jueves, 9 de abril de 2015
CAPITULO 181
Miércoles 4:18 p.m.
—¿Está en casa? —preguntó Pedro cuando Reinaldo abrió las dobles puertas de la entrada a Solano Dorado.
—Arriba, señor Pedro, en la suite. Hans tiene hamburguesas y ensalada de patata en el menú de esta noche, si es aceptable.
—¿Elección de Paula?
Reinaldo sonrió ampliamente.
—Supone bien.
—Está bien. ¿Sobre las siete?
—Se lo diré.
Arriba en la suite principal él dejó caer su bolsa de viaje y un maletín sobre el suelo.
—Estoy en casa —llamó, luego se dio cuenta del extremo colgante de una ancha cinta roja sobre el respaldo del sofá.
Una pequeña tarjeta estaba sujeta al final. Sacándola de su sobre, la desdobló.
—Sígueme —leyó en voz alta. Era todo lo que decía.
Rodeó el sofá, la cinta se enrollaba y giraba laxa sobre un sillón, alrededor de la base de una lámpara de pie y luego se deslizaba en el dormitorio a través de la puerta medio
cerrada.
—Mejor que estés aquí —dijo con una sonrisa mientras empujaba lentamente la puerta— o voy a ponerme en ridículo.
Silencio. Pero podía sentirla en el interior, su excitación, el calor de su presencia. Su sonrisa se acentuó y Pedro entró en la habitación. Se quedó con la boca abierta.
—Guau.
Fue el único sonido que pudo emitir. Toda la sangre abandonó su cerebro y se dirigió al sur.
Paula estaba de pie, una pierna doblada y ligeramente por delante de la otra, una mano en el poste tallado de la cama y la otra en el costado. En medio no llevaba nada… nada salvo la cinta roja, que se enroscaba una vez alrededor de las caderas y otra cruzaba sus pechos cayendo de nuevo desde el hombro hasta el suelo. Si era Navidad, evidentemente había sido un chico muy bueno.
—¿Qué…? —se aclaró la garganta—. ¿Qué he hecho para merecer este regalo?
—Creo —dijo ella, la voz ronca por la excitación reprimida— que es el aniversario de la primera vez que me desenvolviste —agitó los dedos hacia la cama—. Y justo aquí, también, que yo recuerde.
Así era. Tres días después de que se hubieran conocido.
Tres muy azarosos e inolvidables días que habían sido seguidos por trescientos sesenta y cinco más. Se quitó la
chaqueta y la dejó caer al suelo. Cuando la alcanzó, deslizó las manos alrededor de su cintura desnuda y se inclinó para besar la boca levantada.
Riéndose contra los labios de él, Paula deslizó los dedos hasta el nudo de su corbata y lo deshizo.
—Pensé ponerme un tanga rosa, pero esto parecía más divertido. Sé que te gusta cuando visto de rojo.
—Definitivamente, funciona para mí.
—Puedo verlo —deslizó la mano por la parte delantera de sus pantalones, luego fue a desabrocharle los botones de la camisa. Al mismo tiempo, él deslizó la cinta por su hombro y la observó flotar con elegancia hasta el suelo.
Deslizando los dedos a través de sus pechos, escuchó con profunda satisfacción la brusca inhalación de aire. Todo lo que había logrado en Nueva York, todas las novedades
que Garcia le hubiera dado, todo podía esperar hasta más tarde. Ella había montado esto para él, esperando a que volviera a casa e iniciar esta pequeña fiesta. Podía ser agresiva, exigente y vivaz, pero cuando se refería a asuntos privados entre ellos dos, por lo general era él quien empezaba primero. Sin embargo, esta tarde no.
La empujó con delicadeza contra el poste, profundizando el beso, dejando que la sensación de la piel de ella bajo sus manos fluyera en su interior. Algunas de sus noches favoritas eran cuando trepaban juntos a la cama y simplemente caían dormidos, pero nada era mejor que el sexo con una Paula acelerada. Nada.
