sábado, 17 de enero de 2015
CAPITULO 99
Viernes, 8:37 a.m.
Paula aparcó el Mustang en el club Sailfish a la orilla de Lake Worth y encontró el amarradero 38 sin problemas.
Daniel la estaba esperando en el embarcadero con una cesta de picnic en la mano. Miró más allá de su hombro hacia el agua.
—Eso no es un barco —declaró, apartando a un lado el recuerdo de su sueño del tiburón de la otra mañana. Ya había cambiado el tono del móvil de LeBaron.
Él se echó a reír.
—Técnicamente, es un yate. Uno pequeño. Ten cuidado con dónde pisas —dijo, ofreciéndole la mano para ayudarla a subir a la pasarela.
Ella podía haber subido la pasarela con los ojos cerrados, pero obviamente a Daniel le gustaba alardear, de modo que aceptó su mano y saltó con delicadeza a bordo.
—¿Cómo lo llamas?
—Es «ella» —la corrigió, saltando a bordo—, se llama Destiny.
—Qué bonito. ¿Es tuyo o de la familia?
—Ahora es mío, o lo será tan pronto concluya el papeleo. Papá lo compró para mí, principalmente.
¿Era impaciencia lo que apreciaba en su voz? Esa molesta investigación por homicidio podría estar retrasando sus planes. Pau retuvo aquello en su mente.
—¿Porque compites con ellos?
—Porque gano. Como he dicho, es pequeña, pero tiene un gran motor.
—Ah. Justo como me gustan.
—Bien. —Con una encantadora sonrisa, dejó la cesta y subió la escalera hasta el pequeño puente—. ¿Puedes desatar aquella cuerda en la proa? —preguntó, señalando.
—Claro. ¿Es la parte delantera, verdad?
—Sí, es la parte delantera.
Hasta el momento, todo bien. Cuanto más ignorante pudiera ser, más podría hablar él y ser el chico grande del campus… o del yate, mejor dicho. Cuando desató la pesada cuerda automáticamente se percató de dónde se encontraban los salvavidas de cubierta y dio subrepticiamente con el pie a la caja de proa rotulada como balsa. Parecía bastante sólida. Estaba cerrada, pero eso no suponía un problema.
Ni siquiera saber dónde se encontraba todo el equipo para emergencias la hizo sentir mejor. En tierra siempre podía hallar el modo de salir en caso de problemas.
En el agua tal planteamiento era mucho más complicado.
Aviones o barcos; ambos le hacían sentir una fuerte desazón.
—Sube aquí —dijo Daniel cuando el yate se apartó, rugiendo, del embarcadero.
Con un profundo suspiro, Pau subió la angosta escalerilla para unirse a él.
—Qué bonito es esto —mintió, posando una mano en el panel de control para apoyarse—. ¿Con qué frecuencia sales a navegar?
—Con tanta como me es posible —le lanzó una mirada—. Pedro tiene un yate aquí. ¿No sales a navegar con él?
—Nunca me lo ha pedido. Ni siquiera sé dónde está aparcado.
Daniel se rió de nuevo entre dientes.
—Amarrado, quieres decir. En realidad está justo allí.
Señaló al reluciente yate blanco amarrado a uno de los embarcaderos vecinos. Era, con mucho, el yate más grande del club, y probablemente de todo Lake Worth, haciendo que el resto de botes a su alrededor parecieran enanos. A diferencia del Destiny, éste había sido, sin duda, construido para resultar lujoso más que veloz.
—¿Sabes su… nombre?
—Antes se llamaba The Britannica —respondió—, pero fue rebautizado hace un par de semanas.
—¿De veras?
Daniel asintió.
—Mmm, hum. Como The Chaves.
Ella parpadeó.
—¿Como el qué?
—¿No lo sabías?
—No me lo ha contado.
—Si yo le pusiera el nombre de alguien a un yate, se lo diría.
—También yo. —Bueno, eso sí que era interesante, pero ni mucho menos era el tema a debatir por el que se había embarcado. Y en medio del agua no iba a perder la concentración—. ¿Por qué me diste tu número el otro día —preguntó pausadamente—, cuando sabías que Pedro le había puesto mi nombre a su yate?
