A las once y cuarenta y dos minutos Pedro se sentó en el borde de la cama para calzarse sus zapatillas de deporte. «Al norte del centro» era bastante vago, pero le daba un lugar por donde comenzar a buscar.
Ruben decía que se había llevado el Mustang, lo cual significaba que no se había dirigido a algún lugar particularmente elegante y discreto. Además, vestía pantalones cortos y una camiseta. Aquello dejaba aún gran cantidad de lugares para alguien con sus habilidades.
Haciendo un alto en su despacho, abrió el armario del fondo y sacó una pistola Glock de treinta milímetros que se guardó en el bolsillo de la chaqueta. Estuviera donde estuviese, iría preparado para sacarla. Para el común de los mortales, llegar doce minutos tarde era apenas algo digno de mención. Paula Chaves trabajaba en incrementos de un segundo y, en su trabajo, pasado o no, cualquiera de esos segundos podía matarla.
Ya la había llamado tres veces al móvil, pero volvió a marcar de nuevo mientras se dirigía a la planta baja. Un segundo después se escuchó el eco de la melodía de James Bond desde la cocina y la puerta del garaje.
El sonido cesó.
—Hola —respondió su voz en el teléfono—. Sólo llego diez minutos tarde.
Apareció en el vestíbulo por debajo de él todavía con el teléfono en la oreja. Pedro retiró el teléfono móvil cuando terminó de descender y un agudo alivio se apoderó de su pecho. Deseaba agarrarla, pero ella se ofendería por su falta de fe en sus habilidades.
—¿La canción de James Bond? —dijo, en cambio.
—Parecía apropiada. —Paula le miró de arriba abajo, deteniéndose justo delante de él—. ¿Vas a alguna parte?
—Ya no. Tendrías que cambiar mi tono.
—No. Tú eres James Bond. —Acercándose lentamente, le dio un suave y pausado beso en los labios—. Gracias por estar preparado para acudir en mi rescate.
—Sí, bueno, es lo que hago.
—Mmm, hum. Y resulta que yo estoy de humor para que me excites y me hagas estremecer. ¿Qué opinas de eso?
Él sonrió ampliamente, tomando su mano libre para dirigirse con ella de vuelta al dormitorio. Fuera lo que fuese en lo que había estado metida, había vuelto sana y salva.
—Estoy a tu disposición.
***
Naturalmente, ella era una mujer de negocios profesional.
Pero, al mismo tiempo, permanecían en su memoria los comentarios de Paula sobre lo profundamente que había o no afectado a los hijos el asesinato del padre. Pau se había pasando las dos últimas noches dando vueltas en la cama, cosa que sabía porque en dos ocasiones había estado a punto de aplastarle la cabeza, e incluso se había levantado a ver la televisión por espacio de una hora antes del alba.
Por lo que sabía, Pau seguía en la cama. Pero Laura, que había enterrado a su padre hacía dos días, estaba en pie a las siete y concertando reuniones de negocios.
—Como si nada —farfulló, bebiendo un sorbo de té. Quizá ella tuviera su modo particular de llorar la pérdida, pero para un observador ocasional aquello no pintaba nada bien. Y las apariencias lo eran todo en la sociedad de Palm Beach. Por otra parte, se estaba acostumbrando a fijarse en cosas que al resto de la sociedad le pasaban inadvertidas.
Su teléfono sonó de nuevo al tiempo que Paula entraba trastabillando en el comedor y se hacía con una magdalena de chocolate del aparador.
—Buenos días, cariño —dijo lánguidamente, mirando el número del identificador al coger el teléfono—. Es Sara.
Ella asintió, desplomándose en la silla junto a la de él y sonriendo sólo cuando apareció Reinaldo con un vaso de Coca Cola Light helada. Pedro reprimió una sonrisa cuando su secretaria en Londres le informó de la agenda laboral del día. Sin embargo, la hizo detenerse a la mitad.
—Llegan mañana —dijo, frunciendo el ceño—. El sábado. Para la reunión que tenemos el lunes.
