Paula se sentó en una silla metálica tras una mampara de cristel y esperó. Ya habían pasado las horas de visita, pero había pisado cada pie y encandilado cada culo necesario para conseguir asiento en esa silla. Seguramente Castillo estaría cabreado por la licencia con la que iba dando su nombre por ahí pero, en el fondo, era una ladrona… y se apropiaría de lo que fuera preciso, incluyendo el nombre del detective, para conseguir lo que deseaba.
La puerta del fondo de la sala se abrió y salió un sheriff con Sanchez a su lado. La garganta se le constriñó. Todavía vestía ropa de calle, pero el cinturón con presillas era nuevo, así como el juego de esposas que corrían a través de éstas.
El sheriff lo condujo hasta la silla del otro lado de la mampara, luego retrocedió de nuevo hasta la puerta.
—¿Me has delatado? —preguntó Sanchez en voz baja con sus ojos negros clavados en los de ella.
—¿Qué? ¡No! —Las palabras se desgarraron de su garganta—. ¿Cómo puedes pensar eso?
—¿Qué se supone que debo pensar? —le respondió con un siseo—. Me encomiendas un trabajo, la policía me echa la puerta abajo, hay evidencias colocadas en mi maldito armario, ¿cóm… ?
—¡Basta! —comenzó, bajando la voz cuando el policía se movió—. Basta. Primero, se suponía que no debías comprar la escultura; sólo quería saber quién la vendía. Segundo, la…
—No la compré. Acudí a la cita y no apareció nadie. Así que me fui a casa a comerme un sándwich.
—Pero la policía halló la escultura.
—Claro, en mi puto armario.
Le miró fijamente, media docena de posibilidades abarrotaron su cabeza.
—Te han tendido una trampa.
—No jodas. Si no fuiste tú…
—Por supuesto que no fui yo.
Él tomó aire con mayor serenidad.
—No lo creía de verdad, pero estoy muy cabreado en este instante. ¿Qué me dices de tu novio? Sé que no le caigo demasiado bien.
—Vamos, no me hagas reír. Pedro no ha sido.
—Pero sabes quién lo hizo, desembucha.
—Creo que ha sido Daniel Kunz. Conseguir que te acusen alejaría definitivamente las sospechas de él. Y podría ser una advertencia para mí, para que desista.
—Así que no soy más que un chivo expiatorio. Genial. —Se inclinó hacia delante un par de centímetros—. En tal caso, sácame de aquí, Pau.
Podía verlo en sus ojos, detrás de su ira. Se había ocupado de la parte comercial de cada trabajo que habían realizado Martin y ella. Incluso con un sólo año por delito, se enfrentaba a cuarenta años más en prisión. Y él lo sabía y estaba asustado.
—Lo intento —farfulló—, pero pueden retenerte setenta y dos horas.
—No puedo hacerlo,Pau. Por favor, cariño.
Por un segundo pensó en la pistola Glock que tenía en el coche. Podía hacerlo, pero no serviría de nada. Podría incluso ser lo que andaba esperando Daniel, que sacara a Sanchez por la fuerza. Entonces la policía tendría a sus sospechosos.
—Sanchez, se me ocurrirá un plan. Lo prometo. Pero ahora mismo es probable que estés más seguro aquí.
—Gilipolleces.
—Algo sucede, y al menos ahora sé que no vas a acabar con un balazo en el pecho.
Sus ojos se entrecerraron.
—No me dejes aquí, maldita sea. Te dije que debíamos ir a Venecia. Pero no, tenías que quedarte aquí con tu niño bonito y jugar a los detectives. Así que, ayúdame, yo…
Pau se puso en pie, dando un paso atrás. Otro segundo más de aquello y o bien iba a echarse a llorar o bien iba a saltar la mampara y darle un puñetazo.
—Vas a tener que confiar en mí, Sanchez. Lo siento.
El también se levantó, y el sheriff se aproximó al instante.
—Pau…
—Te sacaré en cuanto pueda, Sanchez, pero tienes que confiar en mí. Te quiero.
Cuando regresó a la seguridad del SLR, se echó, en efecto, a llorar. Eso era lo que había conseguido con su inútil intento de reformarse: su única familia en la cárcel. Y ni siquiera habían confirmado los cargos, lo cual le indicaba que todavía intentaban exagerarlos. No le cabía la menor duda de que el lunes uno de ellos sería el del homicidio de Charles Kunz.
Aquello tenía que ser obra de Daniel. Amenazas a sus espaldas, y ofertas de seducción a la cara. De acuerdo, no se enfrentaría a él sin algo que respaldase sus sospechas, pero podía hablar con alguien que conocía.
