sábado, 4 de abril de 2015

CAPITULO 163





SÁBADO, 5:12 p.m.


Paula llegó a las puertas de la exhibición mientras Henry Larson salía a la temprana tarde.


—Acabamos de limpiar el edificio —dijo, señalando con la barbilla en dirección a su personal de seguridad.


—Está bien —respondió ella—, pero creo que voy a echar un último vistazo por mí misma —. Bennett, ¿viene conmigo?


El guardia corpulento asintió con la cabeza, acercándose. 


Larson pareció molesto, pero a ella le importaba poco. Él podría sospechar que alguien estaba tras las gemas, pero no sabía que era Brian Shepherd y probablemente no sabría tanto sobre sus métodos como ella.


—La acompañaré —añadió el inspector, dando un paso por delante de Bennett—. Supongo que no se puede ser demasiado cuidadoso.


Joder, tío. Si hubiera sospechado de ella, le habría considerado un bizcochito inteligente. Pero dado que ella había sido la única en conectar este lugar dentro de su vida y declararse públicamente su protectora, él sólo estaba siendo estúpido.


Por supuesto, si hubiera estado tramando algo y él estuviera justo a su lado vigilando, no la habría atrapado.


—¿Así que todo el mundo es igualmente capaz de llevarse los objetos? —preguntó ella sólo para darle conversación, abriendo el panel de la pared y encendiendo las brillantes luces del techo.


—Todos tienen su precio —estuvo de acuerdo—. Y estas joyas representan un buen montón de tentaciones.


—¿Ha notado a alguien sospechoso? —continuó, empezando a caminar hacia cada una de las vitrinas y comprobando primero para ver si todas las gemas estaban en su lugar, y segundo para asegurarse de que las pequeñas luces verdes del sensor seguían encendidas.


—Había algunas posibilidades. Me quedé cerca de ellos y no se atrevieron a provocar ningún problema. —Carraspeó—. ¿Cree que siempre va a estar tan lleno de gente? —dijo con aire ausente, recogiendo un chicle de uno de los pestillos en la parte inferior de una de las vitrinas. Qué asco. Bruto, pero poco convincente si era un intento de ser malo. Ella podría hacerlo mucho mejor solo con la pelusa de sus bolsillos.


Con ese pensamiento, metió los dedos en los bolsillos de la chaqueta. Nada que no hubiera metido antes. Después de lo del día anterior, no creía que Pedro fuera a intentar plantarle el diamante Nightshade otra vez, pero no estaba dispuesta a correr ningún riesgo en lo que se refería a su propia suerte. 


Por supuesto, él seguía jactándose de que no creía en la suerte, que eso no tenía ningún efecto sobre él. Incluso después del neumático pinchado, el móvil destrozado y la
pérdida del negocio. Lo que probablemente necesitaba era un poco más de pruebas, del tipo que no pudiera discutir.


¿Podría hacerle eso? Paula frunció el ceño mientras seguía por la segunda fila. ¿Por qué se lo preguntaba incluso? Él se lo había hecho. Y hacía mucho tiempo que aprendió la lección de no dejar que nadie se aprovechara de ella. La debilidad significa fracaso y el fracaso significa cárcel... o muerte.


—¿Todos los sensores se muestran en su ordenador? —preguntó Larson.


—Sí.


—Entonces, ¿por qué molestarse en comprobar si las pequeñas luces están encendidas? A mí me parece que debería hacer más patrullas en la propiedad.


Paula lo miró.


—Soy cautelosa y paranoica —replicó—. ¿Por qué usted no?


—Oh, lo soy. Creo que usted necesita tener fe en su propio sistema. Si no lo hace, entonces ¿por qué instalarlo?


Paula se puso las manos en las caderas mientras el cansancio tiraba de ella. Igual de obstinadamente lo rechazó.


—¿Esto es porque no le di un walkie-talkie?


