—¿Y qué te parece esto? —gritó Sanchez con voz amortiguada.
—Sanchez, no pasa nada. Deja de enredar. —Paula dejó escapar el aliento, despeinándose el flequillo—. Me da lo mismo qué emisora esté sonando. Lo que quiero es saber de dónde proviene este fax y por qué está etiquetado como «propiedad de Dumbar Asociados».
Su ex perista salió del armario de los trastos.
—Una emisora de radio es cuestión de ambientación, nena. ¿Cómo vas a pillar ricos clientes conservadores cuando tienes a Puff Diddy aporreando en el sistema de sonido?
Con el gesto torcido,Pau se concentró en hojear los planos de la casa de Charles Kunz. Sin duda alguna merecía la pena conservar aún algunos de sus antiguos contactos. Si hubiera atravesado la ciudad para conseguir los planos, hubiera tardado seis semanas.
—Eres un gilipollas, Sanchez. ¿De dónde sacaste… ?
—Vamos, reconócelo. Necesitas una agradable emisora clásica. Relajante, elegante y…
—Y anticuada. No voy marcharme de la oficina al final de la jornada con el pelo gris y engullendo Geritol. Además, es una emisora comercial —replicó, decidiendo que casi prefería que tratara de convencerla para que realizara la trastada de Venecia—. ¿Y si alguna otra firma de seguridad comienza a anunciarse en nuestro sistema de sonido?
—Sólo observa. Tú…
—La máquina de fax, Walter —le interrumpió de nuevo, frotándose la sien.
Él se dejó caer pesadamente en la silla plegable frente a la de ella.
—No me grites porque ser honrado no sea todo miel sobre hojuelas, cielo.
—¿Tengo que buscar a Dunbar Asociados y hacerles una visita?
—No si estuviéramos en Venecia.
—Sanchez…
—Está bien. No existe Dunbar Asociados. Fueron a la quiebra. Big Bill Talmidge ha estado guardando parte de su mobiliario de oficina y se ofreció a llegar a un acuerdo conmigo.
Big Bill Talmidge era un perista con un gusto mucho menos refinado que el de Sanchez, pero tenía un negocio adicional de empeños medio honrado.
—Júrame que no es robado.
—No es robado. ¡Por Dios! ¿Cuándo te has vuelto tan escrupulosa?
—Ni se te ocurra preguntarme eso, colega.
Él se quedó sentado durante un momento, y Pau pudo sentir su mirada taladrándole la parte superior de la cabeza.
Cambiando de posición, pasó a la siguiente hoja del plano: los esquemas electrónicos de la propiedad de Kunz, Coronado House. Sabía exactamente cómo entrar, lo que le proporcionaba una buena idea de dónde comenzar a reforzar la seguridad. Al igual que la mayoría de las residencias, una vez que alguien entraba, era un bufé libre a excepción de la caja fuerte y los cuadros de las paredes que estaban conectados a la alarma.
Cambiando de posición, pasó a la siguiente hoja del plano: los esquemas electrónicos de la propiedad de Kunz, Coronado House. Sabía exactamente cómo entrar, lo que le proporcionaba una buena idea de dónde comenzar a reforzar la seguridad. Al igual que la mayoría de las residencias, una vez que alguien entraba, era un bufé libre a excepción de la caja fuerte y los cuadros de las paredes que estaban conectados a la alarma.
«Sí, cualquiera podría colarse y manosear tus cosas.» Pau dio con la frente en la superficie de su escritorio. La maldita Patricia estaba toqueteando aquello que ella más apreciaba en ese preciso momento. Estaba comiendo una de las creaciones de Hans y, probablemente, amenizando a Pedro con alguna trágica historia ideada para recuperar su corazón. Y allí estaba ella, dilucidando el modo de proteger las posesiones de un hombre sin hacer uso de sirenas y torretas armadas.
Y cuando Pedro decidiera hablarle de aquella mañana, ella, naturalmente, se mostraría como la amiga comprensiva y confidente que sólo quería que él fuera feliz. «¡Mierda!»
—Tal vez deberíamos hacer un descanso —sugirió al fin Sanchez en medio del silencio—. Ir a tomar un sándwich o alguna cosa.
Ella se puso en pie como un rayo.
—¿Qué, es mi primer día en mi maldita oficina, y piensas que no puedo con ello?
Sanchez alzó las manos a modo de rendición.
—Eres tú quien parece que vaya a explotar. No yo.
—No voy a explo… —Sus palabras se fueron apagando, la tenue voz del locutor finalmente hicieron mella—. ¿Has oído eso?
