viernes, 2 de enero de 2015
CAPITULO 52
Había estado cerca. La lanza romana había sufrido las consecuencias, pero por suerte eran bastante comunes.
Probablemente, debería haber dejado que se marchara;
le había puesto en el buen camino para seguir con la investigación y, en un sentido estricto, necesitaba su cooperación para pasarle la información a la policía. Salvo que no quería hacer partícipe a Castillo de todo por el momento; no hasta que tuviera pruebas suficientes que proporcionaran respuestas, al menos para sí mismo. Por eso, necesitaba a Paula Chaves.
Pero aparte de todo eso, no quería que se marchara.
Durante el último día más o menos, había sentido que estaba siendo ella misma —Pau Chaves, ingeniosa,
divertida, asombrosamente inteligente y absolutamente voluble de humor y pensamiento— y que él estaba metido en algo que no podía controlar. Estaba acostumbrado a tenerlo todo bajo control, a saber qué esperar de la gente.
Ella le volvía loco… y le encantaba y odiaba esa sensación a partes iguales.
—Te diré qué vamos a hacer —dijo—. Me explicarás lo que son y yo te ayudaré a secarlas.
—Y todo lo que contiene mi mochila —insistió mientras avanzaba por el sendero de gotas que él había dejado escalera arriba.
—Tú estás bastante mojada —señaló, llevado de nuevo por la lujuria.
—Sí, eso parece —murmuró, regalándole una sonrisa ladina.
Pedro se puso duro.
—Voy a estropear otro par de braguitas —le susurró cuando llegaron a su habitación.
—Llama primero al doctor Troust —dijo, colocándole las manos en su empapada camisa para mantenerle a distancia—. No quiero que me achaquen esas acusaciones.
—De acuerdo. ¿Por casualidad no tendrás su número de teléfono?
Pau se lo dio, y él llamó mientras ella se metía en el baño.
El doctor Troust se sintió sorprendido a la par que halagado por la llamada, y aceptó pasar por allí a primera hora de la mañana. Dejándose llevar por un impulso, le preguntó lo que pensaba de su empleada, Paula.
—¿Paula Martinez? —le preguntó el encargado del museo—. Es maravillosa. La chica más lista que haya conocido. Es capaz de fijarse incluso en aquellas cosas que incluso a mí se me escapan, y eso que yo estoy doctorado en esto. ¿La conoce?
No cabía duda de que Irving Troust no leía el Post.
—Es una amiga… —Pedro alzó la vista en el momento en que Paula salía del cuarto de baño, completamente desnuda— mía. Entonces, ¿le veré mañana a las nueve? Gracias, doctor Trust. —Y colgó el teléfono antes de que el hombre pudiera responder—. Hola…
—¿Va a venir? —preguntó.
—¿Hum? Ah, sí. Lo siento, mi cerebro está de vacaciones —respondió mientras se quitaba la camisa mojada por la cabeza.
Tal vez no pudiera poseer su mente, pero sí que podía hacerlo con su cuerpo.
Estrenaron la ducha, luego el suelo en mitad de la suite.
Paulaa se colocó a horcajadas sobre él, montándolo y dándole una nueva apreciación de su buen tono muscular y su control. Cuando estuvieron saciados ella se derrumbó encima de él, y así se quedaron durante largo rato, escuchando respirar al otro. Pedro podía sentir el latido de su corazón contra su pecho.
—¿Pedro?
—¿Hum?
—Gracias.
No sonreír hubiera simplemente acabado con él.
—De nada. Gracias a ti.
Ella le propinó un golpe con el puño en el hombro, con el rostro aún enterrado en su cuello.
—No por eso… aunque eres bastante bueno en la cama para ser un chico rico.
—¿«Bastante» bueno?
Pedro sintió su profunda y relajada risita.
—Ya estás bastante fuera de control. No quería inflar más tu ego. —Le mordisqueó la oreja—. Ya es bastante grande.
No iban a salir nunca de aquella habitación.
—¿Pues por qué me das las gracias?
—Por querer que me quede. Por pedirme que me quede. No creo que nadie haya hecho eso antes.
Más conmovido de lo que podía expresar, Pedro la rodeo con los brazos.
