LUNES, 8:27 p.m.
Después de todo, quizás Pedro había tenido razón sobre el diamante Nightshade.
Estaba de pie a la cabecera de la enorme mesa, todos puestos en pie como respuesta, y levantando su copa.
—Por nosotros —dijo con su cálida sonrisa—. Porque tengamos tantos éxitos en los próximos meses como hemos tenido en los previos.
—Por nosotros —respondió todo el mundo, y bebieron.
Paula estaba a la derecha de Pedro, recordando la noche hasta este momento. Él casi había llegado a pelearse con Larson, lo que no podía clasificar como malo de ninguna manera. Había agradecido a cada uno de sus invitados y
sus respectivas parejas y había recordado el nombre de cada uno y sus relaciones... nada mal por ahí. Y la cena de langosta y filetes era fabulosa... Jean-Pierre se había
superado a sí mismo.
Todos se sentaron y Pedro estiró la mano sobre la mesa para tomar la suya.
—Me encanta hacer esto aquí —dijo con una sonrisa cada vez mayor Ella se agitó, incomoda ante la absoluta felicidad de aquellos ojos azul Caribe. Y había metido una maldición en su bolsillo. Quizás ella era la parte diabólica de la noche.
—Esto es grande —le respondió con suavidad—. ¿Cuándo aparecen los payasos y los sombreritos de fiesta?
—Nada de payasos, pero tenemos orquesta y baile, algunos postres sorpresa espectaculares y algunos regalos de despedida adorables, si puedo decirlo por mí mismo.
Para ser un grupo de grandes especuladores, su círculo íntimo era bastante jovial. Excepto por Gonzales, quien había que reconocer que hacia dinero bastante bien. Había conocido a la mayoría antes, y hasta que llegaran los eventos formales, había estado libre de bastante estrés... y males sociales de momento.
—Eres un tipo agradable, para hacer esto.
—Eres la única que me dice que soy agradable —le comentó, apretándole los dedos—. Y ellos se lo merecen
—Vosotros dos me vais a provocar caries —dijo Tomas Gonzales desde su asiento justo frente a ella.
Paula pensó que era bastante valiente por sentarse al alcance de las patadas, especialmente con sus afilados tacones, pero él probablemente sabía que ella no querría provocar una escena en la fiesta de Pedro. Mientras estaba
decidiendo el tono apropiado para su recíproco silbido, Joaquin Stillwell, junto a ella, le tocó la mano.
—Quería comentarte, Paula —le dijo cuando se volvió hacia él— el hall de exhibición es extraordinario. La forma en que has diseñado las luces para destacar los elementos visuales de las vitrinas... no me extraña que Pedro quiera que diseñes su galería de arte.
Bueno, había un hombre que sabía cómo hacer un buen cumplido.
—Gracias Joaquin —le dijo con una cálida sonrisa—. La iluminación del techo fue un cambio de última hora; pensé que de otra manera íbamos a tener demasiados reflejos de las joyas.
—Es brillante. El Ashmolean debería enviar alguien a echar un vistazo. Tienen algunos problemas de reflejos con los que probablemente podrías ayudarles.
Esa podría ser otra carrera para ella... diseñadora de luces para los grandes museos del mundo.
—Serán bienvenidos para visitarnos, pero creo que ya tengo bastante en mi plato.
—Hablando de iluminación —Jane Ethridge, la coordinadora internacionalde personal de Pedro, habló desde al lado de Gonzales—. No he sido capaz de apartar los ojos de tu collar en toda la noche, Paula. ¿Dónde lo conseguiste?
Paula le echó una mirada a Pedro. Si lo hubiera comprado ella misma, nunca habría dudado pero esta pregunta caía de pleno dentro de la esfera del terreno de las relaciones, y no podía contar el número de agujeros y plantas espinosas que había allí.
Él sonrió.
—Es de Cartier, de París. Cuando lo vi pensé que parecía exquisito y poco corriente, lo que lo hacía perfecto para Paula.
—Es ambas cosas —acordó Jane—. Es absolutamente asombroso.
—Gracias —correspondió Paula, estirando un dedo para tocarlo.
—Mientras estamos con el asunto de las piedras preciosas —continuó Pedro—, nunca te imaginarías lo que Paula descubrió aquí en una vieja pared de la finca.
