domingo, 18 de enero de 2015

CAPITULO 103




Sábado, 1:02 a.m.


Pedro estaba sentado en el sofá del dormitorio de su suite, su teléfono móvil y un cuaderno de notas a su lado, mientras cambiaba los canales en la televisión de plasma. 


Cada vez que cambiaba de canal aparecía la hora al pie, y había estado contando cada minuto.


Finalmente, algo después de la una de la madrugada, se abrió la puerta a su espalda y seguidamente se cerró.


—Hola —dijo por encima del hombro.


—No hacía falta que me esperases despierto —dijo Paula, arrojando el bolso sobre la mesa auxiliar y hundiéndose en el sillón junto a él—. Mañana tienes un día importante. Bueno, más bien hoy, quiero decir.


—¿Y enfrentarme a tu punzante sarcasmo cuando hubieras llegado y hubieras tenido que despertarme? —replicó, relajándose al fin cuando ella se acurrucó a su lado y le echó el brazo libre sobre los hombros.


—¿Hay algo nuevo?


—No podemos sacar a Walter de la cárcel hasta el lunes, como muy pronto. Es cuando le llevarán ante el juez y le acusarán formalmente. Es entonces cuando su abogado pedirá la libertad bajo fianza y…


—Fui a verle —le interrumpió.


—¿A Walter? —De pronto parecía que la realidad se hubiera desenfocado. Paula había visitado la comisaría de forma voluntaria dos veces en esa semana—. ¿Averiguaste algo nuevo?


Ella se encogió de hombros, acercándose un poco más a él.


—Tan sólo que está muy asustado por estar allí y que quiere salir ya.


—Lo siento —respondió en voz baja—. Con el fin de semana, pueden retenerle un día más sin presentar…


—Me conozco el procedimiento. —El contorno de sus hombros siguió erguido y tenso. Paula había tenido una larga noche.


—Tomas tiene a Bill Rhodes en el caso. Conseguirá la fianza el lunes.


—¿No crees que tal vez sea demasiado llamativo que uno de los socios de mayor antigüedad de un prestigioso bufete represente a un perista?


Pedro se encogió de hombros.


—Tal vez. Pero puede jugar en nuestro favor. Gonzales, Rhodes & Chritchenson no arriesgaría su reputación por un matón.


—«Un matón» —repitió—. No dejes que Sanchez te oiga decir eso. Herirías sus sentimientos.


—He dicho que no era un matón, cariño.


—Lo sé. Creo que se me ha agriado el sentido del humor.


—Lo que pasa es que estás cansada. ¿Qué te parece si lo solucionamos por la mañana?


—Sanchez dijo que el tipo que concertó la cita nunca apareció, y luego la policía irrumpió en su casa y encontró el Giacometti en el armario de su entrada. ¿Ha descubierto alguna otra cosa Gonzales?


—Sí. —No quería responder, porque eso daría inicio a toda una nueva serie de preguntas, y ambos necesitaban dormir un poco. Asimismo, se daba cuenta de que no iban a ir a ninguna parte hasta que le contara todo lo que sabía—. La policía recibió un chivatazo anónimo de que el tipo que había matado a Charles Kunz había vuelto a entrar a por otra pieza y, además, les proporcionó la localización de Sanchez. Él estaba allí, y ellos encontraron el Giacometti que había mencionado la persona que les llamó, y…


—Y un rubí Gugenthal, ¿no?


El frunció el ceño. Tomas había tardado tres horas en descubrir lo que la policía había incautado durante el arresto.


—Podrías haberme llamado si ya tenías esa información.


—No la tenía.


—Entonces, ¿cómo… ?


—Una corazonada. Y me apuesto algo a que se trata del menos valioso del lote.


—Eso todavía lo desconozco. Puede que Castillo lo sepa. —Apoyó la mejilla en su cabeza—. ¿Y conseguiste algo útil de Patricia?


—Es demasiado pronto para saberlo. Probablemente no debería haberle dado toda la noche para pensar las cosas, pero dudo que le vaya con el cuento a Daniel. Después de Ricardo, no creo que confíe tanto en su preferencia en cuestión de hombres.


