sábado, 4 de abril de 2015
CAPITULO 164
Domingo, 2:47 a.m.
Paula se sentó, pasando del sueño profundo a la vigilia en el espacio de un latido. El teléfono en la mesilla de noche zumbó de nuevo, fuerte y molesto en la oscuridad.
—Cristo —murmuró ella, subiendo encima de Pedro para agarrarlo.
Él lo cogió primero, apartando su brazo mientras apretaba el botón.
—¿Sí? —Se sentó con el cabello despeinado y sexy de haber dormido, con el teléfono en la oreja y la miró—. Es para ti. Harrington.
—Por eso quería el teléfono en mi lado de la cama —gruñó, tomándose un segundo para mirar el reloj—. ¿Qué pasa, Harrington?
—Los focos de la parte norte de la sala de exposiciones se han disparado dos veces en dos minutos. Ya que levantamos el rango de los sensores quince centímetros desde el suelo y los programamos para veintidós kilos, es probable que sean ratones o urogallos.
—También podrían ser ciervos o conejos muy grandes —replicó ella—. ¿Quién lo está comprobando?
—Will Q. y Danny. Usted dijo que quería saber si... —Hizo una pausa—. Simplemente se disparó de nuevo y sigo sin ver nada del tamaño de un ciervo en los monitores.
—Está bien. —Pateó para salir de la maraña de mantas—. Diles a Will y a Danny que bajaré en cinco minutos.
Entregó el teléfono a Pedro, se deslizó fuera de su lado de la enorme cama y metió la mano bajo la mesita de noche para buscar la camisa, los vaqueros y los zapatos que siempre dejaba allí, por si acaso. Algunos viejos hábitos tenían sentido.
—¿Por qué no usó la radio? —preguntó Pedro, saliendo rápidamente de su lado de la cama.
—Porque Larson se apoderó de un walkie, y yo quería una ventaja sobre cualquier problema.
—Voy contigo —dijo, rebuscando en la oscuridad la ropa que había desechado dos horas antes.
—Pedro, tengo que...
—Voy contigo —repitió, con su voz de no-me-jodas.
—Bien.
Un minuto más tarde Paula agarró su walkie-talkie, le bajó el volumen y se dirigió a la puerta del dormitorio.
—Vamos, inglés.
—Me estoy moviendo.
Con la adrenalina bombeando, estaba disfrutando de esto.
No era tan bueno como irrumpir con fuerza, y probablemente no era nada, pero desde que se había enderezado, cualquier excusa para un poco de emoción era bienvenida.
—Estás de mal humor a las dos de la mañana.
—No lo estoy —replicó él en voz baja, uniéndose a ella en la puerta—. Me he golpeado el maldito dedo del pie. ¿Necesitas una lamparita?
Ah, otra palabrita inglesa. Siempre recurría a ellas si estaba molesto.
—Tengo una led.
En silencio abrió la puerta y se dirigió a la escalera principal, luego atravesó la cocina y salió al jardín. El lado norte de la sala de exposiciones era el más alejado de la casa, bordeado de cerca por un bonito grupo de viejos olmos y robles que probablemente habían conocido a Robin Hood.
Con una media sonrisa de la que no podía deshacerse atravesó el jardín, evitando automáticamente los sensores de luz más flagrantes. De los buenos o no, tropezar y ser vista era de amateur.
Pedro se quedó detrás de ella, moviéndose con mucha cautela para ser un empresario. Ella nunca había trabajado con un compañero, pero él habría sido bueno... si se hubiera decidido por una vida criminal en lugar de los negocios de
alto perfil y de la filantropía.
Al llegar al borde del jardín vio las luces destellar en el extremo opuesto del edificio de exposición. La luz se reflejaba contra los árboles más cercanos y lanzaba un brillo verdoso sobre la hierba hasta la altura del tobillo. Levantó la radio.
—Danny, Will, estoy en la salida del jardín.
—Estamos en los árboles, señorita Paula. No hay señales de nada.
—Está bien. Harrington, ilumina. —Miró hacia atrás—. Pedro, mira hacia otro lado.
—Qué...
Todos los focos se encendieron. Pedro murmuró una maldición mientras ella miraba hacia el estacionamiento de grava. Por la noche, el edificio se parecía a la nave nodriza de Encuentros en la tercera fase. Nada se movía bajo el resplandor.
—¿Harrington? —preguntó por el walkie-talkie, la atención seguía en el borde exterior del alcance de las luces.
—Nada aquí.