—Patricia —murmuró, arrancando de nuevo el coche. La ex de Pedro, la ex de Ricardo, Patricia Alfonso–Wallis parecía tener la habilidad de relacionarse con los hombres equivocados. Y las dos debían mantener una pequeña charla.
***
Pedro estaba sentado en el camino de entrada de los Gonzales, con el Bentley apagado. Aquél era el quid del conflicto entre Paula y él. Él había pasado por los canales legales, por todos los canales posibles, mientras que ella estaba en algún lugar, utilizando sus propios métodos de detección. No podía suponer cómo se sentía ella en esos momentos, pero sabía sobradamente bien cómo se sentía él: inútil. Y eso era, simplemente, inadmisible.
Paula no le había contado demasiado, pero a Pedro se le daba bien prestar atención. Walter había sido arrestado con un Giacometti. Y resultaba que había visto uno en el escritorio de Charles cuando había ido para descubrir a Daniel intentado sobar a Paula. Si se enfrentaba a Daniel, por mucho que le encantara darle una paliza de muerte, podría poner en peligro lo que trataba de hacer Paula y lo que Castillo estuviera investigando.Se detuvo, su nada concluyente, aunque sí muy interesante, conversación con Laura Kunz surgió en su cabeza. Cogió su teléfono móvil y llamó de nuevo a Tomas.
—¿Qué? Sé que sigues aún en mi maldita entrada.
—Inmobiliaria Paradise. Quiero todos sus documentos.
—¿Para qué narices los quieres?
—Y todo lo que puedas conseguir sobre los testamentos y las empresas de la familia Kunz —prosiguió Pedro, haciendo caso omiso del comentario—. Los quiero para justo después de la reunión de mañana con Kingdom.
—Después de esto, vas a tener que pagarme una terapia.
—Os pagaré una semana en Cancún para Cata, los niños y tú.
—Trato hecho.
Colgó el teléfono. Resultaba, además, que Laura le había proporcionado otra perspectiva a tener en cuenta. Por lo visto Patricia y Daniel tenían algún tipo de relación. Y Patricia le debía, como mínimo, un favor.
***
—Buenas tardes, ¿con quién desea que le pase?
—Con la huésped Patricia Alfonso–Wallis, si es usted tan amable.
—Un momento.
Al tercer tono, se oyó un movimiento al descolgar el aparato.
—¿Sí? —dijo la voz rasposa de Patricia.
Por lo visto Patty no tenía nada mejor que hacer el viernes por la noche que acostarse temprano, lo que venía a decir que Daniel estaba en otra parte, y que podría haber estado tramando cualquier cosa.
—¿Señorita Alfonso–Wallis? —dijo, arrastrando las palabras—. Al hotel le gustaría invitarle a otra botella de champán.
—Bueno, gracias —dijo Patty con la voz más animada.
—Desde luego. Su habitación es la número 816. Le enviaremos…
—Estoy en la 401 —la interrumpió.
—Ah, sí. Discúlpeme. Las ocho y dieciséis es la hora en que recibimos la petición. Su champán llegará de un momento a otro.
—Gracias.
Pau colgó.
—Lerda —farfulló, dirigiéndose hacia el bar para birlar la botella de champán.
Hecho lo cual, tomó el ascensor hasta el cuarto piso.
Patricia tenía la suite de la planta, extraña elección para alguien que trataba de vivir ajustándose a un presupuesto, pero no conseguía dilucidar el funcionamiento de la mente de la ex. Llamó a la puerta, sosteniendo en alto la botella delante de la mirilla.
—Podría al menos haberla puesto en hielo —dijo Patricia, abriendo la puerta—. Esperaba más de… Ah, eres tú. Fuera de aquí.
—Gracias —respondió Paula, empujando a Patricia al pasar y cerrando la puerta, arrojando después la botella a un sillón—. Tenemos que hablar.
—Estoy ocupada. Largo.
Paula echó un vistazo por la puerta abierta del dormitorio. Tardíamente se le ocurrió que Daniel podría haber estado en la cama con ella y que ése era el motivo por el que Patricia se había acostado temprano, pero sólo un lado de la cama estaba deshecho, y la televisión encendida.
—Ya veo lo ocupados que estáis —repuso—. Jay Leño y tú.
Patricia se arropó con el albornoz bordado del hotel.
—¿Qué es lo que quieres?
—Quiero mantener una pequeña charla sobre Daniel.
—¿Por qué, es que no te basta con Pedro? ¿Tienes que robarme a todos los hombres?
—Perdona, ¿cómo dices? —Paula arqueó una ceja—. Primero, Pedro y tú llevabais tres años divorciados. Segundo, por lo que respecta a Daniel, ¡puaj!
