Jueves, 8:40 a.m.
Paula entró en el aparcamiento subterráneo y dejó el Bentley. Por pronto que fuera, aún sentía dolorida la parte trasera; ni siquiera había estado en su maldita oficina desde hacía cinco días.
Se aproximó hasta el ascensor y recorrió el pasillo, sacando las llaves mientras andaba. Dentro de la oficina todo parecía tranquilo y ordenado, todos los muebles, ahora de un elegante color verde bosque, donde debían estar, todos los archivos vados colocados en armarios y preparados para recibir información del cliente. Pero frunció el ceño al llegar al mostrador de recepción. De repente Sanchez y ella tenían doble ranura para el correo, una señalizada como «correspondencia» y la otra señalada como «mensajes». En su segunda ranura había media docena de mensajes telefónicos tomados con letra clara; nombre detallado, hora de la llamada, número de teléfono al que devolver la llamada y mensaje. Y todos querían concertar una cita concerniente a sus servicios.
Con los mensajes en la mano, cruzó la puerta lateral hacia la zona de despachos, trazando el círculo del fondo. No había nadie. Sanchez se había tomado el día libre y, teniendo en cuenta que acababa de salir de la cárcel la tarde anterior, no pensaba discutírselo. El le había dado un cachete en el culo, pero dado que también la había abrazado, sabía que su pequeño mundo turbio continuaba intacto.
Unas latas de Coca Cola Light todavía estaban alineadas en la puerta de la pequeña nevera de la sala de descanso, así que tomó una y abrió la lengüeta. Al volverse divisó la reproducción de Gauguin que colgaba en el pasillo opuesto.
—Hola —llegó la voz de Pedro proveniente de recepción—. ¿Podría atenderme?
Con una amplia sonrisa se dirigió al mostrador.
—Pensé que tenías una reunión con Gonzales.
—Me estoy tomando un descanso —respondió, inclinándose sobre el teléfono para besarla. Estiró el brazo que llevaba a la espalda y extendió un billete nuevecito.
—Cien dólares. Me preguntaba si pagarías la apuesta. —Lo tomó, comprobando la elasticidad del billete de Benjamín Franklin—. Con esto voy a comprarme algo de ropa interior nueva.
—Insolente. —Estiró el otro brazo hacia delante. Había una bonita planta de Asparagus setaceus en una maceta posada en su mano.
—¿Qué es esto? —preguntó, tomándola de él.
Pedro se encogió de brazos.
—Me olvidé de hacerte un regalo de bienvenida a la oficina. Y sé que te gustan las plantas, así que, aquí tienes. —Pedro se balanceó sobre los talones, con aspecto de estar ridículamente satisfecho consigo mismo—. La elegí yo mismo.
Sintiendo que unas inesperadas lágrimas se amontonaban en sus ojos, Paula dejó la maceta sobre el armario archivero más cercano.
—Ven aquí, amor —dijo, inclinándose por encima del mostrador para agarrarle de las solapas.
Le besó, deleitándose con su calor y su presencia y su contacto mientras él tomaba su rostro entre ambas manos y le devolvía el beso. Sabía cuál era el regalo que más le gustaría, y había salido a comprarlo para ella.
Pedro deslizó los brazos hasta rodearle la cintura y la levantó, arrastrándola por encima del mostrador hasta el otro lado de recepción donde se encontraba él. Se apoyó en él, fundiéndose de buen grado en su profundo abrazo.
—¿Así que estás de acuerdo con mi pequeña maniobra? —preguntó con voz no demasiado firme—. Hace dos semanas me presionabas con aquello del conglomerado mundial.
Él la miró fijamente durante un prolongado momento.
—No hay garantías de que deje de presionar, pero me parece bien todo lo que quieras hacer, Paula… siempre que yo forme parte de tu vida y que no te involucres en cosas que podrían llevarte a la cárcel.
Paula alzó la mano y trazó su delgado mentón con las yemas de los dedos.
—Te quiero, Pedro Alfonso —murmuró. El techo no se desplomó, no cayó ningún relámpago y su padre no apareció por arte de magia desde el más allá para reprenderla. De hecho, decirlo no le dolió en absoluto. En realidad parecía… cálido, reconfortante.
El sonrió.
—Te quiero, Paula Chaves.
Aquello parecía incluso mejor.
La puerta de la oficina se abrió de nuevo.
—Bueno, mira a quién tenemos aquí —dijo Andres Pendleton, entrando parsimoniosamente en recepción.
Paula inhaló una bocanada de aire.
—¿Eres tú el hada de la oficina?
El apuesto hombre rubio sonrió abiertamente.
—Perdón, ¿cómo dices?
