sábado, 4 de abril de 2015

CAPITULO 162




Viernes, 11:20 p.m.


Paula cerró los ojos, concentrándose en la sensación. Pedro le besó la nuca, deslizando las manos con fuerza por sus caderas, su columna, sus hombros y a lo
largo de sus brazos hasta entrelazar los dedos con los suyos. Ella jadeó cuando él le separó los muslos con las rodillas y luego la penetró desde atrás.


Ella se meció con él mientras la embestía, con los ojos aún cerrados. Dios, podía sentirlo en todos lados. Las sábanas frías calentándose bajo la presión de sus senos, el par de almohadas bajo sus caderas, los pies de él manteniendo separados los suyos, la gruesa forma que la llenaba, empujando y retirándose, para luego volver a empujar.


Gimiendo, ella se corrió, palpitando y retorciéndose bajo él. Chilló como una niñita, la única vez que había hecho semejantes sonidos estúpidos y despreocupados. Pedro, sin aliento, se rió entre dientes contra su nuca, luego se
retiró repentinamente.


Paula volvió a abrir los ojos abruptamente.


—¡Hey!


—Date la vuelta —resopló él, empujándola por el hombro izquierdo.


A pesar de sus protestas, Paula se dio la vuelta y alzó la mirada hacia su cara. Con la yema de su dedo, Pedro recorrió la cadena de oro de su nuevo collar,
enderezándolo entre sus pechos mientras se agachaba para lamerle los pezones.


—Realmente se ve bien en ti —comentó él.


—Tú también. Quédate aquí. —Empujando las almohadas al suelo, ella se aferró a él con manos y pies, atrayéndolo de vuelta sobre ella. Él entró en ella otra vez, y su baile continuó.


En esta ocasión Paula mantuvo los ojos abiertos; disfrutaba
observándolo tanto como él. Su mirada azul intensa, del color del carbón a la luz de la chimenea, la capturó, leyendo su expresión probablemente mejor que cualquier otra persona, viva o muerta, hubiera sido capaz de hacer antes.


—Te amo —susurró él, besándola con fiereza.


Pedro descansó su peso sobre las caderas femeninas y en uno de sus codos, mientras con la otra mano jugueteaba con sus senos, excitándola una vez más. Y de nuevo, el collar se sacudió rítmicamente sobre su hombro y sobre las sábanas.


—Te amo —repitió él—. Te amo.


Supuestamente, este tipo de conversación no contaba durante el sexo, pero ella nunca había escuchado que él dijera algo que no quisiera decir en ninguna circunstancia. 


No obstante él no parecía esperar una respuesta. Paula no sabía si él le estaba hablando o solo decía lo más importante de sus pensamientos. Pero lo que sí sabía era como se sentía; se lo había dicho cien veces, y nunca en una ocasión en la que no quisiera decir justamente eso, y nunca había fallado en dejarla toda temblorosa y cálidamente confusa.


—Córrete para mí, Paula —la animó, cambiando su peso.


—¿Cristo, otra vez? —gimió ella, riéndose—. ¿Demandando mucho?


La mano masculina jugueteó con sus pechos otra vez mientras incrementaba su ritmo.


—Acompáñame —gimió él, besándole la boca abierta una vez más.


Ella se corrió con una temblorosa ráfaga. Paula jadeó, hundiéndole los dedos en los hombros mientras él respiraba agitadamente contra ella, estremeciéndose. Mmm. Allí estaba. El conocimiento de que ella lo excitaba tanto como él hacía con ella. Peleándose, frustrándose o de pie en diferentes lados de la ley, ellos encajaban.


Cuando de nuevo pudieron respirar, Pedro rodó hasta quedar de espaldas junto a ella. En silencio la atrajo más cerca, hasta que ella yació sobre su estómago, medio echada sobre su pecho. Con una ligera sonrisa Paula escuchó el latir de su corazón. Él le enroscó los dedos en el pelo, obviamente tan renuente como ella a comenzar a hablar otra vez sobre cualquier cosa del mundo fuera del dormitorio.


Era allí donde residía todo el maldito problema.


—¿Walter te llamó? —preguntó finalmente—. Por lo que me has dicho, en el pasado supongo que este Shepherd ha sido contratado por alguien. Podría ser útil saber quién es esa persona.


Ella suspiró.


