Lunes, 2:09 p.m.
Paula observó el monitor mientras Ernest y la limusina atravesaban las puertas principales, girando hacia la calzada en lugar de seguir la línea hasta el espacio de aparcamiento.
—Me imagino que tu plan de cerrar las puertas y negarles la entrada no ha funcionado —comentó Craigson.
—Te has quemado del todo —le contestó Paula, dándole un golpe en el hombro mientras se levantaba y salía de la habitación.
Joaquin Stillwell no era tan malo; a pesar de que en su primer encuentro con el asistente personal de Pedro había pensado que era un intruso y lo había tirado al suelo, al final había resultado ser un tipo confiable y honesto. Y más importante, permitía que Pedro pasara más tiempo con ella.
No se consideraba particularmente pegajosa o necesitada, de hecho era exactamente lo contrario, pero podía decir que
tener un respaldo en el que confiar dejaba a Pedro más relajado.
Gonzales, pensó... de acuerdo, sí, confiaba en él, y sabía que Pedro consideraba a Tomas su mejor amigo. Pero ¡caramba!, él era tan... superior, y acicalado. Un Boy
Scout. Su esposa, Cata, era genial, y sus tres niños divertidos, pero Gonzales y ella nunca estarían de acuerdo.
Quizás era más divertido para ellos de aquella manera.
Entró en el inmenso recibidor mientras Sykes abría la puerta principal.
—Hey, Joaquin —recibió al asistente personal, y segundo al mando de Pedro, caminando hacia delante y ofreciéndole la mano—. ¿Cómo estaba Canadá?
Él sonrió.
—Sorprendentemente cálido. Podría haberlo hecho con menos suéteres —contentó con su culto acento londinense.
Mientras Sykes enviaba a algunos de los miembros de su equipo a recoger las maletas, Paula respiró hondo y enfrentó a Tomas Gonzales, abogado.
—Gonzales.
Él la miró.
—Chaves.
—¿Qué tal tu vuelo desde Miami?
—Tranquilo.
—Qué mal.
Sykes se aclaró la garganta, y ella retrocedió.
—Sykes os mostrará vuestras habitaciones —dijo, le dirigió un saludo al mayordomo y se encaminó de vuelta a la oficina de seguridad.
—¿Cuándo estará aquí Pedro? —dijo a su espalda el alto y rubio tejano con su tono sureño.
Ella se ralentizó.
—En un par de horas. Probablemente tengáis tiempo para ver la exhibición, si queréis.
—Estaba deseándolo —agregó Stillwell con otra sonrisa.
—No vas a hacer que me registren o me desnuden o algo así ¿verdad Chaves?
Paula chasqueó la lengua.
—Como si lo hiciera. —Deseó haber pensado en aquello; habría sido divertido.
Mientras bajaba las escaleras avisó por radio a Hervey, que estaba hoy al cargo de la puerta, de que dos VIPs llegarían desde la casa y que no los derribaran por estar fuera del área de visitantes delimitada. Si solo hubiera sido Gonzales
habría estado tentada, pero su personal se reflejaba sobre ambos: Pedro y ella, y sobre la exhibición. En otra ocasión, tal vez.
—Tendrán que pasar por el detector de metales —llegó la voz de Larson—. No hay excepciones.
Genial. Había encontrado su nueva frecuencia.
—Gracias por recordárnoslo señor ayudante del director ayudante —le disparó ella—. Deje la línea libre para la seguridad de la exhibición.
—Soy Dany, jardín norte —la voz de Dany entró casi encima de la suya—. Tengo a dos mujeres que aparentemente estaban intentando acceder a la casa.
Suspiró.
—¿AA? —preguntó, usando las siglas para Admiradoras de Alfonso.
—Afirmativo.
—Acompáñelas de vuelta al área de exhibición —respondió, ignorando el ligero chillido “¿Esa es Paula Chaves?” tras la voz de Dany.
—Chist. Estoy hablando. Hecho, jefa.
Pedro llevaba su propio aporte de problemas a la seguridad de un evento, pero eso ya lo sabía, y ella había decidido en contra de sacarlo a relucir la noche anterior. Ah, los peligros de ser obscenamente rico y bien parecido. Aún más, si
necesitara argumentos, las chicas del jardín podrían ser mencionadas.
Cuando volvió al centro de seguridad, Craigson estaba riéndose entre dientes.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Echa un vistazo.
Él le señaló uno de los monitores del jardín. Danny estaba guiando a dos chicas en dirección a la exhibición.