—¿Que si he oído el qué?
—Cambia la emisora a las noticias. He escuchado el nombre de Kunz.
—Estás siendo paranoica —dijo, aunque se levantó y se dirigió de nuevo al armario de servicio.
—Ahí, déjalo ahí —gritó un momento después.
… el millonario Charles Kunz, residente de toda la vida de Palm Beach. Kunz tenía sesenta y dos años, y deja un hijo, Daniel, y una hija, Laura. La muerte ha sido dictaminada como homicidio relacionado con un posible allanamiento y robo, y la policía está investigando. Y en cuanto al tráfico local, vamos a…
—¡Dios mío! —farfulló Pau, hundiéndose de nuevo en su silla. El aire abandonó súbitamente sus pulmones, como si le hubieran dado un golpe en el pecho. ¡Dios! Llevaba cuatro días en Florida y ya comenzaban a morir personas de su entorno otra vez. Personas que le agradaban.
—¿Hay alguien? —Llegó la voz de Pedro proveniente del mostrador de recepción.
Ella alzó la mirada y vio a Sanchez, con el rostro sombrío, en la entrada.
—Aquí —gritó, todavía con la vista fija en ella.
—Espero no extralimitarme, pero deberías tener una campanilla para que tocaran los clientes en caso de que no haya nadie en recepción —comentó Pedro, su voz se iba haciendo más próxima hasta que apareció a un lado de Sanchez. Se detuvo, paseando la mirada entre Sanchez y ella—. ¿Qué sucede?
—Acabo de escuchar algo en las noticias —dijo pausada y reticentemente—. Charles Kunz está muerto.
Por su mirada pasaron un millar de cosas.
—¿Qué? —Se aproximó, pasando por encima de la pila de libros sobre sistemas electrónicos de seguridad que había estado recopilando para detenerse a su lado junto al escritorio—. Cuéntame qué sabes.
Paula tomó aliento, tratando de recomponer sus pensamientos.
—No mucho. Posible allanamiento y homicidio. Lo han dicho en las no…
—Vamos —dijo, haciéndola ponerse en pie—. Tomas está en su despacho. Puede llamar al Departamento de Policía y averiguaremos lo que ha sucedido exactamente.
Asintiendo, se levantó.
—Yo no…
—No es culpa tuya, sucediese lo que sucediera —dijo con gravedad, remolcándola hacia la parte delantera de la oficina.
—Lo sé. Pero él quería mi ayuda. Desesperadamente. Dios mío,Pedro, ¿crees que sabía que algo ocurriría?
—¿Una premonición? Yo no creo en esas cosas, y tampoco tú.
—Creíste todo aquello de que alguien andaba sobre mi tumba.
—Creo en tu instinto —respondió—. Y ésta es una desafortunada coincidencia.
—¿Cómo… ?
—No te pidió ayuda, Paula —la interrumpió mientras entraban en el ascensor—. Quería que le presentaras una propuesta comercial, tras lo cual hubiera decidido si contratarte o no.
No, no era eso lo que le había parecido. Precisamente, Charles Kunz le había pedido su ayuda.
—Tal vez podría pensar que no se trataba más que de negocios, si ahora no estuviera muerto.
—Estás exagerando —dijo de plano—. Si Charles hubiera estado realmente preocupado por su seguridad, debería haber llamado a la policía, y hace meses que debería haber contratado a otra firma de seguridad.
Pedro siempre comprendía bien la lógica.
—Si todo lo tienes tan bien atado, ¿por qué vamos a ver a Gonzales?
—Para demostrar lo que digo.
Entraron en el frío vestíbulo de cromo y cristal del edificio de Gonzales y subieron al último piso en uno de la media docena de ascensores. Pedro la estaba manipulando, igual que manejaba cualquier situación comercial. Por lo general, a Pau aquello no le gustaba, pero, sólo por esta vez, era prácticamente un alivio que alguien se ocupara de pensar.
Tenía la cabeza en otra parte, sobre todo en la última parte de su conversación con Kunz, en donde a éste se le adivinaba la intención de pedirle algo más.
Tenía la cabeza en otra parte, sobre todo en la última parte de su conversación con Kunz, en donde a éste se le adivinaba la intención de pedirle algo más.
Había estado considerando seriamente contratar un guardaespaldas, y ella le había convencido con bastante facilidad para que hablara con el Departamento de Policía.
Debería haberle buscado después de la cena y cerciorarse de que no corría un peligro inminente. En vez de eso, había concertado una cita y pasado el resto de la velada tratando de apartar a Pedro de sus agrios pensamientos en relación con Patricia. Puede que fuera eso lo que harían las novias, pero estar con Pedro no significaba que debiera empezar a ignorar su instinto. ¡Maldita sea!