Bennett bufó, cubriendo el sonido con una tos.


—No tiene nada que ver con eso —respondió el inspector—. He pasado todo el día aquí vigilando las cosas. Usted tuvo que sentarse en una silla cómoda y tiene empleados para ayudarla. Hice mi trabajo, señorita Chaves. Y lo hice bien.


Para ser un hombre de Scotland Yard, no parecía saber mucho sobre circuitos y conexiones de bucle para dar falsos positivos. Sin embargo, ella lo sabía y por eso seguía controlando las pantallas y las puertas una por una. Él podría
haber estado vigilando en persona, pero con un par de cientos de visitantes en el interior en un momento dado, no podía verlo todo. Ni siquiera con expertos como Craigson y ella mirando, ni siquiera con la habilidad del zoom y la repetición, iba a dejarlo por esta noche sin antes echarle un vistazo más de cerca.


Después de diez minutos más, tuvo que admitir que todo estaba en perfecto orden y nadie se escondía en las vigas. 


Aún mejor, nadie había visto ninguna señal de Brian Shepherd. Levantó el walkie-talkie.


—Está bien, Craigson, cambia a los sensores nocturnos.


—Entendido.


En el panel de la pared una cuarta y quinta luz parpadearon en rojo, luego cambiaron a verde. Ahora si alguien hacía algo como respirar con fuerza sobre el cristal de las vitrinas, la alarma sonaría. Echando una última mirada alrededor,
Paula apagó las luces del techo y la iluminación de la pantalla.


—Señores —dijo, indicando a Larson y a Bennett que la precedieran por la puerta.


—Tal vez ahora confiará en que sé lo que estoy haciendo —dijo el inspector con aire de suficiencia—. Un par de ojos es mejor que todo este equipo costoso que puede instalar.


—Es usted un idiota, Larson. —Cerró la puerta con llave—. Restablece los códigos de la puerta, Jamie —instruyó.


—Hecho y hecho.


Uf. El primer día, finalizado.


—Gracias —dijo por el walkie-talkie—. Di buenas noches, Gracie.


—Buenas noches, Gracie.


Con un guiño a Bennett, se dirigió hacia la casa. Uno menos, quedan veintisiete días para el final. Viva.


De repente Larson la agarró del hombro.


—No me gusta que se burle de mí o me ridiculice, señorita Chaves —espetó—. Soy un profes...


—Aparte la mano de mi brazo —le interrumpió, yendo al instante del alivio al cabreo.


Al leer su expresión, Larson probablemente hizo lo más inteligente que había hecho durante todo el día y la soltó. 


Paula respiró para tranquilizarse.


Había estado lista para darle una paliza, o por lo menos golpearlo, y su repentina racionalidad fue un poco decepcionante.


—Mis disculpas, señorita Chaves. Como iba diciendo, soy un profesional. Y espero que trabajando juntos en lugar de separados, podamos frustrar cualquier...


Pedro y yo cenaremos esta noche en nuestras habitaciones privadas —le interrumpió—. Nos vemos por la mañana.


Le dejó en el jardín, ignorando lo que fuera que estaba murmurando sobre los estadounidenses en general, y sobre ella en particular. Pip-pip y la ayuda de tu... Cristo, esto del labio superior británico tan cortés y rígido a veces la volvía
loca. Especialmente cuando se trataba de bobos incompetentes a los que ni siquiera podía insultar como quería porque era un policía y podría excavar y de hecho
descubrir algo.


Sonó su móvil mientras entraba dentro de la oficina de Pedro, así que con un gesto rápido cambió de rumbo y se dirigió a su propia oficina en la puerta de al lado.


—Eh, Sanchez —saludó a la persona que llamaba, reconociendo el tono de llamada.


—Suficiente parloteo —respondió—. ¿Cómo ha ido la inauguración?


Ella sonrió.


—No nos han timado. Aunque tú estarías igual de feliz si todas las joyas se hubieran perdido.


