martes, 7 de abril de 2015

CAPITULO 173




Sábado, 12:15 p.m.


—Recuérdales que Computech es mía —dijo Pedro, cambiando el móvil de la oreja izquierda a la derecha—. A Zellman le gusta el sistema de Computech y si alguien
más ofrece instalar software de mi empresa no es más que un intermediario con pretensiones.


—De acuerdo —contestó el nítido acento aristocrático londinense de Joaquin Stillwell—. Ya he señalado que usted puede proporcionar el hardware de ACG a un coste similar; con un poco de suerte el vínculo con Computech nos pondrá los primeros de la lista.


Pedro sonrió ante el entusiasmo en la voz de su ayudante personal. Contratar a Stillwell seis meses atrás fue una de las decisiones más brillantes que había tomado alguna
vez. Si no fuera por Joaquin ahora mismo estaría en Los Ángeles, en vez de estar esperando charlar sobre el follaje con Paula por la mañana.


—Mañana tiene día libre ¿no? —Siguió.


—Sí. Pensé que tal vez pudiera adelantar la fusión Burei-Halfin y revisar los…


—Joaquin, tómate el día libre —interrumpió—. Vete a la playa, a ver un estudio de cine o lo que quieras. —Paula siempre estaba pinchándole en que fuera más amable con sus subordinados, como ella los llamaba—. Haz de turista. Por supuesto que a mi cuenta.


—¿Estás seguro, Pedro?


—Mañana es domingo. Relájate un poco. Yo tengo la intención de hacerlo.


Por un momento, todo lo que pudo oír fue el silencio.


—Bueno, sabe, de hecho quería ir a Disneylandia.


Pedro sonrió.


—Entonces vete a Disneylandia. ¿Ha habido suerte con el otro tema?


—Está de camino a Florida. Debería tenerlo el lunes por la mañana.


—Excelente. Que te diviertas mañana.


—Lo haré, Pedro. Gracias.


Apagó el teléfono y se arrellanó. Aunque no creía en las celebraciones prematuras, el trabajo del LAX parecía estar en el saco, por así decirlo. Y una vez tuviera el LAX, el O’Hare y La Guardia, una docena más de grandes instalaciones los imitarían. La idea de hacerse cargo de aeropuertos y sus responsabilidades adjuntas le obligó a hacer una pausa, pero cuando lo consideró, él confiaría en sus productos y personal por encima de los demás.


Respirando hondo se enderezó y tiró del teclado de su ordenador hasta una distancia asequible. Reinaldo le había entregado el paquete a Paula, así que por una vez sabía en
lo que estaba metida. Dos docenas de e-mails esperaban respuesta, y luego podría hacer una de las cosas más raras en su larga trayectoria y se relajaría durante el siguiente día y medio.


Se oyó un golpe en la puerta medio abierta de la oficina y levantó la mirada.


—¿Ya has resuelto tu misterio? —Preguntó sonriendo mientras Paula entraba en el despacho con su gracia habitual y se dejaba caer en la silla frente a su mesa.


—Totalmente —contestó—. Y resolví lo de Jimmy Hoffa y el Hombre de la Máscara de Hierro de camino hacia aquí desde la biblioteca.


—Bien hecho. Entonces déjame acabar con estos e-mails, volaremos a Nassau y cenaremos en los Jardines Montagu. Preparan una langosta maravillosa.


—En las Bahamas.


—Bueno, sí.


Ella resopló.


—Eres un zalamero. De hecho estoy aquí por tu cerebro sobre las antigüedades japonesas. Pero ya que estás ocupado, creo que iré a hablar con Laura Gonzales sobre el
hombre anatómico y luego iré a correr. ¿Después tendrás tiempo?


—Sí. —Se negó a dejarle ver que se le hinchaba el pecho cada vez que le pedía ayuda, auxilio, consejo o conocimiento sobre algo. No quería que ella lo usara contra él.