—¡Señor Alfonso! —exclamó la recepcionista, sentada tras una enorme placa dorada con el nombre de la firma grabada en ella—. No le esperábamos esta mañana. Aguarde un momento e informaré al señor Gonzales de que está aquí.
Agradecida por la distracción pasajera, Pau tomó aliento.
Las hipótesis la volvían loca. Necesitaba la realidad por un instante. Y en esa realidad, estaba intentado comenzar un negocio. Escrutó a Judy, tal y como la proclamaba su tarjeta de identificación. Vestido y maquillaje recatados; expresión plácida y afable; eficiente pulsando las teclas telefónicas y conociendo los nombres de los clientes, y poseedora de esa voz suave y profesional que se les exigía a las recepcionistas de clase alta. De modo que eso era lo que se suponía que debía contratar. «Mmm.» Apostaría algo a que los posibles clientes del bufete de abogados no aparecían muertos. Por lo visto, eso era obra suya.
Las hipótesis la volvían loca. Necesitaba la realidad por un instante. Y en esa realidad, estaba intentado comenzar un negocio. Escrutó a Judy, tal y como la proclamaba su tarjeta de identificación. Vestido y maquillaje recatados; expresión plácida y afable; eficiente pulsando las teclas telefónicas y conociendo los nombres de los clientes, y poseedora de esa voz suave y profesional que se les exigía a las recepcionistas de clase alta. De modo que eso era lo que se suponía que debía contratar. «Mmm.» Apostaría algo a que los posibles clientes del bufete de abogados no aparecían muertos. Por lo visto, eso era obra suya.
—¡Pedro! —Tomas Gonzales, alto y desgarbado rubio tejano, entró en el vestíbulo de recepción. Sonriendo ampliamente, el abogado agarró la mano de Pedro y la estrechó con entusiasmo—. Gracias a Dios que estás aquí. Casi tuve que asistir a la reunión financiera mensual.
—Celebro ser útil. —Pedro se hizo a un lado y señaló a Pau—. ¿Te acuerdas de Paula?
La mirada que Gonzales le dirigió era cómica y furiosa en igual medida.
—¿Todavía no te han arrestado, Chaves?
—Aún no. También tú sigues sin tener un trabajo de verdad, ¿eh, Yale?
—Tomas, ¿dispones de unos minutos? —intercedió Pedro.
—Claro. ¿Qué es lo que ha hecho esta vez?
Mientras los conducía a las entrañas del bufete, Pau le sacó la lengua. Odiaba a los abogados por norma general, y le ponía de mala leche que, en el fondo, respetara a aquel abogado en cuestión.
A medida que pasaban por delante de cubículos y elegantes despachos, Pau se percató de que todos los empleados parecían saber quién era Pedro, y que asimismo Pedro conocía todos sus nombres. Aquello no le sorprendía en absoluto… probablemente Pedro los consideraba empleados suyos, y siempre estaba al tanto de quién trabajaba para él. «Detalles», siempre decía él. «Todo estaba en los detalles.» También era ésa su filosofía… aunque sus detalles se referían más bien a la longitud del corredor y a la combinación de la caja fuerte.
El despacho de Gonzales estaba situado en el rincón del edificio. De modo que su oficina daba a la de ella. Aquello era para partirse el culo… o lo habría sido si hubiera logrado sacarse de la cabeza la imagen de Charles Kunz, su vaso de vodka medio vacío y su serena mirada de preocupación.
—He oído que tienes un despacho propio —dijo Gonzales, dirigiéndole un vistazo al tiempo que tomaba asiento tras su escritorio—. Pedro dice que tendré que preguntarte dónde está.
Ella meneó el pulgar hacia la ventana más próxima.
—Allí.
—¿Al norte de Worth? Es una buena ubicación.
—No. Allí. En ese edificio. —Se acercó a la ventana—. ¿Ves la ventana con las persianas subidas? Es la mía.
No se quedó boquiabierto, precisamente, pero la expresión estupefacta de su semblante fue bastante sencilla de interpretar.
—No me jodas.
—Pásate a tomarte un café —le invitó—. Pero tendrás que traerlo tú. Todavía no tenemos cafetera. Ni tazas. No traigas desechables. Son una horterada.
—¿Tenemos? —repitió, mirando a Pedro—. ¿Vosotros dos?
Pedro se aclaró la garganta.
—Paula y Walter Barstone.