Una vez ella le despojó de la camisa y el cinturón, él se bajó los pantalones y se quitó los zapatos de sendas patadas.
Supuso que no parecía un semental con los calcetines
negros así que se sentó en el borde de la cama y también se los quitó.
Paula se inclinó sobre él mientras se quitaba el segundo, tumbándolo sobre la espalda y gateando encima para besarlo antes de descender para recorrerle los pezones con
la lengua. Luego se movió más abajo. Cuando le tomó el pene en su suave boca, él puso los ojos en blanco. ¡Por los clavos de Cristo!
—Ven aquí —gruñó cuando ya no pudo aguantar más su entusiasta succión, arrastrándola a lo largo de su cuerpo y girando para ponerla debajo. Le besó la boca, la mandíbula y la garganta y trazó un camino con los labios hasta sus pechos, succionando, acariciando y tratando de controlarse contra el sonido de sus gemidos de placer. Estirando el brazo, bajó una mano entre sus muslos. Separándole los pliegues, deslizó un dedo dentro de ella.
Ella se sacudió, jadeando.
—¿Por qué me haces sentir siempre así?
Pedro levantó la cabeza un segundo.
—Eso sería un secreto profesional. Del tipo James Bond.
Ella envolvió los dedos en sus cabellos mientras él volvía a prestar atención a sus pechos.
—Estás tan lleno de…
Pedro curvó el dedo presionando contra ella. Paula saltó, tirándole con fuerza del pelo.
—¿Ves? —murmuró él.
—Vale, vale. Lo pillo. Deja de bromear y ve a lo importante.
—Todavía no. Aún estoy con los aperitivos.
Pedro trazó una hilera de besos descendiendo por su cuerpo, besando el vientre plano y el interior de sus muslos, y luego introdujo otra vez dedos y lengua. La respiración
dificultosa, la forma en que se retorcía y los sonidos entusiastas que ella hacia lo volvían medio loco, y se deslizó sobre ella otra vez.
Le separó las rodillas con las suyas y lentamente enterró el pene dentro de ella.
Paula soltó un tembloroso suspiro que casi le hizo correrse.
Aguantando la respiración, luchó por recuperar algún control antes de empezar a moverse sobre y dentro de ella.
Ella le envolvió los hombros con los brazos, encontrando su mirada directamente mientras él impulsaba las caderas contra las suyas.
—Dios, se te siente tan bien —jadeó.
—Tú también.
—Mmm. Intenta esto.
Con un rápido y brusco giro los hizo rodar, poniéndolo de espaldas con ella encima.
—También está bien —gruñó él, mientras ella subía y bajaba sobre él, arqueando la espalda y apoyando las palmas sobre su pecho para apoyarse. Pedro aumentó la presión sobre sus caderas, empujando para encontrase con sus golpes descendentes. Sexo con una mujer que sabía lo que quería y tenía un excelente tono muscular y control. Sí, había sido
un chico muy bueno.
Paula se movió más rápido, fuerte y profundo hasta que gritó, convulsionándose. Con un último empujón él se unió a ella, atrayendo su cara para un beso mientras eyaculaba
dentro de ella.
—Santo Dios —respirando con dificultad, Paula se acomodó en su hombro, curvando el brazo sobre el pecho y enredando las piernas con las de él—. Y bienvenido a casa, en caso de que haya olvidado decírtelo —murmuró.
Así era ella, la Señorita-deslízate-en-la-noche-sin-lamentaciones, sonriendo feliz y lo bastante relajada para dormirse en el abrazo de su chico. Definitivamente los tiempos habían cambiado, y nada marcaba más aquel hecho que la forma en que ella se sentía solo tocando a este alto y fibroso ingles que comía de forma regular seres inferiores para almorzar.
—Gracias —le replicó él—. Eso es casi suficiente para convencerme de que me vaya y vuelva con más frecuencia.
—¿Casi?
—Lo único que me retendría es la comprensión de que estaría muerto después de una semana.
Ella se rió.
—Ambos.
Pedro se movió un poco, estirando la mano para entrelazar los dedos con los de ella.