—¿Si me ofrezco a responder una de tus preguntas acerca de mi sórdido pasado, puedo hacerte yo otra sobre el tuyo?
—¿Qué pregunta?
—Son dos, en realidad. La primera: ¿En el museo te conocen como Pau Martinez?
—Mierda. Sí, lo olvidé. «Chaves» es un apellido bastante infame en museos y otros lugares donde la gente guarda sus objetos de valor. —Le dio un beso en la barbilla—. ¿Siguiente pregunta?
Por lo visto había relajado las reglas para las preguntas personales. Pero ya pensaría en el significado de aquello mas tarde.
—Está bien, vamos a por la segunda. ¿Estabais unidos tu padre y tú?
Los músculos de su espalda se tensaron y ella levantó la cabeza para mirarle, su cabello caoba le enmarcaba la cara.
—No puedo responderte mientras estoy desnuda —dijo, levantándose lentamente de encima de él—. Así que, si de verdad quieres saberlo, tenemos que dejar esto y vestirnos.
—Eres mala —dijo, pero se sentó a su lado—. De verdad quiero saberlo.
Ella desapareció dentro del cuarto de baño mientras él se colocaba una toalla y prácticamente echaba a correr hacia su propio cuarto para hacerse con unos vaqueros secos y una camiseta. ¡Maldita sea!, algunas veces esa casa era demasiado grande.
Deseaba volver antes de que Pau cambiara de parecer.
Ninguna mujer le había hecho sentirse así, ni siquiera Patricia. Por primera vez se preguntó si su ex mujer se había sentido… abrumada por Rizardo Wallis del mismo modo en que se había sentido él cuando Paula había irrumpido en su vida como una explosión, literalmente, Y se preguntó qué hubiera sucedido de haber conocido a Pau Chaves| mientras todavía estaba casado con Patricia.
Ella salió del dormitorio justo cuando él entraba de nuevo en la sala de estar.
—Guau —dijo, aminorando el paso.
Paula se había puesto un ligero vestido de verano hasta los tobillos de color azul violáceo. Descalza y con el pelo todavía mojado cayendo en rizos sueltos sobre sus hombros, parecía una sensual encarnación del decadente pecado.
Pau le miró, ladeando la cabeza.
—¿Podemos al menos ver la última parte de El hijo de Godzilla? —preguntó.
—¿Quieres decir que te has perdido al monstruo verde por mí? —inquirió, complacido.
—Hiciste que me cabreara.
—Hice que te corrieras. Repetidas veces.
—Mmm —rio entre dientes—. Si ésa es tu forma de disculparte, supongo que no me importa cabrearme con frecuencia.
Apretó el botón del mando a distancia y la televisión se conectó. A continuación, se acomodó en el sillón junto a ella, la tomó de la mano, y la levantó para mirar sus dedos largos y delicados con sus bien cuidadas uñas cortas. Nada de garras largas y pintadas para Paula; entorpecían su trabajo.
—Tienes manos de artista.
—Mi madre tocaba el piano —dijo, recostándose contra su hombro—. O eso decía mi padre. Nos echó cuando yo tenía cuatro años.
—¿Os echó?
—En realidad, creo que echó a Martin, y que no puso ninguna objeción cuando éste decidió llevarme con él. —Dejó de hablar cuando Godzilla entró a la carga al
rescate de su hijo—. En cuanto a lo de estar unidos, me enseñó todo lo que sé sobre robar. Para que así pudiera ser su socia. También a él le gustaban mis dedos largos. Son buenos para mangar carteras. —Y los flexionó.
—Debiste sentirte destrozada cuando le arrestaron.
Ella se encogió de hombros.
—No me pilló por sorpresa. A medida que envejecía, se volvía… menos exigente. Creo que sus habilidades estaban mermando un poco, así que lo compensaba yendo detrás de cualquier cosa que no estuviera clavada al suelo. —
Paula apretó los dedos de Pedro, luego aflojó de nuevo—. Nunca le he contado esto a nadie. Ni siquiera a Sanchez.
—Y yo no se lo contaré a nadie.