Ella le lanzó otra mirada, esta no tan cariñosa. Si él creía que iba a tomarle el pelo en público sobre el condenado Nightshade y la maldición, si pensaba que estaba atrapada por sus obligaciones con la exhibición, tenía una sorpresa
esperándolo.
—Dinos —urgió Jane, el requerimiento tuvo eco en el resto de la mesa.
—Era un collar de diamantes, escondido allí por mi tataratatarabuelo, Connoll.
—¿Estás seguro de que simplemente no escondiste algún botín allí y lo olvidaste, Chaves? —murmuró Gonzales, de manera que nadie pudiera oírlo.
—Ooooh, has descubierto mi secreto —susurró ella en respuesta, sonriéndole alegremente.
—¡Por Dios! ¿Cómo ocurrió?
—Connoll dejó una nota con él. Al parecer tenía la reputación de estar maldito, y no quiso arriesgarse a mala suerte para él o para su novia, mi tataratatarabuela, Evangeline. Muy romántico, en realidad.
Paula se relajó un poquitín. De acuerdo, nada de bromas sobre maldiciones por ahora.
—¿Qué vais a hacer con eso ahora que lo habéis encontrado de nuevo?
—Aún no estoy seguro. Es un precioso diamante azul, y me encantaría exhibirlo, pero no quisiera maldecir nada por accidente.
Sus invitados se rieron.
—Me encantaría verlo —dijo Emily Hartsridge, la esposa del administrador de Pedro en Londres—. Un diamante maldito escondido tras una pared. Suena muy romántico.
Genial. ¿Ahora quién se suponía que iba a estar bajo la maldición? Si Pedro decidía aumentar la seguridad y sacar el Nightshade, ella iba a estar hasta arriba de mierda y sin un desatascador.
Cuando Paula le devolvió la mirada, él estaba mirándola fijamente. Ella podía suponer lo que él estaba pensando... ¿era mostrar un diamante único de un valor de seis millones de dólares una buena ocasión para cabrearla? Todo lo que
ella podía hacer era mirarlo fijamente y estar agradecida de que él no pudiera leerle la mente. Ahora mismo la suya estaba girando en tantas direcciones que le habría hecho volar como una junta.
—Quizás si tenemos tiempo después de la cena —dijo él. El clásico Pedro evasivo y educado en modo hombre de negocios.
Paula respiró mientras la conversación se desviaba hacia la industria de los diamantes en general. Una crisis evitada.
Ahora todo lo que tenía que hacer era pillar el bolsillo de Pedro, ir escaleras arriba y devolver el diamante a la caja antes de que él intentara recuperarlo.
—Si no quieres, lo dejaré en la caja —le dijo en voz baja, pisando la estela de sus pensamientos.
—¿Por qué debería preocuparme? —le preguntó ella despreocupadamente, manteniendo la voz baja—. Pero no esperes que lo toque. Es tu diamante.
—¿Estas segura?
—Pedro, no te ocupes de mí como si fuera una niñita malcriada. Si quieres mostrarlo, entonces muéstralo.
—No estoy luchando.
—Entonces iré y lo dejaré después de que pasemos al salón de baile.
—Está bien.
—Bien.
Ella miró a Gonzales a través de la mesa, el cual al menos pretendía no escuchar.
—¿Todavía necesitas un dentista?
—No, creo que ahora estoy bien —replicó él.
De acuerdo, si no podía luchar con alguno de ellos, iba a hacer que alguien estuviera incómodo. Odiaba sufrir sola.
Henry Larson estaba sentado en mitad de la mesa, y aunque no podía oír cada palabra de su conversación, escuchó “museo” y “posición de confianza”. Ajá.
—Señor Larson —dijo en voz tonante, sonriendo— ya que estamos en el tema de los diamantes, debería explicar el proceso de selección de los que están en la exhibición itinerante.
Durante un segundo él le envió una mirada de absoluto odio.
En medio del estimulo de los otros, empezó una discusión farragosa sobre quilates y localizaciones de minas que sonaban como la basura que él había captado tras tres
días de permanecer en el hall de exhibición y escuchando a los actuales trabajadores de V&A. Allí quedaba.
***
—Voy a contactar con Harrington —dijo ella, dando un paso atrás y sacándole el Nightshade del bolsillo en el mismo movimiento.
—¿Eso significa que no estás enfadada durante más tiempo?
—No estoy loca.
—Entonces no lo haré largo —repuso él—. Tan pronto como tenga a todo el mundo situado, voy a sacar el diamante.