—Fantástico. Y tal vez te deje tener algo conmigo cuando esté toda acalorada y sudada. —Frunció el ceño exageradamente, sin duda divertida consigo misma—. O tal vez en la ducha. Eso sería más divertido para ti.


—Me las apañaré de todos modos —comentó, cediendo por fin y sonriendo—. Aunque gracias por ser tan considerada.


Paula se puso en pie.


—Vamos, ya me conoces. Vivo para complacer.


Pedro se abstuvo de hacer un comentario, en cambio observó el contoneo de su trasero mientras abandonaba el despacho. Él necesitaba ir a correr pero se arreglaría con
una hora en la sala de pesas del sótano más tarde, a menos que Paula hubiera dicho en serio lo del sexo cuando volviera. A los treinta y cinco, una ronda o dos con ella podría satisfacer bastante bien sus necesidades diarias de ejercicio.


Además era fin de semana, y aunque tomarse tiempo libre todavía fuera una novedad para él, estaba intentando convertirlo en una costumbre. Una de las cosas de las
que su ex-mujer, Patricia Alfonso-Wallis, se había quejado durante su divorcio era que él trabajaba desde el momento en que abría los ojos por la mañana hasta que los cerraba por la noche. Considerando que la había descubierto en la cama con su mejor amigo y antiguo compañero de cuarto en la universidad, Ricardo Wallis, no sentía mucha lástima de sus quejas, pero aprendió la lección. No antepondría su trabajo a su relación nunca más. Y sin duda no cuando esa relación era con Paula Chaves.


Había acabado con la mitad de los e-mails cuando su móvil volvió a sonar. Cuando comprobó el identificador de llamadas, Pedro frunció el ceño.


—¿Walter? —Dijo, pulsando el botón de descolgar.


Pedro —contestó la voz de Walter Barstone—. Intenté con el número de Paula pero no contesta.


—Se fue a correr —dijo Pedro poniéndose en pie. A excepción de cuando se trataba del bienestar de Paula, Walter y él no estaban cerca de ser aliados, o amigos.


Walter prácticamente había criado a Paula, había sido su mentor y su perista con los objetos de lujo robados por ella. Y a Barstone le habría alegrado muchísimo verla alejada
de su nueva vida y de vuelta a la antigua—. ¿Pasa algo?


—No. ¿Le dirás que me llame cuando aparezca?


—No si no me dices por qué.


—Mm hum. —En el subsiguiente silencio Pedro prácticamente pudo oír las astutas y viejas ruedas girando en el cerebro de Walter—. De acuerdo. Gwyneth Mallorey quiere a Paula allí cuando instalen las cámaras de seguridad en la casa, para asegurarse de que no le estropean la “estética”. De acuerdo con la señora Mallorey, si Paula trabaja para ella, sería mejor que apareciera.


—¿Gwyneth Mallorey? —Repitió Pedro, frunciendo el ceño.


—Eso es. Tú querías saber, así que ahora le cuentas las buenas noticias a Paula. Adiós.


—Walt…


Con un clic la línea se murió.


—¡Pero qué narices! —Masculló Pedro. De acuerdo, sabía que si Paula hacía algo a sus espaldas sería con Walter. Y no, no le gustaba que Barstone supiera o seguramente sabría algunas veces más sobre ella que él. De aquí su deseo de estar en cualquier intercambio de información entre ellos.


Aunque tampoco quería estar en la posición de tener que decirle a Paula que uno de sus clientes le había dado una pataleta y esperaba que el presidente de Chaves Security estuviera a su disposición y presente. La semana siguiente iban a asistir a una cena benéfica en casa de los Mallorey. 


¡Maldita sea! Él podría comprar y vender a los Mallorey,
y Paula ahora estaba en la posición de ser su subordinada.