—Siiiii... ¿qué tienen, quince?
—Mira más de cerca.
Se inclinó hacia el monitor justo mientras Danny dirigía a las chicas alrededor de un seto. Una de ellas vestía una camiseta en la que se leía Cásate conmigo Pedro, mientras la de la otra decía: A.E.E. Amante-En-Entrenamiento.
Con un resoplido, se sentó de nuevo.
—Sácamelo por impresora ¿puedes?
—Por supuesto. —Al menos habían decidido quién podría hacer qué. Muy organizadas.
Un minuto o dos más tarde Craigson le alargó la foto a color, y ella se sentó con él, observando los monitores mientras las chicas entraban al final en la sala de exhibición. Un par de minutos después aparecían Gonzales y Stillwell.
Al final Jamie se estiró.
—Sabes, yo puedo vigilar esto —dijo—. Podrías ir a emperifollarte para tu cena.
—Sí, de acuerdo. Encenderé la radio —levantándose de nuevo, Paula miró la fotografía—. ¿Crees que la esposa de Pedro aún está aquí? Quizás le pida prestada su camiseta.
—Si lo haces, quiero esa foto.
—No dejes que Larson sepa que no estoy aquí. No quiero darle ninguna idea sobre intentar asumir la seguridad.
Con aquello se encaminó hacia la parte principal de la casa y subió las escaleras hacia la suite del dueño. Después del estúpido gato de juguete de Brian de dos noches atrás, no había dormido bien, pero también estaba acostumbrada a
trabajar de aquella forma sin que nadie se fijara. Una ducha rápida, sin embargo, estaría bien. Y luego un pequeño B&H.
El problema de birlar el diamante Nightshade no era sacarlo de la caja de seguridad; era que ella no quería sujetarlo una vez lo tuviera. Así que tenia que cronometrar al máximo la llegada de Pedro para que la maldición no tuviera tiempo de hacerle nada antes de que pudiera deslizarlo en su bolsillo.
Después de una rápida ducha sacó un vestido rojo del armario. Largo hasta la pantorrilla y de manga larga, de líneas puras aunque sofisticado. Y Pedro adoraba que vistiera de rojo. Si tenía que ir a esta cena, iba a estar guapa. Justo antes de ponérselo cortó una tira de cinta adhesiva y la puso en el interior de una manga, justo debajo del codo. Luego se deslizó dentro del vestido.
—Uauu.
Sorprendida se volvió. Pedro estaba de pie en la puerta del vestidor, apoyado contra el marco.
—Has regresado temprano. Y buena puntuación sobre lo de deslizarse.
—Gracias. No había mucho tráfico, arriba en el cielo donde estaba —hizo el gesto de volar con las manos.
—Listillo.
—Ven aquí y repítelo.
Paula frunció el ceño.
—De ninguna manera. Hueles a helicóptero. Date una ducha y ponte tu smoking de James Bond y luego hablaremos.
—No soy James Bond.
Apartándose del marco, él se acercó para tomar su mano y llevársela a los labios. Por un breve momento de ensueño se sintió como una princesa. Sin embargo los cuentos de hadas no eran para chicas con cuentas secretas en Suiza y serios asuntos de adquisiciones ilegales.
—Muy zalamero —murmuró ella—. Ducha.
Tan pronto como corrió el agua, ella se apresuró a su vestidor. La caja estaba en la esquina trasera, una de las varias que tenía, y la mayoría para proteger copias de papeles de propiedad en caso de incendio. Paula se levantó el dobladillo y se arrodilló enfrente. Tenía tanta seguridad alrededor de la mansión que la caja era casi redundante.
Echando un vistazo sobre el hombro, puso la palma izquierda en la parte de delante de la caja, justo al lado de la rueda. Con la mano derecha hizo girar dos veces la rueda, luego inició un lento giro en dirección de las agujas del reloj,
número por número. Si ella no quisiera que la caja quedara en condiciones de uso habría perforado el dial, pero eso estaba fuera de consideración. Sintiendo un leve clic dentro de la caja, lo hizo retroceder en sentido contrario a las agujas del reloj, luego otra vez hacia delante lentamente.
Al tercer click giró el tirador y abrió la puerta.
—Fácil y divertido —murmuró.
Aparentemente Pedro también tenía algo de efectivo, porque tuvo que apartar un par de miles de libras, y un número igual de dólares, antes de que sus dedos tocaran la pequeña bolsa de terciopelo. Teniendo en mente cuando había lanzado el diamante equivocado en el lago, soltó los cordones y miró dentro.
—Hola Nightshade —antes de que pudiera lanzar algún vudú sobre ella, cerró la bolsa otra vez, movió el efectivo a su sitio y cerró la caja.
Abandonó el vestidor de Pedro y volvió a la parte principal de la suite, con la bolsa de terciopelo sujeta en la mano.
Si Pedro no hubiera sido tan despectivo sobre la mala suerte y más importante, su creencia en la mala suerte, no lo habría hecho.
Incluso había una pequeña posibilidad de que no pasara nada, en cuyo caso él nunca la dejaría olvidarlo. Entonces, no obstante, se habría ganado el derecho a burlarse, no solo algo que descartaba porque era un objeto y vivían en el siglo
veintiuno, y nadie creía que nada estuviera maldito nunca.
La ducha se paró. Rápidamente pegó la bolsa en la manga, deslizando el borde bajo la tira de cinta adhesiva. Cuando reapareció Pedro con nada más que una toalla, estaba sentada sobre la cama abrochándose sus Ferragamos rojos de tacón alto.
—¿Has oído algo más de Shepherd? —preguntó Pedro, encaminándose a su vestidor—. ¿Algo más sobre gatos de juguete o algo así?
—Solo una cosa —mintió ella. Si Pedro descubría que Brian la había besado, y que ella lo había permitido, se desencadenaría el infierno.
Él se asomó.
—¿Qué hice? ¿Quién?
Paula levantó la foto que Jamie le había impreso y cruzó hacia su vestidor. Asomándose por la puerta, se la entregó.
Notó como la cogía y luego esperó.
—Oh, Santo Dios —murmuró él.
Ella sonrió.
—Estoy poniéndolo en el álbum.
—Mejor te aseguras de que no... —se detuvo— ... Ayúdame con esto, ¿vale?
Como si no fuera un profesional en vestir smoking.
Enderezándose, entró en el vestidor. La toalla había sido reemplazada por los pantalones, la camisa puesta pero desabotonada. Dios, estaba guapo. Le enganchó la mano, desequilibrándola sobre sus tacones, y llevándola a sus brazos.
—No me desarregles el pelo, colega —dijo ella, esperando que la cinta mantuviera la bolsa en su sitio.
—Bien. Acabaré de vestirme —con la mirada aún sobre su cara, lentamente la dejó de pie otra vez—. ¿Estás segura de que todo está bien?
—Segura. ¿Por...?
—Sé que no te gusta atender estas cenas —le dijo después de un momento, abotonándose la camisa y luego ocupándose de su pajarita—, pero es más bien un evento familiar. Sabes como atenderlos a todos, y hemos tenido un muy buen trimestre.
—No me importa —declaró ella, ayudándolo con su chaqueta—. Manteniendo la poli en casa, el ladrón fuera y las gemas donde deben estar, supongo. Mi versión de multitarea.
—Muchas tareas que la mayoría de la gente no sabría por donde empezar a manejar. Esta noche relájate simplemente. Todo lo que tienes que hacer es cenar y no derribar a nadie.
—Sin promesas —le contestó con una sonrisa mientras él pasaba el móvil y otros objetos a los bolsillos de su smoking— pero lo haré lo mejor posible.
Pedro le acarició la mejilla, luego se inclinó y la beso con suavidad.
—Incluso cuando lo haces mal, lo haces mejor que la mayoría de la gente.
—Estás teniendo suerte esta noche Pedro. ¿También quieres el viaje a Maui?
—¿Es parte del paquete?
—Depende de lo cerca que me sientes de Gonzales.
Riéndose entre dientes, la cogió de la mano y se encaminó hacia la puerta.
—Un día voy a meteros en una habitación y os dejaré pelearos.
Subrepticiamente, ella deslizó la bolsa en su bolsillo izquierdo, luego dobló la cinta que había usado con los dedos y la tiró en la papelera mientras dejaban la habitación.
Tanto si Gonzales y ella se enfrentaban como si no, la noche iba a ser interesante. Especialmente para Pedro.
***
Y se había puesto su nuevo collar de diamantes, aunque raramente llevaba joya alguna. Se había enterado de aquello meses atrás cuando ella le informó de que tendía a no ponerse nada que pudiera caerse durante un robo. Algunos
pensarían que solo era modesta.
—¿Por qué sonríes? —le preguntó, mientras bajaban la escalera juntos.
—Solo pensando en más tarde —improvisó él—. Al parecer tengo suerte.
—Como si fuese una sorpresa. Voy a ir a comprobar a Harrington un segundo, y veré si puedo encontrar una forma de encerrar a Larson en su habitación.