—Porque vi cómo me mirabas cuando Patricia nos presentó, y luego me miraste de nuevo cuando hiciste que te llevara a Coronado House con aquella pobre excusa sobre la decoración para el velatorio. —Se desvió, haciendo pasar el yate bajo el puente en ángulo y hacia las aguas abiertas del océano Atlántico—. Y luego, en el velatorio, te estuve observando. Te marchabas en cuanto alguien comenzaba a hablar con Pedro. Pensé que podrías estar buscándome.
«Tal vez, pero no por los motivos que él pensaba.»
—Estás muy seguro de ti mismo.
Empujó la palanca del acelerador y el barco aumentó de velocidad.
—Sé lo que me gusta —dijo sin más.
Al menos parecían dirigirse costa arriba en vez de mar adentro.
—¿Y qué es lo que te gusta? —ronroneó, deseando haber añadido unos largos de natación a su plan de ejercicios.
—Dime antes una cosa: ¿Es cierto que tu padre era Martin Chaves, el ladrón?
—Es cierto.
—¿Has robado alguna vez a alguien?
Así que de eso se trataba. Quería una confesión suya para estar ambos más a la par, aunque no significaba eso que él hubiera confesado nada. Todavía.
—Podría ser —respondió, disimulando su reticencia con una sonrisa.
—¿Cómo es?
—No me gusta airear mis pecados en público —dijo, posando una mano sobre su brazo.
Él le brindó de nuevo aquella encantadora sonrisa.
—Vamos, puedes confiar en mí. Me gusta pecar.
—Seguro que sí. Te mostraré los míos si me muestras los tuyos.
—Ya veremos. Te dije que hoy sería un perfecto caballero.
Le pondría a la defensiva si le presionaba más. Y, afortunadamente, tenía historias de sobra, aun cuando tuviera que dar detalles; después de todo, la ley de prescripción de algunos de sus trabajos ya había vencido.
—De acuerdo. Es un subidón. Pura adrenalina.
—Lo comprendo —dijo, sonriendo de oreja a oreja al viento—. Yo practico esquí extremo. Es salvaje.
Hablaron durante un rato sobre esquí y regatas, en gran medida para que él pudiera sentirse cómodo alardeando y soltado la lengua mientras ella escuchaba y emitía sonidos de admiración. Después de veinte minutos comenzó a acercarse más a la costa, entrando con facilidad en una pequeña cala.
—Entre tú y yo, aún continúas haciéndolo, ¿no es cierto? —preguntó de pronto—. Me refiero a robar cosas.
Durante un breve segundo Pau se preguntó si él estaba llevando a cabo su propia investigación. ¿Pensaba acaso que era ella quien había asesinado a Kunz? Sin embargo, eso haría que fuera completamente inocente, y, en lo más profundo de su receloso ser, Pau no lo creía en absoluto. Era más probable que estuviera buscando un posible chivo expiatorio en caso de que algo saliera mal. En tal caso, buscaba a la chica equivocada.
—No desde hace mucho. No es bueno para mi salud.
Él asintió, reduciendo la velocidad.
—También comprendo eso. Me rompí la pierna por tres sitios la última vez en Vail. Menos mal que existen otras formas de conseguir el subidón. —Daniel inhaló, pellizcándose la nariz.
«¡Estupendo!» Aunque aquél podría ser un motivo para un robo. Paula soltó una carcajada forzada.
—Eso he oído, pero creo que robar es menos perjudicial para el bolsillo. —Miró hacia la costa—. Qué bonito. ¿Dónde estamos?
—Es mi lugar privado para almorzar y recrearme.
—Mmm, hum. ¿Venís aquí Patricia y tú?
Daniel acarició entre los dedos un mechón de su cabello llevado por el viento.
—Estoy aquí contigo.
Paula permitió la caricia, pues imaginó que eso le proporcionaría algo más de margen para insistir.
—Quizá sea un poco indiscreta, pero asesinaron a tu padre durante un robo. Esperaba que no te excitara tanto invitar a una ladrona, aunque esté retirada, a almorzar.
