sábado, 31 de enero de 2015
CAPITULO 147
—Me estoy hartando de tener esta misma conversación una y otra vez —dijo Pedro, poniéndose en pie a la cabecera de la mesa de conferencias para enfatizar sus palabras—. Si el concejo municipal prefiere tener un edificio de treinta y cinco plantas abandonado en pleno corazón de Manhattan, y si prefieren desestimar mi oferta de facilitar veinticinco millones de dólares para viviendas de interés social, mencionemos pues la congestión circulatoria una vez más y hemos terminado.
Joaquin Stillwell se aclaró la garganta mientras Pedro se acercaba a la ventana.
—Creo que lo que el señor Alfonso quiere resaltar es que el incremento del tráfico sería insignificante comparado con el prestigio de tener un hotel de cinco estrellas en pleno centro. El empleo aumentará, así como sus ingresos fiscales. El señor Alfonso ha sido muy paciente, pero llegados a un punto, esto se convierte en una propuesta perdida, y desistiremos.
—Pero tenemos que considerar...
—Ah, por el amor de Dios. —Pedro regresó con paso enérgico hasta la mesa de conferencias—. Que salga mi equipo. —Cuando sus empleados fueron desfilando por su lado hacia la zona de recepción y los representantes del ayuntamiento se miraban unos a otros, alucinados, también él abandonó la sala, deteniéndose en la entrada—. Reflexionen todo lo que les plazca durante los próximos quince minutos. —Cerró la puerta con ellos dentro.
—¿Pedro? —dijo Stillwell, acercándose a él con algunos documentos.
—No. No vamos a dar un paso más con este proyecto hasta que obtenga una respuesta por parte del ayuntamiento. Ve a tomarte un café o lo que quieras. No deseo que vean siquiera a uno de nosotros durante quince minutos. ¿Y Joaquin?
—¿Sí, señor?
—Ha estado bien la táctica del poli malo poli bueno. Bien hecho.
Stillwell sonrió brevemente, dirigió una mirada fugaz hacia las paredes de cristal y adoptó de nuevo una expresión sobria.
—Gracias.
Su equipo se desperdigó. Deseando poder cerrar con llave las malditas puertas de la sala de conferencias, Pedro se retiró a su despacho. A mitad de camino en su teléfono sonó el tono que le había asignado a Paula. Desenganchó el aparato del cinturón y descolgó.
—Hola, cariño.
—¿Estás ocupado?
—Tenemos un parón de catorce minutos —dijo, aminorando el paso al escuchar el tonillo de su voz. Se le erizó el vello de la nuca—. ¿Qué sucede?
—Te agradecería mucho que te acercaras al Art Café en Broadway —respondió con el mismo tono de voz sereno.
—¿Estás bien?
—Sí. Sería estupendo que nadie te siguiera.
Maldita sea.
—¿ Pau ?
—Estoy bien. Pero no disponemos de mucho tiempo.
Algo la tenía muy preocupada.
—Voy para allá.
Dando media vuelta, se fue hacia el nuevo despacho de Stillwell.
—Joaquin, me ha surgido algo. Si cuando vuelvas ahí adentro no están preparados para dejar atrás la cuestión del tráfico, pospon la reunión. Diles que el alcalde puede llamarme si quiere que continúen las negociaciones.
—Muy bien.
Descendió los cincuenta pisos en el ascensor, procurando no juguetear con los dedos y deseando haber hecho instalar un ascensor para ejecutivos. O una batbarra. A Paula le encantaría.
En el primer taxi se dirigió tres manzanas hacia el este, lúego giró a la derecha, se apeó, tomó otro, y fue en la dirección contraria. Esperaba que alguien estuviera intentando seguirle, porque de lo contrario parecería un imbécil. Hizo que el segundo taxi pasara de largo la cafetería, y dado que no vio señales manifiestas de lucha, se apeó y tomó un tercer taxi hasta la puerta principal.
Una vez dentro, la divisó de inmediato, sentada en uno de los reservados del fondo de cara a la puerta... y al detective Garcia frente a ella. Los comensales próximos a él se removieron a medida que él pasaba por su lado, pero los ignoró. Pau le saludó con la mano, de modo que, por lo menos, no estaba esposada, gracias a Dios.