—Sólo si hubieras sido tú quien hiciera el trabajo.


—Oh, eres muy dulce. —Se sentó contra el borde de su escritorio georgiano de caoba—. ¿Has averiguado algo sobre Brian?


—Ni una sola palabra.


—Maldita sea. ¿Nadie habla o no hay información?


—No hay información.


El otro extremo de la línea quedó en silencio. Teniendo en cuenta que Sanchez siempre tenía algo que decir, eso no presagiaba nada bueno.


—Está bien, ¿qué pasa? —preguntó.


—Un par de corredores con los que hablé comenzaron prácticamente a babear cuando les mencioné la exposición itinerante del V&A. Brian podría estar en ello por si las moscas, hay un montón de interés por cualquier cosa que él pueda agarrar.


Genial.


—Él sabe que no debe ir contra mí, sobre todo sin un pago garantizado.


—No lo sé, cariño. Estás retirada y te dedicas a la seguridad. Eso no suena como la lista de tus mejores juegos.


Ella frunció el ceño.


—No soy un conserje. Cristo.


—O —añadió de prisa—, tal vez solo sea Brian. Uno de sus juegos.


—Eso no es muy útil. ¿Es uno de sus juegos donde sólo está bromeando o uno de sus juegos donde quiere demostrar que es mejor que yo?


—Mi bola de cristal está en la tienda. Lo conoces mejor que yo, Paula. ¿Qué piensas?


Paula dejó escapar el aliento.


—No lo sé. Le advertí directamente, pero luego Pedro fue a por él en modo King Kong. Brian solía hacer el tonto sólo porque yo le decía que no, pero espero que tenga más sentido ahora.


Un movimiento en la puerta le llamó la atención y alzó la vista a tiempo de ver parte de la espalda de Pedro alejándose por el vestíbulo. Mierda. Se enderezó.


—Tengo que irme, Sanchez.


—Pero el...


Cerró el teléfono y lo tiró sobre la mesa. Corrió hacia la puerta.


—¡Pedro!


Cuando llegó al dormitorio principal que compartían, la puerta estaba cerrada con llave. Oh, como si eso fuera a detenerla.


—Muy maduro —gritó, golpeando la madera de viejo roble.


Mientras rebuscaba en su bolsillo buscando un clip, trató de enterrar la sensación de malestar en la boca del estómago. 


Obviamente él había escuchado su conversación con Sanchez. Sin embargo, su respuesta habitual al darse cuenta de que le había ocultado algo era lanzárselo a la cara.


Fenomenal. Le había ocultado tantos secretos que ella había sido capaz de desarrollar un catálogo de sus respuestas. 


Paula desplegó y retorció el clip y lo deslizó en la cerradura. 


Un segundo después el bloqueo saltó y giró el picaporte.


Abrió la puerta y entró en la habitación. Y se detuvo.


—Cierra la puerta —ordenó Pedro.


Ella cerró la puerta. Bueno, podría añadir otra entrada en el catálogo de sus respuestas.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó.


—¿Qué te parece que estoy haciendo?


—Parece como si te estuvieras quitando la ropa.


Él se incorporó para quitarse el segundo calcetín.


—Eso sería correcto.


—¿Por qué?


—Porque voy a tomar una ducha. —Se irguió, desnudo y caliente como si tal cosa.


Paula frunció el ceño.


—Me has oído hablar con Sanchez, ¿verdad?


—Sí. ¿Supongo que Walter no tiene ninguna pista sobre quién podría haber contratado a Brian Shepherd?


—Correcto. Podría ir por libre.


—Entonces imagino que tendrás que estar atenta a él hasta que la exposición se vaya.


—Dado que no tengo su horario, sí, imagino que lo haré.


Él la miró por un momento y luego asintió.


—Muy bien. Si me disculpas.


—No.


A mitad de camino del baño, él se detuvo.