—También yo tengo entendido eso, señor —respondió la eficiente voz de su secretaria—. Pero cuando me puse al habla con el despacho del señor Leedmont para confirmar los detalles del vuelo, me informaron de que el resto de la junta de Kingdom aterrizaría en Miami hoy a la una en punto, hora local. Y la reunión ha sido cambiada para el sábado a las diez de la mañana.
«¡Mierda!»
—¿Por qué no me han avisado?
Pedro apreció la incertidumbre de la mujer.
—Afirman haberlo hecho, señor, pero estoy completamente segura de que no hemos recibido nada. Comprobé tres veces el correo y todos mis mensajes de voz y…
—Te creo a ti antes que a ellos, Sara —interrumpió. Pedro sabía perfectamente que en la compra de una empresa, el contrato no era más que una mínima parte del proceso. El temple tenía igual o más peso—. Nos amoldaremos. ¿Has puesto a Ruben al corriente?
—Sí, he actualizado su agenda. Y he reservado media docena de habitaciones en el hotel Chesterfield, dado que es ahí donde se hospeda el señor Leedmont.
—Excelente. Gracias por los quebraderos de cabeza, Sara. Ten la bondad de enviarme por correo electrónico la última lista de asistentes y mándala también al despacho de Gonzales.
Colgó el teléfono y lo dejó con brusquedad sobre la mesa, maldiciendo entre dientes.
—¿Qué sucede? —preguntó Paula.
—Leedmont trama algo. Ha hecho que el resto de su junta directiva se desplace aquí un día antes y ha cambiado la reunión a mañana.
—Pero ¿no se trata de tu propia reunión?
—Por lo visto he sido informado del cambio de planes.
Ella dejó escapar un bufido.
—Seguro que es uno de esos problemas de realidad alternativa. ¡Sucede a todas horas en Star Trek!
Naturalmente, un cambio de planes no iba a desconcertarla.
—Mmm, hum.
—Por otra parte, puede que Leedmont sólo desee que puedan disfrutar del agradable tiempo de Florida.
—Tu otra teoría es mejor.
—Gracias. Pues fija de nuevo la reunión para la fecha original.
—No puedo. Eso significaría que soy mezquino y que no puedo manejarle. —Se preguntó fugazmente si ella sabía algo útil, pero se contuvo de preguntar. Había dicho que le avisaría si su trabajo afectaba al suyo. Pedro exhaló—. Debería cancelarlo todo. En vez de eso, podríamos irnos a pescar.
—¡Oh! ¡A pescar! —Sacudió la cabeza—. Te he metido tanto en mis líos y distraído cuando tienes tus propios asuntos de trabajo… Lo siento.
—Nadie me empuja a nada que yo no desee. Ni siquiera tú. A decir verdad, no tengo tanto interés en ello. Es una buena inversión, pero los repuestos plásticos de fontanería en realidad no…, ¿cómo lo decís los yanquis?, no son santo de mi devoción.
—Pues imponte por la fuerza y, para la próxima vez, busca algo que te interese más —declaró con semblante sorprendentemente serio—. ¿No te parece? Es decir, ¿qué haría Pedro Alfonso si de pronto dejara de gustarle su trabajo? El le tomó la mano.
—¿Se trata de mí o de ti?
Paula se encogió de hombros.
—No lo sé. Estás harto de una reunión que puede reportarte ocho millones de pavos, y yo tengo a tu rival y a un tipo muerto que no puede pagar como cliente. Tal vez deberíamos mudarnos a Detroit y vender piezas de coches.
Riendo, Pedro besó sus delicados dedos de ladrona.
—Eso sí que sería aburrido. Incluso teniéndote a ti como socia.
Ella dejó escapar un profundo suspiro.
—Supongo que tienes razón. Muy bien. Me voy a trabajar. ¿Qué tienes en tu nueva y mejorada agenda?
—Más vale que termine con las revisiones del contrato para que la oficina de Tomas pueda elaborar nuestra propuesta, y tengo que trabajar un poco en el proyecto de Patricia.
