Para cuando terminó de explicar cómo había hallado una carpeta con algunas fotos extrañas en el aparcamiento del McDonald's y que iba de camino para entregárselas al detective Castillo, y cómo aquel tipo debía de haberla visto hacerlo y le había entrado el pánico, casi se lo creía ella misma. No le vino mal tener la carpeta en el maletero para entregarla, o que un puñado de vecinos y Pedro Alfonso pudieran corroborar diversas partes de la historia. Se guardó disimuladamente las fotos de Leedmont bajo la camisa sin que nadie reparara en ello, firmó la declaración y seguidamente se subió al asiento del pasajero del SLR.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? —preguntó Pedro, sentándose al volante. Le retiró suavemente el cabello detrás de la oreja, y ella se estremeció.
—Estoy bien. Me duele un poco la cabeza, pero he estado realmente peor. —Pero era la última vez que se llevaba un coche con la matrícula personalizada a una salida.
—Me dijiste que no le hiciera ningún arañazo a tu coche. Ese tipo me cabreó.
Pedro sonrió.
—Te quiero.
Paula sintió que le ardían las mejillas.
—Y yo me alegro de que sepas hacer la patada voladora de kárate. Llévame a la oficina, ¿quieres?
La miró fijamente durante largo rato antes de asentir y arrancar el SLR.
—Claro.
La dejó delante de los escalones de entrada, a continuación se dirigió al aparcamiento. El Bentley estaba donde Sanchez lo había dejado; al menos parecía ir en serio en cuanto a lo de ayudarla, a pesar de cuáles fueran las reservas que albergara. Dios, él ya había acumulado más horas de oficina que ella.
—¡Oye! —gritó cuando entró en la sala de recepción—. He vuelto.
Sanchez abrió de golpe la puerta del pasillo para reunirse con ella.
—Bien. ¿Qué demonios te ha pasado? —Señaló su cabeza.
—No mucho. Luego te lo cuento.
—Está bien. Me voy a comer.
—¡Jesús! ¿Es algo que he dicho?
—No. Tengo una cita para comer. Y recibí una llamada por lo de Giacometti. Concerté una cita para esta noche.
Paula le asió del brazo para detenerle.
—Espera un momento. ¿Quién ha llamado?
—No lo sé. Utilizaron uno de esos distorsionadores de voz tipo Darth Vader. —Sonrió ampliamente—. Muy del estilo James Bond… y muy en plan aficionado.
Entonces se trataba del mismo tipo que había llamado a Bobby.
—De acuerdo. Repasaremos la estrategia cuando vuelvas.
—Como si no tuviera ciertas capacidades de origen dudoso.
—No eres…
—Te veo luego, cariño.
Suspirando, Paula se dirigió de nuevo a su despacho para llamar a Leedmont. Sanchez le había dejado a ella la pila, cada vez menor, de currículos y un pequeño montón de mensajes telefónicos, la mayoría de los cuales decían algo así como «No he tenido noticias suyas, de modo que he aceptado un trabajo». ¡Mierda! Su escritorio había cambiado de caoba a roble, y comenzaba a preguntarse si no sería prudente recoger sus bolígrafos.
Después de concertar una reunión con Leedmont para el sábado a primera hora de la mañana, comenzó a repasar de nuevo las solicitudes restantes, eliminando a los que ya habían encontrado otro trabajo, pero lo dejó al cabo de un minuto o dos. En su lugar, descolgó el teléfono de su mesa y marcó el número de Andres Pendleton.
—Hola, querida —respondió él.
El tono de voz del hombre hizo sonreír a Paula.
—Hola. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Pídeme la luna y las estrellas, y yo te las entregaré.
—Estás de buen humor.
—Una bella dama acaba de enviarme una caja de vino francés de 1935.
—Vaya, debes de ser un buen ligue.
—Ponme a prueba.