Las cejas de Gonzales salieron disparadas hasta la raíz de su rubio cabello.
—¿Aquel perista?
Paula acertó a sonreír. Esto era demasiado bueno como para hacer caso omiso, fueran cuales fuesen las circunstancias.
—Ex perista. Ahora somos socios. —Se preguntó si él sabía quiénes eran Dumbar Asociados, pero ¡joder!, no era más que una máquina de fax.
—¡Estupendo! —El abogado echó un nuevo vistazo a la ventana de su despacho—. Qué espanto.
—Gracias.
—No estamos aquí por eso —intervino Pedro. Pau se alegraba de que hubiera sacado el tema; viniendo de ella, se hubiera asemejado demasiado a pedir un favor, y si había algo que no quería, era estar en deuda con un maldito abogado. Paula tomó aliento y se sentó en una de las sillas de suave piel de la oficina. Estupendo. Le diría a Sanchez que le gustaba el cuero.
—Si la idea no era provocarme un aneurisma, ¿qué es lo que sucede?
Pedro se sentó junto a ella, tomándole la mano en la suya.
Posesión, implicación, tuviera el significado que tuviese aquello, en ese instante le era indiferente.
Posesión, implicación, tuviera el significado que tuviese aquello, en ese instante le era indiferente.
—¿Te has enterado de las noticias de Charles Kunz?
Gonzales asintió.
—Uno de mis abogados criminalistas estaba en comisaría cuando recibieron el aviso por radio.
—¿Se enteró de algo interesante?
La mirada del abogado se desplazó de Pedro a Paula, su expresión divertida se profundizó en sospecha.
—¿Porqué?
—Curiosidad —respondió Pedro.
—No, no, no. Es más que eso. Lo siento. Chaves tiene algo que ver en ello. ¿Qué? Como abogado tuyo que soy, debes avisarme cuando…
—¡Yo no tengo nada que ver! —protestó Paula—. ¡Dios, mira que eres paranoico!
—Lo que tengo es experiencia —remarcó Gonzales—. Ésa es la diferencia. ¿Y bien? ¿A qué se debe tu interés por Kunz?
Pau hubiera respondido, pero desistió cuando Pedro le apretó la mano con mayor fuerza.
—Ayer le solicitó a Paula asesoramiento sobre su sistema de seguridad —le informó—. Antes de hablar de esto con alguien, preferiría contar con algunos detalles más acerca de su muerte.
—Estupendo. —Gonzales se puso en pie de nuevo—. Espera aquí un minuto. Iré a hacer algunas llamadas y veré lo que puedo averiguar.
Después de que se cerrara la puerta, Paula se soltó de la mano de Pedro y se levantó para pasearse de un lado a otro de la ventana.
—¿Por qué tengo la sensación de que podría haber hecho esas llamadas desde aquí?
—Está tratando de distanciarme, de distanciarnos a ambos, de cualquier pregunta.
—¿Qué, es que tiene un vídeo teléfono espía aquí para que sus informadores puedan vernos? Lo que quiere es que yo no escuche lo que sucede.
Pedro no pareció en absoluto perturbado por la espantada de Gonzales.
—Es más probable que no quiera que critiques sus métodos de recabar información, amor.
Ella se tomó un momento para asimilar aquello.
—¿Quieres decir que le pongo nervioso?
—Me parece que si quisieras, podrías poner nerviosa a mucha gente. Eres muy inteligente, ¿sabes?
—Claro, para tratarse de una niña que en total ha asistido unos dos años a la escuela y que ha viajado mucho.
Él le dedicó aquella cálida y encantadora sonrisa que le hacía desear cubrirle de besos y murmurar toda clase de sensiblerías.
—No, para tratarse de cualquiera. Pero no le cuentes a Tomas que lo he dicho.
Profundamente halagada, Paula le sonrió.
—Sí, él se gastó una pasta en ir a Yale.
Pedro se rió entre dientes.
—En realidad, Tomas fue becado.
—Mierda. Muy bien, se ha ganado un punto a su favor.
Al menos había logrado distraerla durante un rato, pensó.
Su primer cliente oficial, y Kunz tenía que aparecer muerto.
Desde luego que lo sucedido a Charles no era culpa de ella, pero Pedro no pudo remediar reparar en la rectitud de su espalda y en la tensión que recorría sus hombros. Kunz la había impresionado, y ella hubiera realizado un trabajo excelente para él. Una vez que el informe de Tomas aclarara los detalles, podría deshacerse de la persistente sensación de que ella se estaba tomando todo aquello de un modo demasiado personal.
Buenísimos los capítulos!!!
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