—¿Perdón?


—Sé que me has oído hablar sobre lo bien que conocí a Brian. Así que no me vengas con esa mierda de perdón.


—Vamos a continuar esto en el baño, entonces, porque estoy cogiendo algo de frío. —Sin una mirada atrás salió del dormitorio.


Paula se quedó allí un minuto. Esta no era la habitual respuesta de Pedro Alfonso después de saber algo que ella había estado tratando de ocultarle. Joder, en el instante que la había visto hablar con Brian había estado a punto de empezar a chocar cabezas.


¿Y si había renunciado a ella? Un escalofrío le recorrió el pecho. Se había preocupado por ese día, cuando él decidiera que había tenido bastante de su muy colorido pasado, y presente aparentemente, y dejara de preocuparse. 


Había tratado de no mentirle. De hecho, le había contado la verdad con más frecuencia que a nadie más en su vida, con la posible excepción de a Sanchez.


Se oyó el agua en el baño. De verdad iba a tomar una ducha. Apretando la mandíbula y con el pecho aún tenso por la preocupación desacostumbrada, vio el vapor comenzar a filtrarse en el dormitorio. Podía irrumpir en una mansión y
levantar un Rembrandt como nadie, pero las relaciones eran difíciles. Ésta era difícil... porque le importaba.


Pedro miró a la puerta del baño medio abierta una vez más, luego entró en la ducha. Si no hubiera viajado por el reino de los negocios de alto riesgo durante los últimos doce años, no habría sido capaz de hacer caso omiso de su ira lo suficiente como para engañar a nadie.


Quería a Paula con él el resto de sus vidas. Pero no podía lograrlo por sí mismo. Y ahora era el turno de ella para decidir cómo manejar este último secreto revelado, aunque medio le matara saltar a la ducha sin antes enfrentarse a ella.


La puerta de la ducha se abrió y Paula en toda su gloria desnuda entró con él. Gracias a Dios.


—Brian y yo estuvimos juntos un mes —dijo—, hace unos dos años.


Pedro quería preguntar cómo se habían conocido, qué les había separado y de quién había sido la idea de ir por caminos separados. En su lugar, se enjabonó el pecho.


—No es asunto mío —dijo en voz alta.


Ella torció los labios.


—No puedo decir si tienes un berrinche o si realmente no te importa —contestó ella. Bajó los ojos—. Aunque puedo ver que estás interesado en estos momentos.


La única parte de sí mismo que no podía controlar estando desnudo y en la ducha con la mujer que amaba.


—¿Cuál quieres que sea mi reacción? —preguntó—. No desearte. O lo otro.


—Eso no es justo —señaló después de un momento—. Vi fotos tuyas con Julia Poole en todas las viejas revistas de la consulta del dentista. No me gusta ponerme nerviosa mientras me hacen una limpieza dental.


—No me has visto en fotos nuevas con Julia. Te vi con Brian Shepherd ayer.


—No estábamos desnudos y haciéndolo contra la vitrina, memo.


—Pero lo estuvisteis. No necesariamente en una vitrina. —Si lo hubieran estado, absolutamente que no quería saberlo.


—Sí, hicimos el acto. Como tú con la señorita Globos de Oro.


Él apretó la mandíbula.


—Creía que no estabas celosa de Julia y de mí.


—No lo estoy. Pero tampoco tiene que gustarme ella.


De un modo perverso, le gustó oírla decir eso. Pedro se acercó para acariciarle los pechos con las manos enjabonadas.


—No me gusta Shepherd. Pero te darás cuenta de que no me he puesto nervioso en tu oficina.


—Está bien, puntos para ti. Pero pierdes algunos por saltar sobre él ayer. —Le acarició la polla suavemente, como si fuera un perro fiel—. Y no voy a tener sexo contigo sólo para que te sientas como si tuvieras que plantar tu bandera inglesa en mi Base de la Tranquilidad, cariño.