Algo de coqueteo afable y frívolo le sentaba bien, sobre todo después del surrealista intento de seducción en el yate y del combate de wrestling profesional.
—Puede que lo haga. Pero ¿quién te pidió el número de teléfono?
—¿El número de teléfono? Nadie. Lo he llevado encima por si acaso, pero no ha sonado. Debo decir que has originado en mí una terrible ansia de aventura. No estoy seguro de cómo voy a volver a ser simplemente encantador.
—Yo no te aplicaría lo de «simplemente», Andres.
—Ah, estás haciendo que me ruborice. Lo siento, mi cita está en la otra línea. Tengo que irme.
—De acuerdo. Gracias.
Quienquiera que hubiera llamado a Sanchez no había conseguido el número a través de Anfres. Supuso que no era tan sorprendente; en los círculos adecuados, Walter Barstone tenía reputación de ser uno de los mejores del mundo. Gracias a él había logrado hacerse con una cuantiosa fortuna, después de todo. Y aunque trabajaba principalmente con ella, no era una relación exclusiva. No en el terreno profesional, en cualquier caso.
Ya contaba con algunos cabos, pero tenía que hallar el modo de formar una red con ellos. Y luego cazar un moscardón… un moscardón con una adicción a la cocaína, que respondía al nombre de Daniel Kunz.
***
A las siete de la tarde, Pedro tenía la sensación de tener el contrato bien atado. Estaba más cerca de lo que le gustaba de concluir las cosas, pero incluso si Leedmont tenía previsto alguna clase de ataque preventivo, seguiría estando preparado. Dejó a Tomas terminando unas llamadas telefónicas y se dirigió al otro lado de la calle para recoger a Paula y ver qué lugar había escogido para la cena.
Las oficinas que compartían la tercera planta parecían haberse vaciado durante ese día, pero cuando probó con la puerta de Chaves Security, el pomo giró y ésta se abrió.
—¿Paula? —llamó.
—En mi despacho —llegó su voz desde el fondo.
—Deberías cerrar la puerta con llave cuando estés tú sola —dijo, todavía impactado por aquel abrazo que ella le había dado en el embarcadero, aunque la pelea con Al Sandretti, fuera quien fuese el tipo, había estado a punto de borrar tal abrazo de su cabeza.
—Una puerta cerrada ni siquiera retrasaría a la mayoría de gente que conozco —respondió, reuniéndose con él en recepción—. ¿Tienes hambre?
Paula tenía un bonito moratón en la frente, que él acarició con los dedos.
—Estoy famélico.
Paula sonrió ampliamente, asiéndose a su brazo.
—Bueno, ¿vamos a casa a cambiarnos o escojo un lugar que vaya acorde con nuestro atuendo?
Ambos llevaban pantalones vaqueros y camisa, y en mitad de la temporada de invierno en Palm Beach, eso significaba que sus posibilidades eran irremediablemente limitadas.
—Eso depende de qué te apetezca comer.
—Si te digo lo que me apetece, jamás lograríamos salir de la oficina —respondió, riendo—. Pero ¿qué te parece un mexicano?
—Confiaré en ti.
No pudo evitar sobarla en el ascensor. Si hubieran descendido más de tres plantas, la hubiera despojado de los pantalones. Paula podría investigar cuanto quisiera, pero cuanto más peligro corría, cuanto más coqueteaba con otros hombres para conseguir información, más le gustaba recordarle lo que le aguardaba en casa.
—¿Estás muy caliente, eh? —bromeó, empujándole fuera del ascensor cuando llegaron al vestíbulo.
Saludando sosegadamente con la cabeza al conserje, cruzó primero la puerta lateral hacia el aparcamiento. Patricia habría tachado de indigna tal exhibición. Para ella las apariencias lo eran todo. La preocupación de Paula era reconocer que él le gustaba demasiado y que, en cierto modo, eso la atraparía, le impediría ser la persona que habían hecho de ella. Había relajado sus defensas en los últimos meses, y Pedro no estaba dispuesto a rendirse hasta que Pau se diera cuenta de que él era una ventaja en vez de un impedimento. No cuando la alternativa supondría perderla.