Al menos no le había incluido en ese pequeño grupo de villanos.


—¿Y qué es lo que se está pensando exactamente?


—Te pondré al tanto mañana por la tarde.


—Paula…


Con un profundo suspiro se puso en pie, tirando de él para hacer que se levantara.


—A la cama, por favor.


—Todo saldrá bien, lo sabes.


Ella esbozó una leve sonrisa sombría.


—Sé que saldrá bien. Voy a ocuparme de que así sea.


—Vamos a ocuparnos, los dos, de que así sea —la corrigió, ocultando su alarma tras un fuerte abrazo. Si Paula mostraba su lado oscuro, que Dios ayudara a cualquier que le cabreara.


***


La primera parada de Paula de esa mañana fue en Ungaro, donde compró un caro collar de esmeraldas con una antigua montura en oro que se asemejaba mucho a las fotos que había visto de la colección Gugenthal. Luego fue a una tienda de accesorios para adolescentes y compró un gran collar de rubíes falsos. Después de eso, tan sólo precisó de algunas de sus más delicadas herramientas de ladrona para sustituir la esmeralda por el rubí de vidrio.


Era una gran apuesta la que iba a poner en práctica, pero era lo mejor que se le ocurría. Había pasado la mayor parte de su vida confiando en sus instintos, y no iba a cambiar eso sólo porque fuera la vida de Sanchez, y la suya propia, la que estuviera en juego.


Pedro no pareció complacerle en exceso verla ponerse esa mañana un vestido sin mangas con estampado de flores de Valentino, pero habida cuenta de que él mismo había estado ocupado vistiéndose para su reunión con un traje negro de Armani y una corbata azul marino, ninguno había dedicado demasiado tiempo a conversar. Pedro detestaba que le deseara suerte, seguramente por las mismas razones que ella detestaba tal expresión, de modo que se decidió por un simple «Estás para comerte», y se marchó a hacer sus diligencias.


Para la tercera parada condujo hasta el hotel Chesterfiled. 


Le sorprendió que John Leedmont hubiera convenido citarse allí con ella, sobre todo con el resto de la directiva de Kingdom Fittings merodeando por los pasillos. Por otra parte, Leedmont tenía una importante reunión dentro de unas horas, y probablemente no estaba de humor para mantener un pequeño encuentro clandestino en una cafetería.


Leedmont abrió la puerta sólo un par de segundos después de que ella llamara. Estaba nervioso, aunque Paula no estaba segura de si se debía a ella o a que le quedaban dos horas para encontrarse con una ofensiva de Alfonso en toda regla.


—Señorita Chaves —dijo, dando un paso hacia atrás para indicarle que entrara en la habitación—. ¿Pudo encontrar al chantajista?


Ella asintió, entregándole el sobre que contenía la foto y el negativo.


—Aquí tiene.


Leedmont lo abrió, sacando el contenido y examinando los dos artículos.


—¿Tuvo algún problema?


Pau se encogió de hombros, conteniendo el impulso de tocarse la frente magullada, oculta tras un par de centímetros de maquillaje.


—El tipo me destrozó el coche, pero yo le pateé el culo, así que, con todo, yo diría que funcionó.


—¿No me… causará más dificultades?


—No. Tiene montado todo un negocio con ese jueguecito de la cámara indiscreta. Imagino que irá a la cárcel un par de años.


—¿Y mi implicación?


—No es tan cerdo. Usted no está implicado en modo alguno.


—¿No se ha guardado alguna copia de la fotografía para usted?


Paula le brindó una sonrisa, aunque no se sentía particularmente divertida.


—¿Para poder chantajearle a fin de que trabaje con Pedro, quizá? Esto es entre usted y yo. No me he guardado nada, y él no está al corriente. Dios mío, podría incluso no pagarme y seguiría sin decirle nada. —Dejó que su sonrisa se volviera más amplia—. Pero yo no le recomendaría que tomara ese camino.


—Ya lo imaginaba.


Leedmont se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y sacó un cheque, que le entregó a ella. Paula se lo guardó en el bolsillo sin comprobar la cantidad.