Paula se hizo a un lado, y Pedro le dio un beso en la mejilla, sentándose a su lado en el compartimento.
—Detective —saludó sin inflexión en su voz, paseando la mirada del uno al otro.
—La señorita C ha estado contándome una historia —dijo Garcia.
—¿Qué clase de historia?
—Ah, ya sabes. —Paula tomó la palabra—. Personas que regresan de la muerte; museos que son robados; cosas de ese estilo.
Pedro sintió que la sangre abandonaba su rostro.
—Perdona, ¿cómo dices?
—¿Señor Alfonso? —dijo un camarero, acercándose—. ¿Puedo traerle algo de beber?
—No, grac...
—Tomará una taza de té —le interrumpió Pau. El camarero asintió y se marchó.
—Paul...
—Estamos siendo sociables —dijo en voz baja—. No se trata de una reunión oficial.
—Espero que no. —Le agarró con fuerza la mano por debajo de la mesa—. ¿Decidiste sin más que querías mantener una charla con el hombre que te arrestó? —susurró—. ¿Y rehusaste contarme adonde ibas?
—Era cosa mía. Mi decisión.
—Supongo que se lo dirías a Walter, ¿no?
—¿Qué parte de «mi decisión» no has entendido, Alfonso?—respondió, devolviéndole el apretoncito en la mano a pesar de su firme tono—. Supuse que si acudía a Garcia absolvería a todos los demás.
Pedro desvió la mirada hacia el policía.
—¿Y bien, qué opina de la historia, detective?
—Que nadie me contaría tal locura de no ser cierto. —El detective lanzó una mirada a Paula—. Se necesitan agallas para confiarme algo así.
Confianza. Una palabra prometedora, dadas las circunstancias. El camarero sirvió el té y una tetera con agua caliente, y Pedro asintió, expresándole su gratitud.
—¿Y qué es lo que ha inspirado esta confianza?
—Sopesé todas las opciones y supuse que tenía que ser Garcia, y que tenía que ir a hablar con él. —Paula se encogió de hombros—. Si quieres pelear por ello, podemos hacerlo más tarde. Ahora mismo, tenemos cosas de qué ocuparnos. Mi... excursión es mañana por la tarde.
Su excursión. Aquello era quedarse corto. Y por fin comprendió por completo la situación.
—Realmente os habéis sentado aquí a hablar de todo esto.
—Sobre todo ha sido ella quien ha hablado y yo me he quedado sentado boquiabierto.
—Sin embargo, Pedro tiene razón —dijo Paula—. Aquí nadie nos ha prestado demasiada atención. Pero ahora que estás aquí, sir Galahad, quizá debamos buscar un lugar más privado.
Aquello era un cambio, reflexionó, al tiempo que comenzaba a remitir la desconcertante sorpresa que le había provocado que la reunión hubiera llegado a tener lugar. Supuso que su vida, su fama, era la causante de complicaciones en esta ocasión.
—¿Cómo ha venido, detective? —preguntó.
—En mi coche. Está en el garaje al doblar la esquina.
Pedro se puso en pie, arrastrando a Paula fuera del compartimento con él.
—Pues vayamos a recogerlo.
Depositó dinero suficiente sobre la mesa para pagar lo que parecían los restos del desayuno y se unió de nuevo a Paula para seguir a Garcia hasta su coche. Era una locura, una reunión en un garaje al estilo Garganta Profunda, pero tal y como había dicho Paula, no disponían de mucho tiempo.
—¿Doy por supuesto que se te ha ocurrido alguna clase de plan? —preguntó, apoyándose contra el parachoques trasero del Taurus último modelo.
Paula se encaramó al maletero para apoyarse sobre su hombro.
—Garcia va a soplarle al FBI que ha cambiado el día del golpe.
—Con lo que vuelves a estar metida en un robo a mano armada. No veo que haya ninguna mejora.
—Conseguimos que los buenos estén allí para llevar a cabo los arrestos y evitar que las obras de arte salgan del museo, y que Martin se lleve el mérito del montaje.
—Veré si puedo hacer un trato para infiltrar a algunos de mis hombres en el museo —dijo el detective, a unos pasos de ellos—. Haremos cuanto podamos para respaldar a Chaves.
