viernes, 9 de enero de 2015
CAPITULO 75
El evento en el club Everglades era una fiesta de beneficencia que se componía de cena, baile y copas, un acto anual que marcaba el inicio de la temporada invernal de Palm Beach. Dado que Pedro raramente se encontraba en la ciudad en tan tempranas fechas, jamás antes había asistido. De hecho, no le agradaban particularmente las anticuadas restricciones de afiliación y nunca había solicitado unirse al exclusivo club Everglades. Cuando estaba en Florida, trabajaba la mayor parte del tiempo.
Hasta ahora, por lo visto. Y había estado tentado de señalarle a Paula que no sólo había sido su vida la que había quedado patas arriba durante los últimos tres meses.
El proyecto Kingdom Fittings, por ejemplo, le estaba ocupando mucho tiempo, sobre todo ahora que se veía en la necesidad de trasladar la reunión con la junta directiva de Londres a Palm Beach.
No cabía la posibilidad de darles largas, mucho menos desde que algún visionario les había autorizado a aceptar o vetar cualquier oferta de compra. Con todo, aquello era un desafío, y al parecer era incapaz de resistirse a ello.
Recién pasadas las seis salió de su despacho de Solano Dorado y se dirigió arriba para cambiarse. Paula no estaba en la habitación, pero había dejado su camisa y sus vaqueros de costumbre pulcramente doblados y los zapatos bajo la mesilla de noche de su lado de la cama; Pedro aún no había sido capaz de sacarle de la cabeza la idea de que podría verse en la necesidad de huir en mitad de la noche.
Se puso el traje y entró en el baño para anudarse la corbata negra con una mejor iluminación. Paula le había dejado una nota pegada en el espejo.
«Estoy en la piscina.»
Un calor eléctrico le recorrió la espalda, transformando su frustración de trabajo en algo más caliente y menos tangible, y mucho más personal. No era más que una maldita nota, pero significaba que ella había tenido en cuenta que la buscaría, y que deseaba que la encontrara.
Tras echar una mirada por encima del hombro, retiró la nota y se la guardó en el bolsillo del pecho. El mundo le consideraba un ejecutivo consumado, no quería ni imaginar lo que se reirían de él si llegaba a su conocimiento que guardaba las notitas de su amante.
Tirando por última vez del nudo de la corbata, se fue hasta las puertas de cristal que daban paso a la pequeña terraza y a la zona de la piscina bajo ésta. Las abrió y luego se detuvo largo rato en la terraza, mirando hacia abajo.
Paula había elegido ir de rojo. Sabía que le gustaba amoldarse a las situaciones, y el recto vestido de seda con escote bajo y sin mangas encajaría, sin lugar a dudas, en la animada fiesta de clase alta, pero verdaderamente no veía cómo cualquiera que le echase un vistazo iba a poder apartar la vista sin reparar en ella. Se había recogido su rizado cabello caoba, aunque algunos mechones pendían delante de sus orejas y sobre su frente. Incluso se había puesto pendientes, de clip, naturalmente; le había contado que cuando trabajaba no llevaba ninguna joya, por si algo pudiera caérsele o pudiera identificarla más tarde, habiéndosela visto con ello puesto.
Mientras Pedro se encontraba en la terraza, observándola, ella deambulaba a lo largo del borde de césped con la mirada fija en la mezcla de helechos y azaleas que bordeaban el medio muro.
—¿Qué haces? —preguntó, dirigiéndose escaleras abajo.
Ella se dio la vuelta hacia él.
—¿Iba en serio lo de dejarme replantar aquí? —Su mirada se agudizó cuando se unió a ella junto a la piscina iluminada—. ¡Caramba! James Bond. Estás guapísimo.
—Gracias. Le haré llegar el cumplido a Armani.
—Pero no es el cuello de Armani al que quiero lanzarme en este momento —respondió, sonriendo de oreja a oreja—. No se trata del traje, inglés. —Levantó los brazos y le colocó la corbata, aunque parecía más interesada en pasarle las manos por las solapas.
Si tuviera el poder de elegir momentos que durasen para siempre, éste sería uno de ellos. Le cubrió las manos con las suyas.
—Tú también estás deslumbrante —murmuró.
—Gracias. Lo encontré en Ungaro. Hasta le he cortado la etiqueta para no poder devolverlo.
Pedro le sonrió, esperando que su expresión no se viera tan tontamente ñoña como le parecía.
—Sorprendente. Y sí, haz lo que quieras con el jardín de aquí. A menos que prefieras otra parte.
Ella se puso de puntillas y le besó suavemente.
—No tienes por qué seguir haciéndome regalos. Estoy aquí por ti. No por los Picasso.
—No te gusta Picasso.
—Ya sabes a qué me refiero. Lo único que quiero de ti es tu confianza.
Pedro cambió la postura para tomarla de la mano y conducirla hacia el camino de entrada.
—Confío en ti.
—Hum. Te escucho decirlo, pero…
—Sería más fácil si al menos aceptases algo de lo que tengo.
—Más fácil para ti, quieres decir —señaló.
—Lo único que digo es que no adquirí los Picassos o el Bentley siendo malo en lo que hago. Mi asesoramiento está a tu disposición igual que…
A punto estuvo de decir «corazón». ¡Dios!, Pau le estaba volviendo loco… o se estaba volviendo loco por sí solo.
—¿Tu qué? —insistió, arqueando una ceja y evidenciando claramente con su expresión que no era ajena a lo que había estado a punto de decir.
Pedro tomó como una buena señal que no hubiera dado media vuelta y echado a correr.
—Mi chef —se corrigió.
—Adoro a tu chef —dijo, riendo entre dientes—. Hans prepara los mejores sándwiches de pepinillo de todos los tiempos. Y agradezco que me ofrezcas tu consejo.
Profundamente sorprendido hasta que consideró que Pau no había mencionado que «aceptaba» su consejo, le abrió la puerta del amplio Mecedes–Benz S600.
—De acuerdo, entonces.
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Muy buenos capítulos!
ResponderEliminarbuenísimo,seguí subiendo!!!
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