—Te amo, lo sabes.
—Lo sé. Yo también te amo —durante un minuto ella vaciló sobre si contarle su pequeña disputa anterior con Gonzales, pero eso solo le estropearía el humor. Además, estaba
bastante segura de que sería la que saldría malparada por llevar a Catalina Gonzales a la escena de un allanamiento—. ¿Te gustó el edificio?
—Sí. Mi gente está preparando una oferta.
—Si no vigilas, vas a tener todo el centro de Metrópolis bajo tu control. Tendré que empezar a llamarte Lex Luthor o algo así.
—Oh, por favor. Luthor era calvo. Trump podría ser Luthor —le besó el cabello— ¿Cómo va la búsqueda del modelo anatómico?
—Hay alguien con quien quiero hablar, pero probablemente eso no ocurrirá hasta el fin de semana —con los deportes de Mateo y los deberes, era casi tan difícil de pillar como una pieza de arte que estuviera tratando de robar.
—Es bueno que tengas una pista. Por cierto, Tomas me llamó esta tarde.
Joder.
—¿Lo despediste?
—No. En realidad estaba preocupado porque podría haberte dicho algo que no debería.
Empezó a darle una respuesta frívola, pero el tono de Pedro era un poco ausente. Lo que fuera, era serio.
Levantó la cabeza para mirarlo a la cara. Al mismo tiempo repasó en su mente el asalto previo con el abogado.
Memoria casi fotográfica o no, nada le había llamado especialmente la atención en aquel momento. Excepto…
—Dejó caer algo sobre que tú me dieras algo —dijo—. Si vas a darme un regalo, fingiré que no sé nada de eso.
—Ah ¿no te importaría otro regalo?
Paula se incorporó sobre un codo
—El collar de diamantes y los pendientes eran muy hermosos. Y el jardín. Y Reinaldo flipó completamente con el Godzilla. Fue genial —se rió—. Nunca me hubiera imaginado que Reinaldo gritara como una niña. Pero no tienes que regalarme nada —continuó ella, imaginándose que él quería una respuesta seria—. Lo sabes. Estoy aquí por ti, no por el decorado.
—Muy pronto, uno de estos días voy a pedirte que te cases conmigo, Paula.
Ella se rió entre dientes.
—Oh, fanfarronadas, señor. ¿Cómo está Nueva York? ¿Has visto a alguien famoso?
Hablando relativamente, claro, dado que tú has estado en la portada del Time y casi todos los demás palidecen en comparación.
Durante un segundo él no dijo nada.
—Vi al detective Garcia, de hecho —contribuyó por fin él.
—¿Garcia? ¿Qué quería?
—En realidad yo le abordé.
—¿De verdad? ¿Y eso por qué? —se sentó para bajar la vista hacia él.
—Quería saber si la policía de Nueva York tenía alguna información útil sobre Toombs o los Picault.
De manera que estaba metiéndose otra vez en su terreno.
—Supongo que te imaginaste que necesitaba ayuda.
—Pensé que dado que estaba allí, podía preguntar. Mencionaste ponerte en contacto con él. ¿Asumo que tienes algún problema con eso?
—Sabes que tengo problemas con eso —salió de la cama y agarró su camisón—. Maldita sea Pedro, no puedes meterte y abalanzarte sobre todo lo que ves.
—En realidad, probablemente puedo —se puso de pie y se dirigió, desnudo y muy sexy, a su vestidor—. ¿Quieres saber lo que dijo?
Si decía que no, probablemente él no se lo diría. Odiaba la forma en que él manipulaba todo de manera que ahora tenía que pedirle la información que técnicamente le pertenecía a ella.
—¡Jódete! —agarró el sujetador, la camiseta verde y las braguitas de la cómoda donde las había dejado antes y se las puso.
Pillando los vaqueros al vuelo, caminó a zancadas hasta el salón de la suite principal. Metió bruscamente los pies dentro de las perneras, fue a saltos hasta la puerta del balcón y salió. Abajo, en el área de la piscina, las luces parpadeaban bañando la piscina y el patio con un suave resplandor blanco.
Fuera peligroso o no permanecer ignorante, no iba a jugar ese juego. Esta vez era él el que se había pasado de la raya.
Se sentó en una de las sillas del patio apartando la cara de
la casa y cruzó los brazos sobre el pecho. Y pensar que diez minutos antes se había sentido tan completamente satisfecha.
Un par de minutos después lo escuchó bajar las escaleras y tomar asiento a su lado.
Una lata fría de Coca-cola le tocó el codo y ella estiró la mano hacia atrás para sujetarla y abrirla.
—Gilipollas —dijo.
—Quizás debería haberlo soltado inmediatamente —dijo con su acento, por su tono más que cabreado consigo mismo—, pero tomé en consideración el hecho de que tuve que fijar una cita y estar en la comisaría a las ocho en punto de esta mañana. Creo que habrá alguna especulación sobre eso esta noche en E.T.
—¿Le dijiste a Garcia por qué le estabas preguntando? Porque no creo que el Met quiera que se extienda la noticia de que su seguridad aparentemente apesta de vez en cuando…
Se mantenía resueltamente apartada de él, la mirada en la zona que se suponía que ella iba a rediseñar. Al menos él no había vuelto a sacar el tema. Todavía.
—¿No crees que ya sé cómo hacer preguntas?
—Creo que eres un billonario cuyas conversaciones tiende a recordar y repetir la gente porque algún día van a acabar en un libro… El ingenio y la sabiduría de Pedro Alfonso.
—Lo único que le mencioné a Garcia es que su falta de colaboración conmigo podría hacer que el museo saliera perdiendo en prestigio.
No tan malo.
—Vale, ¿qué dijo?
—Primero date la vuelta y mírame. Tu espalda es adorable, pero prefiero mirarte a los ojos.
—Y tú aún tienes que estar al cargo —replicó ella, aunque hizo girar su silla para enfrentarlo. Prefería ver a la persona con la que estaba discutiendo—. ¿Feliz?
—Indescriptiblemente —Pedro alargó la mano, acariciándole los dedos cerrados alrededor de la lata—. Toombs apareció en dos listas de vigilancia después de que desaparecieran objetos en otro sitio, pero nada más que eso. Uno de esos objetos era una antigua brida de guerra samurái, por cierto.
Eso casi me sobresaltó.
Ella ignoró los comentarios en favor de los hechos.
—¿Qué era lo otro?
—Una bandera de combate shogun del siglo quince.
—Tiene sentido. Mañana tendré un ojo en bridas y banderas. ¿Qué hay sobre los Picault?
Solo porque no hubiera encontrado nada durante su irregular recorrido por el piso de arriba, no quería decir que no fueran culpables de algo. Y por lo que había estado viendo y escuchando, nadie tenía una colección más extensa de antigüedades japonesas… con la posible excepción de Toombs.
—Sufrieron un robo en su adosado de Manhattan hace unos tres años.
Aparentemente la mayoría de sus objetos japoneses están aquí y sólo desaparecieron algo de efectivo y joyas.
Unos ojos azules encontraron los suyos, una ceja se elevó, preguntando.
—¿Qué? No fui yo, si es lo que estás insinuando.
Ella no había irrumpido en ninguna de las casas de los Picault hasta ayer. Y no se había llevado nada, además.
—Solo una leve curiosidad —tomó un sorbo de la cerveza que se había traído—. ¿Preocupada de compartir lo que has conseguido?
—En realidad no —ella inspiró—. Por lo que he sido capaz de encontrar y descubrir, es Toombs. O los Picault. Palm Beach debe ser vórtice del mal, dado que están todos aquí justo ahora, de forma que no puedo pasear y echar un vistazo. ¿Pero qué se yo? Ni siquiera puedo encontrar a Sanchez.
Pedro se inclinó hacia delante.
—¿Perdona?
—Su móvil está apagado, y no hay señales suyas en su casa. Su novia tampoco sabe dónde está.
