martes, 3 de febrero de 2015
EPILOGO
Martes, 2.21 p.m.
—Pero continuaríamos con la consultoría —dijo Andres Pendleton, sentándose en el mostrador de recepción de Chaves Security en Palm Beach, Florida.
—Sería la mayor parte de nuestro trabajo, al menos al principio —respondió Paula, tomando un trago de su lata de CocaCola Light—. No todos los días habrá material con un valor lo bastante elevado como para que los museos y propietarios estén dispuestos a soltar tanta pasta para recuperarlo. —Se encogió de hombros—. Puede que no vuelvan a encargarnos un trabajo como éste. Pero quiero estar preparada en caso contrario.
Andres esbozó su encantadora sonrisa sureña.
—Resulta muy excitante, señorita Paula. Seremos una especie de Robin Hood.
—Rufianes,en todo caso —dijo Sanchez con mayor escepticismo desde su asiento en la sala de recepción.
—No estoy pidiendo una votación. —Paula se giró para mirarle a la cara—. Pero si no te gusta, no me vengas con sarcasmos. Dímelo y punto.
—Tan sólo me pregunto qué vas a hacer si esto sale bien y recibes una llamada de algún tipo al que le hayan robado, por ejemplo, una calavera de cristal maya. ¿Aceptarás ese trabajo?
Sabía a qué se refería. La calavera de cristal había sido uno de sus golpes. La había robado, y si se la birlaba a la persona a quien Sanchez y ella se la habían vendido, se crearía un montón de enemigos además de sus normalmente contrariados ex colegas.
—Supongo que tomaremos las cosas según vengan —dijo—. Decidiremos caso a caso.
—Y Alfonso te apoya en esto.
—Sí, así es —respondió Pedro desde la entrada con su refinado acento británico—. Me da la impresión de que es esto o comprarle un cañón del que salir disparada.
Pau le dedicó una sonrisita jactanciosa.
—Y has venido para...
—Tomas va a acercarse a recogerme para ir a almorzar. He venido a invitarte.
—No, gracias. Tener una oficina en la calle de enfrente de donde se encuentra la de Gonzales es más que suficiente. No pienso ir a comer con él más a menudo de lo necesario.
—De acuerdo —se acercó y la besó suavemente en la boca—. Entonces, nos vemos luego.
—Muy bien.
El teléfono de la oficina sonó y Andres lo atendió.
—Chaves Security. Buenas tardes. —Hizo una pausa—. Un momento. —Puso la llamada en espera y levantó la mirada hacia ella—. Tengo a un tal John Robie al teléfono y quiere hablar contigo, señorita Paula.
El corazón dejó de latirle. Sanchez se había puesto de pie con dificultad, pero reconoció el nombre en código.
—Pásame la llamada a mi despacho —dijo.
—¿Paula?
Pedro se detuvo en la entrada de recepción, a juzgar por su expresión se había dado cuenta de que algo sucedía.
—¿Tienes un minuto? —le preguntó. Pedro volvió a cerrar la puerta y le indicó que le precediera. —Por supuesto.
Ya en su despacho, activó el altavoz.
—Sigo creyendo que John Robie es bastante obvio, Martin.
Pedro se sentó lentamente en la butaca frente al escritorio.
—Tal vez, pero tiene clase —dijo la voz de su padre, reverberando en la pequeña estancia—. Tienes puesto el altavoz. ¿Por qué? ¿Quién hay contigo?
—Pedro.
—Coge el auricular, Pau. Es un asunto de familia. Es privado.
—Pedro es de la familia. Y no vas a volver a jugármela. ¿Qué quieres?
—Supongo que me hiciste una especie de favor —dijo al cabo de un instante—. La INTERPOL está satisfecha, en cualquier caso. Pero la próxima vez que intentes detenerme, no estaré nada contento.
—Permíteme que te dé el mismo consejo.
—No era más que otra lección para ti, Paula. Te he enseñado todo lo que sabes.
—No, me has enseñado todo lo que tú sabes.
Él rio entre dientes.
—Eso es lo que tú te crees. Alfonso, no le quites el ojo de encima. Es muy lista.
—Eso me gusta de ella —intervino Pedro con frialdad.
—Martin, creo que debes saber que voy a trabajar con el Museo Metropolitano para recuperar algunos cuadros robados por alguien que salió impune. —Seguramente no era prudente provocarle, pero su plan podría haberle supuesto la muerte.
—Eso es una gran estupidez. Iba a sugerir que sería una lástima desperdiciar mi recién estrenada inocencia. Podríamos volver a trabajar juntos, como en los viejos tiempos.
Sintió la mirada de Pedro clavada en ella, pero no apartó la suya del aparato.
—No quiero volver a los viejos tiempos, Martin. Quiero los nuevos. Puede que te convenga evitar hacer algo que pueda crearnos un conflicto de intereses.
—Lo único que puedo garantizarte, Pau, es que eres una digna hija de tu padre. Ser honrada puede resultarte divertido durante un tiempo, pero, a la larga, no forma parte de tu naturaleza. No tardarás mucho en descubrirlo.
La llamada se cortó.
—Se equivoca, lo sabes. —Pedro se puso en pie y se desplazó al lado del escritorio, acuclillándose a su lado.
Paula bajó la mirada hacia él.
—Me alegro de que uno de los dos esté seguro de eso. —Paula se aclaró la garganta—. Es decir, joder, si hubiera hecho un trato con la INTERPOL, podría estar retirada con una nueva identidad y disponer de una nueva oportunidad para hacer el mal. Hasta podría ser rubia.
—¿Quieres dejarlo ya? Me gusta el pelo caoba. Me gusta tu pelo. —Hizo una pausa—. Y confío en ti —dijo bajando más la voz—. Pero hablando de retiros, ¿qué plan de jubilación te ofrece este nuevo negocio?
Paula le brindó una sonrisa.
—Qué más da, ya he pescado a un ricachón. —Se bajó de la silla al suelo y le besó.
Un ricachón, y un nuevo y excitante capítulo de su vida por comenzar. Dios, ¿qué podría salir mal si se contrataba a una ex ladrona para recuperar obras de arte robadas?
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Buenísimo!!! esperando ansiosa los siguientes libros!!!
ResponderEliminarGenial toda la historia!!!!!!!!! Me mantuvo atrapada constantemente!!!!!!!!
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