Quizás sus objeciones al trabajo de seguridad eran más que aburrimiento y rutina, y asegurase una caída con sus antiguos compinches ladrones. Ahora se trataba sobre la vida con Pedro y el lugar de Paula entre sus amistades y socios de negocios. La novia de Pedro Alfonso que vivía con él e instalaba cámaras de seguridad.


Definitivamente aquello daba mejor cariz a su trabajo para el museo. Aunque aquellos trabajos también tenían el potencial de ser mucho más peligrosos para su bienestar físico que el de la seguridad. Nada de eso iba solo del ego de Paula porque también lo implicaba a él.


Entonces ¿estaba dispuesto a permitirle ponerse en peligro con el fin de evitar ser el novio de la experta en seguridad? ¿O ni siquiera era decisión suya? Su parte lógica, al igual
que la que conocía de Paula, decía que no. La parte que recordaba que él era Pedro Alfonso, el decimocuarto marqués de Rawley y un hombre que trabajaba duro para estar donde estaba y ser de la manera que era, decía que sí.


Todavía evaluando cómo iba a contarle las últimas exigencias de Gwyneth sin provocar una discusión o parecer que estaba interfiriendo en uno de sus trabajos, se volvió a
sentar para acabar con el correo. Paso a paso. Y maldito Walter. Paula no era la única ex-infractora que tenía alguna habilidad manipulando a la gente de su entorno.


Por suerte Pedro sabía un poco de negociaciones. Solo esperaba saber lo bastante.



* * *


Tomas Gonzales abrió la puerta cuando Paula tocó el timbre de la puerta principal.


—Hola —dijo ella, manteniendo la expresión serena y confiada—. Bonita camisa. —Como si hubiera estado trabajando de mecánico o alguien le hubiera pasado por encima con un cortacésped.


—Gracias. ¿Qué quieres? —Le contestó.


—¿Laura está en casa?


—Estás de broma ¿no? —Puso una mano en el marco de la puerta, el oso protegiendo la guarida del qué… ¿del gato?, suponía.


—No. Ella me llamó. La estoy ayudando con una cosa.


Tomas entrecerró los ojos.


—¿El modelo anatómico?


Ella asintió.


—Es confidencial, entre mi cliente y yo —dijo en voz alta.


Él soltó una bocanada de aire.


—De acuerdo. Está en el salón con algunas de sus amigas.


Paula pasó de largo y entró en el salón. Aunque ella, Rick y los Gonzales habían compartido un par o más de salidas y cenas, en realidad solo había estado en su casa una vez. 


Afortunadamente recordaba el diseño, porque no estaba por la labor de preguntarle a Gonzales dónde estaba el salón.


—Hola, Lau —dijo con una sonrisa.


En el sofá había dos chicas sentadas y frente a estas otras dos en el suelo, todas ellas riéndose de un videojuego donde el objetivo al parecer era vestirse y conseguir una cita para el baile de graduación. La más alta, de ojos azules y con el cabello corto y rubio, se levantó acercándose para abrazarla.


—¡Tía Pau! ¿Ya lo has encontrado?


—Todavía no. Quiero hacerte un par de preguntas. ¿Tus amigas también están en la clase?


Ella asintió.


—Gente, esta es Paula Chaves. Es como una especie de detective privado. Tía Pau, estas son Tiffany, Emma y Haley.


—Hola, chicas —dijo Paula, medio saludando. Niños y ella. Era como enfrentarse a los marcianos. Jamás había sido una niña de verdad. Las lecciones de vaciar bolsillos empezaron la semana después a que su madre le hubiera dado la patada a Martin y éste se la llevara con él.


—¿En serio sale con Pedro Alfonso? —Preguntó la chica con el cabello más oscuro, Emma.


—Sí.


—Impresionante.


—Detén el juego, Haley —ordenó Laura—. Tenemos que pagarle a Paula y entonces nos ayudará a recuperar el hombre anatómico.


Genial. Ahora robaría huchas.


—No es necesario que me paguéis. Lo llamaremos cortesía de familia.