—Estupendo. Tan sólo recuerda que sugerí lo de las piezas de coches —asintió y se dispuso a levantarse, apurando de un trago su refresco al hacerlo.
Pedro la rodeó por la cintura con el brazo y la sentó de nuevo sobre su regazo.
—Salgamos a cenar esta noche. Tú eliges el lugar.
—Mañana tienes una reunión.
—Me las arreglaré. Quiero ir a cenar contigo.
—En fin, eso es mejor que ir a pescar. —Tomó su mejilla en la mano libre y le besó—. Tenemos una cita. ¿Puedes prestarme otra vez el Mustang? Sanchez todavía tiene el Bentley.
Estaba a punto de sugerir que Ruben la llevara a trabajar, pero éste tenía que acercarse a Miami a recoger a la junta directiva de Leedmont.
—Por supuesto. Pero no le hagas ningún arañazo.
—Nunca me has pedido eso con el Bentley.
—El Bentley es tuyo. No voy a entregar el coche de mis amores a nadie.
Ella se echó a reír. Le abrazó y le lamió la curva de la oreja.
—Qué pena que esté Reinaldo —susurró—. En estos momentos tendrías mucho más que suerte.
Se bajó de un brinco de su regazo y desapareció por el pasillo, todavía riéndose. Torciendo el gesto, Pedro simuló leer de nuevo el Journal hasta que pudiera levantarse sin ponerse en evidencia.
***
—¡Joder! —farfulló, sacando de malos modos la tarjeta de Daniel Kunz del bolsillo. Tenía que resolver todo aquello antes de que pudiera dedicarse a cosas mundanas como pedir sus propias tarjetas. Y ahí estaba aquella maldita palabra otra vez. «Mundano.»
Requirió cinco tonos hasta que se estableció la conexión.
—Más vale que sea importante —llegó la voz grave y furiosa de Daniel.
¡Oh, oh! Había olvidado que apenas eran las ocho en punto.
—Hola, Daniel. Soy yo. Pa…
—Hola —la interrumpió, su voz se hizo más aguda—. Dame un número y te llamaré en cinco minutos.
Paula le dio el número y colgó. Mmm. Nada de nombres por su parte. El nombre de «Paula» no era tan sospechoso, a menos que la otra persona a quien quería incluir en la conversación supiera quién era Paula. De modo que Daniel y Patricia se acostaban juntos. Y Daniel estaba ligando con ella al mismo tiempo.
—¡Menudo cerdo!
Se tomó esos cinco minutos para llamar a Castillo.
—¿Fuiste al velatorio? —preguntó Francisco en cuanto se inició la llamada.
—¿Tú no?
—Sí, claro. ¿Algo interesante?
—¿Cómo es que pude entrar en el despacho de Charles Kunz en Coronado House sin problemas? —le interrumpió—. ¿Te quedaste sin cinta amarilla?
—Oye, si hubiera dependido de mí, toda la casa estaría precintada. Pero no depende de mí, y la Oficina del Forense sacó todas las huellas y tomó todas las fotos que necesitaba. Así que, ¿para qué me llamas? ¿Para reírte de la distribución de mi cinta?
—Si alguien de la familia vende algo de Charles en estos momentos, ¿puede hacer eso?
—Técnicamente, no. Es una investigación de homicidio; y aunque no lo fuera, la aseguradora tiene los activos incautados. Hay muchas manos que quieren un trozo
del pastel. ¿Por qué?
No pensaba hacer referencia al BMW, sobre todo si eso ponía a Daniel sobre aviso de que estaba fisgando en sus cosas. Paula entornó los ojos.
—Tengo una corazonada. Te avisaré si resulta. Pero ¿de qué manos hablas?
—Pau, si sabes algo…
—Francisco, ¿qué manos?
—¡Por Dios! Me gustaba más cuando no me llamabas. Lo de siempre… una hermana y su familia, dos socios de negocios, y sus hijos.