—¿Qué pasa con el SLR? —preguntó Paula, sentándose al volante del Bentley.
Gracias a Dios que a Walter se le daba mejor que a ella cuidar de un automóvil prestado.
Él dio la vuelta para subirse a su lado.
—Lo recogeremos luego.
—¡Qué romántico eres! No puedes pasar un minuto sin mí.
—Calla y conduce.
Paula siguió de buen humor durante toda la cena, incluso después de recomendar alguna especie de salsa de tomate y pimiento tan picante que casi le arrancó a Pedro el cielo del paladar. Al parecer se trataba de humor americano, pero a él no le importó. Le gustaba oírla reír. No lo había hecho mucho desde que habían vuelto a Florida.
—¿Estás preparado para tu reunión de mañana? —preguntó de pronto mientras regresaban de nuevo al aparcamiento. Debía de estar de buen humor, ya que le entregó las llaves del Bentley—. Puedo hacerte preguntas o algo así.
—Estaría bien saber qué está tramando Leedmont, pero creo que me las arreglaré.
—Mmm. Bueno, tengo una reunión con él a primera hora de la mañana, así que te avisaré si lleva dinamita en los bolsillos. Venga, déjame que te pregunte. Probablemente un montón de cosas sobre tuberías y accesorios.
—Estoy aterrado.
El teléfono de Paula sonó, aunque él no reconoció la melodía. A juzgar por su expresión, tampoco ella la reconoció, ni el número.
—Hola —dijo.
Observó su rostro cuando su expresión se tornó inescrutable y su piel se volvió cenicienta. Alarmado, desvió el coche a un lado de la calle y aparcó.
—Paula.
Los dedos le temblaban cuando sostuvo la mano en alto para indicarle que guardara silencio. Pedro le agarró la mano. Pasara lo que pasase, quería que ella supiera, si todavía no era así, que contaba con su apoyo.
—De acuerdo. Yo me ocuparé —dijo finalmente—. No te preocupes. —Se le quebró la voz mientras plegaba lentamente la solapa del teléfono.
—¿Paula?
—Era Sanchez. Está en la cárcel.
—¿En… ? ¿Qué ha sucedido?
Paula tomó aire, esforzándose obviamente por recomponerse.
—No pudo decirme mucho, pero al cabo de unos dos minutos de tomar posesión de un prototipo de Giacometti, la policía echó su puerta abajo.
Pedro se dispuso a hacer un comentario, luego cerró la boca. Sobradamente sabía a lo que Walter y Paula se dedicaban cuando se conocieron. Y tendría que tener mucho tacto con lo que dijera a continuación.
—Creí que Walter se había retirado cuando lo hiciste tú.
—Lo hizo. Me estaba haciendo un maldito favor a mí.
—¿A ti? Paula, me prometiste que…
—Cierra el pico. Tengo que pensar un minuto.
Con el pánico adueñándose de su pecho, la asió del hombro.
—¿Irá la policía detrás de ti por esto?
Durante un segundo le miró con tal vacío en su expresión que Pedro supo la respuesta antes de que hablara.
—No. No. No es eso. Se suponía que ni siquiera debía aceptarlo. Solamente necesitaba saber quién intentaba vendérselo. Le dije que… —gruñó, dando un puñetazo sobre el salpicadero—. No importa. Tengo que sacarle de allí.
Durante un breve momento la imaginó entrando por la fuerza en la penitenciaría.
—Ambos le sacaremos —respondió, sacudiéndola para cerciorarse de que captaba aquello—. Llamaré ahora mismo a Tomas.