—Por cierto —agregó, encaminándose hacia la puerta—. Le creo en lo referente a las circunstancias. El fotógrafo tendió trampas a otros tipos aparte de a usted. Y la señorita prostituta va a pasar unas cuantas largas noches en tensión mientras la policía la busca.


—Gracias.


Abrió la puerta al tiempo que se encogía de hombros.


—Parece usted un buen tipo. Me alegra que acudiera a mí.


—¿Señorita Chaves?


Ella se detuvo a medio salir.


—¿Sí?


El le indicó que pasara de nuevo a la habitación.


—¿Podría hacerle una pregunta personal?


—De acuerdo. Pero no puedo garantizarle una respuesta.


—Me parece justo.


Paula cerró de nuevo la puerta, dejando una mano sobre el pomo. Teniendo tantas cosas de qué ocuparse ese día, no le quedaba tiempo para esto. Por otra parte, intentaba poner en marcha un negocio, y no estaría de más causar buena impresión al primer cliente de pago, aunque aquello no hubiera tenido absolutamente nada que ver con la seguridad del edificio.


Pedro Alfonso —dijo.


—Como ya le he dicho, esto es entre…


—Entre usted y yo. Lo sé. Tan sólo quería pedirle su opinión sobre él.


Profundamente sorprendida, Paula consideró la respuesta.


—Vivo con él, así que debo tener buena opinión de él.


—No me refería a eso.


Ella hizo una mueca.


—De acuerdo. No hay mucha gente en quien confíe, pero confío en Pedro Alfonso. ¿Qué tal eso?


Él asintió.


—Mejor. Gracias una vez más.


—De acuerdo.


Paula volvió al Bentley y salió a hacer su tercera gestión. 


Por fortuna, Patricia ya estaba vestida y la esperaba en el vestíbulo del hotel Breakers.


Paula la observó durante un momento.


—Lo harás —dijo.


—Oh, bien por la perra —replicó Patricia, alargando la mano—. ¿Dónde está?


Pau le entregó el collar.


—Tan sólo recuerda que fue un regalo. No repares en ello.


La ex se lo abrochó al cuello.


—Sé cómo llevar puesta una joya, muchas gracias.


Mirando fijamente con ojo crítico el cuello de Patricia, Paula asintió.


—Parece en orden. ¿Y dónde lo conseguiste?


Con un suspiro de reproche, Patty la siguió hasta el Bentley y recitó:
—Me lo dio Daniel la otra noche durante la cena. Dijo que debería nadar entre rubíes y esmeraldas.


—Cubrirte. Dijo que deberías estar cubierta de rubíes y esmeraldas.


—¿Qué?


—Bañarte en ellos dolería.


—Puta —respondió la ex, dejando que un aparcacoches la ayudara a subir al asiento del pasajero.


—Zorra —contestó Paula, dándole propina al otro aparcacoches y subiendo sin ayuda. Todo eso del aparcacoches no estaba tan mal, pero detestaría depender de que le entregaran su coche mientras intentaba salir por patas.


—Sigo sin comprender de qué va a servir esto —dijo Patricia, jugueteando con el corto dobladillo de su vestido blanco y amarillo de Ralph Lauren.


—Es sencillo. Un almuerzo benéfico sentadas en la misma mesa que Laura Kunz. Te verá llevando el rubí, preguntará de dónde lo has sacado y yo me ocuparé del resto.


—Pero dijiste que Daniel le robó a su padre.


—Seguro que Laura también lo creerá. Quiero ver su reacción.


—Me parece que no sabes nada y que sólo intentas arruinarme la vida otra vez.


—Si estoy equivocada, entonces consigues un bonito collar.


—Ni siquiera es auténtico.


—La montura es de auténtico oro. —Paula mantuvo firmemente bajo control su creciente irritación. Aquello era por Sanchez. Y por ella, aunque no podía evitar pensar que si se hubiera limitado a desistir en su búsqueda del asesino de Charles Kunz, aquel subterfugio no sería necesario.