—Como te dije —comentó ella con una medio sonrisa, apretando el diamante en la mano— solo no esperes que lo toque. Puedes dárselo a Gonzales, sin embargo, si quieres. De hecho lo recomiendo.
—Mmmm. No le diré que dijiste eso.
Ella se volvió en dirección a la puerta de la bodega, pero tan pronto como estuvo fuera de la vista de los invitados apresuró el paso hacia el viejo juego de escaleras de los sirvientes en la parte de atrás de la casa. Levantándose la falda, atacó las empinadas escaleras hasta la tercera planta donde estaba la suite principal. Apartando la idea de que podría haber sido más sencillo decirle a Pedro que ya llevaba el diamante con él, corrió al dormitorio y cerró la puerta tras ella.
Cuando estaba a medio camino del vestidor de Pedro, el agudo tono de los violines comenzaron un staccato desde su mesita de noche. Sonó la alarma de su teléfono móvil. Se le congeló la sangre.
Oh, así que lo de la mala suerte funcionaba en ella ahora mismo.
Maldiciendo levantó el walkie-talkie y cargó hacia la puerta.
Se abrió mientas estiraba la mano. Y el hombre que estaba allí de pie no era Pedro.
—¿Qué está haciendo aquí, Larson? —preguntó, frunciendo el ceño mientras continuaba adelante—. Salga de mi dormitorio.
En lugar de eso él cerró la puerta y pasó el cerrojo.
—No es muy agradable —le dijo.
—No, no lo soy. Y tango una alarma de fallo de seguridad automatizada, de manera que tenemos que salir. Puede decirme qué desagradable soy más tarde.
—Probablemente otro juguete de gato.
—Ya, gritando alto —espetó ella, sujetando más fuerte la radio—.¡¡Muévase!!
—Él dijo que sentiría confianza hasta el punto de la arrogancia.
Ella se detuvo a medio camino de clavar un tacón en su brillante zapato de vestir.
—¿Qué?
—Me ha oído.
Un tipo diferente de alarma empezó a deslizarse en su cerebro y bajó por su columna, luchando contra el subidón de adrenalina de saber que había un lío justo bajo su camino.
—Sal de mi camino. No te lo pediré otra vez.
—Solo nos quedaremos aquí y charlaremos un poquito, ¿vale?
—La alarma está desconectada, Larson. Parece que te atraviese el cerebro, ¿verdad? No voy a dejarte encerrarme en mi dormitorio para discutir mis modales mientras alguien roba la exposición.
Mientras Brian robaba la exposición, estaba segura.
El inspector sacó una pistola de la parte de atrás de su cintura y la amartilló.
—Va a hacer exactamente lo que le diga, señorita Chaves.
En un instante, todo encajó en su sitio. Él no era un detective inepto, sino un cómplice. No era alguien elegido para ser cabeza de turco en caso de problemas, sino alguien listo y dispuesto a causar problemas... con una pistola. Paula
presionó le botón del walkie-talkie y lo encendió.
—¿De verdad piensa que puede mantenerme en mi propio dormitorio, Larson?
Su voz hizo un extraño sonido de eco. Joder. Él llevaba su radio encima.
Cuando su voz bajó, él levantó la pistola y le apuntó a la cabeza.
—Apague la radio, señorita Chaves.
Ella obedeció, dejándola caer en el suelo.
—Si estás trabajando de verdad con Brian, no vas a dispararme —declaró, moviéndose un poquito más cerca de la pared y fijándose para quedar un poco angulada con respecto a él.
Lo supiera él o no, esta no era la primera vez que le apuntaban con un arma.
Pánico significaba muerte, así que ella no iba a caer en el pánico.
—No te muevas un centímetro más. Y podrías gustarle, pero le gustan más un par de millones de libras en joyas.
Probablemente Larson tenía razón sobre eso. A Brian le gustaba su botín. Y él iba a tener un montón a menos que ella pudiera salir por la condenada puerta.
Tomando aire, Paula dio otro medio paso, girando el pie un poco de manera que el tacón se deslizara bajo ella.
—Maldita sea —murmuró, estirando una mano contra la pared para equilibrarse.
En el mismo movimiento dio una patada, estampándole el tacón en el hombro. La pistola se disparó y la lámpara que estaba tras ella estalló. Larson tropezó, agarrándose el hombro, y ella le pateó de nuevo directo a la entrepierna.