—¿Estás segura? Tenemos veinte dólares cada una. —Ochenta pavos. Ella que se llevaba los Monets sin vacilar—. Sumaré los gastos al final —Eludió, sin querer insultarlas—, pero estoy bastante segura que quedarán cubiertos. Así que decidme lo que sabéis sobre Clark.


—La señorita Barlow estaba tan enfadada —señaló Haley, pulsando un botón del mando inalámbrico del juego—. Y entonces el director Horner entró y le gritó justo delante de la clase.


—No le gritó —la contrarrestó Laura—. Pero tampoco estaba contento.


—Me alegro de su desaparición —dijo Tiffany, agitando su largo cabello rubio—. Ese hombre anatómico era tan vulgar. Y los chicos seguían desmontándole el pecho y sacándole las tripas.


—Entonces tenía un aspecto bastante realista ¿eh?


—Demasiado realista. Solo me alegro de que no tuviera pajarito.


—Hola, Pau.


Miró por encima del hombro cuando el mediano de los Gonzales, Mateo, cruzó por una esquina del salón con otros dos chicos detrás de él.


—Mateo. ¿Qué tal?


—Bien. ¿Ha venido el tío Pedro?


—No, solo yo.


—Está investigando lo del hombre anatómico —ofreció Laura—. La hemos contratado.


—Oh. —Haciendo medio gesto de dolor cuando los chicos se amontonaron al pararse—. Bien, buena suerte. Lau, dile a papá que voy a casa de David a cenar.


—Díselo tú, Mateo.


—No puedo. Ya llegamos tarde. —Tiró del brazo del chico más cercano—. Vamos.


El otro chico se la quedó mirando embobado.


—Ella…


—Nos vemos, Paula.


Paula se despidió.


—Adiós Mateo.


Se volvió a girar cuando los chicos abandonaron la sala. 


Esto. Interesante. Tras un segundo se dio cuenta que todas las chicas estaban soltando risitas por los chicos y ella se
dio una sacudida mental.


—¿En qué curso está Mateo?


—El décimo. Está en segundo de bachillerato.


—Entonces no va a tu escuela.


Laura negó con la cabeza.


—No. El va a la escuela secundaria Leonard.


—¿Está muy lejos de tu escuela?


—Justo al cruzar la calle.


—Se supone que los chicos de secundaria permanecen fuera de nuestro campus —aportó Tiffany—, pero siempre cruzan por el campo de béisbol a la hora de comer.


Así que podía añadir a toda la gente de la escuela secundaria del Leonard a su lista de sospechosos. Había tenido que engañar a un guardia de seguridad para llegar a la clase de la señorita Barlow. Un chico podría seguramente hacerlo en menos tiempo, especialmente durante las horas escolares, y con más razón si tenía una hermana en el
campus. La pregunta era: ¿un adolescente tendría el valor de salir con un modelo anatómico a plena luz del día? ¿O habrían logrado introducirse en el edificio principal por la noche después de poner cinta adhesiva en la puerta de la clase y dejarla abierta? Fuera cual fuera la respuesta, ella tenía el súbito presentimiento de que Mateo Gonzales sabía algo del asunto.


—Tía Pau, ¿quieres jugar al baile de graduación con nosotras?


Ella miró a la pantalla del televisor, donde el juego esperaba reanudarse, después a los rostros frescos de las cuatro chicas de diez años que la contemplaban.


—Claro. Jugaré un par de minutos. —Todavía necesitaba ir a correr, pero esas niñas la fascinaban de algún modo. 


Parecían tan… inocentes, algo que ella jamás había sido. Y
quizás le dirían algo que pudiera ayudarla a desenmarañar el misterio de Clark el hombre anatómico.