Al cabo de quince minutos recorrían el camino de acceso restringido de Casa Nobles. Paula le mostró su invitación al guardia de la verja, que en realidad había sido enviada al domicilio de Pedro a nombre de la «Señorita Paula Chaves e invitado». Dios, no era perfecto, pero aquello daba muestras de que en cierta medida había sido aceptada en la sociedad de Palm Beach.


—No puedo creer que asista como invitada tuya —farfulló Patricia cuando llegaron al curvo camino de la entrada.


—Estoy segura de que te habrían invitado si supieran que estás en la ciudad —dijo Paula con dulzura—. Pero de este modo, eres el arma secreta en una investigación por robo y homicidio.


El almuerzo en Casa Noble corría a cargo de la señora Cynthia Landham–Glass, hija del inventor de las máquinas expendedoras o algo similar, y esposa del propietario de la mayor cadena de concesionarios Lexus del país. La propia Cynthia estaba en la entrada recibiendo a todas las invitadas de la lista.


—¡Patricia! —exclamó, dándole a la ex el tradicional saludo de dos besos en las mejillas—. No tenía ni idea de que estuvieras en la ciudad. Celebro que hayas podido asistir.


—Sí, Paula me pidió que la acompañara. Es nueva en esta clase de cosas, de modo que accedí a ser su guía.


Paula sonrió cuando la cara estirada y los labios de botox se volvieron hacia ella.


—Hola. Gracias por invitarme.


—Es un placer, Paula. Pedro Alfonso es muy respetado como filántropo.


—Me ha estado animando a que me implique más en la sociedad local —respondió, adoptando el aire magnánimo de las dos mujeres—. Incluso me ha pedido que trajera su talonario conmigo.


Bueno, en cualquier caso, no había puesto objeciones cuando se lo había birlado del bolsillo. Se lo contaría más tarde.


—Espléndido. SPERM estará encantado de ver lo generosos que son Pedro Alfonso y Paula Chaves.


—¿«SPERM»? —repitió Paula en voz baja mientras seguía a Patricia por la casa.


—¡Paula!


Ella alzó la vista cuando desde el patio y las mesas desplegadas más allá de éste apareció una rubia menuda.
—Catalina —respondió con un sonrisa sincera cuando la mujer de Gonzales la abrazó—. No sabía que estarías aquí.


—Y a mí nadie me dijo que asistirías tú. SPERM es una de mis causas preferidas.


Paula se acercó lentamente.


—¿Y qué demonios significa SPERM?


Catalina Gonzales soltó una risilla.


—Es la Sociedad para la Protección del Entorno y la Región de los Manatíes —recitó—, me gustan porque tienen sentido del humor. Y es una buena causa.


—Acepto lo que dices.


—Hola,Cata —dijo Patricia—. Qué grata sorpresa.


Catalina lanzó una fugaz mirada en dirección a la ex.


—Patricia. Había oído que merodeabas por aquí.


—Yo no merodeo.


—Te escondes, entonces. —Enganchando el brazo de Paula, Catalina la condujo hacia el jardín—. ¿Qué haces tú con ella? —susurró, su limpio rostro bronceado frunció el ceño.


Pedro está al corriente —respondió—. Son negocios.


—Gracias a Dios. Cuando el otro día os vi a las dos juntas, yo…


—Se lo dijiste a Yale, y él le fue con el cuento a Pedro. Gracias por eso, por cierto.


Por molesta que aún estuviera debido a las complicaciones que eso había causado, Paula no podía evitar que Catalina le cayera bien. Así había sido desde que se conocieron. Mejor todavía, resultaba obvio que Catalina detestaba a Patricia. Y al mismo tiempo, por satisfactoria que pudiera ser deshacerse de Patty, Pau la necesitaba.


—Tomas no le oculta nada a Pedro. Y en el fondo, es todo un cotilla. Debería haberte llamado antes a ti, pero estaba tan… sorprendida, que no se me ocurrió.


—No pasa nada. —Paula tomó aire—. Cata, ¿te importaría… sentarte en otra parte? Necesito algo de espacio en torno a Patricia y a mí. No puedo explic…


—Lo que haces no le causará problemas a Pedro, ¿verdad? —preguntó—. Porque no lo permitiría. Sobre todo porque causarle problemas a Pedro supone que se los causarías a Tomas.