Con un jadeo, él se enroscó en una temblorosa y jadeante pelota.
Paula agarró el arma, desbloqueó la puerta y corrió.
Mientras volaba pasillo abajo se dio cuenta que todavía tenía el diamante Nightshade agarrado en la mano izquierda.
Maldición. Como no tenía bolsillos, se lo metió en el sujetador. Sería mejor que ya hubiera gastado su cuota de mala suerte por esa noche... ella no podía soportar mucho más.
Giró la esquina de la escalera principal... y chocó contra Pedro mientras él coronaba la escalera.
¡AYY!
Él la sujetó por los hombros.
—Escuché un disparo y a ti en la radio. ¿Estás bien? —le exigió.
—Sí. Déjame.
—Jesús. Solo un minuto. —Extendió la mano con cuidado para quitarle el arma de la mano. Ella casi había olvidado que la sujetaba—. ¿Qué coño ha pasado?
—Larson es un topo —le contestó, empujándolo con el hombro—. El resto más tarde.
Lo escuchó atronando las escaleras detrás de ella. Si Brian pudiera evitarlo, no estaría rondando una vez la alarma se disparó... gracias a Larson, ella ya lo habría perdido.
Probablemente ese había sido el plan todo el tiempo: tener al estúpido de Larson dando tumbos y metido entre los pies mientras Brian podía dejar la propiedad sin oposición.
—¿Tienes una radio? —le dijo por encima del hombro mientras alcanzaban la planta baja y corrían por el recibidor.
—Eso es lo que me envió a buscarte.
Ella estiró la mano mientras él corría a la par con ella y se la ponía en la mano.
—Harrington —jadeó—. ¿Cómo va la operación?
—No lo sé —contestó su tensa voz— .Las cámaras se han puesto en negro, luego todas las alarmas se han desconectado simultáneamente. Los ordenadores han sellado la sala.
Bien. Entonces Brian probablemente aún estaba dentro.
—No desbloquees nada hasta que yo está ahí.
—Roger ... Maldito...La alarma de incendios acaba de saltar. Paula...
—¡Vigila las puertas! —aulló ella en el walkie-talkie, cargando fuera de la casa y hacia el jardín. En la próxima emergencia no iba a llevar unos condenados tacones altos Pedro mantenía su paso.
—La alarma de incendios libera las puertas ¿verdad? —resolló.
—Sí. Maldita sea. Se suponía que yo estaría allí para cuando alguien se lo imaginara. —Maldijo a Larson otra vez.
Ella frenó en el extremo más lejano del jardín. Cada guardia del edificio rodeaba la sala de exposiciones, concentrándose en las puertas de cada extremo.
Un relámpago de compasiva ansiedad la recorrió. Había encarado gente de seguridad, pero nada como esto. No lo habría llamado exactamente una gran carrera para Brian Shepherd.
Con el ceño ligeramente fruncido pidió por la radio a Harrington que la conectara con el sistema interno de altavoces de la sala.
—Atención, intruso no autorizado —dijo con su voz más confiada, tratando de no sentirse estúpida dado que sabía perfectamente quien estaba dentro— el edificio está rodeado, y las autoridades en camino. Hay un teléfono azul a la izquierda de la puerta de entrada. Levántelo para comunicarse conmigo.
Silencio.
Vamos Brian, urgió en silencio. Había diseñado el lugar como una trampa para ladrones “Tráiganlos vivos”, en caso de que alguien se las apañara para romper su sistema de seguridad. Un teléfono, un sistema de apertura a distancia
para que nadie tuviera que entrar o salir disparando sus armas. Si él no aceptaba las ventajas de lo que ella le ofrecía... bueno, lo haría exactamente como ella.
Habría comprobado los respiraderos, la integridad del techo, buscado cualquier apertura lo bastante grande para deslizarse dentro. Levantar aquel teléfono significaba rendirse, y ella no lo haría hasta que alguien cerrara de golpe las esposas en sus muñecas. Era extraño estar a este lado de las cosas, y más fácil identificarse con lo que probablemente estaba pasando dentro que con las caras
tensas y alerta que veía rodeándola.
Pedro le tocó el brazo y ella saltó.
—¿Qué?
—Si no estás cómoda, puedo manejarlo.
—¿Qué haces, lees la mente? —gruñó ella, soltando el brazo de un tirón—. Irrumpió en mi casa y desordenó mi mierda. No lo compadezco. Estoy cabreada.