—Aquí tampoco. Chicos, moveos.
Poco a poco, comprobando las sombras y los parterres de hierba, se acercaron al lado norte del edificio desde tres ángulos diferentes. Ni siquiera un conejo podría haberles pasado con esa luz, pero no vio nada. Extraño.
Danny y Will se unieron a ellos en el exterior de la puerta de la tienda de regalos. Ahora que estaba bajo los focos, las luces la hacían sentirse demasiado expuesta, pero se encogió de hombros. Apagarlos de nuevo les dejaría ciegos.
—Me estoy quemando —comentó Pedro tranquilamente.
—Debe haber sido una rama de árbol en el viento —sugirió Will, echando otra mirada a la oscuridad que los rodeaba.
—Me aseguré de que pasara —contestó ella, levantando la radio de nuevo—. Harrington, ¿qué sensor se ha disparado?
—Esquina noroeste del edificio.
Ella miró hacia allí. Y frunció el ceño.
—Apaga esa luz —instruyó.
Un segundo después se apagó, hundiéndose en un brillo de color naranja desvaído.
—¿Qué diablos es eso? —preguntó Pedro, adelantándola al acercarse al sensor.
Maldita sea.
—Es un juguete para gatos. —El pequeño pájaro cubierto de plumas colgaba de un sedal a un lado del sensor, de modo que una ligera brisa lo balanceaba hasta el borde de la placa del sensor, activando la alarma. No llegaba al límite de la masa de veintidós kilos, pero también estaba a sólo quince centímetros del sensor—. Levántame, Pedro.
Se agarró a su hombro y puso el pie sobre sus manos unidas. Él la levantó y ella soltó el juguete. Una marca de tinta de color rojo con forma de corazón cubría el pecho amarillo.
—¿Shepherd? —preguntó Rick, su cara estaba pétrea como el granito.
—Sí.
—¿Cómo ha llegado tan cerca sin accionar las luces?
—Es bueno. —Mierda—. Harrington, haz una verificación en tiempo real en todos los monitores del interior del edificio.
—La acabo de hacer. Todos limpios.
Todavía maldiciendo en voz baja, Paula se enfrentó a Will y a Danny.
—Haced una comprobación de las puertas y otro barrido de los árboles. Vamos a dejar las luces encendidas durante el resto de la noche.
—¿No vas a entrar en la exposición? —preguntó Pedro en voz baja mientras los dos hombres se alejaban.
—No está allí. Esto sólo fue un regalito para decir hola, para hacerme saber que todavía está por aquí.
—Y que se puede atravesar al menos parte de tu seguridad, sin que lo sepas.
—Eso también.
Por encima del hombro de Pedro, la silueta brillante de Henry Larson cargaba hacia ellos.
—¿Por qué no se me informó? —gritó, agitando el walkie-talkie robado.
—Porque no ha pasado nada —espetó ella, rozándolo al pasar.
Él la agarró del hombro.
—Esto a mí me parece algo. No les necesito dando tumbos y
comprometiendo mi investigación.
Ella se soltó y le arrojó el pájaro al pecho.
—Investigue esto. Era sólo una broma.
Mientras caminaba de regreso a la casa, Pedro no trató de tomarla de la mano.
Se quedó detrás de ella, a pesar de que estaba bastante segura de que le estaba mirando el trasero en vez de vigilar las sombras. Mientras que ella era muy consciente de su gran presencia ceñuda a su espalda, la mayor parte de su atención estaba más atrás, escuchando en busca de alguien que se moviera sobre el tejado inclinado de la sala de exposiciones.
Él guardó silencio todo el camino escaleras arribas y por todo el ala norte hasta la suite del dormitorio. Eso no era bueno. Significaba que quería gritar por algo, y quería privacidad para hacerlo. Hum. Tal vez debería intentar quitarse toda la ropa. Sin duda la había desconcertado cuando lo había hecho antes. El problema era que esta vez era raro... no tenía ni idea de por qué estaba enojado.
La puerta del dormitorio se cerró tras ella. Fingiendo un bostezo, se sentó en el borde de la cama para quitarse las zapatillas.
—¿Estás segura de que el juguete para gatos ha sido un regalo de Shepherd? —preguntó Pedro en el silencio.
—Estoy segura. —Se quitó los vaqueros de emergencia y la camiseta y los dobló, empujándolos de nuevo bajo la mesita de noche antes de deslizarse de nuevo debajo de las sábanas suaves y frescas.
Pedro seguía de pie junto a la cama.
—Así que Shepherd estaba aquí, con una pared entre él y todas esas piedras preciosas.
—Una pared y un montón de seguridad de alta tecnología —replicó ella.
—Entonces, ¿por qué no le diste el nombre de Shepherd a Larson? ¿Y por qué le dijiste a un inspector de Scotland Yard que el juguete era sólo una broma?
—Era sólo una broma. —Se acurrucó en su lado—. Él quería que yo supiera que estaba ahí. Es por eso que dejé las luces encendidas, apostaría un Picasso a que estaba en el tejado de la sala de exposiciones cuando llegamos allí. Mi pequeño
regalo para él.
—¿Qué?
Ella le frunció el ceño.
—¿Qué qué? Pasó por los sensores de movimiento. No entrará, no por el tejado, a menos que haga mucho ruido. O bien no lo había planeado o ya se había dado por vencido. De lo contrario no habría empezado a disparar las luces. Sólo quería sacarme de la cama a las dos de...
—Un conocido ladrón de guante blanco dispara nuestro sistema de alarma y sigue en las instalaciones. Incluso si piensas que no podrá o no será capaz de llevar a cabo el robo, no estoy seguro de qué te lleva a decidir eso. Y en cuanto a declarar que es una broma y decidir esconder la información sobre la probable ubicación de Shepherd a un miembro de Scotland Yard que está aquí por ese mismo motivo, estás cruzando la línea, Paula. —Su ceño se profundizó—. En mi opinión, por supuesto.
Paula parpadeó. Ella había sido criada por un ladrón, pero pensaba que diferenciaba el bien del mal. Por lo que a ella se refería, Brian estaba tratando de apretar sus botones. El hecho de que él hubiera violado la ley sólo por estar en la
propiedad y que ella debería haberle informado por esa razón ni siquiera se le había ocurrido.
Pedro la miró durante un largo rato.
—¿No hay respuesta? —murmuró Pedro, luego se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó.
—A llamar a Larson y expulsar a ese maldito ladrón de mi tejado.
Moviéndose rápidamente, Paula cruzó el lecho y se puso entre Pedro y la puerta.
—No, no lo harás.
—¿De verdad crees que puedes detenerme?
Allí de pie con nada más que su ropa interior y él alto, enojado y completamente vestido, ella no estaba tan segura.
Una de las reglas de su padre, sin embargo, había sido no dejar nunca que te vean sudar.
—Ya se ha ido —contestó ella.
—Iré a comprobarlo de todos modos. Y Larson tiene que saberlo.
—No. —Ella no se movió desde donde estaba bloqueando la puerta.
Él cerró los puños, pero no se movió.
—Mejor que me cuentes por qué no debo despertar a todos los agentes de policía del condado.
Mierda.
—Porque Brian me está probando. Si los policías le agarran antes de que intente algo más que colgar juguetes para gatos, se filtrará.
—¿Qué se filtrará, exactamente? ¿Que hiciste un ataque preventivo?
—Qué tuve que pedir refuerzos porque yo no confiaba en mi propio sistema de seguridad.
—Paula...
—No puedo. La culpa es mía, Pedro. Si yo fuera... normal, entonces diría que sí, llama a la policía. Pero no soy normal, y tengo que demostrar tanto a los buenos como a los malos que puedo hacer esto. ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo.
—Bien.
—Lo entiendo —repitió con más firmeza—. Pero creo que tiene que haber un punto donde dejes de hacer las cosas difíciles porque eso es a lo que estás acostumbrada.
Bien, ya no parecía como si fuera a tratar de echar la puerta abajo.
—¿Puedo volver a la cama para continuar con esto? —le preguntó—. Porque hace un poco de frío.
La mirada de Pedro bajó a sus pechos desnudos. Eran espectaculares y no podía servirse.
—Sí, muy bien —respondió con frialdad, encabezando el camino ya que probablemente ella no dejaría su posición de defensa de otra forma.
Ella saltó a la cama y se cubrió con las mantas hasta el cuello.
—Está bien, ven aquí. Pero primero, eso es una mierda.
Por supuesto, había esperado a decirlo a que él tuviera la camisa por encima de la cabeza. Terminó de quitársela.
—Qué es una mierda ¿lo de que no tienes que compensar, o la parte de “solías ser”?
—La parte de compensar. Porque lo que yo solía ser nunca va a desaparecer. Nos conocimos a causa de eso.
—No estamos juntos por ello. —Pateó los zapatos y se revolvió para quitarse los pantalones. Se metió en la cama junto a ella.
—Sí, lo estamos. Me alejaste de mi lado malo. —Frunció el ceño—. O de que pudiera ser mala. Y todavía tengo gente buscándome. ¿Sabes cuántos trabajos hice en los siete años antes de conocernos? Todavía me buscan por ellos, Pedro.
—Ya lo sé. Es por eso que tomamos medidas para...
—Y ni siquiera se trata de eso —le interrumpió ella, antes de que pudiera terminar diciendo que nadie iba a detenerla por su pasado, porque él no lo permitiría. Tenía un montón de influencia para utilizar, y por ella, lo haría.
—¿De qué se trata, entonces? ¿Has cubierto a un antiguo amante porque solías trabajar en el mismo negocio?
—Imbécil. Estoy contigo. Porque estoy contigo, la gente a la que solía conocer se figura que o estoy robando y usando nuestra relación pública como escudo, o se imaginan que estoy viviendo la buena vida injustamente. De cualquier
manera, van a tratar de golpearte, y a mí. Si no puedo demostrar que soy capaz de mantenerlos fuera sin tener que llamar para pedir ayuda, seguirán tratando de golpearnos. ¿Lo entiendes ahora?
Él se apoyó sobre un codo, haciéndole frente.
—¿A cuántas personas conociste?
Ella curvó la boca.
—Digamos que entre nosotros hemos realizado cada trabajo importante registrado en la última década.
Con cuidado, él mantuvo su expresión relajada.
—¿Y qué porcentaje de esos eran tuyos, para que podamos eliminarlos del total?
—De los que fueron noticia, probablemente el ocho por ciento. De los principales trabajos, probablemente el diez o quince por ciento. Trabajos realmente difíciles, probablemente el sesenta por ciento.
Lo dijo como una declaración. Él había visto su trabajo, sabía que ella era una de los mejores en lo que hacía. Pero los números, las cifras, le sobresaltaron. Y le asustaron, no por las otras personas involucradas, sino porque cada uno de esos trabajos significaba por lo menos una persona que la buscaba para arrestarla. O peor.
—¿Es por eso que no estabas muy emocionada sobre comenzar tu propio negocio de seguridad? ¿Por la probabilidad de que cualquier cosa que montaras se viera afectada?
—Esa es una de las razones.
—¿Cuáles son las otras? —preguntó con escepticismo.
Paula era la paria de la seguridad, no era de extrañar que no hubiera querido hablar de su negocio con él.
—La excitación. No hay mucha en mantener las cosas seguras.
—Tu adicción a la adrenalina.
—Sí. ¿Ves para que has firmado?
Sonaba dura, pero él notó que no lo miraba mientras hablaba.
—Admitiré —respondió lentamente, metiéndole un mechón rizado de pelo detrás de la oreja—, que tú y yo somos similares. Vemos algo y vamos tras ello. A veces, nuestros métodos no son del todo diferentes.
—Ah ¿usas cortadores de cristal y ganzúas cuando te haces cargo de tus negocios?
—Yo uso toda la información que puedo tener en mis manos. Y el modo en que pongo mis manos en esa información no siempre es completamente legal. Ya lo sabes.
—Mi punto es que soy una mala apuesta, Pedro. Esto es sólo el ejemplo más claro de por qué.
—Mi ex esposa tuvo un romance porque yo estaba más preocupado por mis empresas que por si ella era feliz o no.
—Sí, bueno, Patricia está un poco chiflada, así que...
—Así que los dos somos malas apuestas, dependiendo de cómo veas las cosas. Te amo, Paula, y podías haberme hablado de Brian y sobre por qué no te gustaba instalar sistemas de alarma en Palm Beach.
—Sólo quiero que entiendas que con el tiempo, cuanto más tiempo estemos juntos, más ladrones vas a tener en el tejado. Si no lo quieres, entonces...
Él la atrajo contra él y la besó con fuerza.
—Te quiero —gruñó, poniéndose de espaldas y arrastrándola encima de él.
Dios, siempre la deseaba. Parecía que la única vez en que podía estar seguro de que la controlaba, a ella, a la situación, era cuando podía hacerla gemir y correrse bajo sus órdenes. La forma en que ella podía entrar y salir de las
sombras... Tocándola, sosteniéndole la mano, estando dentro de ella, entonces era cuando sabía que ella estaba allí, que era real y que era suya.