—No le causaré problemas a Pedro. Lo juro.


Paula tenía la esperanza de no estar siendo demasiado optimista. Pero cruzar los dedos sería algo demasiado descarado.


Sin volver la vista atrás, Catalina regresó con el grupo de mujeres con quienes había estado conversando. Las invitaciones llevaban números de mesa correspondientes, aunque Paula había borrado el suyo y el de Patricia. Iban a sentarse en la mesa de Laura Kunz. Si Laura no veía el collar, para el caso, bien podría estar en el Taco Bell.


Finalmente divisó a la hija de Charles Kunz, sentada en la mesa número once. Sacó rápidamente una pluma del bolso y garabateó el número correspondiente en la invitación.


—Vamos —dijo por encima del hombro.


Había dado unos pocos pasos antes de darse cuenta de que patricia no la seguía.


—¿Qué sucede? —dijo, volviendo.


—No vine aquí para que me avergüences y humilles —la increpó Patricia con la voz un tanto trémula.


—Yo no te avergüenzo. Pero lo haré si no sigues adelante con esto. Y no sólo porque sales con Daniel. No he olvidado todo ese asuntillo del anillo robado, Patty. Todavía conservo la cinta, así que te tengo en mis manos.


—No hablo de ti. Me refiero a Catalina Gonzales. Era amiga mía. Todas estas mujeres solían pelearse por ser amigas mías. Y ahora te invitan a ti a sus fiestas.


Paula la miró fijamente por un momento.


—En otras circunstancias, podría sentir cierta compasión por ti —dijo finalmente—, pero hoy intento sacar de la cárcel a mi amigo. Tú sólita te enredaste en esto, Patricia.


Patricia dio un fuerte pisotón con su sandalia amarilla.


—Cometí un error. Un estúpido error. Y tú corriste a aprovecharte cuando no tenías derecho. Lo has estropeado todo.


—Pues arréglalo.


Patricia le clavó su furiosa mirada de un intenso azul claro.


—Menuda estupidez.


Paula sonrió ampliamente.


—Para mí tiene lógica. Ayúdame y te concederé el mérito por descubrir a un asesino. Ahí comienza y termina nuestra sociedad.


—Más vale que así sea.


Ya había otras cuatro mujeres sentadas a la mesa, y tres más se dirigían hacia allí. Agarrando a Patricia de la mano, Paula la arrastró hacia sus sillas y se sentaron antes de que nadie pudiera disputarles la posesión de los asientos.


—Señorita Kunz —dijo Paula—. Quería expresarle mis condolencias de nuevo. Me alegro de que no haya renunciado a sus obras de caridad.


—Mi padre era un gran defensor de la fauna y la flora —respondió Laura—. No me había percatado de que en realidad Patricia y tú sois amigas. Qué… interesante.


Pedro me pidió que la introdujera en sociedad —intervino Patricia, adornando la mentira que había comenzado con anterioridad.


A Paula no le parecía mal aquello. Con sólo mirar a las mesas más inmediatas que les rodeaban, reconoció ocupantes de tres casas en las que había robado con el curso de los años. Ya se había codeado antes con ellas, pero únicamente cuando eso le proporcionaba la oportunidad de inspeccionar sus viviendas. Ahora la invitarían gustosamente a entrar, porque los rumores la vinculaban con Pedro Alfonso. Totalmente surrealista.


—Resulta que yo he estado haciendo de guía a Pedro al mismo tiempo —apostilló Laura, dedicando otra sonrisa a Paula—. Es verdaderamente encantador.


—¿Pedro y tú? —interrumpió Patricia.


Por una vez la obsesión de Patricia con su ex marido resultaba útil. Le evitó a Paula tener que hacer la pregunta ella misma. Propinarle o no una paliza a Laura dependería de cómo respondiera a la pregunta.


—Sí. Hemos estado mirando inmuebles.