—Le besaste. Y no intentes negarlo, porque te vi.
Genial. No era ésa la conversación que Paula quería mantener, y tampoco tenía tiempo para ella.
—Si quieres ponerte en plan técnico, fue él quien me besó, pero confía en mí, es todo tuyo. Ahora, toma asiento.
Patricia se acercó a la mesita de café a por un cigarrillo.
—No voy a consentir que me des órdenes, y no vamos a tener una charla. Sal de aquí antes de que llame a seguridad.
—Pues llama a seguridad, y yo les preguntaré si pueden verificar dónde estuviste esta tarde, y lo mismo sobre la noche en que fue asesinado Charles Kunz.
—¿Qué? —La piel marfileña de Patricia palideció levemente—. Yo no… Oh, no, no lo harás. No vas a hacérmelo otra vez. Mi vida quedó arruinada, totalmente arruinada, después de que Ricardo fuera a la cárcel. Todavía estoy pagando por ello. No va a…
—Oye, Patty. Ricardo trató de hacerme volar por los aires, y luego me fracturó el cráneo. Deja de tirarte a criminales que intentan hacerme daño a mí y a los míos y yo me alejaré de tu vida.
—Lárgate, Chaves. Estás loca si piensas que Daniel intenta hacer daño a Pedro.
—A Pedro, no. ¿Cuándo viste por última vez a Daniel?
—No voy a responderte a nada. Te estás extralimitando y quiero que te marches.
—Me importa un huevo lo que…
La puerta vibró con la fuerza de un golpe, y ambas mujeres se sobresaltaron.
—¿Ahora, qué? —dijo de modo desdeñoso, encaminándose hacia la puerta.
Pedro entró en la habitación.
—Patricia, tenemos que hablar —espetó, luego vio a Paula y se quedó inmóvil—. ¿Qué haces tú aquí?
Paula se le quedó simplemente mirando durante un momento. Obviamente los dos habían llegado a la misma conclusión, y él había elegido no quedarse en casa a esperar a que otro le informara. Había ido allí porque pensaba que ella podría necesitar ayuda para salvar a Sanchez. Y Pedro tenía mucho más que perder que ella si se dejaba enredar en todo aquel embrollo. Pero eso ya lo sabía.
—Hola —dijo.
—Hola.
—Llamé a Patricia y fingí ser del servicio de habitaciones para enterarme del número de su habitación —comentó Paula, ladeando la cabeza para verle acercarse—. ¿Cómo lo descubriste tú?
—Pregunté en recepción.
—Fanfarrón.
—Aquí les caigo bien —continuó, su expresión se relajó a medida que se aproximaba a ella.
—Obviamente.
—Imagino que estás aquí para hacer algunas preguntas sobre Daniel —dijo, rozándole la mano al pasar por su lado y sentarse en el sillón—. ¿Hay algo interesante?
—Todavía estamos en la etapa de los saludos hostiles. ¿Sabes algo nuevo?
—No. Tomas está en ello. —Tornó la atención hacia su ex—. Y bien, Patricia, ¿dónde está Daniel?
—¿Daniel? —balbució Patricia, encendiéndose el cigarrillo—. No sé de qué me hablas. —Apuntó el extremo encendido en dirección a Paula—. De todos modos, es una maldita embustera.
—No se trata de Pau. Se trata de Daniel. ¿Cuándo le viste por última vez?
—Pedro…
—Siéntate y responde a la pregunta, Patricia. No quiero tener que recurrir a las amenazas. Es indigno.
Por satisfactorio que fuera ver a Pedro liberarse por fin de su ex, sabía que confabularse contra Patricia probablemente haría que ella se sintiera como una mártir perseguida. En cuanto Patty decidiera que lo que le había tocado en suerte era sufrir, jamás obtendrían nada de ella. Y si ella estuviera en el pellejo de Patricia, preferiría ir a la cárcel antes que confesar nuevos errores al ex marido al que todavía no había renunciado.
Se sentó al lado de él.
—Pedro, déjame esto a mí —murmuró mientras Patricia continuaba dirigiéndole comentarios despectivos.
—Es mi ex mujer —replicó—. Yo también estoy involucrado.
—Sé que lo estás. Y que hayas venido aquí… Hablaremos más tarde de eso. Pero a ti no te confesará nada. Puede que a mí sí.
Pedro la miró.
—No me dejes fuera de esto.
Paula le besó en la mejilla. No pudo evitarlo.
—No lo hago. Pero no va a admitir ante ti que se acuesta con Daniel, y lo sabes. Es un asunto de mujeres.