Lo que no dijo era que no estaba seguro de qué podría hacer el abogado. Paula acababa de decir que Sanchez había recibido alguna clase de propiedad robada. Algo que ya había hecho previamente, demasiadas veces como para llevar la cuenta. Si se trataba de que las circunstancias, simplemente, le habían superado… A juzgar por lo que Paula había dado a entender en numerosas ocasiones, Walter podría pasar un largo periodo en la cárcel.
Incluso mientras llamaba a Tomas, consideraba también que, por doloroso que pudiera ser para ella, sacar a Walter Barstone de la vida de Paula podría, además, serle de mayor provecho. Había intentado alejarla de su pasado delictivo y obviamente Walter seguía teniendo un fuerte dominio sobre ella.
Pedro se bajó del coche cuando Catalina Gonzales respondió al teléfono. A Paula no le haría ningún bien escuchar sus respuestas a cualquier comentario despectivo que pudiera hacer Tomas. Ya tenían, de por sí, una relación lo bastante delicada tal y como estaban las cosas.
Cuando subió de nuevo al Bentley, ella estaba sentada en el asiento del pasajero, mirando por la luna delantera. Todo aquello debía de doler. Paula no dejaba entrar a muchas personas a formar parte de su vida, y Sanchez estaba más unido a ella que nadie. Tal vez incluso más que él.
—De acuerdo. Tomas ha dicho que…
—Me voy a la comisaría. Tengo que sacarle bajo fianza.
—Espera un minuto, Paula. Tienes que escucharme.
Ella le fulminó con la mirada.
—¿Para qué, para que puedas convencerme? ¿Crees que voy a dejar a Sanchez en la cárcel un solo segundo más de lo necesario?
—No, no lo creo. Pero también pienso que antes de presentarnos en la comisaría, deberíamos dejar que Tomas dispusiera de unos minutos para averiguar de qué se le acusa exactamente a Walter. Si el Giacometti tiene algo que ver contigo, es posible que quien le haya delatado pueda haber mencionado tu nombre.
—Yo no lo robé, Pedro.
—No he insinuado que lo hicieras —replicó, aunque la idea se le había pasado por la cabeza—. Pero sabes algo, lo que significa que alguien podría saber de ti. —Tomó aliento, estremeciéndose al pensar en lo que la cárcel le haría—. De hecho, tal vez debiéramos considerar trasladarnos otra vez a Londres.
—No. Tuve que permanecer en las sombras y observar mientras Martin era enviado a prisión durante el resto de su vida. Murió allí. No voy a abandonar a Sanchez. —Su voz se quebró de nuevo—. No puedo.
—No tendrás que hacerlo. Pero, en estos momentos, tenemos que irnos a casa y esperar la llamada de Tomas.
Ella sacudió la cabeza.
—No. Tengo que investigar algunas cosas. —Abrió la puerta antes de que él pudiera impedírselo y bajó a la acera.
—Paula, por el amor de Dios…
—Te llamaré. Y dame las llaves del SLR o tendré que hacerle un puente.
Como hombre de negocios, había ocasiones en que tenía que reconocer la derrota. Admitió que ésa era una de ellas.
Hurgando en su bolsillo, encontró la llave del Mercedes y se la lanzó a través de la ventanilla bajada.
—Ten cuidado.
—Lo tendré.
Por un instante pensó que él no se marcharía, pero tras dirigirle una última mirada preocupada, se incorporó de nuevo a la carretera con gran estruendo.
Paula caminó tres manzanas hasta el aparcamiento y buscó el SLR. Podría sacar a Sanchez en menos de una hora.
Aquello conllevaría empuñar un arma, algo que nunca había hecho en toda su carrera, pero podría hacerlo. Entrar en la comisaría no supondría problema alguno, ni siquiera para alguien menos diestro que ella. Salir sería más complicado, pero también podría conseguirlo.
La parte de la que no estaba segura, lo único que le hacía dudar, era saber que después tendría que huir. Tendría a Sanchez, sí, pero no tendría a Pedro. Jamás volvería a tenerle de nuevo. Pues aunque él la deseara después de su entrada en prisión, era una persona demasiado pública. La gente siempre sabía dónde se encontraba, y sería arrestada en cuanto tratara de verle otra vez.