Paula hizo un movimiento con los hombros, obligándose a relajarse. Una cosa era segura: tanto si se le daba bien estar de cháchara como si no, prefería un buen allanamiento de morada a toda esa falsa cortesía y artificio. Y Pedro le debía una explicación sobre por qué había escogido a Laura como agente inmobiliario, mucho más después de toda la tabarra que le había dado sobre la honestidad y lo que había cuestionado con quién pasaba ella el tiempo.


El resto de la mesa se llenó y dos mujeres mayores quedaron en pie, mirando de una invitada a otra.


—Pensé que ésta era nuestra mesa —dijo una de ellas.


Paula tomó un trago de té helado, lanzó una mirada conmiserativa, y mantuvo la boca cerrada. Finalmente apareció una de las anfitrionas y las condujo hasta dos asientos vacíos en la mesa ocho, donde en principio habían estado asignadas Patricia y ella. Al tiempo que llegaban bandejas con ensaladas de gambas, la señora Cynthia Landham–Glass subió al estrado junto a la piscina y comenzó su discurso acerca de la beneficencia mientras Paula seguía con la atención fija en Laura Kunz. Lo ideal sería que Laura hubiera visto ya el collar y barbotado alguna clase de acusación sobre su hermano, pero parecía absorta en la comida y en parlotear con las damas de todas las mesas de alrededor. Estaba sólidamente afianzada en la sociedad de Palm Beach y, si cabía, la muerte de su padre no había hecho sino ayudarla a ello. Ahora contaba con la carta de la compasión que jugar, y eso, junto con la larga permanencia de su familia, le daría acceso prácticamente a cualquier lugar que deseara.


Al cabo de veinte minutos de ser encantadora, Patricia se inclinó hacia ella.


—No lo ha visto —murmuró, arrastrando el tenedor por entre el pollo capellini.


—Ten paciencia. Lo hará.


—¿Qué se supone que debo hacer, ponerle las tetas en la cara?


—Llegado el caso —respondió Paula—, le pides que te pase el azúcar.


Patricia exhaló.


—Laura, cielo, ¿te importaría pasarme la mantequilla? —pidió. Al parecer, sustituir el azúcar por la mantequilla era su forma de improvisar.


Paula no le quitó los ojos de encima a Laura y vio el momento exacto en que reparaba en el collar de Patricia. Sus ojos verdes se abrieron como platos, luego se entrecerraron. Su siguiente mirada fue para Paula, que bajó la vista a su almuerzo a tiempo de evitar el contacto.


—¿Dónde has conseguido ese collar tan bonito, Patricia? —preguntó Laura.


Patricia extendió mantequilla sobre un trozo de pan.


—¿Esto? Me lo dio Daniel la otra noche, durante la cena sonrió—. Me dijo que debería estar bañada en rubíes y esmeraldas, y que esto no era más que el principio. Tu hermano es muy romántico.


«No estaba mal.» Paula aguardó un segundo, luego se inclinó Para tocar el rubí con los dedos.


—No es más que el principio.


Por un momento Patricia se limitó a regodearse mientras todas las mujeres se inclinaban a fin de contemplar el collar y ofrecerle varios cumplidos.


Laura no lo hizo, pero claro, ella ya sabía de dónde provenía el rubí… o creía saberlo. ¿Cómo sería, se preguntó Paula, darse cuenta de que tu hermano pequeño había asesinado a tu padre? Supuso que podría haber tenido más tacto al dar a conocer sus sospechas, pero por lo que a ella respectaba, nadie de esa casa estaba libre de sospechas.


Observó durante el resto de la comida. Laura charló y aplaudió de bastante buen grado, pero apenas picoteó el pollo cepellini y el postre, y en diversas ocasiones toqueteó el teléfono, que se encontraba a su lado sobre la mesa. 


Deseaba llamar a Daniel, sin duda, aunque Paula no estaba del todo segura de si era para acusar a su hermano de asesinato o de regalar rubíes robados.


El almuerzo se disponía a concluir y Paula extendió un cheque. Cuando volvió a guardar el talonario en el bolso, sacó una nota que había escrito aquella mañana y la deslizó bajo el teléfono móvil de Laura.



El siguiente paso era el más difícil. Ahora tenía que esperar.





No hay comentarios:

Publicar un comentario