—No, no me ha llamado aún. Desde que conseguí que fueran arrestados dos ladrones de arte, y un perista fue asesinado porque yo estaba hurgando por los alrededores, se ha vuelto difícil para Sanchez conseguir que algún inglés quiera hablarle.


—Bien, considerando que si no te hubieras visto envuelta en ese lío habría más de un inglés muerto, uno con mis iniciales, todo lo que puedo decir es que lamento sus problemas.


Ella se acurrucó más cerca.


—No me quejo. Solo declaro los hechos.


—Mm-hum. Gracias por la aclaración.


—De nada. —Volvió a cerrar los ojos. Ella se sentía... caliente, muy satisfecha y soñolienta.


—Cancelé la reunión de mañana en Londres —dijo él como si nada.


Una vez más, Paula abrió los ojos.


—¿Y por qué lo hiciste? —Como si ella no lo supiera.


—Pensé en quedarme en casa y verte en tu día de apertura.


—¿Qué, desde las ventanas de arriba? ¿Tienes idea de cuántos turistas se van a arrastrar por aquí esperando echarle una mirada a Pedro Alfonso?


—Casi tantos como aquellos que quieren ver a la novia de Alfonso, que en este momento trabaja en esta... performance, como tú la llamas.


—De ninguna forma. Soy las patatas fritas; y tú eres la Whopper extra grande. Además, como tú dices estaré trabajando... y en la habitación de seguridad. Nadie me verá a menos que haya problemas. Y ya que tú no vas a poner de vuelta el diamante en mi bolsillo, no habrá ningún problema.


—Me quedo —repitió él, menos diplomáticamente.


—¿Durante cuatro semanas? Creía que tenías una gran cena para el lunes por la noche.


—Sí, la tengo. Ya he llamado a Sarah para que informe a mis invitados que la cena se realizará aquí, en vez de en el piso de Londres. De todos modos, Rawley Park es más impresionante. Y por otro lado, tú no tendrás ninguna excusa para no asistir conmigo.


—Sabía que el maldito diamante traía mala suerte.


Pedro se rió entre dientes.


—No para mí. Me ha conseguido una cena contigo. Quizás solo trae mala suerte si tú crees en esa clase de cosas.


—¿Realmente le llamas buena suerte a cenar conmigo y veinte de tus más cercanos subalternos?


—Les agradezco por un muy provechoso trimestre. Podrías llevar esto. —Él pasó un dedo sobre su nuevo collar.


—Genial. Lo llamaré El Triple diamante Fóllame.


Él se rió con rotundidad.


—Llámalo como quieras. Tú lo haces centellear.


—Yo y las presiones increíbles, así como el calor que afecta a los depósitos subterráneos de carbón.


—Tú siempre tan pragmática.


Ella se levantó y le besó la barbilla.


—Te amo —murmuró ella. Allí. Él lo conseguía cuando esto contaba.


—Te amo, Paula.


En cuanto a su pragmatismo, ella esperaba que no fuera una lección que tuviera que enseñar a Brian Shepherd. Porque aunque alguna vez fueron amigos y amantes, lo que ahora tenía era mucho más que eso. Y si el empujón se convertía
en un empellón, derribaría a Brian.



***


Pedro estaba sentado en uno de los taburetes en la parte posterior de la sala de control. Los cuatro ocupantes tenían los ojos puestos sobre el reloj digital en la esquina derecha inferior de uno de los monitores. Eran las ocho con cincuenta y nueve minutos y treinta segundos, y Craigson comenzó la cuenta regresiva en voz alta. Justo lo que necesitaban... más drama.


Pedro se tomó un momento para echar un vistazo a Paula. 


Lejos quedaba la mujer relajada, sexy y divertida de anoche, esta mañana se había transformado en pura eficiencia. Hoy era importante para él ya que había sido capaz de asumir los costos y encontrar la localización ideal para una exhibición
prestigiosa abierta al público sin cargo alguno. Para ella, había sido capaz de salir de las sombras por esto. Y ella sería capaz de ponerlo en su résumé cuando esto marchara sobre ruedas.


—Tres... dos... uno —cantó Craigson—. Despegue.


Paula golpeó el botón de encendido de su walkie-talkie.


—Abre las puertas, Hervey.


—Roger —retornó la voz del guardia—. Blimey, aquí afuera parecen las colas para la siguiente película de Star Wars.