—¿El hada que colgó el cuadro y tomó todos los mensajes?
—Ah, sí, bueno, entonces soy el hada de la oficina. Culpable de los cargos.
Pedro se aclaró la garganta.
—¿Y usted es?
—Lo siento —medió Paula—. Pedro Alfonso, te presento a Andres Pendleton. Andres, éste es Pedro.
Ambos hombres se estrecharon la mano.
—¿Es tuyo ese Barracuda que hay aparcado en la puerta? —preguntó Andres.
Pedro asintió.
—Es una nueva adquisición. Mi Mustang del sesenta y cinco fue recientemente declarado siniestro total.
—Es llamativo. Yo tengo un Cadillac El Dorado del sesenta y dos. Tardé un año, pero reconstruí el motor yo mismo.
Inclinándose lentamente mientras Andres arreglaba el desorden que había formado en el mostrador de recepción, los labios de Pedro rozaron la oreja de Pau.
—No es gay —susurró, luego se irguió de nuevo—. Le echaste una mano a Paula —dijo—. Gracias.
—Es un placer. Admiro su coraje.
—Coraje. Esa soy yo, ¡sí, señor! —Paula sacó los mensaje del bolsillo de su chaqueta. «Pedro estaba equivocado con respeto a Andres. Seguramente.»—. Oye, ¿son auténticos?
Andres asintió.
—Puedes estar segura —dijo con voz lánguida—. Prácticamente han echado tu puerta abajo.
Pedro tomó la mano libre de Paula, y cogió su maletín con la otra.
—Paula, ¿podríamos pasar a tu despacho un momento?
Sin esperar respuesta, comenzó a arrastrarla hacia la puerta del pasillo. Ella no se resistió, pero volvió la vista hacia el acompañante.
—¿Quieres un empleo de verdad? —le preguntó.
—Señorita Paula, me contrataste hace tres días —respondió Andres—. Lo que sucede es que no tuve oportunidad de contártelo.
—Guay.
Pedro cerró el pestillo de la puerta en cuanto estuvieron en s despacho.
—¿Le contratas?
—Le has oído; ya lo he hecho.
—Paula…
—Ven aquí y bésame —le ordenó, acercándose a correr la cortinas. No tenía sentido hacer que Gonzales se emocionara tan temprana hora de la mañana.
Pedro se reunió con ella junto a la ventana, besándola suavemente en los labios. Le gustaba que Pedro no montara un pollo por lo que ella había dicho. Después de todo, no es que hubiera aceptado casarse con él.
Justo cuando estaba a punto de derretirse, Pedro retrocedió un poco.
—Por cierto —susurró—. Pensé que podría gustarte echarle un vistazo a esto.
Ella sonrió.
—Ya lo he visto.
—No, esto no. —Se llevó la mano a la chaqueta y sacó un periódico doblado—. Me refiero a esto.
Paula lo cogió con el ceño fruncido, y desplegó el Palm Beach Post del día anterior. En la parte superior de la sección se leía: «Ecos de sociedad». Debajo de aquello, el titular PELEA A PUÑETAZOS EN EL CAMPO DE POLO le saltó a los ojos, con una enorme fotografía en blanco y negro de ella misma y Laura manos a la obra en el barro. Patricia aparecía detrás de ellas, o, más bien, su trasero, mientras escapaba reptando del peligro.
—Genial —farfulló.
—Lee la parte que he subrayado —le indicó, señalándole el párrafo con la punta del dedo—. En voz alta.
Paula se aclaró la garganta.
—«Cuando se le preguntó si Alfonso y ella habían fijado una fecha después de su viaje a los juzgados, la respuesta de Chaves fue rotunda: No. Todavía…» —Su voz se fue apagando poco a poco.
—Termina.
«¡Joder!»
—«Todavía intento descubrir cómo hace trampas al Intellect.» —dijo, eludiendo más preguntas.
—¿Trampas? —repitió, volviendo a coger el periódico.
—Bueno, sí. Trampas.
—Aja. —Apartándose, recogió su maletín—. Siéntate.
Frunciendo el ceño, hizo lo que le pedía, hundiéndose en la silla tras su mesa.
—¿Qué estás haciendo?
Pedro sacó un tablero de Intellect y un saquito con letras del maletín y los dejó sobre la superficie.
—No se denomina hacer trampas cuando simplemente soy mejor que tú en este juego. Todos los ingleses lo somos. Y voy a demostrarlo, yanqui.
Ella sonrió de oreja a oreja, cogiendo su Coca Cola Light y tomando un trago.
—Ah, esto es la guerra, inglés. ¡Vamos, valiente!
Ayyyyyyyyyyyy, por favor que le pida casamiento ya!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMe encanta!!!!
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