—Esto tiene que ver con la atracción, no con mi padre —respondió, utilizando ahora ambas manos para jugar con su cabello.
Se inclinó y la besó. Paula también permitió aquello.
—Oye, pensé que ibas a ser un caballero —dijo, empujándole lentamente. Lograr que tal gesto pareciera reticente precisó más control de lo esperado. Tuviera o no una bonita cara, hacía que se le pusiera la carne de gallina.
Pedro decía que poseía su propio sentido del honor, independientemente de que fuera o no convencional, y Daniel lo estaba pisoteando.
—¿Qué me dices de la atracción? Sé que la sientes.
—Puede que así sea. —Paula le evaluó con la mirada—. Pero, francamente, Daniel, necesito más que un paseo en barco para convencerme de que puedes hacer más por mí que Pedro Alfonso.
—Colega, qué mercenaria —dijo, riendo de nuevo.
Podría decir lo mismo de él, pero se guardó el comentario.
Teniendo en cuenta que dos días antes había asistido a un funeral, parecía estar de bastante buen humor, de hecho… como si pensara que había salido impune de un asesinato o algo similar. Pero ¿lo había hecho el despreocupado Daniel o había contratado a alguien? Le encantaría saber si había alquilado un BMW.
—Tan sólo soy práctica.
—Me parece justo.
Arrojó el ancla al agua y apagó el motor. La absoluta falta de preocupación con la que él contemplaba su presencia, considerando que fácilmente podría haber estado involucrada en el fallecimiento de su padre, le inquietaba un poco. No era exactamente una declaración de culpabilidad por su parte, pero si tan seguro estaba ya de que ella no lo había hecho, era porque sabía quién lo había hecho realmente. Bajando lentamente la corta escalera, Daniel recogió la cesta de picnic y la colocó sobre la pequeña mesa empotrada de cubierta.
—¿Tienes hambre?
—Claro. ¿Qué has traído?
—Es un poco temprano para almorzar, de modo que hice que el cocinero pusiera en su mayoría fruta, pan y queso. Y una botella de vino, por si no es demasiado pronto para eso.
—¡Dios mío! —dijo parsimoniosamente, acercándose a él—. Podría pensarse que intentas impresionarme.
—Ya estás impresionada, o no estarías aquí. Patricia te llama la perra americana, pero imagino que eres más sofisticada que la mayoría de las mujeres que conozco.
—Gracias, supongo.
—No, en serio. Patricia no distinguiría una obra de arte de un trozo de tostada. Sabe de moda, pero eso es todo lo profunda que llega a ser.
—¿Y a ti te gusta la profundidad?
—Me gusta tu profundidad. —Daniel dispuso un plato con uvas y rodajas de mango, animándola con un ademán a sentarse mientras él ocupaba el banco frente al de ella—. ¿Qué es lo que haces para divertirte?
—Para divertirme. Estoy montando una consultoría de seguridad, pero eso ya lo sabes.
—Tienes uno de esos teléfonos que tiene melodías diferentes según la persona, ¿verdad? ¿Te ayuda a no confundir a tus clientes?
Así que quería saber acerca de su teléfono. Eso no pintaba nada bien.
—Tengo el teléfono en modo vibrador —sonrió ampliamente—. Lo prefiero de ese modo.
—Seguro que sí. Si mi padre te hubiera contratado, ¿qué habrías hecho para proteger Coronado House?
—En realidad no he pensando en ello —mintió—. Resultó mejor para mí que lo asesinaran antes de que firmáramos el contrato, ¿no te parece?
—Vamos —la persuadió—. Puedes especular, ¿no? ¿Más cámaras de vídeo? ¿Más sensores de movimiento? ¿Algunos de esos rayos infrarrojos?
—¿Qué importancia tiene? Ya es demasiado tarde.
—Sí, pero ese tipo sabía bien por dónde iba, cómo entrar, dónde estaba mi padre, cómo salir. ¿Crees que toda esa mierda tecnológica le habría detenido?
Dios santo. Ahora andaba en busca de cumplidos. Le miró fijamente a los ojos.