Él le soltó la mano.
—Yo... esto... lo invité a cenar.
Sus ojos se entrecerraron
—¿Tú qué?
—Está quedándose aquí, Paula. No podía excluirlo.
—Sí, claro que podías hacerlo. Olvida lo de ser afortunado, su señoría. Eso es solo para el tipo que no invitó al poli idiota a cenar con nosotros.
Frunciendo el ceño, la contempló deslizarse a través del vestíbulo al sonido de sus tacones taconeando levemente.
Los tacones altos era algo más que evitaba generalmente cuando trabajaba, pero estaba buenísima con ellos. Esa era su Paula, pequeña, elegante, capaz de armonizar perfectamente para encajar en cualquier ocasión, y aun así destacando para cualquiera que supiera qué mirar. Y
embestía más que un rinoceronte enfadado cuando se cabreaba.
—Hey Pedro —le llegó el tono sureño y bajo de Tomas Gonzales y se dio la vuelta. El abogado apareció desde el jardín con una bolsa con el logo de “All that glitters” en su mano.
—Tomas —Pedro sacudió la mano libre—. Por lo que veo has visitado la exhibición de Paula.
Gonzales echó un vistazo a la bolsa.
—Laura me preguntó si podía llevar a casa uno de los programas.
—Paula te habría dado uno.
—Oh no. Lau dijo específicamente que tenía que comprarlo para ayudar a las obras de caridad que reciben el dinero de la exhibición.
—Tu hija es una gran filántropa.
—Sí, para sus diez años.
Sonriendo, Pedro palmeó a Tomas en el hombro.
—Déjame acompañarte a tu habitación.
—No sé —miró de su polo y chaqueta al atuendo de Pedro—. Tu aspecto me hace parecer mal.
—¿Necesitas un smoking?
—No, traje el mío. Solo que no me apetece meterme dentro.
Los dos hombres se encaminaron hacia la escalera principal y las habitaciones más cercanas del ala derecha.
—¿Descubriste algo sobre Brian Shepherd? —preguntó Pedro una vez estuvieron fuera del oído de Paula —Su expediente se parece al de Chaves —contestó Gonzales —. Prácticamente no existe. Un posible sospechoso en un par de robos con escalada, la mayoría en Italia, España y aquí, pero eso es todo.
—¿Trabaja solo?
El abogado se detuvo.
—¿Hay alguna razón en particular para que me hagas esa pregunta?
Al menos el nombre de Paula no había sido relacionado en los registros con el de Shepherd, o Tomas habría conseguido la información.
—Te pregunto porque quiero saber si el tipo que acecha la exhibición trabaja con un cómplice. ¿Hay algo más que te gustaría saber antes de darme la información que te pedí?
—No te irrites. Mi pregunta era legítima, y tú lo sabes. Después de todo, el fallecido padre de Chaves apareció en Nueva York un par de meses atrás y quiso trabajar con ella. Shepherd aun está vivo.
—Tomas no voy a preguntarte qué...
—Un par de los robos en Inglaterra que pudieran haber sido su trabajo podrían ser el trabajo de más de un ladrón. Eso es todo lo que dice el informe, y es todo lo que sé. Qué asco.
—¿Era tan difícil? —preguntó Pedro, inseguro de si estaba aliviado o no.
—¿Después de cinco horas de vuelo? Sí. Podías haberme amenazado por teléfono.
—Estás aquí por la cena. Las amenazas solo eran convenientes. Cambio de tema. Tengo champagne en el salón terraza mientras esperamos a los demás.
—Y algo de bourbon, espero.
—Para ti, sí.
—Bien.
Pedro fue al salón mientras dos miembros de su personal dejaban copas y champagne sobre una mesa cubierta de lino en la terraza.
—Bourbon para el señor Gonzales, si no le importa —dijo, tomando una silla cerca de la balaustrada de piedra mientras las dos mujeres dejaban los fanales en el centro de cada una de las mesas.
Cuando las camareras dejaron la terraza, uno de los policías montados contratados por Paula pasó por allí, saludó y continuó en dirección al establo.
Pedro soltó el aliento. Desde fuera, su vida parecía un puñetero paraíso. Desde dentro, la imagen era un poco diferente.
Sí, nunca había sido tan feliz. La vida con Paula tenía una forma de alterar su perspectiva sobre... bueno, sobre todo.
Ahora pasaba menos horas trabajando y más disfrutando de sí mismo. Y ciertamente podía permitirse helicópteros privados, aeroplanos y largos fines de semana en el Caribe.