—El Ataque de los Turistas —refunfuñó Paula—. Un viaje al Lado Oscuro.


Pedro y los dos guardias se rieron por lo bajo.


—Recuerda que la exhibición sería un fiasco sin su presencia —recalcó Craigson.


—Oh, no voy a olvidarlo, Jamie. Haz que tus jinetes se queden en este lado del lago. Quiero pillar a cualquiera que se extravíe antes de que entren en los prados.


—Lo haré.


Pedro se puso de pie y besó a Paula en la sien.


—¿Estás segura que quieres sentarte aquí en el sótano y mirar todo esto por las cámaras?


—No quiero ver lo que pasará si alguno de nosotros deambula entre las masas apiñadas.


Él tampoco, en particular.


—Subamos al tejado —sugirió él.


Ella apretó los labios, sin duda ponderando todos los ángulos del cambio de puesto. También parecía muy sexy al hacerlo.


—Bien. —Paula le dio una palmadita a Craigson en el hombro—. Tendré encendido mi walkie —le dijo.


Tan pronto como se adentraron en la parte principal del sótano y se alejaron de los guardias de seguridad, Pedro la agarró de la mano. Adoraba tocarla, aunque necesitara una gran cantidad de paciencia demostrar la diferencia entre un
abrazo y una restricción. Ya que hoy ella estaba trabajando, la dejó ir antes de que pudiera apartarse de un empujón. 


Equilibrio. Aún lo estaba aprendiendo, al igual que ella. 


Había tirado al aire su libro de reglas el día que puso los ojos en ella, y el nuevo tenía más asteriscos y excepciones que verdaderas reglas.


—He estado menos nerviosa en algunos de los trabajos de extracción —confesó ella con voz baja mientras subían las escaleras.


—Bien, el Nightshade está en la caja fuerte, así que hoy deberías tener una suerte espléndida.


Paula le lanzó una mirada lateral.


—¿Todavía te estás riendo de mí, verdad?


Él se colocó la mano sobre el corazón.


—¿Yo? ¿Riéndome porque la mujer más astuta e intrépida que jamás he conocido grita y corre al ver un inestimable diamante azul?


—Mm-hum. Así lo pensé.


Llegaron a lo alto de las escaleras y entraron en el ático. La escalera de mano que accedía al tejado estaba en un rincón lejano.


—¿Alguna vez has robado algo que supuestamente estaba maldito o traía mala suerte?


—Una vez.


Eso sonó intrigante. Él subió primero las escaleras, tanteó la puerta al tejado y la abrió con un empujón de hombros.


—¿Y es todo lo que me vas a decir?


Cuando lo alcanzó en la estrecha pasarela, ella parpadeó. El pálido sol de la mañana convirtió su cabello castaño rojizo en bronce e iluminó sus ojos verdes como esmeraldas. Él suspiró mientras la miraba. Gloriosa.


—Mi trabajito fue solo hace cuatro años —retomó ella, siguiéndolo por la pasarela, si hubieran estado cerca al mar éste habría sido el mirador. Ya que estaban en medio de Devonshire, siempre se había imaginado que esto estaba allí
para que así sus antepasados pudieran contemplar sus vastos dominios.


—Entonces me estás advirtiendo que podría convertirme en un cómplice si me cuentas algo sobre ello —dijo él.


Paula asintió.


—La ley de prescripción no caduca hasta dentro de tres años más. Si mal no recuerdo, mientras menos sepas, mejor.


—Creo que si alguna vez fueras detenida, tengo la suficiente información para ser considerado un cómplice en toda regla.


—Vaya manera de cortar mi humor, Pedro.


—No quise decirlo de esa forma. Se suponía que debía sonar más como, “preso por mil, preso por mil quinientos”. O, “si tú te mojas, yo me mojo”. U otro de esos clichés para decir que estamos juntos en esto.


—Ah. Gracias por la aclaración. —Ella le lanzó su sonrisa fugaz—. Era un cráneo de cristal maya. Me arrastré al exterior. La alarma hizo cortocircuito y se activó, luego el motor de mi coche de escape murió en medio de Pompano Beach, así que tuve que empujar un VW Bug desde un Dairy Queen. No fue mi mejor momento.


—A pesar de todo apuesto a que te veías genial.


—Siempre. —Debajo del borde del tejado, los coches atravesaban las puertas y entraban en el aparcamiento de grava—. Hombre. Esto se ve como una venta post —Navidad en Wal-Mart.


—¿Realmente has estado en una venta post-Navidad en alguna parte?


—Veo las noticias, niño. —Ella se inclinó más cerca del borde, intrépida como siempre—. Cuando abramos el ala de la galería, tendremos que ampliar el aparcamiento o limitar el número de coches que llegan sin reserva.


—Nos preocuparemos de eso después, Paula. Por ahora, disfruta del momento. Porque a esto le llamo yo un éxito.


Esta vez ella sonrió más fácilmente.


—Supongo que también yo. El V&A va a estar contento con esto. Sobre todo si los turistas caen en las tiendas de regalos como se han dejado caer en la exhibición.


—¿Hablando del V&A, dónde está Henry Larson?


—Él se ha auto ubicado como un guía al lado de los rubíes. McCauley debe saber que es un fraude, porque ella le dio una chuleta por si alguien realmente le hacía alguna pregunta.


—Al menos parece bastante inocuo.


—No hay tal cosa como un poli inocuo —contradijo ella, su mirada aún estaba fija en la creciente muchedumbre—. A lo más lo llamaría incompetente, lo cual todavía significa que podría causar un montón de problemas.


—Sólo si tu señor Shepherd hace otra aparición.


—Él no es “mi” algo, y podría haber cualquier número de chicos malos paseándose por esas puertas ahora mismo. Solo espero que Larson no mate a nadie o atornille las cosas tan mal que realmente alguien se marche con las piedras
preciosas.


—Has conocido a algunos policías competentes, si recuerdas.


Ella se encogió de hombros.


—Sé que están allí afuera. También sé que he estado quebrando la ley desde los seis años. ¿Cuál es el número de esposas que han rodeado mis muñecas? Un par. Y no fue por mi culpa.


—Vale, vale. Veo tu punto. ¿Pero has considerado que cuanto más obvio es el inspector Larson, menos intentará alguien hacer algo con él allí de pie? Y el objetivo es, después de todo, que la exhibición no sea asaltada.


Cuando Paula lo miró de frente otra vez, ella sonreía abiertamente.


—Eres un tío muy astuto, inglés. Deberías considerar entrar en el negocio.Probablemente serías bastante decente como ladrón.


Él la besó suavemente.


—Gracias por el consejo. Lo consideraré.


Se dirigieron de vuelta a las escaleras.


—Ooh, y yo podría ser tu secretaria y sentarme en tu escritorio con una falda realmente corta y tomar tu dic... tado.


Durante un segundo Pedro se quedó de pie mirando sus pantalones negros ciñéndole el trasero bamboleante mientras Paula bajaba la escalera principal. Cuando ella estaba a la mitad se dio la vuelta para mirarlo coquetamente
por encima del hombro, él fue detrás de ella.


Empujándola contra la pared del descansillo, plantó las manos a ambos lados de los hombros femeninos.


—Creo que te he advertido sobre lo de tomarme el pelo —murmuró él.


—¿Quién te está tomando el pelo? —Y enredando los dedos en su cabello, hizo que bajara la cara para un profundo beso con la boca abierta.


Durante un largo momento él se concentró en devolverle sus besos, en el ir y venir del dominio, el control y la pasión entre ellos. No le extrañaba que chocaran tan a menudo... en muchísimas formas eran muy parecidos. Añadido a esto,
Paula tenía algunos límites serios que ocho meses apenas había empezado a derribar.


Lentamente ella levantó las manos hasta su pecho y lo apartó unos centímetros.


—Bien, esto es muy divertido. Tengo trabajo que hacer.


—Ni siquiera se acerca a ser algo muy divertido —le refutó él, capturando su boca otra vez—, pero muy bien. Estaré en mi oficina si me necesitas.


—¿Para este trabajo? Creo que lo tengo cubierto. —Con un último y efímero beso se dirigió de regreso al sótano.


Ella probablemente lo tenía cubierto. Y él aún tenía en su poder el walkie-talkie que había birlado del otro piso. Una cosa era tener confianza en ella; y otra completamente diferente esperar que todo lo demás fuera a las mil
maravillas. Sí, él confiaba en ella... pero también era un tío sumamente cauteloso en donde Paula Chaves y su seguridad estaban involucrados.





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