martes, 3 de febrero de 2015
CAPITULO 154
Miércoles, 12.31 a.m.
—Espero que tengas tu llave —dijo Paula, impulsándose para sentarse en la barandilla de hierro forjado que bordeaba la escalinata principal—, porque estoy demasiado cansada para forzar la cerradura.
Pedro saludó con la mano a Abel Ripton una última vez cuando el abogado se marchaba. Otro más a quien ahora le debía un gran favor. Rebuscó en su bolsillo, haciendo una mueca de dolor cuando la tela le rozó los nudillos magullados.
—La tengo.
—¡Viva! —dijo, bostezando.
Abrió la puerta. Al girarlo, el pomo salió disparado de su mano. Durante medio segundo se quedó inmóvil a causa de la sorpresa. Otra vez no. Luego empujó la puerta con el hombro y embistió.
En la oscuridad agarró un puñado de tela cuando algo se apartaba a trompicones de él. Gruñendo, levantó el puño. Paula le agarró del brazo.
—So, vaquero —dijo, su voz destilaba diversión.
—¡Señor! ¡Pedro! ¡Soy yo!
Asimilando la situación, Pedro soltó a Stillwell.
—Discúlpame —dijo con brusquedad, encendiendo la luz...
—Ha sido un día largo —agregó Paula, cerrando y echando la llave a la puerta.
—Le vi por televisión. A los dos. Le dejé varios mensajes en el móvil, Pedro.
—Mi móvil está fuera de servicio —respondió Pedro. Y bajo custodia del FBI en esos momentos, para ver si de algún modo conseguían recuperar las imágenes digitales de la confesión de Boyden. Ésa sería otra tarea para Ripton: asegurarse de que la imagen era lo único que buscaban en su teléfono.
—Pensé que tal vez lo había apagado. Pero...
—Si no te importa, Joaquin —le interrumpió—, quizá podríamos dejarlo para mañana. —Deseaba darse una ducha y luego deseaba a Paula.
—Por supuesto, Pedro. —Stillwell ascendió las escaleras de espaldas al tiempo que Pedro las subía detrás de él.
Escuchó a Paula abajo conectar la alarma y luego recorrer el pasillo en dirección a la cocina.
—Voy a hacerme un sandwich de mantequilla de cacahuete y mermelada —dijo a voces—. ¿Quieres uno?
Hacía varias horas que estaba famélico.
—Sí, por favor. —Levantó nuevamente la vista hacia su ayudante—. ¿Alguna otra cosa?
—En realidad, sí. —Joaquin tropezó en el escalón superior y continuó andando hacia atrás—. Seguramente recuerde que intentaba establecer una conferencia entre Matsuo Hoshido y usted.
¡Joder! El hotel. Qué día tan largo había sido.
—Llamaré mañana a Matsuo para disculparme por posponerlo. El...
—A eso me refería, Pedro. Él también estaba viendo las noticias. El intento de robo en el museo Metropolitano y luego a usted en ese almacén con el FBI. Dijo... perdóneme, pero dijo que tenía usted huevos. Mañana llamará a la Comisión de Fomento y les dirá que dejen de darle largas.
Pedro se detuvo.
—Eso es extraordinario, Joaquin. Bien hecho.
Stillwell sonrió.
—Gracias, señor. Pedro. Lo mismo le digo.
Aquel era un ejemplo bastante explícito de lo que siempre le decía a Paula: la fuerza atrae a la fuerza. Había ayudado a llevar a cabo la recuperación de la propiedad que le había sido sustraída, y una vez más se convirtió en una fuerza con la que no era prudente jugar.
—Repasaremos los detalles por la mañana.
—Por supuesto, Pedro. Buenas noches. Pedro abrió la puerta del dormitorio principal y entonces se percató de que Joaquin continuaba allí parado. —¿Qué sucede?
Stillwell echó un vistazo en dirección a las escaleras.
—Yo, esto... quiero este trabajo, Pedro.
—Es tuyo, Joaquin.
—Sí, pero creo que sería justo que... es decir, quiero ser completamente honesto con usted.
—Desembucha, Stillwell.
—De acuerdo. Yo... la otra noche les escuché por casualidad a la señorita Pau, al tal Sanchez y a usted.
—Pensé que cabía la posibilidad de que fuera así.
—¿Por qué no me dijo nada?