Durante largo rato pensó que no se movería. Pero, finalmente, exhaló una bocanada de aire y se puso en pie.
—Voy a buscar a Castillo —farfulló, asiéndola de los dedos—. Y voy a ver si puedo averiguar dónde está Daniel.
Ella frunció el ceño.
—No quiero que sepa por qué…
—No sabrá por qué lo pregunto. —Pedro le plantó un beso en los labios—. El lunes tenemos un partido de polo, y no estaría de más repasar la estrategia. ¿Lo ves? Todos los días aprendo de ti cosas sobre el subterfugio. —Colocándole las manos sobre los hombros, la retuvo durante un momento—. Ten cuidado, Paula —susurró—. Hablo en serio.
—Lo tendré. —La sincera preocupación en su rostro casi fue demasiado de soportar. ¡Colega! ¿Quién habría pensado que haber estado a punto de volar por los aires con un tipo hacía tres meses se hubiera transformado en eso, en que él se hubiera convertido en algo tan… querido para ella?—. Y siento haberme largado de ese modo. No podía pensar.
Pedro sonrió.
—Márchate siempre que quieras. Tan sólo asegúrate de volver… y de una pieza.
—Hecho.
Patricia se había refugiado en una butaca en el rincón a mirarlos de forma airada. Pau se levantó para cerrar la puerta después de que Pedro saliera, luego miró de nuevo hacia la ex.
—De acuerdo. Así son las cosas: esta noche han arrestado a mi amigo por estar en posesión de un prototipo auténtico de Giacometti.
—¿Un qué? ¿Y por qué esto nos concierne a Daniel y a mí.
—Es una obra de arte. Y la última vez que la vi fue en Coronado House, cuando Daniel me la enseñó y me preguntó cuanto creía que valía.
—Pues tu amigo no debería haberla robado.
Paula apretó los dientes.
—Le tendieron una trampa, y ahora quienquiera que lo hizo se está perdiendo ganar cerca de un millón de dólares por ello.
—¿Un mil… ?
—Pensé que eso podría captar tu atención. Así que, ¿te ha: fijado o has escuchado a Daniel mencionar algo sobre deshacerse de algo?
—No hablamos de arte ni de dinero.
—¿Nada sobre dinero? ¿Sabe él que pretendes mudarte a Palm Beach?
—Pedro me está ayudando con eso —dijo Patricia con tirantez.
—De acuerdo, permite que te pregunte esto: ¿Por qué una persona que podría necesitar dinero dejaría pasar la oportunidad de ganar mucho?
—¿Por qué no te largas?
—Te diré por qué —dijo pausadamente Paula, razonándolo en su propia cabeza al tiempo que lo decía—: porque está concibiendo la posibilidad de ganar mucho más.
—¿Qué?
Tenía sentido. La policía no había dicho nada, pero estaría gustosa de apostar que uno de los rubíes Gugenthal había sido encontrado junto a la escultura Giacometti. Con un solo movimiento, Daniel habría logrado librarse de cualquier sospecha por el robo y el homicidio, y se lo había endosado a otro. Y dado que sin duda tenía el resto de los rubíes, sería libre de venderlos mientras el Estado procesaba a Sanchez por tenerlos y negarse a divulgar su paradero. Y según su mejor información tenían un valor estimado de cerca de tres millones de dólares, por un mínimo porcentaje del coste. Sin pagar impuestos y sin informar de nada, para cualquier propósito recreativo que se le ocurriera. Además tendría la herencia libre de todo gravamen.
Se lo explicó lo mejor que pudo a Patricia, soportando en todo momento los insultos e insinuaciones sin queja alguna.
—Me estás diciendo que Daniel mató a su propio padre —dijo Patty con el tercer cigarrillo en la boca.
—Eso es lo que digo. Y aunque no lo hiciera, sí cometió el robo. Lo que significa que cuando le arresten por ello, y me aseguraré de que así sea, volverás una vez más a ser arrastrada por los periódicos por mantener una relación con un ladrón y presunto asesino.
Por un momento pensó que Patty se había tragado la lengua.
—Esto es culpa tuya —la increpó, finalmente—. No sé cómo, pero es culpa tuya.
—No es culpa mía, pero voy a proporcionarte un modo de ayudarte a salir de esto por ti misma. Si trabajas conmigo, me aseguraré de que la policía sepa que has formado parte de la investigación en todo momento, y de que acudiste a mí con tus sospechas iniciales sobre un viejo amigo de la familia y su adicción a la cocaína.
Patricia dio otra larga calada, exhalando el humo a través de los labios. Luego aplastó la colilla.
—¿Qué tengo que hacer?
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