lunes, 2 de febrero de 2015
CAPITULO 153
Tres horas más tarde, Garcia regresó a la sala de conferencias donde les habían acomodado a Pedro y a ella.
Por lo visto, estando sir Galahad de por medio, el cuartito con barrotes en las ventanas no era lo bastante bueno. Abel Ripton se había reunido con ellos hacía más de una hora, pero en gran medida había quedado relegado a impedir que el FBI intentase identificarla como la sospechosa que les había dado una paliza a varios agentes en el museo. Puede que los multimillonarios las prefirieran rubias, pero Pau se alegraba de poder mostrar de nuevo su habitual cabello caoba.
—¿Qué tal lo lleva? —preguntó el detective, dejando una lata de CocaCola Light delante de ella. Era la tercera que le había dado; al parecer, aquélla era su forma de demostrar su gratitud.
—Lo llevaría mejor con una pizza —respondió Paula. Por agradecido que él pudiera estar, Pau se sentiría más cómoda una vez hubieran salido de la comisarían de policía.
Le escocía la mejilla, y tanto Pedro como ella necesitaban darse una ducha. Preferiblemente juntos.
—Creo que hemos terminado. —Garcia tomó asiento junto a Ripton—. El señor Veittsreig ha salido del hospital y va de camino a las oficinas del FBI. Los otros tres alemanes y su padre ya están allí.
—¿Qué clase de declaración ha prestado Martin? —preguntó con cautela.
Ésa había sido la parte más dura de todo aquello; le habían detenido, colocado en una situación en que hacer lo correcto sería provechoso para él. Pero no podía obligarle a cooperar. Eso tenía que hacerlo por sí mismo. Y tenía que decidir cuánto deseaba contar a las autoridades acerca de su implicación en todo el asunto.
—No sé demasiado —respondió el detective—. El FBI está haciendo valer su autoridad. Pero sé que dice que trató de comunicarse con su contacto para avisarle de que habían adelantado el robo tres días, pero que Veittsreig le vigilaba muy de cerca. Que por eso acudió a usted.
De acuerdo. Podía vivir con eso. Sin embargo Pedro le apretó la mano. No se la había soltado en toda la noche. Y por independiente que se considerara, le alegraba el apoyo y el contacto. Había sido un día muy largo. Ambos tenían magulladuras que lo demostraban.
—Esa es toda la implicación de Paula, ¿verdad? —dijo.
—Por el momento, sí.
—No es suficiente.
—Todo esto llegó a mis manos tan sólo ayer, señor Alfonso. Y perdóneme, pero mi prioridad es asegurarme de que la banda que ha tratado de robar el museo de mi ciudad acabe entre rejas durante una larga temporada. Si Martin Chaves puede proporcionarme eso, entonces haré cuanto esté en mi mano para cerciorarme de que la señorita C queda fuera de todo.
—No...
—Me parece bien, por ahora —le interrumpió Paula. No tenía la menor intención de ser testigo de la acusación, pero Garcia y la INTERPOL no tenían por qué saberlo.
Pedro la miró.
—Es...
—No pasa nada —dijo con firmeza. Alfonso tomó aire y lo expulsó lentamente.
—De acuerdo.
—¿Todos contentos? —preguntó el detective.
—¿Qué hay de Boyden Locke? —insistió Paula. Había jugado un papel casi tan decisivo como Martin para enredarla en todo aquello.
—Por el momento, la fiscalía ha desestimado los cargos.
Perpleja, Paula se quedó mirándole boquiabierta.
¿Qué?
Garcia frunció el ceño.
—Es un respetado ciudadano con algunos buenos contactos.
—¡Tiene fotografías suyas con Veittsreig!
—Fotografías sin un contexto. Es su palabra contra la de él. Y usted no va a dar la cara... por motivos que puedo comprender, por supuesto.
—Maldita sea —blasfemó Pedro.
—Mírenlo desde la perspectiva del fiscal. Los dueños de los dos cuadros robados se encontraban en el almacén de los malos, con sendas pinturas. Uno de ellos aparece en unas fotografías con Veittsreig, y el otro tiene una novia cuyo padre trabajaba con el mismo. Es como jugársela a cara o cruz.
Paula dejó escapar un bufido de incredulidad. —¿Para qué me esfuerzo tanto por ser buena? —preguntó—. ¿Sabe cuánto dinero podría haber ganado hoy?
Garcia se aclaró la garganta.
—Discúlpenme, creo que tengo una llamada. —Se puso en pie, encaminándose hasta la puerta y manteniéndola abierta—. Largúese, señorita C. Y después de lo que acabo de escuchar, estamos en paz.
Pau se levantó y pasó por su lado, sin esperar a Pedro ni a Ripton.
—Acuérdese también usted de eso la próxima vez que necesite mi ayuda. Ya que estamos en paz, le costará una caja de latas de CocaCola. Adiós, Samuel.
—Adiós, Pau.
Pedro la alcanzó en el pasillo.
Paula le rodeó la cintura con el brazo, apoyándose en él.
—Llévame a casa, cariño.
—Después de ir al hospital.
—Estoy bien.
—Puede que sí, pero puede que yo me haya hecho un esguince en el dedo del pie.
Pau se echó a reír mientras él se agachaba para besarla en la frente.
—Mira que eres tonto.
—Por eso voy al hospital.
—Genial. Ahora somos como Abbott y Costello.
Abel Ripton les acercó hasta urgencias y luego esperó mientras a Pedro le daban cinco puntos en la frente y a ella le curaban y colocaban un aposito en la mejilla. El abogado debía de haber cobrado un buen anticipo sobre sus honorarios, le decía su parte cínica, pero suponía que tal vez se hubiera tomado la molestia simplemente porque Pedro era un buen tipo.
Aunque teniendo en cuenta que Boyden Locke había salido impune, probablemente era el dinero de Pedro el que le había impulsado. No cabía la menor duda de que el dinero mandaba más que la buena conducta. ¡Mierda! Sabía que en ocasiones Pedro estiraba las reglas. Por lo que sabía, todos los que tenían pasta lo hacían en un momento u otro. Pero lo que Locke había hecho... no sólo se trataba de dinero. Había intentado conseguir obras de arte de incalculable valor de un museo. Y se había librado solamente porque conocía a la gente adecuada.
—¿Estás bien? —preguntó Pedro cuando la ayudó a subir de nuevo al asiento trasero del Mercedes de Ripton y rodeaba luego el coche para unirse a ella.
Le hacía gracia que Abel Ripton fuera abogado de los que eran obscenamente ricos y chófer al mismo tiempo.
—Estoy bien. Otra vez me han disparado.
—Ha sido un rasguño. Una vez más.
—Lo que pasa es que estás celoso porque a ti sólo te han dado una paliza en un par de ocasiones —le dio una palmadita en el muslo—. Alguien acabará por dispararte. Estoy segura.
—Mmm, hum. Posiblemente tú.
—Posiblemente.
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Adrenalina pura en estos 3 caps, qué manera de correr x favor jajaja
ResponderEliminarwow buenísimos los capítulos!!!
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