—¿Por qué no lo hiciste tú?
—Porque deseaba hablar primero con usted. Acudir a las autoridades a espaldas suyas y sin conocer todos los hechos no es mi modo de actuar.
Y gracias a Dios que era así
—Aprecio tu franqueza. Y seré franco contigo. Mi casa es un tanto insólita. Si continúas trabajando para mí, oirás y verás algunas cosas que, ¿cómo lo diría?, se salen de lo corriente. Y habrá cosas de las que no te hablaré, me preguntes o no por ellas.
Stillwell se aclaró la garganta.
—¿Estas cosas... tendrán un desenlace similar a lo sucedido hoy en el museo?
—Es muy posible.
—En tal caso, Pedro, no preveo dificultades en nuestra relación. —Esbozó una media sonrisa—. Aunque no puedo prometer que no vaya a hacer algunas preguntas de cuando en cuando.
—Entonces, bienvenido al equipo. —Pedro le ofreció la mano y Stillwell se la estrechó sin vacilar—. Y en vista de esto, tengo otra tarea para ti.
—Lo que quiera.
Pedro reprimió una sonrisa. ¡Ah, el entusiasmo de la juventud!
—Me gustaría que elaborases una lista con los negocios propiedad de Boyden Locke. El señor Locke no debe enterarse.
—Me ocuparé de ello mañana.
—Habrá más, después. Por ahora, me voy a acostar.
Stillwell se retiró por fin a su cuarto y cerró la puerta. El muchacho parecía verdaderamente honrado, lo cual podía resultar un tanto cargante. Pese a todo, dado que Paula era proclive a colarse en la casa con cierta regularidad, prefería la honestidad y unas cuantas preguntas, que a alguien que pudiera intentar chantajearle.
Pedro regresó a su propia habitación... y se detuvo al divisar a Paula de pie en las escaleras, con un sandwich envuelto en una servilleta en cada mano, una botella de agua bajo el brazo y la mirada clavada en él. Incluso después del día que acababan de pasar, continuaba moviéndose como si fuera una sombra.
—Hola —dijo.
—Hola. ¿Vas a destruir a Boyden Locke?
—Sí.
—Guay. —Le pasó un sandwich y entró en el dormitorio antes que él.
«Guay.» Probablemente aquello era lo único que iba a decir sobre el tema. Pau tenía su modo de hacer las cosas, y él tenía el suyo. Formaban un equipo tremendamente bueno.
Pedro cerró la puerta del dormitorio, echó la llave y le dio un bocado al sandwich. Mermelada. Paula odiaba la mermelada, de modo que era evidente que había preparado dos bocadillos distintos.
—Eres una diosa —le dijo.
Ella se sentó en la cama y se descalzó.
—Esa soy yo, Latrocinia, diosa de los ladrones.
—Lo decía por lo del sandwich. ¿Quieres ducharte tú primero?
—Podemos compartir.
—Paula, hoy podrías haberte largado del museo llevándote todo lo de la lista, ¿no es cierto?
Paula le miró.
—Sí —respondió finalmente—. Con unos días más para planearlo, seguramente podría haber doblado el botín. Si continuara siendo una ladrona. Y si robase en museos.
Pedro no ponía en duda nada de lo que había dicho. Sin contar con la ayuda de nadie, se había deshecho de tres ladrones, de los cuales uno era su propio padre. Y eso con el FBI, la INTERPOL y el Departamento de Policía de Nueva York pululando por todo el lugar y bajo aviso. Si se hubiese concentrado en dar un golpe en vez de impedir que se cometiera uno, nadie habría podido detenerla.
—Algunas veces me das miedo.
Paula le obsequió con su impredecible sonrisa..
—Bien. —Quitándose la parte de arriba, se dejó caer hacia atrás en la cama—. ¿Puedo preguntarte una cosa?
Se sentó a su lado.
—Mmm, hum.
—¿Tenías intención de disparar a Veittsreig en la oreja o fallaste?
Durante un momento consideró lo que deseaba contarle.
—¿Has visto la película La princesa prometida!
—Sí. Siempre quise ser el Malvado Pirata Roberts.
Pedro dejó escapar un bufido.