—Lo sé. —Se hundió un poco más en los almohadones del sillón—. El último año que estuvo trabajando, él y yo… no colaboramos demasiado juntos. Ambos recurríamos a Sanchez porque confiábamos en él, pero yo no quería entrar en ningún sitio con él. Y creo que eso le enfadaba, como si yo me creyera mejor que él. Y creo que estaba un poco celoso porque yo podía aceptar trabajos que él ya no podía, y no aceptaba los que él sí podía llevar a cabo.
—¿Nunca has intentado encontrar a tu madre?
—Ella nos echó. ¿Por qué iba a querer conocer a alguien así?
«¿Amargura?» Eso parecía, aunque podía simplemente tratarse del pragmatismo de Paula.
—Has dicho que sólo tenías cuatro años. Tal vez tu padre no te contara toda la historia.
—Tampoco Sanchez ha dicho nada distinto. —Se acurrucó contra él, y le besó en el cuello—. Y ahora tú. ¿Qué sórdido detalle me gustaría saber?
Dios. Jamás podría dejar que supiera lo… satisfecho que se sentía cuando ella realizaba el primer movimiento. O lo aturdido que le dejaba su contacto.
—No voy a darte pistas —refunfuñó—. Ah, mira. Godzilla ha pisado a alguien.
—De eso nada. Casi nunca pisa a nadie —rio por lo bajo—. Ya lo tengo. ¿Has hecho alguna vez algo ilegal? Me refiero a antes de conocerme.
Comprendía el motivo de la pregunta; Paula quería hacer que ambos estuvieran al mismo nivel. Confianza. Ella se la había demostrado, y ahora era su turno.
—Una vez. He estado al borde de la legalidad en unas pocas ocasiones, pero nada que pueda ser demostrado.
—Cuéntame.
—Podrías mandarme a la cárcel durante una larga temporada por esto — refunfuñó.
—Tonterías. Gonzales te salvaría. Además, lo mismo digo.
Pedro suspiró, y fingió estar enfado para ocultar su incertidumbre. Aquél era su lema: Nunca dejes que nadie piense que no estás seguro de algo, a pesar de cómo
puedas sentirte. Jamás había sido tan difícil estar a la altura de eso como lo era con Pau.
—No fui demasiado… honrado en mi trato con Ricardo y Patricia. Justo después de pillarles juntos, antes del divorcio, decidí que quería ajustar cuentas. Ricardo y yo
estábamos en el mismo negocio, y yo sabía que se arriesgaba al adquirir una compañía informática con base en Nueva York —dijo pausadamente.
»Tan pronto como regresé a Estados Unidos, cultivé la amistad del director de la firma contable que llevaba los libros de esta compañía. Durante cinco meses fingí que éramos buenos amigos, le regalé cualquier tontería que pensara que conseguiría granjearme su confianza, y luego, una noche, me contó de forma confidencial que sir
Ricardo Wallis, el propietario de la empresa, iba a… «perder el apetito» creo que lo llamó, porque las cifras que iban a entregarle ese viernes eran horribles.»
—Información privilegiada, ¿verdad? Compraste la empresa por debajo de su precio cuando cayeron las acciones.
—Lo hice. Y luego la fraccioné y la vendí por partes.
—¿Hizo que te sintieras mejor?
—En realidad, no. Ricardo perdió hasta la camisa, por supuesto. El inconveniente fue que setenta personas inocentes perdieron su empleo porque yo quería que él y
Patricia supieran que lo que un juez decidiera en un tribual no era suficiente para mí, fuera lo que fuese.
—Casi siento lástima por él. ¿Le dejaste algo?
—Estoy seguro de que aún es capaz de ganarse la vida. Bien sabe Dios que pude habérselo quitado todo de haber querido. Supongo que herirle una vez bastó para quitármelo de dentro.
—Dejaste las cosas claras —comentó.
—Exactamente. De cualquier modo, si le hubiera dejado en la miseria, estaría pagando una pensión alimenticia mayor, de modo que bien está lo que bien acaba.
Ella asintió, luego se apartó bruscamente de él y se enderezó.
—Muy bien, se acabó la película. Ayúdame a secar mi equipo.
—Pero ¿quién ha ganado?
—Godzilla. Siempre gana.
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Buenísimos los 3 caps!!!!!!!!! Gracias x subir 3
ResponderEliminarMuy buenos capítulos!!!
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