jueves, 1 de enero de 2015
CAPITULO 49
Menos de una hora después se encontraban sentados en el suelo del despacho de Dante, rodeados por carpetas de color manila, y revisando los expedientes incautados.
Parecían prácticamente idénticos a los que quedaban en la casa, y Samantha frunció el ceño.
—Esto apesta. Sé que aquí hay algo.
—Tenemos que echar un vistazo a los objetos que acompañan a cada expediente —dijo Pedro, y agarró de nuevo uno de ellos y lo hojeó otra vez.
Ella comenzó de nuevo, miró primero uno de los expedientes de la casa, luego otro de los que Partino había sustraído. Todo parecía en orden, hasta que llegó a la
página de los precios comparativos de mercado. En el documento recuperado, Dante lo había llevado diligentemente al día durante los tres años que llevaba el artículo en la finca… hasta siete meses atrás, cuando cesaron las anotaciones.
Frunciendo el ceño, Pau abrió el expediente anterior y lo ojeó una vez más. Al igual que el resto de lo que había revisado, éste había sido actualizado hasta el mes anterior. Muy bien, eso sí que era interesante. Dejó el expediente a un lado y pasó al siguiente.
Aquél mostraba el mismo resultado de estadísticas de valores de mercado, peroonce meses atrás en lugar de siete. El valor comparativo había continuado subiendo
regularmente hasta entonces, de modo que no parecía que hubiera declarado la pintura como una pérdida y que simplemente se hubiera olvidado de ello.
—¿Pedro? Echa un vistazo a esto.
Le mostró las cifras en ambos expedientes, y observó cómo su expresión se tornaba más amenazadora y dura a medida que lo hacía.
—Tenías razón —farfulló finalmente.
—Tal vez. Aún tenemos que ver las obras de arte antes de que esto cobre algún significado. Y tendremos que revisar cada expediente que sigue aquí para cerciorarnos de que no se trata de algún fallo del sistema contable.
—Pues vamos a ello.
El cansancio de Pedro había quedado sepultado por una dura y ardiente cólera. Paula no cesaba de repetir que podía estar equivocada, pero él ya había aprendido a confiar en sus instintos.
—¿Cuántos llevamos con ése? —preguntó, estirando la espalda.
—No lo sé. Alrededor de ochocientos. —Paula arrojó otro expediente al montón de los «normales»—. Que treinta expedientes de entre mil no estén al día no son tantos. Tal vez los trasladara por algún motivo, y simplemente se olvidara de ellos. Quiero decir que actualizar un millar de expedientes una vez al mes es una labor extremadamente agotadora.
—No comprendo por que lo defiendes. Intentó matarte. Además, los únicos expedientes cuyas estadísticas faltaban son los que tenía en su casa. Y no dejó de anotar las entradas de golpe. No se olvidó de nada.
Ella hizo una mueca, y volvió a recogerse el pelo en una coleta que sólo parecía sujetarlo durante cinco minutos antes de deshacerse.
—Es… es como un código de honor. Yo rompo la ley con frecuencia, Pedro. No sé qué demonios hago delatando a alguien que es igual que yo.
Pedro se arrimó a ella, y tomó su mejilla en la mano.
—No eres como él, Paula. De hecho, no te pareces a nadie que haya conocido.
—No seas blandengue —farfulló, echándose hacia atrás para poder levantarse—. Voy a por un refresco. ¿Quieres un té, un café?
Con un gruñido se puso en cuclillas y se ayudó del escritorio para ponerse en pie.
—Iré contigo. —Se agachó a recoger los expedientes «cuestionables»—. Y éstos también se vienen.
—Nadie sabe que están aquí —dijo, abriendo la puerta para que él pasara—. No creo que vayan a ir a ninguna parte.
La tomó de la mano que le quedaba libre.
—No se me va a escapar nada más —dijo, preguntándose si ella comprendía exactamente lo que estaba diciendo.
—Todavía tenemos que revisar los objetos en cuestión que van con éstos — respondió, y hundió un nudillo en el fajo de expedientes—. Puede que necesites recurrir a otro.
—No. Recurro a ti. Si estamos equivocados y se llega a saber esto, podría arruinar el valor de toda mi colección. Si tenemos razón, quiero ser yo quien decida cuánto debe saber la policía el que descubra quién demonios está involucrado.
Comprendía lo que había dicho Paula referente a su «código de honor», pero le preocupaba un poco. Hasta ese momento había sido bastante osada en sus teorías, pero parecía tener necesidad de demostrárselas a sí misma antes de mencionarle nada a él. E incluso hablar con él era diferente que hablar con la policía.