* * *


Pedro entró en la habitación mientras Paula acababa de quitarse la ropa. Ella se alegró de que él no optara por el sexo después de correr; no solo porque estaba muy segura
de que apestaba, sino poque tras siete kilómetros y medio por la orilla del lago Worth se sentía hecha polvo. No con la cabeza mucho más clara pero definitivamente hecha polvo.


—Estás resplandeciente —dijo él con su suave acento 
inglés.


Ella se rió entre sus subsiguientes resoplidos.


—Lo que estoy es sudada. Mantente alejado; podría ser letal.


—Nunca lo he dudado. —Hizo un gesto hacia el baño—. Tengo información para ti. ¿La quieres antes o después de la ducha?


—¿Es una amenaza vital? —Le cuestionó preguntándose si otras parejas empezaban a menudo sus juegos de veinte preguntas con esa pregunta. Seguramente no. Intentando
estabilizar la respiración, Paula abrió el agua de la ducha.


—No, no es una amenaza vital —le respondió, sentándose de espaldas sobre la encimera mientras ella comprobaba el agua y entraba. Ahh. Las duchas eran el porqué los humanos se consideraban humanos.


—Bueno, es un cambio agradable ¿no? —Paula vertió champú en su mano y fue a lavarse el cabello—. Hey, ¿podemos saltarnos lo de las Bahamas esta noche? Me crucé con Hans cuando entré en la casa y mencionó algo sobre espaguetis. Me encantan sus espaguetis. —Y también quería ir a la escuela de Laura y ver lo difícil que sería para un amateur colarse después de las clases.


—Jamás me atrevería a separar a una mujer de su pasta.


Ella volvió a reírse. Esto era mucho mejor que antes cuando él había estado malhumorado. No es que no disfrutara discutiendo con él pero le gustaba saber de lo que estaban peleando. Y mañana le había prometido enseñarle los bocetos del jardín. ¡Yupi!


—De acuerdo, ¿cuál es la información? —Preguntó antes de que el ataque de pánico la golpeara.


La silueta de Pedro cambió de posición por la parte exterior del cristal escarchado de la ducha.


—Puede esperar. Ahora mismo estoy fantaseando.


—Entra aquí y dilo. —El sexo la distraería. El sexo con Pedro distraería a todo el mundo.


—Para ser justos, amor mío —su voz profunda se acentuó—, si tenemos sexo y luego te cuento las noticias, estarás el doble de enfadada conmigo.


Aquello no sonaba bien. Paula se quitó el champú de la cara y se inclinó hacia la puerta.


—Entonces para de fantasear y cuéntamelo o estaré enfadada contigo media docena más de veces solo porque sí.


Pedro se la quedó mirando un momento.


—Walter me llamó porque te buscaba. Gwyneth Mallorey te quiere presente cuando instalen las cámaras en su casa, para asegurarse de que no le estropean las paredes.


Fantástico. Más diversión para Chaves.


—De acuerdo. ¿Por qué esto iba a enfadarme? ¿Por qué Sanchez te llamó? Eso es entre él y yo. —Y Sanchez la oiría por eso. Ella no llamaba a la ex de Pedro para darle a Patty
detallitos de los asuntos de los negocios de Pedro.


Pedro juntó las cejas.


—Eso te enfada porque te está tratando como una inexperta.


—Me contrató, trabajo para ella. —Paula apartó de los ojos una gota de agua e intentó pensar como Pedro—. No te gusta que me de órdenes, así que te imaginas que a mí tampoco me gusta. ¿Cierto?


—En parte. Bueno bastante. —Él volvió a ponerse de pie y se quitó la camiseta gris por la cabeza—. Entonces no hay razones para resistirse al sexo.


Paula le empujó el pecho desnudo con la mano cuando él se acercó, manteniéndolo a un brazo de distancia.


—De ninguna manera, inglés. ¿Qué te está carcomiendo? —Él llevaba su cara de tú no eres mi jefe, así que iba a terminarlo ella—. Vamos a ver. Pedro, oyes que una mujer
intenta darme órdenes. Y siendo un verdadero caballero de brillante armadura, no te gusta que responda ante nadie excepto ante ti.


