viernes, 9 de enero de 2015
CAPITULO 74
Viernes, 8:31 a.m.
Paula, con Pedro sentando a su lado, condujo el Bentley Continental GT hasta Worth Avenue. El coche encajaba a la perfección con la calle y el edificio, y si Pedro no se lo hubiera regalado, se hubiera comprado alguno parecido. Hacía mucho que había aprendido que armonizar con los objetivos —clientes—, era el mejor modo de ganarse su confianza, y en modo alguno podría establecer una firma de seguridad de lujo y seguir conduciendo un Honda Civic.
Disimuló una sonrisa. Además, el Civic había sido robado, y con la ayuda de Sanchez, por supuesto, había sido abandonado meses atrás.
—¿Vamos al despacho de Tomas? —preguntó Pedro, apoyando un brazo a lo largo del marco de la ventana.
—No, al mío. —Se deslizó hacia un punto libre a lo largo de la calle y estacionó el coche—. Dijiste que querías verlo.
Pedro tenía la mirada fija en el alto edificio propiedad de Gonzales, Rhodes & Chritchenson al otro lado de la calle.
—Sí, pero…
—Vamos. Por aquí —le interrumpió, disfrutando de su confusión. Aquello no sucedía con demasiada frecuencia—. Y nada de consejos empresariales.
—Haré todo lo que pueda. —La siguió al interior del edificio contrario, por el elegante vestíbulo, y a un ascensor de cromo—. Cinco plantas —advirtió, contemplando la corta hilera de botones y encendiendo uno del centro—. El tercer piso es el tuyo.
—No toda la planta.
Él le dedicó una sonrisa.
—Bueno, todavía no.
Ya estaba de nuevo con sus pequeñas provocaciones, tratando de convencerla para que abriera sucursales por todo el mundo y se convirtiera en una especie de reina de la megaseguridad. La idea en efecto la atraía… de cara al futuro, si su carrera dentro de la ley funcionaba.
Por otro lado, si fingía continuar con su tema de la dominación mundial, le proporcionaría una excusa para pasar de cuando en cuando el fin de semana en, digamos… Venecia. Pau se sacudió. Aun disponiendo de la oportunidad de tocar un Miguel Ángel y de ganar otro millón de pavos, no iba a ir a Venecia. No, no, no.
Condujo a Pedro a través de la puerta de la suite y a la desocupada zona de recepción.
—Sanchez está recopilando algunos catálogos de muebles.
Pedro asintió pero no hizo mención alguna mientras iban de un despacho sin amueblar a otro y a la parte posterior de recepción. Pau trató de simular que no le importaba su opinión, trató de fingir que su aprobación, no sólo como empresario multimillonario, sino como su… amante y amigo, no era importante, a pesar de lo que pudiera decirle a él.
—Es una apuesta segura —dijo tras un momento, sonriendo mientras daba una vuelta más alrededor del despacho lateral que Pau había decidido quedarse para ella—. Buen trabajo, Paula.
—Gracias.
Pedro se detuvo ante la ventana.
—Y a Tomas le va a dar un ataque cuando descubra que tu oficina está frente a la suya al otro lado de la calle.
Riendo entre dientes, Paula se acercó a él.
—Eso es lo que pensé. ¿No es genial? Pero no se lo cuentes a Gonzales. Quiero hacerlo yo.
—Aquí tienes, cariño —se escuchó la voz de Sanchez cuando entró en el despacho. Portaba una delicadísima orquídea de color púrpura en sus largos brazos—. Los propietarios del edificio te envían esto como regalo de bienvenida.
—¡Hala! —dijo, tomando la orquídea y no molestándose en simular que no había reparado en cómo Pedro y Sanchez se ignoraban mutuamente—. Un Epidendrum. —Sintió la mirada de Pedro sobre ella—. ¿Qué? —preguntó.
—Había olvidado lo mucho que te gustan los jardines y las flores —respondió él con voz íntima y serena—. Voy a despejar el área en torno a la piscina. Ya toca una renovación, y es tuya.
Paula tragó saliva. «Un jardín.» No se puede vagar por el mundo y tener un jardín. Pedro sabía que siempre había querido tener uno, pero era imposible que comprendiera lo mucho que aquello significaba para ella. Un jardín era equivalente a un hogar.
—De vez en cuando —susurró, tomándole de nuevo la mano con la que le quedaba libre—, puedes ser muy amable.
—De vez en cuando —respondió, acercándola hacia sí—, me permites que lo sea. —Se inclinó con lentitud y la besó suavemente en la boca.
—Ejem —farfulló Sanchez—. He conectado el teléfono y el fax.
«Menuda rapidez.»
—¿De dónde has sacado… —su voz se fue apagando ante el veloz cabeceo de Sanchez—… los números de teléfono? —concluyó.
—Kim los instaló anoche.
Pau echó un vistazo a su reloj. Las diez en punto, probablemente una hora decente para responder al fax de Charles Kunz con una llamada telefónica… una llamada que ahora podía hacer desde su propio despacho.
Paula le entregó la orquídea a Pedro.
—Gracias, Sanchez. Charlad durante un minuto. Tengo que hacer una llamada.
—Pau…
—Enseguida vuelvo.
Pedro la observó esfumarse en el área de recepción, luego se dio la vuelta de cara a Walter Barstone. Se las había visto con ejecutivos, subordinados contrariados y escurridizos abogados, pero Sanchez era algo nuevo.
—¿Estás disfrutando de tu jubilación?
—En realidad, no. ¿Pau disfruta de la suya?
—Parece hacerlo, sí.
El perista desvió fugazmente la vista hacia la parte delantera del despacho.
—¿Tienes planeado quedarte más tiempo en Palm Beach?
—Evidentemente.
—¿Así que ella va donde quiere y tú la sigues? Eso es…
—Eso no es asunto tuyo —le interrumpió Pedro. Era mucho más complicado, y no tenía la menor intención de hablar con Barstone de que sus negocios se encontraban, esencialmente, allá donde estuviera él. La ubicación significaba influencia y prestigio, pero podía operar desde cualquier parte.
—No te ofendas, pero tienes una vida muy ajetreada. Y Pau es un curro a tiempo completo por sí sola. Es que no tiene mucho…
—No te ofendas —le interrumpió nuevamente Pedro—, pero no creo necesitar tu consejo.
—Pues no…
—Eh, inglés —canturreó Paula, entrando de nuevo en la habitación con afectación para coger a Pedro de la mano—, ¿quieres salir conmigo esta noche?
Pedro no pudo resistirse a lanzarle una mirada engreída a Sanchez por encima de su cabeza.
—De hecho, yo iba a hacerte la misma pregunta. Esta noche hay un acto de beneficencia, una especie de grandioso inicio de la temporada de Palm Beach. Es muy exclusivo, pero si quieres, me informaré si quedan entradas disponibles. Consideré que allí podrías encontrar algunos clientes potenciales.
—¿Es el acto de beneficencia del club Everglades?
Él hizo descender una ceja.
—Sí.
Pau soltó un bufido.
—Ya tengo invitaciones.
Pedro asimiló aquello. No había bromeado al decir que el evento era exclusivo.
—¿Las tienes?
—Sí —le besó en la mejilla—. Yo también tengo contactos, ¿sabes?
—¿A quién demonios has llamado?
—A la secretaria de Charles Kunz. El quiere que nos encontremos esta noche en el club. Son sus invitaciones extra.
—Así que, en realidad, estás utilizando mis propios contactos.
—Tú me lo pasaste.
—Así es.
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