—No. Era demasiado bueno. El mejor que he visto, en mi opinión. ¿Tiene alguna pista la policía?
—Ni una sola. Si es tan bueno, tal vez lo conozcas. —Se metió una uva en la boca—. Puede que sea famoso.
¿Acaso deducía demasiado de la conversación porque quería que fuera culpable? ¿Estaba en realidad Daniel forzando su suerte tal como ella sospechaba?
—«Yo» no era tan buena —mintió, bajando la vista y fingiendo decepción o vergüenza o lo que fuera que le hiciera sentirse aún más superior.
—Seguro que podías jugar con los chicos grandes, Paula. Yo dejaría que jugases conmigo.
Ella alzó de nuevo la mirada, sonriendo.
—¿Eres uno de los chicos grandes?
Él se acercó lentamente para susurrarle al oído.
—El más grande.
Paula se rió entre dientes.
—Y rico, también. Cada vez resultas más atractivo.
Daniel ladeó la cabeza hacia la escotilla de debajo de la cubierta.
—Entonces, ¿quieres que hagamos guarrerías?
Al menos lo había preguntado, en vez de abalanzarse sin más sobre ella. No estaba segura de poder llevar de vuelta aquel maldito barco ella sola.
—Todavía no estoy del todo convencida.
El se puso en pie.
—De acuerdo, pero yo voy abajo a refrescarme. Enseguida vuelvo.
—Aquí estaré, disfrutando de la vista.
Cuando Daniel desapareció por la achaparrada puerta, Paula se recostó. Habida cuenta de sus sospechas, había esperado que Daniel estuviera más a la defensiva y se mostrara considerablemente más esquivo. Naturalmente, no había esperado que estuviera colocado; eso hacía que calarle resultara más sencillo y complicado a un mismo tiempo. Rápidamente sacó su móvil y lo puso en modo vibrador; a pesar de que no tenía idea de si alguien podría contactar con ella allí.
Echó un fugaz vistazo hacia la escotilla. Probablemente estaría colocándose más en ese preciso momento, cosa que podría explicar su acuciante necesidad de dinero y su asunción de que saldría impune del asesinato. ¿Charles le había idolatrado tal como Pedro afirmaba? Sería complicado de demostrar. Las familias, sobre todo las de dinero, no eran dadas a airear sus problemas internos. Necesitaba echarle un vistazo a los documentos legales de Charles para ver si los fondos de Daniel habían sido restringidos por algún motivo.
Debido a la excitación le sobrevino un rápido y fuerte calor.
Lo único que necesitaba era una pequeña prueba, y podría acudir a Castillo. Y lo mejor de todo, entregar a Daniel sería del todo distinto a entregar a uno de sus ex compañeros.
Sin división de lealtades, sin riesgo a represalias.
Claro que todavía tenía que volver a la orilla y luego hallar el modo de echarle un vistazo a esos documentos. Y encontrar las pinturas y los rubíes sin duda resultaría útil. Paula suspiró. Por lo visto de nuevo iba a tener que ser amable con Tomas Gonzales.
Cuando Daniel emergió otra vez a la luz del sol su sonrisa era todavía más amplia… y en efecto tenía restos de polvo sobre el labio superior. O bien Daniel Kunz era verdaderamente listo o bien realmente arrogante y estúpido.
—Te has dejado una mancha —apuntó, señalando hacia su labio superior.
Con una risita impenitente, agachó la cabeza para limpiarse la nariz.
—¿Y bien, por dónde íbamos?
—Estabas a punto de decir que habías hecho algunas cosas malas en tu vida y que me invitarías a unirme a ti en la próxima.
—Claro —convino, asintiendo mientras alargaba el brazo para hacerse con la botella de vino—. Podríamos ser los Bonnie y Clyde modernos. Seríamos una pareja muy atractiva.
—Imagino que sí. Me has hecho una interesante proposición. Le entregó un vaso de vino a Pau y tomó otro para sí.
—Brindo por las proposiciones interesantes.
Ella tomó un trago. «Y por las conclusiones interesantes.»
—Cuéntame cómo aprendiste a pilotar yates.
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