Pero mientras antes había dado las cosas por seguras —que sus cámaras y alarmas mantendrían sus posesiones seguras, que su diversión estaría relacionada con el flash de las cámaras y la persecución por periodistas— ahora todo era mucho mas complicado.
Antes de Paula, no tenía idea de que un ladrón pudiera hacer las cosas que ella hacía. Y mientras había descubierto y presenciado suficiente para saber que muy pocos eran tan hábiles como ella, había un par de ellos allí fuera. Unos pocos ladrones que podrían igualarla, cazarla y herirla.
Ladrones que sabían más sobre su pasado de lo que probablemente él sabría nunca. Ladrones como Brian
Shepherd.
Se dio una sacudida mental. Esta noche era una celebración, no una retrospectiva de todos sus miedos y pesadillas. Comprobó su reloj. Sus secuaces, como Paula los llamaba, empezarían a llegar en los siguientes veinte minutos más o menos. Lo cual le daba tiempo para hacer algo que él realmente hacía... nada.
Bebiendo da la copa de champagne que había cogido, miró hacia el lago. Los cisnes estaban guardados, listos para su comida de la noche... aunque le parecían perfectamente orondos y felices. Un par de patos en emigración se habían unido a ellos, probablemente habían oído de comida gratis.
Pedro se rió para sí mismo.
Todo el mundo podía tener una celebración esta noche.
—Buenas noches señor Alfonso.
Tanto para el relajante momento de nada. Estabilizó su expresión antes de volver la cabeza.
—Inspector. O supongo que debería preguntarle cómo debería ser presentado esta noche.
—Henry Larson del V&A estará bien —replicó el inspector—. No quiero que nadie sepa que mantengo vigilada la exposición.
—¿Alguna pista o información sobre su potencial ladrón? —preguntó Pedro, pasando a su expresión de hombre de negocios complaciente y señalando una silla cercana. Esta era para Paula, se dijo. Podía hablar cinco minutos con
un idiota por ella.
—Ni una cosa. Creo que el gato de juguete podría ser una pista, pero la señorita Chaves parece convencida de que fue cosa de algunos adolescentes del pueblo.
—Es bastante buena resolviendo estas cosas.
Larson se aclaró la garganta.
—Eso me recuerda algo ¿Podría hablar francamente por un momento?
—Por supuesto.
—Estaba un tanto sorprendido de que el V&A le concediera el honor de montar la exhibición aquí. El...
Pedro se enderezó.
—¿Perdón?
—No, no. No quiero ofenderlo. Solo me refería al robo de algunas de sus pinturas el año pasado.
—Eso fue un trabajo interior, como lo llaman —replicó Pedro con frialdad—. Alguien que había sido mi empleado durante diez años se volvió codicioso. Y ocurrió en Florida. No aquí.
—Sí, ya veo. ¿Y qué pasa con la señorita Chaves?
La ira empezó a arrastrarse por los músculos de Pedro.
—¿Qué pasa con ella? —preguntó con tranquilidad.
—Bueno, es la hija de un conocido ladrón de guante blanco. Confiar en ella con una colección de gemas que vale millones de libras parece algo... descuidado.
Pedro se inclinó hacia delante, apoyando las palmas sobre la mesa.
—De donde usted viene, señor Larson, ¿es costumbre que los huéspedes insulten a su anfitrión y anfitriona?
—No. Solo estoy diciendo, que uno se pregunta que...
—Así que, Inspector —le interrumpió y tomó un sorbo de champagne— ¿está disfrutando de su estancia aquí?
—Sí. Sí, lo hago. Usted...
—¿Y cree que yo podría dirigir su carrera como agente de la ley en una dirección que usted podría no encontrar completamente agradable?
La cara de Larson enrojeció.
—El... bueno, tengo un trabajo...
—Recordando eso —continuó Pedro, ignorando los intentos de una explicación que no tenía interés en escuchar de ninguna manera—, le sugiero que utilice un poco más de discreción cuando hable de la señora de la casa.
—Bueno, tiene que admitir que ella tiene un...
—Dado que su padre era un ladrón muy experimentado, Paula ha convertido en su objetivo el estudio de distintas medidas y métodos de seguridad.
Es una experta en ese campo, de hecho. Ese es el principio y el final de su contacto e interés en ella. Si escucho otra palabra sobre la probabilidad de que sea culpable por asociación, lo veré multando coches en Piccadilly. ¿Está claro?
—Muy claro, señor.
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