—¡Joder! —farfulló, inclinándose para apoyar la frente sobre el volante. Golpeó violentamente la cabeza contra el tenso cuero, sintiendo la aguda punzada de dolor en su magullada frente—. Piensa, Paula. Piensa.
Si Andres le hubiera dado el teléfono de Sanchez a alguien, esto hubiera sido simple. Pero quienquiera que hubiera contactado con su perista, le había encontrado por sus propios medios. Con todo, sólo le había hablado a una persona sobre el posible valor del Giacometti. Tenía que ser Daniel.
Pero ¿por qué había delatado a Sanchez? ¿Era para colocar evidencias por el robo con homicidio? Levantó la cabeza, el hielo taladró su pecho. La casa de Sanchez no contaba precisamente con alta seguridad. En cuanto alguien la encontrara, irrumpir en ella era un juego de niños.
Puso en marcha el Mercedes y se dirigió hacia la parte oeste de la ciudad. Pero se detuvo al doblar la esquina de su calle. Uno, dos, tres coches de policía, con las sirenas encendidas, acordonaban la mitad de la manzana.
—¡Mierda! —Apagó los faros, reculando hasta que pudo doblar hacia la calle transversal.
Había estado tan obsesionada con realizar toda la investigación a su manera que había dejado a Sanchez completamente expuesto y desprotegido. Cualquiera que observara la oficina sabría que trabajaban juntos, y cualquiera que la investigara a ella, al igual que Charles, habría deducido que utilizaba a Sanchez como perista.
Aquello era culpa suya. Todo.
—De acuerdo, venga, enlaza las malditas piezas. —Si Daniel había sido responsable de aquello, entonces sabía que le había hecho daño. Estaría preparado si se enfrentaba a él. Dios, podría incluso haber colocado algo en su yate que pudiera incriminarla. Repasó la mañana en su cabeza.
Había puesto las manos en la botella de vino y en una copa, además de las barandillas, el parabrisas y el amarradero.
Parecía egoísta preocuparse por su propio pellejo mientras Sanchez estaba siendo fichado, fotografiado y sus huellas tomadas, pero tal era la naturaleza del juego. Además, si la policía iba a seguir con ella, tenía que estar preparada.
Y también Pedro. Maldita sea. El tenía una importantísima reunión al día siguiente. Lo último que necesitaba era que Castillo, u otro, le interrumpiera con una orden de registro.
En su mundo, las apariencias lo eran todo. Tres meses atrás, entre los dos habían hecho algo más que arruinar la vida de Ricardo Wallis con evidencias de homicidio y robo, habían arruinado su negocio y su futuro… y su matrimonio.
Lo mejor, más rápido y sencillo para obtener una respuesta seguía siendo Sanchez. Y todo lo que le había dicho a Pedro había sido en serio: no pensaba abandonar a su amigo en prisión un segundo más de lo necesario.
Tomando una profunda bocanada de aire, Pau arrancó el coche. Seguramente Pedro tenía una pistola en la guantera, pero le haría una concesión: primero intentaría hacerlo de modo legal. Salió del aparcamiento y giró a la izquierda, poniendo rumbo a la cárcel.
***
Pedro cambió de dirección a medio camino de casa, y quince minutos más tarde aparcaba en el camino de entrada de Gonzales. Tan sólo tuvo que llamar dos veces a la puerta antes de que Tomas la abriera bruscamente.
—Tranquilízate, ¿quieres, Pedro? —espetó, haciéndose a un lado—. Mateo tiene que estar a las siete de la mañana en el instituto porque tiene un partido fuera de casa.
—Lo siento —dijo, bajando la voz. Maldición. Y pensar que Paula lo acusaba de ser demasiado civilizado—. ¿Qué has averiguado? —Pedro se dirigió hacia las escaleras y al despacho de Tomas.