—¿Dos socios de negocios?
—Sí. No se ha descartado a nadie pero… bueno, entre tú y yo, quieren que descongelen los activos de su empresa.
Puede que así fuera, pero tanto si apostaba por Daniel como si no, no iba a descartar a nadie.
—De acuerdo. Gracias.
—Paula. Espero que me cuentes cualquier cosa que sepas…
Paula colgó el teléfono. Ése era el problema: en su trabajo no existía demasiada diferencia entre saber y sospechar. Sin embargo, Francisco requería molestas cosas, como pruebas.
El Bentley se colocó a su lado.
—De acuerdo —dijo Sanchez mientras se apeaba del coche—. Ya entiendo por qué te gusta ir por ahí en uno de éstos.
—¡Ja! —se carcajeó—. Ya te lo he dicho. ¿Cómo vas a volver al cacharro–móvil después de esto?
—Puede que me busque algo —reconoció, asomando la cabeza por la ventanilla abierta del asiento del pasajero del Mustang—. Pero no será tan llamativo. Tal vez un Lexus.
—Es un comienzo —admitió—. Oye, sube aquí un minuto.
Él accedió, se montó en el Mustang y cerró la puerta.
Después, subió manualmente el cristal de la ventanilla. Se conocía el juego. No tenía sentido dejar que alguien de los honrados negocios vecinos escuchara sus conversaciones privadas.
—¿Qué sucede ahora? No pienso volver a fingir que soy el mayordomo de Alfonso.
—Nada parecido. ¿Te ha llamado alguien en referencia al Giacometti?
—No. Ni por la escultura, ni por las pinturas.
¡Maldita sea! Tenía la esperanza de no haber espantado al ladrón. Al menos éste no le había visto la cara… pero tampoco ella había visto la suya.
—Vale. Si…
Su teléfono sonó de nuevo. Cinco minutos justos. El corazón de Paula palpitó con algo más de fuerza al responder. El acostumbrado subidón de adrenalina.
—¿Hola?
—Pau —respondió la voz de Daniel—. Pensé que era posible que llamases.
—Ah —contestó, insuflando timidez en su tono de voz—, ¿y eso por qué?
Él dejó escapar una risita.
—¿Rompió el inglés un maldito vaso cuando nos vio juntos?
—No, me parece que creyó la historia sobre el Giacometti.
¿Tenías algo especial en mente o sólo querías saber si llamaría?
—Eso depende —respondió, todo impregnado de un sutil encanto—. ¿Qué te parecen los barcos?
Barcos. Los barcos significaban agua, que a su vez significaba aislamiento, tiburones, ahogamiento y ni la más mínima posibilidad de escapar. Ya era bastante malo que Pedro continuara intentado convencerla de hacerse a la mar para pescar.
—Prefiero los coches.
—Bueno, este barco te gustará. Reúnete conmigo en el embarcadero del club Sailfish, amarradero treinta y ocho, dentro de media hora.
—No vo…
—Vamos, Pau. Seré un perfecto caballero. Permíteme que te deslumbre con mi encanto y mi magnífico físico.
—De acuerdo. Dentro de media hora.
—¿Qué demonios ha sido eso? —exigió Sanchez cuando ella volvió a colgarse el móvil del cinturón.
—Sigo una corazonada. —En el club Sailfish. Qué interesante.
—¿Una corazonada sobre quién? —preguntó con claridad, la desaprobación escrita en su amplio rostro.
—Sobre Daniel Kunz —respondió. Ocultar secretos a Sanchez era contraproducente y potencialmente peligroso; si ella desaparecía, alguien tenía que saber dónde había ido.
—Vi su fotografía en el periódico de la mañana —dijo Sanchez, mirando por el cristal delantero—. No es nada feo.
—Ah, venga ya. No son más que negocios y lo sabes.
—Puede que yo lo sepa, pero me he dado cuenta de que has atendido aquí esa llamada, no en casa de Pedro.