—¿Recuerdas la lucha final? O la no lucha, diría yo. El príncipe Humperdinck quiere luchar a muerte, pero Westley quiere luchar a sufrimiento. Va describiendo lo mucho que desea que Humperdinck sufra por lo que le ha hecho a Buttercup. De haber tenido más tiempo, le habría dejado sin algo más que la oreja a Veittsreig, mi amor. Y sí, al final, le habría matado.
Paula se incorporó a su lado. Enredando los dedos en su cabello, se dejó llevar y le besó.
—Y pensar que creía que era la única obsesa de las pelis —murmuró, besándolo de nuevo con tal intensidad, que Pedro pudo saborear la confitura de fresa de su sandwich en la boca.
—Intento encajar —respondió, teniéndola a ella entre sus brazos—. ¿Por qué no me dijiste que no te gusta ser consultora de seguridad?
Pau se puso algo tensa, relajándose a continuación cuando él se concentró en quitarle el sujetador.
—No lo detesto. No todo. Quiero decir que... Ah, como me gusta eso.
—¿Quieres decir, qué? —levantó la mirada hacia ella y a continuación se puso de nuevo a lamerle y mordisquearle los pechos.
—¿Es esta tu versión de... oh... de un suero de la verdad o algo así?
—No cambies de tema, Chaves.
Pau arqueó la espalda cuando él deslizó una mano por la parte delantera de sus vaqueros.
—De acuerdo, es culpa mía. —Paula se retorció para desabrocharle los pantalones—. Mi antigua... Dios, Pedro... mi vida se basaba en la excitación.
—¿Y no estás excitada ahora? —Le desplazó las braguitas hacia un lado y deslizó un dedo en su interior.
—Sexo ahora. Charla después —dijo con voz ronca, bajándole los pantalones hasta los muslos.
La capacidad de hablar comenzaba a abandonarle, pero hizo un último esfuerzo mientras le quitaba los pantalones y las braguitas y los lanzaba al suelo.
—Hablaremos después. ¿Prometido?
—Prometido. Venga, Pedro. Te quiero dentro de mí.
Enganchando una de sus piernas sobre su hombro, la acercó a él, hundiéndose profundamente dentro de ella.
Paula se acomodó sobre la cama, jadeando cuando él la colmó. Pedro se movió con lentitud, saboreando la sensación de su apretada calidez rodeándole.
Elevándose contra ella, le bajó las piernas e hizo que las ciñese a sus caderas, dejándola tendida de espaldas.
Paula se arqueó, rodeándole el cuello y gimiendo con cada uno de sus embistes.
Llevaban cinco meses juntos. Cinco meses y todavía se empalmaba siempre que ella le besaba. Cinco meses y seguía sin saciarse de ella.
—Pau —gruñó—, córrete para mí. Puedo sentirte. Córrete para mí.
Con un estremeciendo,Paula se corrió, aferrándose fuertemente a él. Pedro apoyó la cabeza sobre su hombro y se movió con mayor rapidez, sus cuerpos se fundieron en uno. Finalmente alcanzó el climax, manteniéndose con firmeza dentro de Pau.
Paula le posó los brazos sobre los hombros, jugueteando con las puntas de su pelo y recorriéndole la línea de la mandíbula a besos.
—A la mayoría de la gente no le excita su trabajo, ¿verdad? —dijo, haciendo que sonara más una afirmación que una pregunta.
—La mayoría de la gente tiene que trabajar. Tú no.
—Sí que tengo que hacerlo. Y ser consultora de seguridad no está... mal. Es lo más cerca que puedo estar sin violar la ley.
Pedro hizo que ambos rodaran, colocándose él debajo y ella tendida laxamente sobre su cuerpo.
—No quiero que te veas obligada a asentarte. No se te da... bien.
—Eso demuestra cuánto sabes. —Recomponiéndose casi de forma visible, se inclinó y le besó en la boca—. Ahora sí que necesito una ducha. Y tú también. Vamos. Deberíamos ser héroes limpios. Dar buen ejemplo y todo ese rollo.
Paula se incorporó, poniéndole las manos sobre el pecho mientras le miraba. Su rebelde cabello caoba le enmarcaba el rostro y ensombrecía sus ojos verdes.
—Te quiero —dijo.
Pedro sonrió.
—Te quiero.
Tan sólo esperaba que eso bastara para mantenerla a su lado. A Westley y a Buttercup les había dado resultado, pero claro, Buttercup no había sido una ex ladrona con una acuciante necesidad de desafíos.
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