—Eso no es suficiente.
—Bueno, dado que se ha ofrecido voluntaria para meterse en esta operación sin llegar primero a un acuerdo con las autoridades, no hay mucho más que pueda hacer llegados a este punto. —Garcia miró a Paula—. Supongo que la INTERPOL podría estar interesada en hablar de ciertas... cosas con usted. Cosas que sucedieron hace menos de siete años y que todavía sean imputables. Apuesto a que usted es de vital importancia para ellos tanto como lo es Veittsreig.
¿ Qué demonios le había contado Paula ?
—Razón de más para que no sea un plan admisible —farfulló Pedro. No podía impedir que Paula corriera riesgos peligrosos. Aceptaba que su ansia de aventura formaba parte de su carácter. Pero esto suponía un riesgo demasiado grande.
—Mi otra opción es hacer que Garcia me arreste para así no poder atracar el museo.
—Pues me quedo con ésta. —Sorprendido porque Paula hubiera contemplado siquiera aquello, mucho menos que lo hubiera dicho en voz alta, Pedro le tomó la mano que tenía posada sobre el muslo—. Prefiero que pases un día en la cárcel a toda la vida.
—No me quedo con ninguna de las dos —dijo de plano—. El problema de ese plan es que si me arrestan, Nicholas y Martin seguramente suspenderían el golpe. Yo, los dos, continuaríamos en la cuerda floja cuando saliera, y la INTERPOL estaría cabreada con Martin.
—Deberían estarlo. Se la está jugando.
—Quizá le haya sido imposible pasarles nueva información. Este trabajo se ha planeado con suma rapidez —frunció el ceño—. Por lo cual es posible que resulte una chapuza.
—No haces que me sienta mejor.
—Voy a hacerlo, Pedro. El golpe debe llevarse a cabo para que la policía pueda impedirlo, o volveremos a vernos de nuevo en la misma situación en otra parte. Espero entrar por mi cuenta, y no voy a dar por hecho que Martin vaya a responder por mí. Me he cubierto las espaldas lo mejor que he podido, pero es lo que hay.
—¿Quieren que les deje un minuto a solas? —preguntó Garcia, hurgando en el bolsillo de la chaqueta en busca de un palillo y llevándoselo a la boca.
Pedro deseaba varios minutos. Apartándose del parachoques, fulminó a Paula con la mirada. Había pasado mucho tiempo desde que alguien intentara darle órdenes, y en esos momentos le agradaba incluso menos. Quería detenerla. Ponerle él mismo las esposas, meterla en un avión y llevársela de nuevo a Inglaterra, donde al menos tenía una verja enorme que separaba sus posesiones del resto del mundo. Y a pesar de que seguramente una verja no podría retener a Paula, sin duda sí contribuiría a impedir que nada ni nadie le hiciera daño.
—Muy bien —dijo con rigidez, pronunciando las palabras con los dientes apretados.
—Bien —medió el detective antes de que Paula pudiera añadir algo—. Porque dispongo de treinta horas para que el FBI, la INTERPOL y el Departamento de Policía de Nueva York se unan, ideen un plan y lo pongan en marcha.
Pedro mantuvo la mirada clavada en Paula.
—Y si él no lo consigue, tomaré las medidas necesarias para sacarte de ese museo mañana. ¿Queda claro?
Paula entrecerró sus ojos verdes.
—Como el agua.
—De acuerdo —farfulló Garcia, agarrándose las manos—. Largo de mi coche, tengo que llegar a la Central.
—Y no le mencionará mi nombre a nadie.
—A nadie, exceptuando a los tipos a los que les asigne que le sigan mañana. —Sacó las llaves y abrió la puerta conductor—. Y estará en algún lugar donde pueda localizarla por si acaso. Voy a tener que responder a algunas preguntas delicadas.
—Estaremos en casa —dijo Pedro—, asegurándonos de que Paula tenga un plan de escape. O unos cuantos.
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Ayyyyyyyy, x favor, decime que no meten presa a Paula.
ResponderEliminarEsta novela me pone los pelos de punta... adelantanos algo, Carmelina te lo pido por favor
ResponderEliminarbuenísimo,subí más!!!
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