—¿Por qué provocar olas cuando lo único que quiero es echar un vistazo bajo la superficie? Ahora, baja del coche. Tengo que ir al embarcadero.
El no se meneó.
—No me gusta esto, Paula. Deberías decírselo a Alfonso o a alguien.
—¿Por qué? ¿Qué más daría?
—Sí que tendría importancia.
En lo referente a su seguridad, se lo había contado a la persona indicada, pero sabía a qué se refería Sanchez. Para tratarse de un tipo que no había estado nunca casado, tenía buena mano para las relaciones.
—Está bien. Me pasaré por el despacho de Gonzales y se lo contaré —decidió. Luego si el abogado la delataba ante Pedro, al menos ya habría estado en el barco.
—De acuerdo. —Abrió la puerta de nuevo y bajó del Mustang—. Y por cierto, ¿es que no vamos a contratar a una recepcionista?
—Creía que tal vez… Sí. Limítate a hacer… lo que haces y yo me pondré de nuevo con ello en un par de días. Anoche gané diez de los grandes. Tan sólo tengo que llamar a Leedmont y recoger el cheque.
—Bueno, siempre y cuando ganemos pasta. Ni siquiera te mencionaré que diez de los grandes no es más que calderilla para ti.
—Gracias —dijo con sequedad.
—No dejes que te maten mientras trabajas para el tipo muerto. —Sacudiendo la cabeza, se marchó del garaje.
Paula tomó aire, luego prosiguió, pero cruzó Worth Avenue hasta el edificio de vidrio y cromo donde se encontraba Gonzales, Rhodes & Chritchenson. No le sorprendió que el boy scout ya estuviera trabajando, pero sí que accediera a verla sin demora.
—¿Qué has hecho ahora? —preguntó, simulando relajarse tras su gran escritorio de caoba.
—Nada.
—De acuerdo. Es una visita social.
Resultaba tentador discutir con el abogado por principio, pero tenía únicamente veinticinco minutos para estar en el amarradero treinta y ocho.
—Voy a dar una vuelta en barco con Daniel Kunz —dijo, cruzando los brazos sobre el pecho—. Sólo te lo digo por si me sucede algo, así Pedro no se preguntará dónde he desaparecido.
—«En barco con…» —repitió, enderezándose un poco—. ¿Porqué narices?
—Porque me ha invitado.
—Eso es una gilipoll…
—Creo que podría tener algo que ver con la muerte de su padre, o al menos con el robo. Así que cotillea sobre mí si lo crees necesario, pero sólo quería que alguien en quien Pedro confía… alguien en quien yo… confío, lo supiera.
—¡Vaya! Seguro que te ha dolido.
—Cierra el pico, Yale. ¿No tienes que trabajar en un contrato para Pedro? —Se apartó de la ventana y se dirigió de nuevo hacia la puerta—. La junta directiva viene con antelación, y esa reunión ahora es el sábado.
—Ya me ha llamado. No soy yo quien anda distraído —replicó.
—Pedro está muy centrado. Si no lo estuviera, sería probablemente porque alguien no deja de cotillear sobre el paradero de su novia cuando investiga un asesinato—«¡Toma eso!»
—Tan sólo pienso en lo mejor para Pedro.
Ella le sacó la lengua.
—También yo. —Con eso, regresó nuevamente a la parte principal del bufete y a los ascensores.
De acuerdo, era en el bien de Pedro y en el suyo propio en lo que pensaba. Y tal vez, en ocasiones, eran cosas distintas. Pero esa mañana, habida cuenta del limitado tiempo con el que contaba para descifrarlo, hacer lo que mejor se le daba parecía la forma lógica de actuar. Aun cuando eso incluía a Daniel Kunz y un barco.
Cada vez más intrigante esta historia. Me tiene mareada la cantidad de personajes que aparecen.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! a mi también me marean los nombres y en la cantidad de problemas en los que se mete Paula! Pobre Pedro! tiene que frenarla!
ResponderEliminarmuy bueno,seguí subiendo!!!!
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