sábado, 24 de enero de 2015

CAPITULO 124




Eran casi las nueve en punto cuando despertó a la mañana siguiente. Por Dios, un breve periodo de tiempo en el trullo la había dejado, sin duda, exhausta. No vería a Pedro por ninguna parte, pues él siempre se levantaba antes que ella. 


Era lógico; los negocios de Pedro se iniciaban temprano, en tanto que su antigua vida raramente comenzaba hasta bien entrada la noche.


Tras desperezarse, se levantó y se fue al baño. Pedro le había dejado una nota pegada en el espejo, y Pau sonrió mientras la leía.


«He salido a comprar un hotel. ¿Me llamas para quedar a almorzar? Te quiero, Pedro


Sí, ése era su hombre, y ella también le quería. Tanto que algunas veces le daba miedo. No por que cualquiera arriesgaría su libertad y su futuro tal como acababa de hacerlo pasando cada día con él. Pero en otras ocasiones desearía darle un porrazo en la cabeza y decirle que dejara de intentar ser su conciencia. Al fin y al cabo, no era la única que había jugado con la ley en esa casa, aunque sus juegos hubieran sido de los más fáciles de descubrir y más sencillos de juzgar.


De acuerdo, puede que almorzara con él, sobre todo si eso hacía que sus sospechas no aumentaran. Pero la primera llamada del día se la hizo a otro.


Una vez que se hubo vestido y aplicado un poco de caro maquillaje, adecuado para ir de tiendas, agarró su móvil y marcó el número de Sanchez. Gracias a Dios que había sido capaz de convencerle para que se comprara uno; seguramente había decidido que era bastante seguro al ver que no la habían arrestado después de que Pedro le regalara el suyo.


—Hola —escuchó su voz.


—Hola, grandullón. ¿Cómo estás?


—Me parece que tengo Cheetos hasta en el culo después de pasar la noche en el maldito sillón de Delroy —repuso—. Me piro a un hotel.


—Que no sea el Manhattan —respondió. Eso sería genial; Sanchez hospedándose en el hotel que Pedro intentaba comprar.


—Hecho. ¿Cuándo quedamos?


Pau echó un vistazo al reloj más próximo.


—¿Qué te parece dentro de un media hora en la Avenida Amsterdam, en el vestíbulo de la Torre Trump?


—De acuerdo. ¿Soy un turista o un ejecutivo?


Pau lo pensó durante un segundo.


—Voy vestida para comprar en la Avenida Madison, así que serás un turista. Y utilizaremos las viejas señales.


—Martin conoce esas señales —dijo al cabo de un instante, su voz era más seria.


—Pero la poli no. Ya que no les gustó mucho tener que soltarme, puede que intenten vigilarme. El detective jefe trató de arrestar a Martin en una ocasión. No quiero que la cosa se complique más de lo que ya lo está.


Sanchez soltó un bufido.


—Claro, porque te basta con los problemas de costumbre. 


Le lanzó un beso.


—Oye, ni siquiera mencionaré que antes de reformarte no solías tener esta clase de problemas.


—Exceptuando el último trabajito. Ya sabes, aquel en el que el guarda de seguridad voló por los aires y tuve que salvarle la vida al dueño de la casa.


—Hablando del rey de Roma, ¿qué tal le va a Alfonso?


—Sigue sin saber nada. Y haré que siga siendo así todo el tiempo que pueda. Será difícil para él si Martin sigue con vida.


—Si es que es así. Y no sería culpa tuya.


—No se trata de eso. Se trata de tenerme a su lado con Martin suelto por ahí. Si es que sigue vivo.


—Hablo en serio, Pau... el crimen es más simple.


—Sí, pero prefiero este arreglo para dormir.


—Aja. Nos vemos a las diez, cariño.


Todas sus cosas (llaves; espejo; un pequeño rollo de cinta americana; clips sujetapapeles; pintalabios; dinero en efectivo y tarjetas de crédito que había ido acumulando poco a poco) se encontraban en el bolso negro que había utilizado la noche anterior.


Sacó otro bolso del armario, examinando cada uno de los objetos antes de transferirlos y tiró el primero a la basura.


 Puede que estuviera paranoica, pero después de lo sucedido la noche anterior no quería tenerlo cerca, por si acaso alguien pudiera utilizarlo para seguirle el rastro.


Jamás se le hubiera ocurrido que vivir honradamente resultara más caro que hacerlo al margen de la ley, pero tampoco había contado con vivir con un tipo que compraba hoteles para divertirse. El bolso negro era un Louis Vuitton de 440 dólares, que había comprado para una comida de beneficencia en Palm Beach dos meses atrás.


—Mierda —farfulló.


Tan pronto el taxi que le había pedido Wilder se apartó de la acera, Paula sacó el espejo de su nuevo bolso y comenzó a atusarse el pelo. O a fingir que lo hacía. Un par de segundos después de doblar la esquina, un Ford Taurus marrón giró tras ellos. Probablemente se tratara de una coincidencia, pero de todos modos no le quitó el ojo de encima.


