lunes, 12 de enero de 2015
CAPITULO 84
Domingo, 11:48 p.m.
Pedro estaba ante la ventana de la biblioteca, con la mirada bajada hacia el iluminado camino de entrada mientras el Bentley ascendía. Se quedó donde estaba, bebiendo coñac, mientras Paula se apeaba del coche y subía animadamente los llanos escalones de mármol, perdiéndose de vista a medida que se acercaba a la puerta principal.
Había dicho que tenía que tratar con un cliente y que llegaría a casa a medianoche. Había llegado doce minutos tarde. Quienquiera que fuera el cliente, al parecer mantenía un intempestivo horario de oficina. Pedro esbozó una lenta sonrisa. La última vez que se había reunido con un cliente, había llegado a casa y le había atado para practicar un sexo increíble capaz de romper una silla. No era que le agradase que estuviera aburrida y frustrada, pero parecía ser su deber ayudarla a superar esas cosas. Y el día que había pasado coordinando reuniones y renovando ofertas no había sido precisamente emocionante.
Tras llenar de nuevo su copa, se dirigió al pasillo y bajó la escalera principal, encontrándose con ella en el segundo descansillo.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó, ofreciéndole un trago.
Ella tomó la copa y tomó un sorbo.
—Aburrido. Siento haberme perdido la cena. ¿Me habéis guardado algo, chicos?
—¿«Chicos»? —repitió—. Imagino que te refieres a Hans y a mí.
—Sois mis chicos —convino, dejando la copa sobre el pasamanos e internándose en el círculo de sus brazos para un largo y profundo beso—. Sabes a chocolate y a coñac —murmuró, frotando la cara contra su pecho.
—Pastel de chocolate. A Hans le afectó mucho que no estuvieras aquí para probarlo recién salido del horno. Y sí, también te hemos guardado carne asada. —Sus brazos la rodearon con lentitud por la cintura, bajando el rostro hasta su ondulado cabello caoba. El paraíso. Pero al mismo tiempo no daba la sensación de que fuera a ser una noche de sexo salvaje—. Vamos arriba —murmuró—. He cogido prestado el bote de la nata montada.
—Mmm, eso engorda mucho.
Aquélla no era la respuesta que Pedro esperaba. La erección que había estado fomentando desde que ella había llegado se atenuó un poco.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy bien. Me he traído algunos formularios para echarles un vistazo. Puedo hacerlo mientras me tomo esa carne asada.
Se zafó suavemente de sus brazos, volvió a coger el coñac y se dispuso a bajar de nuevo. Pedro estudió su relajado y grácil descenso durante un instante mientras apoyaba los codos sobre la barandilla. No parecía una ex ladrona que se había estado ocupando de frustrantes tareas mundanas durante toda la tarde y que necesitara descargar algo de adrenalina.
—¿Con quién te reuniste? —preguntó.
Paula le lanzó una mirada por encima del hombro.
—Con nadie que conozcas. No creo que sea un trabajo. En realidad, es más un ensayo. Subiré dentro de un ratito. —Con eso desapareció en dirección a la cocina.
Pedro ya conocía su rutina. Cuando estaba aburrida y frustrada, quería desahogarse… generalmente con él, desnudo. La mujer que acababa de entrar en la cocina para comer carne asada se mostraba relajada y soñolienta. Ya había tenido su dosis de adrenalina de la noche.
Atormentado por la preocupación, Pedro la siguió. Hans se había acostado ya, pero había dejado un plato cubierto en el horno con unas instrucciones. Detalladas. Resultaba obvio que también el chef conocía muy bien a Paula.
—¿Te importa que te haga compañía? —preguntó Pedro sentándose en la silla de la cocina que había frente a la suya.
Pau empujó la copa de coñac en su dirección, luego se puse en pie para coger un refresco de la nevera de las bebidas.
—Claro. ¿En qué piensas?
—Me parece que es más interesante en qué piensas tú.
Golpeando con los nudillos sobre una carpeta llena de papeles, Paula pasó de largo, cogió un salvamanteles y sacó alegremente su plato del horno.
—En contratar a una recepcionista. Deberías haber visto a algunos de los candidatos. Había un par de tipos, y te juro que uno de ellos es un culturista. Está en lo alto de mi lista.
—Qué divertido. ¿Cómo sabes que no conozco a tu posible cliente? Chaves Security sólo trabaja con los mejores, y ésas sor también las personas que se mueven en mi círculo.
—Engreído.
—¿Quién es, Paula?
Levantó la vista hacia él mientras quitaba la cubierta de papel de aluminio.
—Eres mono cuando sospechas.
Ya estaba bien de sacudir el árbol, aunque, en cualquier caso se le había ocurrido otra idea.
—Estabas escarbando en la vida de Charles Kunz, ¿verdad? Francisco te dijo que te mantendría informada. Déjale la investigación a él.
—Imagino que puedo averiguar más que él y en mucho menos tiempo. Además, me evitará problemas. Quieres que no me meta en líos, ¿no?
—No me parece que merodear en la oscuridad y hablar con tus antiguos colegas sea evitar meterse en líos.
—¿Qué te parece si tú haces las cosas a tu manera y yo las hago a la mía? —Ensartó una judía verde—. Y resolveré este antes de lo que haga la poli. De hecho, te apuesto cien pavos Í que lo resuelvo antes que Castillo.
—No voy a apostar por algo que podría lastimarte.
—¡Ja! —replicó, tomando otro bocado y alentando claramente la discusión—. No apuestas porque sabes que tengo razón. Mi método contra el de la poli. —Tragando, le brindó una sombría sonrisa—. Vamos, Pedro. Apuesta conmigo. Respalda esa vehemencia con tu cartera repleta de pasta.
No cabía la menor duda de que Pau iba a indagar en la muerte de Kunz tanto si él lo quería como si no. Por consiguiente, si podía aprovechar esta oportunidad para demostrarle que su nefasta vida no podía reportarle resultados mejores o con mayor celeridad que los de la policía, merecería la pena. Quería que siguiera por el buen camino, aunque no fuera más que porque de no hacerlo, la estela de robos que había dejado tras de sí con el tiempo acabaría por alcanzarla. Aquello podría arruinarle, pero no estaba precisamente preocupado por sí mismo. Además, su parte mercenaria no podía evitar pensar que podía demostrarle a Pau que estaba equivocada, podría utilizar eso para apartarla más de su antigua vida y sumergirla en la de él.
—Acepto —dijo de forma concisa, ofreciéndole la mano—. Cien dólares a que Castillo y el trabajo policial legal resolverán este caso y hallarán al asesino antes de que puedas hacerlo tú.
Ella dejó el tenedor y le asió los dedos.
—Hecho, inglés.
Castillo tenía que trabajar deprisa, porque si había algo que Pedro sabía, era que Paula odiaba perder… y que no era algo que hiciera con frecuencia. Pero él tenía sus propios contactos, y siempre y cuando fuera legal, no veía por qué no podía echarle una mano al Departamento de Policía de Palm Beach. Ya se sabe, responsabilidad civil y todas esas cosas. Paula perdería, y él ganaría… lo cual, en lo que a él respectaba, sería lo mejor para ambos.
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buenísimo,seguí subiendo!!!
ResponderEliminarGeniales los 3 caps Carme. Qué tarada esa Patricia.
ResponderEliminarCreo q Patty la va a joder con el anillo... Paula es terca como una mula y Pedro solo quiere que no se meta en líos... Buenísima la nove, quiero más caps jajajaja
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! coincido con Gloria, no tendría que haberse quedado con el anilllo! Patty no es de confiar! Pobre Pedro...
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