—Eres...


—Le dije a Larson que íbamos a cenar aquí arriba, por cierto. Estoy enojada con él por ser estúpido.


Pedro pensó que la había escuchado reírse mientras salía de la ducha y volvía a cerrarla.


Ahí iba su gran plan de darle una lección. Pedro miró su asta de la bandera bajando.


—Lo siento, muchacho —murmuró—. Tal vez más tarde.


Terminando rápidamente su ducha, regresó al dormitorio para encontrar que Paula se había ido. Toda esperanza de sexo antes de la cena se desvaneció con ella. 


Quejándose, Pedro buscó en el armario un jersey, sudadera y vaqueros.


Craigson ya se habría ido, lo que significaba que Bill Harrington estaría en el turno de noche. Paula y Craigson tenían una relación que sólo los ladrones parecían compartir... imaginó que un poco como viejos amigos del ejército. Harrington, sin embargo, era estrictamente profesional, lo que significaba que podía razonar con él.


Abajo en el sótano, disminuyó la velocidad al llegar a la puerta de la oficina de seguridad. Definitivamente, Harrington estaba con alguien, pero no sonaba como Paula. 


Larson, decidió después de un momento de escuchar las voces apagadas.


Marcó el código de seguridad y abrió la puerta.


—Hola, Harrington —dijo con tranquilidad, luego levantó una ceja cuando divisó a Larson de pie al lado del supervisor de seguridad nocturno—. ¿Va algo mal con la exposición?


—No, señor. Nada.


—Entonces, ¿qué está haciendo aquí el ayudante del ayudante del conservador del museo?


—Debatiendo sobre las medidas de seguridad —dijo el inspector seco—. Si me disculpan. —Con un gesto rígido salió de la habitación.


—¿Problemas?


—No, señor. —Harrington miró hacia la puerta mientras se cerraba—. Señor, creo que la señorita Paula y usted deberían saber que el señor Larson no trabaja en realidad en el V&A. Es inspector de Scotland Yard.


—¿Cómo ha descubierto eso?


—El imbécil me lo dijo. Me mostró su placa, quería una de las radios adicionales.


—¿Le dio una?


—Dijo que desenterraría algo sobre mí si no lo hacía. Cuando era más joven, bueno, hice algunos...


—No se preocupe, Harrington. —Al parecer Paula había encontrado otro cachorro perdido e ilegal—. Sin embargo, podría responderme a una pregunta.


—Por supuesto.


Pedro giró una silla para apoyarse contra el respaldo.


—Si alguien dispara una alarma en la sala de exposiciones, ¿cómo recibe Paula el aviso?


—Probablemente lo oiría —respondió el guardia con un bufido—. Dijo que una alarma silenciosa es para echar el guante a un tío en la salida. Ella quiere detenerlos antes de que entren y quiere que sepan que se acercan los problemas.Y eso probablemente acojonaría a todos los ladrones de bajo nivel que lograran llegar tan lejos, algo que la mayoría no haría. Sin embargo, no dudó ni por un segundo que Paula podría entrar, cogerlo todo, incluyendo las vigas, y luego salir de nuevo, todo ello sin provocar ni un parpadeo en los sensores.


—Eso tiene sentido —dijo con retraso—. Mecánicamente, ¿qué sucede, entonces?


—Oh. Bien. —Harrington giró su silla para mirar la pantalla del ordenador—. Si alguno de los sensores se dispara, el sistema llama a las autoridades, se encienden todas las luces exteriores, despliega una alerta de forma automatizada en los portátiles, y marca el número de teléfono de la señorita Paula. —Sonrió brevemente—. Le puso el tono de Psicosis.


Por supuesto que lo había hecho.


—¿Puede agregar mi teléfono a la lista?


—Yo, eh, bueno, la señorita Paula no...


—La sala de exposiciones me pertenece, después de todo, aunque no el contenido.