Para cuando llegaron a la calle 59, el Taurus todavía les seguía a un coche de distancia del taxi. Mierda. Se inclinó hacia delante, dando un golpecito en el panel de plástico que separaba al conductor del compartimiento de pasajeros.


—Gire a la izquierda en la próxima calle de sentido único que pueda, y déjeme a la mitad —le indicó—. No aparque, tan sólo deténgase.


—¿Qué? —dijo el hombre, volviéndose parcialmente.


Pau se lo repitió en español y el taxista asintió.


—Okay, señorita.


—Bien. —Sacó un billete de veinte pavos del bolsillo y se lo entregó a través de la mampara.


El taxista hizo lo que le pidió, y dos minutos después Paula se apeaba del taxi y subía la calle en dirección contraria al tráfico. Por tentador que resultase saludar, hizo caso omiso del Taurus cuando pasó por su lado y aceleró. Estarían pidiendo refuerzos, así que en cuanto doblaran la esquina, Pau se detuvo y paró otro taxi que se dirigía en la misma dirección que el coche de la policía.


—A la Torre Trump —le dijo al conductor con turbante.


—Torre Trump. Sin problemas.


Que los polis intentaran seguir a un taxi en Nueva York una vez que le habían perdido de vista. ¡Ja! Pero su corazonada no se había equivocado; Garcia estaba haciendo que la siguieran. Eso no iba a facilitar las cosas.


Antes de que se mudara a Palm Beach, Florida, hacía años y de que limitase sus robos a algún trabajito esporádico interesante, había perpetrado quizá una docena de robos de primer nivel sólo en Nueva York, sin contar los trabajitos en Sotheby's y Christie's. No estaba segura de denominarlos como recuerdos felices, pero sin duda sí estimulantes.


Y había renunciado a ello por Pedro —bueno, no sólo por él, sino también por ella misma; por un futuro en el que no tuviera que estar mirando por encima del hombro a cada momento, esperando a que la atraparan—, pero con la forma en que los crímenes seguían sucediéndose a su alrededor, no parecía haber cambiado mucho. Nada, en realidad, salvo el hecho de que ya no sacaba provecho de las infracciones.


Sanchez llevaba un mapa, una cámara y un par de gafas de sol, rematado con una gorra de béisbol de los Detroit Tigers, que le cubría su negra y calva cabeza.


—Discúlpeme —dijo, acercándose a ella cuando Pau pasaba por su lado—. Estoy buscando la Torre Trump. ¿Puede echarme una mano?


—No, necesito las dos —respondió, enganchándose a su brazo y guiándole hacia la acera.


—Oye, creía que íbamos a utilizar el código —refunfuñó, bajándose las gafas de sol para fulminarle con la mirada por encima del borde.


—Y lo has hecho. Resulta que sé que me estaban siguiendo y que los he despistado. Vamos.


—¿Adonde vamos? —preguntó Sanchez, alargando la mano con que sujetaba el mapa y parando otro taxi.


—¿Por dónde empezarías si intentaras localizar a Martin? —replicó, acomodándose en el ajado asiento negro del taxi y deslizándose para que él pudiera sentarse a su lado.


—Era él quien me encontraba a mí. Suponiendo que no hayas comido marisco en mal estado y que esté realmente vivo, no creo que tenga ganas de responder a ninguno de los anuncios en código que pudiéramos publicar en el periódico.


—Espero de veras que comiese algo en mal estado, pero eso no explicaría quién se llevó el Hogarth. Y estoy de acuerdo; dadas las circunstancias, dudo que le haga gracia que le encuentren. Aunque solíamos pasar mucho tiempo en Nueva York antes de separarnos. Me llevó a sus lugares más frecuentados, pero no a todos.


Sanchez dejó escapar un suspiro.


—Te habría llevado a todos si yo le hubiera dejado. Una niña de diez años en Hannigan's, sacando propinas.


—Al bar Hannigan's —le dijo Paula al taxista—. En los muelles.


La indignación que impregnaba la voz de Sanchez le sorprendió un poco. Sabía que había vivido más tiempo con Sanchez que con Martin, pero nunca se le había ocurrido que el arreglo obedeciera a otros motivos que no fueran la conveniencia.


—Me sacaba un dinerillo llevando bebidas en el Hannigan's.


—Solías distraer a los demás ladrones y timadores mientras bebían y le hablaban a Martin de los trabajos para los que les habían contratado.


Paula enarcó una ceja.


—¿Competía con sus propios amigos, ofreciendo sus servicios a menor precio?


—Siempre que creía que podía salir impune.


—Nunca antes has hablado así de Martin —remarcó.


—Le pillaron justo cuando cumpliste los dieciocho, y murió tres años después. Imaginé que tenías tu propia forma de hacer las cosas y que no necesitabas escuchar toda la mierda que llevaba a cuestas.