—Esa no es la…


—Silencio. Soy tú: Paula y yo somos pareja —empezó, imitando su acento—, y tratarla mal equivale a tratarme mal a mí. Si Pau es una criada, yo soy un criado. Y espera un minuto, yo soy mucho mejor que esos tipos. Puedo aplastarlos como insectos. —Por su oscura expresión ella había acertado en algo—. Crees que ella me puso en una posición que te hace quedar mal ¿no?


—Nunca dije tal cosa.


—Pero lo pensaste ¿no? —Vaya putada. El trabajo no le gustaba particularmente pero eso él lo consideraba seguro y aceptable, excepto que no le gustaba cuando la contrataba gente de su círculo. Retirando la mano, Paula retrocedió en la ducha.


—Paula.


—Vaya, debe ser una asco ser tú —siguió, volviendo a lavarse el cabello—. Tan poderoso y estar con alguien que te hunde. Incluso es más divertido cuando piensas que si utilizo mis mal habidos beneficios también podría comprar y vender a alguna de esa gente.


Él volvió a abrir la puerta de la ducha de un tirón.


—No, no me gusta cuando la esposa de un fabricante de frigoríficos al por mayor piensa que puede hacerse la importante pidiéndote cosas ridículas. —Pedro se desabrochó el cinturón y los tejanos, se los bajó apartándolos con el pie—. Estás conmigo y haces lo del
trabajo de seguridad para calmar tu conciencia y mi presión sanguínea.


—Mi conciencia está bien, muchas gracias.


—Entonces mi presión sanguínea.


Pedro entró en la ducha, cerró la puerta y la agarró por ambos lados de la cara. La besó con dureza y le puso la espalda contra la pared del fondo. Su presión sanguínea
parecía muy bien, porque era evidente que toda se alejaba de su cerebro. Paula gimió cuando las manos masculinas rozaron sus pechos resbaladizos y volvieron en busca de más.


Le dejó una ristra de besos desde la barbilla hasta la garganta, donde lamió y mordisqueó hasta que las piernas de Paula estuvieron a punto de fallar. Cada vez que intentaba tocarlo, deslizarle las manos por el pecho, él las apartaba de en medio con el codo. Dios, cuando hacía eso era muy frustrante y estaba muy concentrada en el sexo,
principalmente porque le gustaba saber que lo volvía tan loco como él a ella.


Pedro cerró la boca sobre su seno izquierdo con la lengua atormentando su pezón.


Pedro —dijo con voz ronca—, atacas mi “presión sanguínea”. Detén los preliminares.


Cuando él se rió por lo bajo, el sonido reverberó en el pecho de Paula. La sensación prácticamente le produjo un orgasmo allí mismo. Y luego él deslizó la mano hacia su vientre, por sus rizos, y doblando el dedo lo introdujo en ella. Paula jadeó, echando la cabeza hacia atrás casi rompiéndose la crisma con el estante esquinero del baño.


—Lo siento —susurró Pedro, girando su atención hacia el otro pecho—. A veces me olvido de mi propia fuerza.


—Mientes, bastardo ingles —gruñó ella, por fin apartándole los brazos de un empujón para deslizar las manos por los hombros masculinos. Le clavó la yema de los dedos, sujetándolo cerca de ella, piel con piel y el agua caliente cayendo en cascada sobre ambos.


—Te deseo, Paula —dijo haciendo presión en el abrazo para levantar la cabeza y apoderarse de nuevo de su boca—. Siempre te deseo.


—Entonces hay algo mal en nosotros —jadeó ella estando de acuerdo, se movió para enredar los dedos en los cabellos húmedos de Pedro. Se lo había dejado crecer un poco; no lo bastante para considerarse melenudo, pero sí con elegancia, así las puntas le rozaban el cuello de la chaqueta del traje. A ella le gustaba. Un montón.


