos cien de esos en el condado de Palm Beach.
—Los tres primeros números o letras o lo que sea de las matrículas son 3J3, si eso ayuda.
—Es posible. Echaré un vistazo. Adiós, Pedro, Paula.
—Gracias, detective.
Jugando con la botella de cerveza, Pedro esperó hasta que Castillo se hubo marchado antes de ladear la cabeza hacia Paula.
—¿Supongo que viste el Miata otra vez?
—Lo vi. Y cuando salí detrás de él, entró en modo velocidad espacial y desapareció.
Dado que no sabría que yo le estaba siguiendo a menos que estuviera siguiéndome primero, estoy bastante segura de que lo estaba. Siguiéndome, quiero decir.
—¿Lo perdiste, entonces? —preguntó, sorprendido.
—El tráfico, los niños, yo en tu coche de incógnito… ir toda Darth Vader hacia el Miata no me pareció que fuera muy inteligente.
—Hablando de hacer cosas inteligentes —comenzó él—, ¿qué te parece no entrar en la casa de Toombs?
—No empieces con eso otra vez, Pedro —dijo ella, su voz más tranquila de lo que él esperaba—. Él no puede cortarme en pedazos si no sabe que estoy allí. Y no lo hará. Sólo
necesito mirar en un cuarto.
—A menos que las espadas y la armadura estén allí.
Ella dejó escapar el aliento.
—Yo solía hacer este tipo de cosas… exactamente este tipo de cosas… para ganarme la vida, inglés. Soy buena en esto. Y sé lo que hago.
—Voy contigo.
—Pedro, no vas a venir conm…
—¿Llevarás una pistola? —La interrumpió.
—No. Las pistolas son para los que no pueden entrar y salir sin ser vistos.
—Las pistolas son para mantenerte viva cuando alguien va detrás de ti con una espada samurái —insistió él—. Voy a llevar una, y voy contigo. Ahora bien, si piensas que puedes ganar esta discusión, sigue adelante e inténtalo. De lo contrario, creo que deberíamos ir a buscar un poco de picanha.
—¿Hans está cocinando solomillo? Hoy debemos de haber sido buenos.
—No cambies de tema. ¿Tengo que seguirte y arruinar tu AM o entramos juntos?
Ella murmuró algo que no sonó muy halagador.
—Bien. Si te comprometes a hacer lo que yo diga.
—Estoy de acuerdo —dijo él con facilidad.
Paula no sabía si él hablaba en serio o no, pero supuso que tendría que creer en su palabra. Tenerle con ella ayudaría a resolver el problema de sumar veintisiete kilos de armadura frágil y dos espadas valiosas, pero podría crear todo un nuevo conjunto de problemas.
—Ya he entrado antes en sitios contigo —declaró él, permaneciendo de pie y sosteniendo la silla para ella.
—Sí, cuando no había nadie en casa y donde la seguridad era una mierda.
—Toombs estará en la fiesta, y tú te encargarás de la seguridad. Y yo seguiré tu ejemplo.
Un allanamiento con éxito era algo más que una cuestión de buena voluntad de entrar y seguir instrucciones. Por otra parte, impedir que se involucrara sería casi imposible.
—Supongo que después de la cena tendremos que escoger nuestros correspondientes conjuntos de AM.
Pedro le cogió de la mano mientras se dirigían hacia el interior.
—Los hombres no usan conjuntos.
—Ropa de semental, entonces.
Bien, él quería mantener el asunto de modo frívolo. Era mejor que más gritos y amenazas y tratar de darle órdenes.
Hasta ahora ella había evitado contarle a alguien sobre la participación de Mateo Gonzales con el modelo anatómico.
Lo único que tenía que hacer era un viaje rápido al viejo
almacén esa noche para rescatar a Clark, y luego otra excursión al aula de la señorita Barlow para dejarlo.
Entonces, al menos esto habría terminado.
Después de un momento se dio cuenta de que él la conducía hacia las escaleras, en vez de al comedor.
—¿A dónde vamos?
—A comer solomillo. Picanha, ¿recuerdas?
—¿En la cama? ¿No será sucio con la salsa del filete y todo eso?
—En la cama no. En los Cayos.