—Sabía mucho sobre eso. Pero para serte sincera, me enseñó todo lo que sé sobre el oficio.


—Te enseñó la mecánica. Tú desarrollaste una conciencia y unos principios muy altos. —Miró por la ventana durante largo rato, luego se aclaró la garganta y se volvió de nuevo—. Quiero decir que yo... —echó un fugaz vistazo al taxista— ... redistribuía para docenas de ladrones. Tú fuiste la única que siempre se negó a robar en un museo.


Paula hizo una mueca.


—Sé que no era fácil trabajar conmigo.


—No te disculpes, cielo. Estaba... —se aclaró la garganta de nuevo—. Estaba orgulloso de ti. Y por muy pesado que sea la empresa de seguridad y tener relación con un multimillonario prepotente, sigo estando orgulloso de ti.


Durante un minuto Paula pugnó por no ceder ante las lágrimas. Dado que no creía poder hablar sin lloriquear, se inclinó y besó a Sanchez en la mejilla.


—Gracias —susurró.


—Sí, bueno, estaría igual de orgulloso de ti si decidieras dejar tu retiro y aceptar un par de esos trabajos europeos para los que me siguen llamando.


—Pregúntame de nuevo dentro de una semana —respondió Paulaa. Libre y sin preocupaciones en Cannes, o ser seguida y encarcelada por el Departamento de Policía de Nueva York. De no ser por Pedro, la decisión no habría sido tan complicada.


Sanchez la precedió hasta el Hannigan's. Catorce años después parecía más pequeño, sórdido y apestoso de lo que Paulaa recordaba, pero algunas de las caras, incluso a las once de la mañana, le resultaban familiares.


—¿Pero a quién tenemos aquí? Si son Sanchez y la pequeña Chaves —dijo a voces el camarero.


Un par de clientes salieron por la puerta trasera en respuesta, pero ninguno de ellos era Martin. De modo que algunos de sus antiguos compinches no querían que se les relacionasen con ella. Aquello era extraño, pero no tanto una sorpresa. Al fin y al cabo, ahora tenía contactos que eran abogados y policías.


—Estamos buscando a un viejo amigo —dijo Sanchez, aposentándose en uno de los taburetes. —¿De quién se trata?


—El lo sabrá si se entera, y tú lo sabrías si le vieras —intervino Paula—. Y si le ves, llámame —le entregó una tarjeta con el número de su teléfono móvil escrito en el reverso.


—Chaves Security. Maldición. ¿Es un timo o ahora estás en el bando de los buenos, pequeña Chaves?


—Aún no lo he decidido. Pero si me llamas con la información adecuada, tengo mucha pasta que lleva tu nombre.


—Seguro que sí. Te he visto en las noticias. Te vi ayer por la mañana, esposada. Me descojoné de la risa.


Paula se inclinó sobre la barra.


—¿Me viste, Louie? —murmuró—. ¿Y viste algo que te hiciera pensar que no pueda darte una buena tunda? —Solía vivir entre esta gente, aunque a casi ninguno le era posible estar a la altura de los trabajitos que ella había realizado. No era gente amable, en su mayoría. Recurrir a su antigua mentalidad de «cuidado con el número uno» era igual que ponerse una vieja y cómoda camisa.


El último bufido del camarero pareció un ruido estrangulado.


—Vamos, tienes que reconocer que no se ve a un Chaves esposado con frecuencia. No desde que cogieron a tu padre.


Aja.


—Y eso resultó gracioso, ¿por qué?


—Porque solía decir que jamás le atraparían. No había nadie más escurridizo que él. Y va y acaba muriéndose en el trullo. Resulta gracioso. Irónicamente gracioso, supongo.


Vale, nada de ja ja, qué divertido.


—Irónico. Claro. Pues no te olvides de llamarme si ves algo.
Al fondo del bar, donde las sombras parecían haber sido diseñadas para formar parte de la decoración, se escuchó el estrépito de una silla al ser retirada.


—Oye, Sanchez, me gusta tu cámara. ¿Ahora curras como paparazzi de la famosa Chaves?


—Willits —gruñó Sanchez, volviéndose hacia la voz—. ¿Por qué no te acercas y sonríes, y veremos si tu foto se revaloriza en la oficina de correos?


—Vamonos —farfulló Pau—. No saben nada de lo que necesitamos.


—Está bien —respondió Sanchez, indicándole la puerta con la mano. Le cubriría las espaldas, por si acaso—. Estaba pensando en ir a ver a Doffler.


Con un suspiro, Paula asintió.


—Odio a ese tipo.




1 comentario:

  1. Wowwwwwwwwww, espectaculares los 3 caps. Encontrarán a Martin o habrá sido una ilusión óptica de Pau??? Por favor que no vuelva a robar, que se quede con Pedro.

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