domingo, 11 de enero de 2015
CAPITULO 79
Cuando Tomas cruzó de nuevo la puerta, Pedro se puso en pie con demasiada brusquedad. No tenía intención de dejar que un mal comienzo echara por tierra su mejor oportunidad de reformarse… y de continuar siendo honrada.
—¿Qué tienes?
—La hija de Kunz lo encontró en el suelo de su despacho con un agujero de bala en el pecho. Llamó a la policía y ésta sigue peinando el lugar. Está claro que ha desaparecido un montón de pasta, y un juego de joyas de rubíes… y todo cuanto tenía en la caja fuerte de su despacho. Y creen que alguna obra de arte.
Pedro no pudo evitar lanzar una mirada a Paula. Aparte del agujero de bala, aquello se asemejaba a algo que ella pudiera haber llevado a cabo en su vida anterior.
—¿Tenía algún maldito sistema de alarma? —preguntó, descubriendo que estaba al menos tan enfadado con Kunz como con su asesino. El hombre podría haber tomado algunas medidas para proteger su propiedad y su persona.
—Sí —respondió Paula..
Tomas asintió igualmente.
—Los samaritanos se están lanzando al cuello los unos a los otros afirmando que la alarma posiblemente no debía de estar activada. Yo no esperaría que dijeran nada diferente. «Mierda, no funcionó» seguramente no resultaría beneficioso para su negocio. —Volvió a posar la mirada en Paula—. Puede que también tú quieras tener eso presente.
Ella entrecerró sus ojos verdes.
—Hum, con un consejo como ése, no es de extrañar que tengas tanto éxito. Gracias, Yale.
—Al menos mi primer cliente no fue asesinado —replicó, señalando a Pedro.
—Lo cual es gracias a Paula —señaló Pedro—, teniendo en cuenta que me salvó la vida. Y Kunz no firmó ningún acuerdo con ella, de modo que no es, no era, su primer cliente.
—Sí, lo era —interrumpió Paula—. ¡Bien por nosotros!, me alegra que Pedro siga respirando, pero…
—Gracias —dijo secamente el aludido, sin tomarse de modo personal su sarcasmo.
—Pero ¿podemos ser un poco más constructivos? ¿Tiene algún sospechoso la policía?
Tomas se aclaró la garganta.
—Mi hombre dice que continúan tomando declaración a la familia y al personal. Pero ¿por qué habría de preocuparnos? El tipo está muerto, pero has dicho que no existe ningún documento que vincule a Chaves con él. Está limpia —hizo una pausa—. ¿No es así?
—Sí, está limpia. —Pedro jamás admitiría que había estado preocupado por un solo instante—. Es por curiosidad —prosiguió—. Me estoy refiriendo a que el día después de interesarse por aumentar la seguridad, aparece muerto. Es un poco extraño, ¿no te parece?
—¿Quieres que yo les pase dicha información a la policía en tu lugar? —preguntó Tomas, situándose de nuevo tras su escritorio.
Paula sacudió la cabeza.
—Su secretaria sabe que contactó conmigo. Nos concertó una cita, y me envió las invitaciones para el baile del club Everglades.
—Entonces, la policía se pondrá en contacto contigo si es necesario —respondió el abogado, encogiéndose de hombros—. ¿Hay algo más que quieras que haga?
—No. —Paula hizo una mueca—. Supongo que debo darte las gracias.
—Claro, no te pongas sensiblera. —Tomas tendió la mano para estrechar la de Pedro, pero se conformó con dirigir a Paula una inclinación de cabeza. Era evidente que el abogado recordaba aún el día en que se conocieron, cuando le arrojó a la piscina de Solano Dorado después de que la agarrara del brazo con demasiado énfasis.
Ella no se demoró en salir por la puerta y dirigirse hacia el ascensor con un alivio que ni siquiera sus considerables habilidades pudieron disimular. El único lugar que parecía más reticente a visitar que el despacho de un abogado era una comisaría de policía.
—¿Sirve de algo? —preguntó Pedro cuando se cerraron las puertas del ascensor.
—Supongo que sí. —Le sostuvo la mirada durante largo rato—. ¿Alguna vez has tenido la sensación de que, a pesar de que todo parezca perfecto, todo está a punto de irse a la mierda?
—A menudo —respondió, recordando que todavía no le había hablado de su consentimiento en ayudar a Patricia. Si se enteraba antes de que él pudiera confesar, el delgado lazo de confianza entre ellos bien podría quedar deshecho.
Lentamente alargó el brazo para tocarle la mejilla, continuando la caricia con un suave beso. Podría soportar un sinfín de cosas, pero no eso. —¿Preparada para el primer ataque? Paula cerró los ojos por un instante mientras respiraba hondo.
—Muy bien. Dispara.
Durante un solo momento consideró qué quería contarle primero: que Patricia deseaba mudarse a Palm Beach, o que le había pedido ayuda para hacerlo.
—Patricia se está divorciando de Rizardo —comenzó,
decidiendo empezar con la menos explosiva de las noticias y seguir desde ahí.
Ella asimiló aquello durante uno o dos segundos. —Eso es bueno. Entonces, es verdad que ignoraba que Ricardo te estaba robando.
—Eso ya lo pensabas antes.