Pedro le pasó las manos por la espalda, acunándole el trasero y levantándola.


Paula se volvió a reír, rodeándole las caderas con sus piernas y trabando los tobillos mientras él la empujaba otra vez contra la pared de la ducha, penetrándola con el pene.


Dios, a ella le encantaba cuando lo hacía, como si no pudiera soportar la espera de los preliminares y las provocaciones y solo la deseara a ella.


—No tengo constancia de que haya algo mal en nosotros —le contestó Pedroempezando su rítmico folleteo—. Todo me parece realmente bien.


—Tengo que estar de acuerdo con eso. —Respirando con dificultad, perdiendo la capacidad de hablar, Paula apoyó su mejilla húmeda contra la de Pedro y le besó la oreja mientras se sujetaba a él. Poco a poco se apretó más y más, disfrutando la sensación del cuerpo masculino contra el suyo, en su interior, hasta que con un medio chillido se corrió.


—Aquí tienes —suspiró, bajando la cabeza hacia el hombro de Paula y empujando más rápido. Un minuto después soltó un profundo gemido y convulsionó contra ella.


—Y aquí tienes tú —dijo ella besándolo de nuevo.


Lentamente él le bajó los pies al suelo. Deslizando los brazos en torno a ella, abrazándola cerca. Paula sonrió,
escuchando el fuerte latido de su corazón contra el de ella. 


Así estaba… el asunto. La calidez y seguridad que Pedro le daba. Algo que jamás había tenido hasta que lo conoció y
ahora no pensaba que pudiera respirar sin ello. Fuera lo fuera lo que ella le proporcionara (y todavía no estaba del todo segura de qué era) sabía muy bien como se sentía sobre Pedro Alfonso.


—Te quiero —susurró ella besándole el hombro.


—Te quiero.


—Y ahora tengo que vestirme e ir a ver a Gwyneth Mallorey.


Con evidente desgana él la soltó para que se enjuagara los restos de espuma en el cabello.


—¿Para renunciar? —Le sugirió.


—Para decirle que estar allí le costará un extra de mil pavos y entonces iré cuando mis chicos instalen sus cámaras de seguridad.


—Mm hum. Está bien pero quizás no deberías trabajar para gente con la que nos relacionamos.


—Entonces tendré que aceptar más trabajos para el Apestoso Pete el hombre salchicha y Bob el constructor. —Echándole un vistazo, cerró el agua y encabezó la salida
de la ducha—. Mi ego está bien con esto, Pedro. Si el tuyo no, no es problema mío.


—Lo sé. Solo intento imaginarme cómo voy a reaccionar cuando Gwyneth se levante y te felicite públicamente por tu trabajo instalando su sistema de seguridad.


Paula frunció el ceño mientras cogía una toalla y le lanzaba a Pedro otra.


—Di que esperas que mi sistema funcione tan bien para ella como la nevera de su marido nos funciona a nosotros.


Arqueó sus labios sensuales.


—Eso serviría.


—Tú también trabajas para vivir. Si alguien te felicitara tan tranquilamente por sus juntas de fontanería de Kingdom Fittings, tú tendrías que decir gracias.


—No es lo mismo.


—Sí lo es. Y soy buena en lo que hago. Así que deja de preocuparte por como quedas conmigo o no estés conmigo. —Ella se envolvió la toalla alrededor del cabello y se dirigió a la habitación—. Además, no olvides que un día podría no ser por las alarmas de seguridad. Un día el detective Fransisco Castillo podría venir con las esposas y arrestarme por robar un Klimt o un Monet. Mejor que pierdas el tiempo pensando en cómo reaccionarías entonces.


Él la cogió del codo


—Ni siquiera bromees con eso.


—No bromeo. Si estás preocupado por las RP, Pedro, no soy la mejor elección para tener a tu lado. Pensé que a estas alturas te habrías dado cuenta.






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