viernes, 9 de enero de 2015
CAPITULO 73
Y seguía sin ceder un milímetro. Pedro no estaba acostumbrado a disculparse, y sabía que probablemente podría haberlo hecho mejor, pero, maldita fuera,Pau podía reconocerle algo de mérito. Tomando aliento, se concentró en la carretera durante unos momentos, en el modo en que el hormigón y el acero se abrían paso entre las palmeras y la playa mientras cruzaban el puente meridional y en cómo el sol irradiaba calor a través del cristal tintado del Jaguar.
—¿Florida va a ser tu residencia? —preguntó, al fin, tomando el atajo de la carretera principal que conducía a la finca.
Aunque mantuvo la vista fija en la carretera, podía sentir la mirada de Pau.
—Me gusta esto —dijo pausadamente—. ¿Y a ti?
—No habría comprado Solano Dorado de no ser así.
—Pero estás sujeto al tema de los impuestos por lo que sólo puedes pasar diez semanas al año en Estados Unidos.
—Puedo quedarme más tiempo. Lo que pasa es que tengo que pagar más.
—¿Cuánto más?
Pulsó el botón de su llavero y las pesadas verjas de metal de Solano Dorado se abrieron rápidamente. Estas daban paso al largo y serpenteante camino que ascendía más allá de palmeras y bajos setos de plantas tropicales.
—No lo suficiente para mantenerme lejos de ti si deseas mi compañía.
Pau se aclaró la garganta.
—Deseo tu compañía.
Pedro deseaba gritar y cantar y follarla hasta que suplicara piedad, pero en vez de eso aparcó frente a la casa y apagó el motor del coche. «Sé paciente» era su lema en lo tocante a ella, pero a menudo lo anulaba en favor de «disfruta mientras puedas».
—Eso está bien, teniendo en cuenta que encuentro tu compañía muy refrescante.
Reinaldo salió de la casa, pero Pedro llegó antes a la puerta de Paula que el mayordomo y la abrió. Esta vez ella aceptó cuando él le ofreció la mano. Por lo visto Pau había decidido que al menos había dejado clara su postura. Y gracias a Dios, porque si no conseguía ponerle las manos encima en la próxima hora, iba provocarse serios daños corporales.
—Hola, Reinaldo —saludó al mayordomo, sonriendo.
—Señorita Paula.—El mayordomo correspondió a su saludo con un leve acento cubano—. Debo comunicarle que Hans ha hecho acopio de helado de menta y Coca Cola Light.
—¿Está casado Hans? —preguntó, retirándose la mochila del hombro y subiendo parsimoniosamente los llanos escalones hasta las puertas principales.
—Solo con sus entremeses —medió Pedro, sin darle tiempo de reconsiderar su modo de expresarse. «Casado» era una de esas palabras que evitaba, junto con «amor» y la combinación de «futuro» y «juntos». Lo comprendía, y hacía concesiones debido a ello. Conociendo la forma en que se había criado, el hecho de que fuera capaz de admitir que le quería cerca resultaba del todo sorprendente.
Ella se echó a reír, entrando primero al vestíbulo. La alcanzó, la tomó de la mano, recorrió con ella el largo vestíbulo y subieron la escalera a lo que anteriormente habían sido sus dependencias privadas y que ahora eran de los dos.
Pedro cerró la puerta tan pronto estuvieron dentro y se dio la vuelta para atraerla contra su cuerpo.
—Hola —murmuró, inclinándose para besar su dulce boca.
Paula deslizó su mano libre en torno a su hombro.
—Sólo ha pasado un día.
—Y todo un continente. Te echaba de menos, Paula. No puedo remediarlo.
—Es que soy irresistible.
Se fundió en Pedro, rodeándole la cintura con los brazos y el rostro alzado hacia él. Pedro la besó con lentitud, profundamente, deleitándose con la sensación de tenerla entre sus brazos. Siempre que estaban separados pensaba en ella como en una mujer más alta y más robusta, en realidad era más menuda y esbelta, y parecía totalmente inadecuada para la vida criminal que había llevado… y en la que había sobresalido.
La deseaba desesperadamente. Aquélla era una de esas ocasiones en que pretendía disfrutar del momento.
Deslizando las manos bajo su camiseta rosa con mangas de encaje, Pedro recorrió con las palmas la cálida y suave piel de su espalda, luego enganchó la tela con los dedos y se la quitó por la cabeza.
Cuando acercó la boca a su garganta ella se quedó sin fuerzas y Pedro la tomó en brazos y se encaminó al dormitorio con su enorme cama azul. Con una mano se las arregló para desabrocharle el cinturón antes de que él la depositara en el suelo, y se lo quitó de un tirón mientras él se tendía sobre ella en la suave colcha.
—¿Pedro? —susurró con la voz un tanto trémula.
—¿Mmm? —respondió, desabrochándole el bonito sujetador rosa y desplegando los dedos sobre sus turgentes pechos.
—Me alegra que hayas venido a Florida.
Pedro le desabrochó los vaqueros y se los bajó por las rodillas.
—Yo también.
Ella se terminó de sacar los pantalones de una patada.
—Quiero decir que también te echaba de menos. Un poco. A pesar de que seas un gilipollas.
Desabrochándose sus propios vaqueros, Pedro se los bajó y se tumbó de nuevo sobre ella, hundiendo lentamente la longitud de su miembro en sus calientes y apretadas entrañas.
—¿Sólo me echabas un poco de menos? —acertó a decir, comenzando a embestirla.
—¡Dios! Puede que más… que un poco.
—Bien —gruñendo, continuó con su rítmico asalto mientras ella se aferraba a sus hombros, le rodeaba las caderas con las piernas y salía al encuentro de sus envites. Pau arqueó la espalda mientras dejaba escapar un jadeo y se corrió.
Con mayor rapidez de lo que deseaba,Pedro sintió como su excitación se incrementaba demasiado como para detenerse, de modo que cedió a sus instintos y embistió con energía y rapidez hasta que alcanzó su propio clímax.
—Voy a tener que dejar de utilizar la palabra «poco» cuando me refiera a ti —dijo entre jadeos, tomando su rostro y posándolo sobre su hombro mientras él se relajaba contra ella.
—Tendré que hacer que escribas el boletín de noticias de mi club de admiradoras —respondió.
—Ah, no te gustaría que hiciera eso.
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