—Tiene razón en eso, señor. Deme el número que desea marcar, y lo agregaré a la lista.


Pedro recitó el número y esperó a que Harrington abriera varias pantallas de ordenador, añadiendo información a su paso. Craigson probablemente también lo hubiera hecho, pero se lo contaría a Paula. Luego ella habría comenzado una nueva diatriba sobre quién había confiado en qué. 


Prefería evitar tanto la diatriba como la explicación, donde tendría que revelar que no se trataba tanto de confianza como de mantener a Paula a salvo. Y si la alarma se disparaba y ella cargaba para enfrentarse a su antiguo amante, él tenía la intención de estar allí para proporcionarle respaldo o cualquier otra cosa que pudiera necesitar. Si esa ayuda implicaba golpear a Brian Shepherd, entonces que así fuera.


—Ahí vamos y... y ya está metido —dijo Harrington, pulsando la tecla ENTER una vez más.


—Gracias, Harrington. Le agradezco su ayuda. Y su discreción.


—Ha sido un placer, señor. Sin embargo, tendré que decirle a la señorita Paula que Larson tiene uno de los walkie-talkie.


—Por todos los medios.


Miró las imágenes mudas de los monitores un minuto, luego le dio unas palmaditas al guardia en el hombro y salió de la habitación de seguridad. Una vez cerrada la puerta, sacó su teléfono móvil y marcó un número de larga distancia.


—Hola, Pedro —contestaron con un profundo acento de Texas, dos timbrazos más tarde.


—Tomas —respondió—. ¿Cómo está el tiempo en Palm Beach?


—Cálido e inclinándose al pegajoso. ¿Qué tal Devonshire?


—Frío y húmedo.


Aunque Paula se refería a Tomas Gonzales, principal socio del bufete de abogados de Gonzales, Rodas y Critchenson, como el boy scout, Pedro hacía tiempo que había llegado a considerarlo tanto su asesor de más confianza como su mejor amigo. Y en estos días elegía a sus amigos con mucho cuidado.


—Sé que allí es sábado por la tarde —continuó—, pero me pregunto si podrías desenterrar un poco de información para mí.


—Oh-oh. ¿Qué ha hecho Chaves esta vez?


—¿Y por qué cada vez que te pido algo, asumes que Paula debe estar implicada?


Casi podía ver la mirada de exasperación en la cara de Gonzales.


—¿Lo está?


Pedro frunció el ceño al teléfono.


—Necesito saber todo lo que puedas encontrar sobre un irlandés llamado Brian Shepherd, entre veinticinco y treinta años de edad. No limites la búsqueda al Reino Unido, es viajero. —Si se movía en los niveles superiores de robos como Paula, tendría que serlo.


—Está bien. ¿Debo empezar en algún lugar en particular? Negocios, médico, bancario...


—Intenta con órdenes de arresto pendientes, listas de vigilancia de la Interpol, FBI y Scotland Yard, y los registros de prisión por R&E. 


Silencio.


—¿Tomas?


—¡Ajá! Lo sabía. ¿En qué clase de problemas se ha metido Chaves?


—En ninguno. Y me gustaría que siga siendo así, por lo que empieza a moverte.


—Vale, vale. Voy a llamar a mi amigo del FBI. Me debe una desde que le avisé del robo en el Met.


—Algo que pudimos hacer gracias a Paula—señaló Pedro— .Y ¿Tomas?


—¿Sí?


—Esto queda entre nosotros.


—Me lo figuraba. Te llamaré cuando encuentre algo.


—Cuanto antes, mejor.


Lentamente cerró el teléfono y se lo colgó de nuevo en el cinturón. Paula podría ser tan cautelosa como quisiera con sus antiguos amantes, pero él era mucho más territorial en lo que se refería a ella. Y a Paula todavía parecía gustarle ese Brian Shepherd, lo que significaba que a él no. En absoluto.





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