Pedro sólo podía imaginar su reacción si le pidieran que testificara en el juicio contra Partino. Huiría y jamás volvería a verla. Recogió los expedientes. Motivo de más para estar completamente seguro de qué terreno pisaban antes de involucrar a nadie más en aquel maldito embrollo.
Cuando entró en la cocina con Paula, no pudo evitar sonreír abiertamente al ver la expresión de adoración en el rostro de Hans.
—Hans, una taza de café y una coca cola sin calorías, por favor.
—Por supuesto. Pero he descubierto un nuevo café de moca que podría gustarle, señorita Pau. Deja mucho menos regusto a café. ¿Le gustaría probarlo?
—Confío en ti, Hans —respondió, sonriendo al chef.
—Espléndido. ¿Y podría sugerir tortilla para desayunar?
—Suena bien. ¿Pedro?
Él asintió, preguntándose cuándo, exactamente, había perdido el control de su casa.
—Está bien.
La mañana había amanecido nublada y húmeda, de modo que Pedro la condujo a la biblioteca en vez de al patio. En cualquier caso, eso les concedería más espacio para extender los expedientes. Se preguntó cuánto tiempo le habría llevado percatarse de que faltaban, si es que acaso se le hubiera pasado por la cabeza el mirar. Y en cuanto a lo que éstos representaban, jamás se le hubiera ocurrido.
Estaba de acuerdo con Paula; él no pensaba como un criminal. A sus ojos, nadie elaboraba una tablilla falsa y esperaba lograr que fuera aceptada en el Museo Británico en su primera aventura criminal. Si ella estaba en lo cierto, Partino había empezado a pequeña escala y hacía ya algún tiempo, y había avanzado gradualmente hasta el punto de sentirse cómodo guardándole la tablilla a otro y asumiendo que pasaría un examen y que el incauto elegido cargaría con las culpas.
—Me vendría bien una siesta —dijo ella, sentándose en una silla.
—Y yo necesito desesperadamente una ducha —respondió él, arrojando los expedientes a la cabecera de la mesa de documentación—. Ahora, de hecho. Ha sido un día y medio muy largo. ¿Te quedas aquí?
—No si te vas a tu habitación. Todavía no la he revisado. —Con lo que podría haber sido un suspiro, se puso de nuevo en pie—. Debería hacerlo de todos modos, antes de que alguien se tropiece con algo.
—Paula, te he dicho…
—Te he oído —le interrumpió, cogiendo los expedientes de camino a la puerta—. Lo que no significa que tenga que obedecer.
Refunfuñando, la alcanzó y le cogió los expedientes. No podía detenerla, pero podía, al menos, estar a su lado en caso de que algo fuera mal. Su suite, sin embargo, estaba limpia de cualquier explosivo, asesinos, y prácticamente de todo, salvo de una ladrona.
—Muy bien. Estaré en la biblioteca, comiéndome tu tortilla —le dijo con una leve sonrisa, reclamándole los expedientes y volviéndose sobre sus propios talones.
—Paula.
Ella se volvió de nuevo hacia él.
—¿Sí?
—Anoche, en casa de Tomas y Cata, estuviste realmente encantadora.
Agachó la vista.
—Gracias.
«Dios, era preciosa.»
—Pero no le cuentes a Hans que estuviste fileteando aceitunas; arruinarás tu imagen ante él.
—Descuida. No quiero que ninguno más de tus empleados piense que voy detrás de su puesto de trabajo.
Mientras se metía en la ducha, comprendió que lo que Paula había propuesto hacer complicaba todavía más todo el asunto de la implicación de Partino.
La única prueba que tenían que vinculaba a Partino con las granadas, con la tablilla falsa y con el primer ladrón era el salto de las grabaciones de vigilancia. Si no sacaban nada en claro de las comparativas de mercado que faltaban de aquellos expedientes, sólo tendrías conjeturas, a menos que Castillo hubiera dado con algo.
Llamaría al detective después del desayuno. Porque, lo comprendiera o no Paula, si Dante era eliminado como sospechoso, ella pasaría de nuevo a ser la culpable más probable. Él no lo creía, y parecía que tampoco Castillo, pero con sus antecedentes, alguien la encontraría culpable del crimen.
Pedro hundió la cabeza debajo del agua. ¡Maldita sea! De algún modo, todo aquello tenía sentido. En algún lugar existía una pista que conducía del robo hasta quienquiera que ahora poseyera su maldita tablilla. Y cuanto antes descubriera el rastro, mejor para Paula… y peor para sus motivos de que se quedara.
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buenísimos los capítulos!!!
ResponderEliminarEspectaculares e intrigantes los 3 caps!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos!!!!
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