Solo estoy intentando imaginar su próximo movimiento. ¿Vale?
—Vale.
Su radio hizo ruido.
—Pau, mi amor —el tono cantarín y bajo de Brian sonó—. ¿Cómo conseguiste este número? Pensé que no estaba en la guía.
Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que estaba decepcionada de Brian, sabiendo que él todavía estaba dentro. Era lo bastante bueno para haber
suspendido este trabajo; había tenido la oportunidad de alejarse.
—Brian las puertas no están bloqueadas —dijo, sabiendo que cualquiera con una radio podía escuchar ambas partes de la conversación.
—Ah, entonces por qué no entras ¿y tenemos una charla?
—De ninguna condenada manera —gruñó Pedro desde detrás de ella—.Espera a la policía.
Ella le dirigió un ceño fruncido.
—Este es mi trabajo, ¿recuerdas? —le espetó, levantando la radio otra vez—. Larson intentó meterme una bala, Brian. No voy a entrar.
—No se suponía que lo hiciera. Solo quería que te metiera un poco de miedo, manteniéndote ocupada mientas yo bailaba.
—Ven, Brian —le contestó—. No hagas que los polis destrocen mi bonita sala de exhibiciones.
Ninguna respuesta.
—¿Qué piensas que está pensando? —le preguntó Pedro, acercándose a ella...
probablemente para sujetarla si intentaba entrar en la sala.
—No quiere estar atado al teléfono. Todavía tiene la oportunidad de salir antes de que la poli y las armas lleguen, y no va a desperdiciarla.
Podía sentir la mirada de Pedro sobre ella, probablemente preguntándose cuántas veces había enfrentado ella misma esta situación.
—¿Encontrará una forma?
—Eso depende de las herramientas que tenga. Con un buen martillo o una palanca probablemente podría escapar por el tejado. El silencio no importa ahora.
La mirada de él subió al tejado alto e inclinado del viejo establo. Antes de que pudiera preguntar algo más, Gonzales salió trotando de la casa. Paula lanzó una mirada atrás por el jardín en su dirección. Los huéspedes de Pedro estaban allí,observando y murmurando entre ellos. Genial. Solo genial.
—¿Qué pasa? —preguntó el abogado.
—Estamos intentando parar un robo —contestó Pedro secamente.
—¿Chaves o ese tal Shepherd?
Paula enarcó una ceja, sacudiéndose su propia distracción.
—¿Le hablaste de Brian?
—Le pedí que lo investigara, sí —contestó Pedro—. Guardaremos esta discusión para más tarde, cuando tengamos esa sobre Larson tratando de dispararte.
Miró desde la multitud al edificio. Cuanto más se quedara alrededor esperando a las autoridades, más oportunidades tenia Brian de largarse con una fortuna en gemas. Nunca tendría otro trabajo como este, y Pedro nunca tendría la
oportunidad de contribuir con su nombre o fortuna a un evento como este otra vez. Y a él le encantaba hacer este tipo de cosas. Joder.
Se inclinó y se deslizó fuera de sus zapatos. Pedro la observaba.
—No vas a entrar ahí —repitió.
—¿De verdad quieres tener esta discusión ahora? —murmuró, bajando el volumen de su walkie-talkie y volviendo a la frecuencia principal de Harrington.
—Sí, quiero. Más tarde podrías estar muerta.
—No, Brian no me heriría.
—Su amigo casi lo hizo.
En realidad no estaba tan segura ella misma, paro conocía a Shepherd mejor que nadie más allí lo hacía. Y sabía que estaba a punto de escapar, si no lo había hecho ya.
—Es mi trabajo, Pedro.
—No, no lo es. Tu trabajo es establecer y mantener la seguridad. No detener a la gente que atraviesa tu seguridad.
Aún no lo captaba.
—Estarás aquí o no cuando vuelva, Pedro, pero voy a entrar. Y no puedes detenerme.
—Podría.
Paula se puso de puntillas para encontrar su dura mirada.
—¿Vas a intentarlo?
Él tensó la mandíbula. La parte Yo-estoy-al-mando de él odiaría ceder cualquier poder, pero tenía que saber lo que una pelea entre ellos por esto podría hacer.
—Ten cuidado —soltó al final—. Si oigo algo que no me guste, entro. Y le dispararé. No tengo ningún problema con eso
Re intensos los 3 caps!!!!!!!!!!
ResponderEliminar