—¿Asumo que eso no es típico?
Ella negó con la cabeza.
—Incluso cuando tenemos que mantenernos ocultos, aún podemos comunicarnos. Si no me llama en un día o dos, pondré un anuncio en el New York Times para darle pistas
de que lo estoy buscando.
—¿Por qué desaparecería?
Incluso aunque sabía que a Pedro no le gustaba Sanchez, pudo escuchar la auténtica preocupación en su voz… por ella, si no por el perista desaparecido.
—Puede no ser nada. Alguien al que hemos irritado en el pasado que ha aparecido, o tiene una oferta de trabajo, o…
—Está retirado.
Ella se encogió de hombros.
—Eso pensaba, pero… ¿Quién sabe? Y me advirtió que fuera con cuidado.
Él le sujetó de nuevo los dedos, esta vez apretándolos y no dejándolos ir.
—Aparecerá.
—Ahora mismo estoy más molesta que preocupada. Si no me ha llamado para el fin de semana, eso cambiará.
—¿Qué pasa con los archivos de Walter?
—No tengo ni idea de dónde los guarda.
Pedro parpadeó.
—Tú no tienes ni idea. Tú.
—Es un asunto de peristas. Tiene otros tipos con los que se compromete o le llevan cosas al perista. Al igual que de vez en cuando he pasado por otro agente. Todo el mundo protege sus propias fuentes. Hasta la poli lo hace.
—Parece que incluso después de un año todavía estoy aprendiendo cosas sobre el lado oscuro.
Ella le lanzó una sonrisa.
—Esa soy yo, Darth Pau.
—Pero no estás preocupada. De verdad.
—Aún no. En realidad.
Vale, quizás estaba un poco preocupada, pero en el mundo grande y malo en el que Sanchez y ella habitaban, o solían habitar, desvanecerse dos o tres días no era nada. Le daría
más tiempo antes de empezar a darle vueltas a las cosas… para entonces mejor que hubiera aparecido.
Reinaldo apareció por un lado del patio.
—La cena está lista —anunció.
—Gracias —Pedro se puso en pie y dio la vuelta a la mesa para apartarle la silla mientras ella se levantaba todavía sir Galahad incluso cuando se estaban peleando—. Tu principal sospechoso para el robo del samurái es definitivamente Toombs ¿verdad? —murmuró, sujetándole la mano mientras seguían a Reinaldo dentro de la casa.
—Encaja. Y es ese tipo de extraño.
—Entonces no vamos mañana a su casa.
Ella inspiró.
—Voy a ir a su casa, Pedro. Si es culpable necesito saberlo, y pronto. Si no, también necesito saberlo. Y si es inocente no quiero oír los rumores de que no me dejaste ver su colección. Nos movemos en los mismos círculos ¿recuerdas?
Él aumentó la presión.
—Andres irá contigo ¿verdad?
Ella asintió.
—Andres vendrá conmigo —después de todo necesitaba a alguien que distrajera a Toombs mientras ella fisgoneaba.
—Si no es Gabriel Toombs, ¿qué harás? —prosiguió Pedro. Siempre quería saber la respuesta a todo, lo que le hacía un buen y astuto hombre de negocios, pero podía molestar de verdad a alguien como ella, que vivía gracias a su inteligencia e instintos.
—Vigilaré a los Picault más de cerca y revisaré el disco de seguridad del Met, para ver si hay algo que me perdiera las tres primeras veces que lo revisé, aunque después de diez años no sirve para mucho más que unas risas por los estilos de peinado. Tengo cinco días o este caso se volverá a cerrar por segunda vez.
Pedro la miró durante un minuto. Ninguno de ellos lo dijo, pero ambos sabían que este era el segundo trabajo que Viscanti le había enviado. Si esta vez ella no podía encontrar la armadura y las espadas, probablemente no recibiría más trabajos del Met. O de cualquier otro museo, si tenían algo de sentido común. Y luego volvería a los sistemas de
seguridad. Pedro habría preferido eso para ella, pero ella no.
Para nada.
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