Paula le apartó las manos para apretarse contra él. Ambos vivían vidas de alta presión; el sexo se había convertido en una manera de asegurarse el uno al otro que todavía eran socios, un modo simple y explosivo de liberar la tensión.
Cuando Paula deslizó una mano bajo las sábanas para masajear suavemente sus testículos y su pene, él gimió. Sí, definitivamente fue una liberación. Y muy, muy satisfactoria.
—Mm, alguien está feliz —suspiró ella, mordiéndole el lóbulo de la oreja izquierda.
Él le hizo abrir las piernas a los lados de sus caderas, tratando de evitar que se le salieran los ojos mientras ella se movía para agarrarlo con más firmeza.
—Sólo puedo pensar en una cosa que me haría más feliz —respondió él, dirigiendo su boca a lo largo de su garganta.
—¿Y qué podría ser?
—Devolver el favor. —Apoyando las manos en sus hombros, la dejó caer sobre la espalda. Puso las piernas junto a los hombros de Paula mientras ella seguía acariciándolo en toda su longitud,Pedro le quitó las bragas y las tiró a un lado.
Le abrió las piernas, pasando una por debajo de él para poder alcanzarla con la boca.
—Es bueno que sea flexible —gruñó ella, saltando cuando él le abrió los pliegues con los dedos y la acarició con la lengua.
Él se rió contra ella.
—Muy bueno.
Ella flexionó los dedos a su alrededor.
—Oh, Dios, eso se siente bien —jadeó ella con voz temblorosa.
Pedro encontró su punto sensible y lo pellizcó con los dedos.
—¿Esto?
Ella se contrajo bajo sus dedos, dejando salir un gemido de súplica. Eso por sí solo fue suficiente para casi enviarlo por encima del borde otra vez, sobre todo con su mano hábil sobre su polla. Él luchó por contenerse, su respiración
entrecortada se mezcló con los femeninos gemidos en la noche tranquila.
—De espaldas —le ordenó Paula con voz temblorosa, soltándolo.
Él obedeció inmediatamente. Luego, envolviendo las manos sobre sus piernas, la bajó sobre él, empalándola.
—Paula —gruñó, mientras ella se asentaba sobre su pene hasta que se vio envuelto completamente por el calor apretado y húmedo.
Paula se enderezó, apoyándole las palmas de las manos sobre el pecho y se levantó; bajó, rápida y profundamente.
Incluso después de ocho meses juntos, ocho meses de aprender lo que al otro le gustaba y lo que no, él todavía se sentía en el mismo tenso borde de control con ella. Era como si su cuerpo se hiciera cargo por completo, dejando que su mente acompañara la cabalgada.
—Pedro —dijo ella con voz temblorosa, rebotando más rápido.
Se corrió cuando lo hizo él, apretando las piernas con fuerza hasta que ambos terminaron. Con un suspiro satisfecho, Paula se hundió sobre su pecho, estirando las piernas para enredarlas con las suyas.
—No voy a dejar de meterme —le dijo él en voz baja a su alborotado pelo castaño—, pero esto, como tú dices, es tu trabajo. A menos que las cosas cambien, voy a dejar que Larson resuelva esto por su cuenta. Ese es su trabajo, después de todo.
—Gracias —dijo ella, moviéndose lo suficiente para besarle el hombro.
Él la abrazó hasta que la sintió relajarse, la respiración suave y tranquila contra su pecho. Normalmente, la sensación de ella durmiéndose en sus brazos lo dejaba humilde y conmovido, pero esta noche estaba más agradecido que
cualquier otra cosa.
Diez minutos más tarde comenzó a moverse lentamente hasta que ella estuvo acostada en la cama y él pudo salir de debajo de ella. Esperó de nuevo mientras Paula se revolvía y se acomodaba de nuevo. Luego se levantó en silencio y
se vistió, agarró el walkie-talkie mientras salía de la habitación y cerraba la puerta sin hacer ruido detrás de él.
—Harrington —dijo, después de encender la radio.
—¿Señor Alfonso?
—Voy a salir. Preste especial atención a la azotea de la sala de exposiciones, mientras estoy ahí.
—Lo haré, señor.
Aunque Paula quería manejarlo, si tenía la oportunidad de atrapar a Brian Shepherd aunque solo fuera por invasión de propiedad, no iba a dejarla pasar. Los riesgos eran demasiado altos para hacer otra cosa.
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Me encanta esta nove!!!
ResponderEliminarWowwwwwww, re intensos los 3 caps!!!!!!!
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