—Lo sé, pero esto lo demuestra. Tiene ciertos principios morales, después de todo.
Pedro resopló.
—No los suficientes como para impedirle tirarse a Ricardomientras estaba casada conmigo, pero los suficientes como para distanciarse de él en cuanto fue arrestado.
—Yo no dije que tuviera claras sus prioridades —respondió Paula, saliendo primero del ascensor cuando se abrieron las puertas—. Pero, si piensas en ello, es probable que Ricardo se haya vuelto realmente impopular. No quiere que la echen de su círculo social de amistades… ¿Cómo lo llamaste, la pandilla de Patty?
—Ese término no es para el consumo público. Y hablando de la posible exclusión de Patricia —dijo, lanzando una mirada a su perfil y preguntándose cómo iba a tomarse aquello—, quiere establecerse en otro lugar que no sea Londres.
Paula se detuvo, sus recelosos ojos verdes chispeaban cuando se dio la vuelta para mirarle.
—¿En dónde? —preguntó sin más.
—Está pensando en…
—Aquí —le interrumpió, cruzando los brazos sobre sus erguidos pechos—. En Palm Beach.
Ya no tenía sentido suavizarlo.
—Sí, aquí. En Palm Beach.
—Quiere que vuelvas. —Le sostuvo la mirada una media docena de segundos antes de apartarla, acelerando el paso por el vestíbulo y saliendo al cálido aire de enero en la parte oriental de Florida.
Pedro la siguió, una docena de negativas y refutaciones luchaban por ganar la posición.
—No es así.
—Oh, buena respuesta. Demuéstralo.
—Necesita a alguien que se ocupe de los trámites y soy el único que se le ocurrió para hacerlo. Yo paso tiempo aquí. De ahí, Palm Beach.
—Necesita…
—Y —la interrumpió, excitado por la discusión—… y se siente cómoda entre el tipo de sociedad de aquí. Una docena de su pandilla de amigas posee casa de invierno en la zona. No me la imagino mudándose a Dirt, Nebraska. ¿Y tú?
Paula se subió al Bentley estacionado en la acera y por un momento dudó antes de abrirle la puerta del pasajero.
—No, pero sí me la imagino en París, Venecia, Milán o Nueva York —repuso—. Pero, como has dicho, tú estás justamente aquí. Y, eh, don Desmentido, si su pandilla está en la ciudad, ¿por qué te recluta a ti para que te ocupes?
Pedro apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta antes de que se apartara bruscamente del bordillo.
—Estás celosa.
—Eres un gilipollas.
—Brillante respuesta, Paula. Me has intimidado. ¿Adonde vamos?
—De vuelta a Solano Dorado. Necesito pensar. —Cambió de marcha cuando dejaron Worth Avenue, volando a lo largo de la playa a velocidad de vértigo—. ¡Por Dios, Pedro, qué ciego estás! —Estalló al fin—. Viene aquí a jugar a la damisela en apuros y tú te lo tragas todo.
—Ella no…
—«Oh, Pedro, necesito tu ayuda» —la imitó, simulando sorprendentemente bien el suave y refinado acento británico de Patricia, mucho más teniendo en cuenta que ambas mujeres apenas habían intercambiado un total de cinco palabras—. «He abandonado a Ricardo y deseo tanto comenzar de nuevo, pero no sé cómo hacerlo sola. Eres tan grande y fuerte, y tienes tanto éxito, ¿es que no estás dispuesto a ayudarme?» —Paula le miró de reojo—. ¿Fue algo parecido? «¡Dios santo!»
—Tal vez —dijo con evasivas—. Pero…
—¿Lo ves? Quiere que vuelvas con ella.
—Bueno, no puede tenerme. Ya estoy ocupado. Pero me pidió ayuda y soy en parte el motivo de que se encuentre en esta tesitura.
—No, fue ella misma la que se abrió de piernas y después tú diste el siguiente paso.
—Aun así…
—No puedes resistirte a ponerte tu brillante armadura, ¿verdad? —dijo con más calma, exhalando—. Y si yo lo sé, también ella lo sabe.
—Francamente, Paula, me parece que esto tiene más que ver con que Patricia está desvalida que con que esté actuado para obtener mi ayuda. Dudo que pueda encontrar un supermercado ella sola, mucho menos el pasillo de la pasta de dientes.
—Pero no es pasta de dientes lo que busca.
Cuando se detuvieron en un semáforo, Pedro se acercó y tomó el rostro de Paula en su mano, besando apasionadamente su sorprendida boca.
—No te preocupes por esto. No tendrás que tratar con ella.
—Puede que yo no, pero tú sí. Y ten presente que tiene una página web de abonados donde da consejos sobre cómo evitar que te jodan en un divorcio.
—¿De veras?
—Sí. Interesante información. En serio, tienes que pasar más tiempo navegando por la red.
—Mierda. —Antes de que Paula pudiera concluir su expresión arrogante con más comentarios, tomó aliento—. Me ocuparé de que cerrar la página sea una condición para obtener mi ayuda.
—Estupendo. De todos modos, no necesitará la página, porque estará ocupada jodiéndote en persona.
—Nadie me jode, Paula. Jamás.
—Todavía, chico listo. Todavía.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario