sábado, 24 de enero de 2015

CAPITULO 123




Miércoles, 9.18 p.m.


—Menuda mierda —dijo Paula, llevándose a la boca una buena porción de fideos chinos con los palillos y señalando hacia el televisor—. Ni siquiera ponen la parte donde Ripton dice que queremos que nos devuelvan el cuadro.


Pedro, que estaba sentado a su lado en el sillón, le birló a Paula otro poco de su pollo con setas. En cualquier otro momento le hubiera preguntado por qué se había molestado en pedir ternera con brócoli si en realidad iba a zamparse su cena, pero en esos instantes resultaba agradable que él —que ambos—, se sintieran lo bastante cómodos como para compartir.


—Es un noticiario sobre celebridades —comentó, señalando con sus propios palillos—. Les preocupa poco quién lo hiciera, siempre que sigamos hablando sobre ello.


—Pero si no hemos hablado sobre el tema.


—Sin embargo, hemos aparecido en público. En ocasiones, ése es el único requisito.


—Entonces, ¿por qué nos dejamos ver?


—Porque el noticiario es secundario. Intentamos impresionar a la policía.


—Es una nueva humillación.


—Una humillación inevitable.


Pau echó un vistazo al reloj de pared del rincón. Eran pasadas las nueve. Sanchez ya debería estar en Nueva York y apoltronado en el sillón de Delroy. Escabullirse a hurtadillas por segunda noche consecutiva no parecía nada inteligente, pero necesitaba verle cara a cara.


—Me sorprende que no te haya llamado Walter —dijo Pedro de pronto, haciendo que se preguntase si acaso no podía leer la mente—. Han tenido que emitirlo en Palm Beach.


—Sanchez ve Jeopardy y Wheel.


—Entonces, ¿no le has llamado?


—Le llamé mientras estabas reunido con Ripton. Cree que soy idiota y que debería huir a París.


—¿De veras? —Pedro se inclinó hacia delante y se sirvió otra porción de Chow mein en su plato—. ¿Y tú le respondiste que...?


—París en primavera no es divertido si vas solo —sonrió brevemente—. ¿Va todo esto a perjudicar la compra del hotel? Pedro se encogió de hombros.


—Me han robado. Eso afecta a mi imagen. Produce la impresión de que se pueden aprovechar de mí. En este momento imagino que Matsuo Hoshido seguramente se lo está pasando en grande, subiendo su precio en uno o dos millones y agregando algunas condiciones más que no me serán favorables.


Paula exhaló una bocanada de aire.


—Conozco a algunas personas en la ciudad —dijo pausadamente—. Puedo preguntar por ahí. —Quedarse allí sentada sólo haría que se volviera loca, y necesitaba una excusa para abandonar la casa. Y tampoco sería ninguna mentira.


—Claro. Es una idea genial. Vete a que te vean con conocidos ladrones de arte o peristas.


—¿Quién dice que dejaré que me vean, listillo? —Dejó su plato sobre la mesa de café—. En mi opinión, necesitas que te devuelvan el cuadro. Yo necesito lo mismo. Cómo lo conseguimos es algo secundario.


—Ya no sé cómo decirlo, Paula, pero a Garcia no le impresionaste ni encandilaste. Eso...


—Eso no lo sé.


—Eso hace que sea peligroso —prosiguió Pedro, como si ella no le hubiera interrumpido—. Este no mirará para otro lado como hace Francisco Castillo. Y preferiría exponerme a un juicio basado únicamente en especulaciones y rumores, que en fotos o grabaciones donde aparezcas charlando con delincuentes.


Incluso la palabra juicio hacía que se apoderara de ella un sudor frío. Durante largo rato miró el perfil de Pedro mientras éste comía, al parecer parcialmente atento a Ley y orden. Sabía cómo hacerla saltar, y Pau no albergaba dudas de que estaba intentado asustarla para que no hiciera nada.


—Francisco no mira para otro lado. Comprende que tengo mi i forma de hacer las cosas.


—Entiende que le has ayudado a resolver dos asesinatos —replicó Pedro.


—Podría encandilar a Garcia si quisiera. Dadas las circunstancias, no le veo sentido.


—Mmm, hum.


—¿Qué significa eso?


Pedro la miró mientras sorbía ruidosamente un fideo Chow mein.


—¿Que qué significa eso?


—¿Qué quieres decir con «mmmhum»? Te conquisté a ti, tío. Puedo conquistar a cualquiera.


«¡Chúpate esa!» 


Paula se llevó el recipiente de arroz vacío a la cocina. Wilder recogería el desorden, pero aún se sentía incómoda con que otros barrieran por donde ella pisaba. Amas de llaves y mayordomos no tenían nada de malo, pero detestaba dejar un rastro a su paso sobre sus idas y venidas para que otros lo limpiaran.


Cuando había recogido tanto como le fue posible, considerando que Pedro estaba todavía comiendo, se puso en pie.


—Me voy a acostar. Y mañana me iré otra vez de compras mientras estás reunido. Tu calendario social tiene tiritando mi guardarropa. —Se detuvo en la puerta, porque no podía dejar una discusión sin conocer exactamente la
posición de Pedro al respecto—. Si es que continuamos siendo socialmente activos. Juntos, me refiero.


El plato de Pedro resonó sobre la mesa. Con esa rapidez de deportista que le caracterizaba, se levantó y cruzó la estancia, deteniéndose delante de ella. Antes de que Pau pudiera tomar aire para responder a lo que fuera que estuviera a punto de decir, Pedro la asió de los brazos y la atrajo bruscamente contra su cuerpo. Su boca se apoderó de la suya, caliente e insistente, y con un leve sabor a wonton rellenos de queso fundido.


Pedro saturó sus sentidos; siempre lo hacía, por hastiada que se sintiera y por mucho que supiera sobre necesidad y codicia, y por muchas medidas que la gente tomara para proteger sus propios intereses. Al parecer —no, obviamente—, él la consideraba uno de sus intereses.


Paula gimió, enredando los dedos en su negro cabello ondulado cuando él le plantó las manos en el trasero y la atrajo contra sus caderas. Dios, ¿podría renunciar a aquello?


—No hemos terminado —le murmuró entre un beso y otro—. Y a pesar de lo que yo pueda creer que sea mejor, sé que quieres obtener algunas respuestas. Tan sólo prométeme que serás discreta y que no harás nada para alentar las sospechas de Garcia.


Con suerte, Garcia no tendría ni idea de qué se traía entre manos.


—Te lo prometo, Pedro.


Sus manos ascendieron por debajo de la camiseta de Paula.


—Pues sigamos con esto arriba, ¿te parece?


—¡Caray, sí!


Pau esperaba que al final comprendiera por qué no podía quedarse cruzada de brazos sin hacer nada. Parecía que su antigua vida estaba surgiendo para ahogarla, y no podía dejarlo estar... por el bien de los dos. Pedro confiaba en ella, pero no confiaba en su antigua vida. Y en ese momento, tampoco ella lo hacía.




No hay comentarios:

Publicar un comentario