Ella tiró de su mano hasta que todo el metro noventa de él se paró en el descansillo.
—No hagas que te golpee en la cabeza y llame al doctor Klemm.
Él la miró sonriendo.
—Me gustó tener el helicóptero en Inglaterra, así que compré uno para Florida.
Eso sí que tenía sentido.
—¿Cuándo sucedió esto?
—Ayer.
Ella resopló, sacudiendo la cabeza.
—Los niños y sus juguetes.
—Eso es. Así que necesito zapatos y una chaqueta, y tú necesitas un abrigo o algo, y vamos a volar a Islamorada. Hice la reserva para las siete en Braza Lena.
Si ella no lo conociera, estaría dispuesta a jurar que Pedro sabía que tenía planes para un AM esa noche y él trataba de desbaratarlos. Sin embargo, qué modo de hacerlo. Cena a orillas del Caribe. Por supuesto, para ir y volver tendría que viajar en un helicóptero, pero qué demonios.
—Pero no esperes tener suerte en el aire esta noche —dijo ella, separándose de él dentro del dormitorio.
—Puedo esperar hasta que lleguemos a casa —respondió él con una sonrisa lenta y sexy.
—Oh, estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad?
—Sí. —Se sentó en el sofá para ponerse los mocasines marrones, sin calcetines—. Y la próxima vez que te des cuenta de que un coche está siguiéndote, por favor, no esperes veinte minutos antes de decírmelo.
Guau. Él realmente había dicho la palabra P.
—El Miata era probablemente el paparazzi, o Nancy O'Dell de Access Hollywood.Creo que siente algo por ti, inglés.
—Estoy pillado. Y ella también, si mal no recuerdo. —Volvió a ponerse de pie—. Y no es por cambiar de tema, pero ¿conseguiste echar un vistazo a la lista de robos de Castillo?
—La vi. —Mientras decidía cuánto quería decir sobre el archivo de Francisco, Paula se metió en el vestidor, se quitó la camiseta de fisgona y se puso una blusa de rayas negras y rojas de Donna Karan, luego descolgó una chaqueta negra fina de una percha. Tan honesta como intentaba ser con él, había algunas cosas que él estaría mucho mejor y más seguro sin saber.
—¿Y? —Apuntó Pedro, deteniéndose en la puerta y apoyándose contra el marco.
—Y esta es una de esas cosas donde tengo que preguntar si realmente quieres saber la respuesta. —Ya está. Ahora la decisión podía estar en su cabeza.
—Suéltalo. Y sé que sabes lo que significa, así que no intentes cambiar de tema otra vez.
—Bien. Ya que has preguntado tan amablemente, soy responsable de tres de las piezas de la lista de Castillo. ¿Te sientes mejor?
—¿Sabes dónde terminó alguna de ellas?
—Sólo la brida. Sanchez sabrá sobre el resto, pero me parece que lo he perdido.
—Soltando el aliento, forzó una sonrisa y se acercó hasta abrigar las manos en las solapas de él—. Entonces, ¿estás seguro de que quieres montar en un helicóptero conmigo? Estoy un poco loca, soy mala y es peligroso conocerme.
Él la besó suavemente.
—Lord Byron y tú —murmuró—. Y no estás loca. Eres… única. Y doy gracias a Dios por eso todos los días.
—Que Dios nos asista —dijo ella, notando que él no había discutido con lo de “mala” o “peligrosa”. Ella tiró de su mano, arrastrándolo hacia el vestíbulo—. Esa primera parte no sonó del todo como un cumplido, pero después lo lograste.
Pedro se paró de repente, casi tirándola.
—Ay.
—Hablaba en serio —dijo él, frunciendo el ceño.
Ella dejó que él siguiera agarrando su mano.
—Lo sé —replicó—. Me asusta un poco que des gracias a Dios por mí, así que hice una broma. ¿Vale?
Él encontró su mirada.
—Vale. Pero aún así no puedo evitar amarte.
—Eso no es tan aterrador como solía ser. Y yo también te amo. —Ella tiró de su mano—. ¿Podemos ir a buscar nuestro picanha ahora? —Cuanto antes se fueran, más
pronto podría volver, y más pronto podría rescatar a Clark, el modelo anatómico.
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