—Estoy trabajando en ello. Te dije que te fueras a casa y que yo te llamaría,
—Prefiero involucrarme más en ello.
Tomas entró en el despacho después de él y cerró la puerta.
—Eso no resulta demasiado reconfortante. No estoy en mi mejor momento, ¿vale? Es viernes por la noche y, francamente, lo mío es leer y modificar contratos, buscar lagunas fiscales y redactar documentos corporativos… no trabajar para criminales o tratar de hallar un modo de librarles de la cárcel.
Pedro le miró a la cara, la sorpresa atemperó el ardor de sus venas.
—¿Así que eliges este momento para poner en práctica tu rebelión piadosa?
—Ya te lo advertí, Pedro… no me gusta escarbar en la mierda por Chaves. ¿Ahora me pides que la ayude a sacar de la cárcel a su perista, y doce horas antes de la reunión con Kingdom? ¿Qué narices te pasa?
Pedro cerró los ojos por un instante. Tomas y él eran amigos desde hacía más de diez años. Y comprendía lo que el abogado estaba poniendo en tela de juicio, tanto si estaba dispuesto a echarle todas las culpas a Paula como si no.
—Comprendo tus reservas —dijo, manteniendo un tono de voz firme y serena—. Comprendo que eres un tío legal. Dios mío, por eso te contraté. Pero no te pido que mientas por Walter Barstone, o que hagas algo ilegal en su beneficio o en el de otra persona. Te estoy pidiendo que averigües qué está pasando. Eso es todo. Podría hacerlo yo mismo —le interrumpió, retrocediendo hacia Tomas—. Lo haré si no lo haces tú. Ella le quiere, ¿de acuerdo? Considera a Walter como a un padre. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras Pau hace Dios sabe qué para intentar liberarle. Voy a enterarme de qué ocurre, y si eso conlleva emplear parte de mi influencia para ayudarle a obtener la libertad bajo fianza o en su defensa, la utilizaré.
Tomas cruzó los brazos sobre el pecho, sin retroceder.
—¿Tienes idea de lo mucho que podría costarte esto? Y no estoy hablando de cifras en dólares, aunque a la cabeza me vienen ocho millones en un sólo día.
—Lo sé. Y como mi abogado, te pido que cumplas mis órdenes. —Tomó aire—. Y como amigo, te pido que hagas lo que puedas para ayudarme.
—Mierda. ¡Mierda, mierda, mierda! Te dije que esa mujer era un problema. Pero ¿me escuchaste? No, seguiste adelante tal como siempre haces y…
—Antes de que digas otra palabra, puede que quieras considerarlo con detenimiento, Tomas. Tienes que buscar una cantinela diferente. Esa ya está pasada.
Gonzales se hinchó como un pez globo, luego expulsó el aire bruscamente.
—Tengo que hacer cinco llamadas: al jefe de policía del distrito, al detective jefe, al capitán de policía, al fiscal del distrito y al juez William Bryson. Esta vez, le deberás un favor a alguien.
—Puedo vivir con eso.
—De acuerdo. —Tomas asintió—. Vete a casa, Pedro. Voy a ocuparme de averiguar por qué fue arrestado Barstone, y de qué va a acusarle la fiscalía. Te llamaré en cuanto sepa algo. Lo prometo.
Cada fibra de su ser se rebelaba en contra de retirarse sin más a alguna parte y esperar a que otro actuara. Por otro lado, no iba a lograr nada invadiendo la casa de Gonzales y lanzando miradas furibundas.
Pronunciando un improperio en voz baja, pasó junto al abogado y se dirigió escaleras abajo.
—En cuanto sepas algo —repitió.
muy bueno,seguí subiendo!!!
ResponderEliminarEspectaculares los 3 caps!!!!!!!!!! Cada vez más intrigante esta historia.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos!
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