martes, 20 de enero de 2015

CAPITULO 109




Lunes, 2:57 p.m.


Pedro estaba a un paso de marcar un tanto cuando escuchó el disparo. Dando la vuelta de golpe, miró hacia la mesa de Paula. Estaba vacía. El corazón le dio un vuelco. 


Espoleando a Tim en los costados, se dirigió hacia el margen del campo.


—¡Cuidado, Pedro! —gritó Bob Neggers, uno de sus contrincantes.


Giró bruscamente la cabeza a un lado justo a tiempo para recibir el golpe de un mazo en el hombro en lugar de en la nuca. Aquello le desequilibró, y se agarró a la perilla de la silla para evitar caer al suelo. Cuando se enderezó, maldiciendo, Daniel se encontraba en la banda del campo y se dirigía a los establos.


Pedro hizo que Tim cargara tras ellos. Los espectadores echaron a correr y los paparazzi se dispersaron cuando Daniel pasó al galope por entre ellos con Pedro pisándole los talones.


—¡Paula!


Paula se arrojó a un lado y rodó bajo el oscilante mazo al tiempo que Pedro gritaba para advertirla. Pedro dispuso de un fugaz momento surrealista para reparar en que ella mostraba un aspecto elegante incluso ataviada con un vestido cubierto de barro. Daniel tiró de su caballo para hacerle girar y volvió a por ella. La policía gritó, apuntando las pistolas hacia Kunz, pero con la prensa grabando por todas partes, no era probable que fueran a disparar.


Lo que significaba que era responsabilidad suya.


—Me parece que no —gruñó Pedro cuando Daniel y su montura giraron para ir en persecución de Paula. Hizo que Tim saliera en tropel a por el otro caballo y jinete. El mazo osciló una vez más hacia su cabeza, pero esta vez lo vio venir y se agachó.


Pedro espoleó de nuevo a Tim, impidiéndole a Daniel que persiguiera a Paula. No obstante, no cabía duda de que empujar y bloquear no iba a ser suficiente.


Agitó su propio mazo, impactando a Daniel en el muslo. El mango de madera grujió y se astilló. Enfadado, lo arrojó al suelo y saltó. Golpeó a Daniel en las costillas, y ambos se estrellaron contra el suelo. Mientras Daniel se ponía en pie, Pedro arremetió de nuevo y le golpeó con fuerza en el pecho, lanzándolos a los dos otra vez al suelo.


Pedro le arrebató el mazo de la mano a Daniel, luego se encontró agarrado por hombros y brazos y siendo arrastrado hacia atrás. Luchó por soltarse, furioso.


—¡Pedro!


La cara de Castillo apareció enfocada delante de él. Con otra maldición, Pedro se aplacó, encogiendo los hombros para sacudirse de encima lo que parecía la mitad del Cuerpo de Policía de Palm Beach.


—¡De acuerdo! ¡Está bien!


—Nosotros nos ocuparemos —prosiguió Francisco, mirándole aún con recelo.


Pedro no podía dedicarle más tiempo. En cambio, dio media vuelta y estuvo a punto de chocar con Paula que se aproximaba. Gracias a Dios.


—¿Te encuentras bien? —preguntó, agarrándola de los brazos y atrayéndola hacia él.


—Estoy bien. Qué bonita cabalgada, Tex. —Alzó el brazo y acarició su mejilla con el dedo—. Pero te has hecho un corte.


—Casi se me mete una piedra en el ojo —dijo, incapaz todavía de apartar la mirada de ella, de estar seguro de que no la habían aporreado o pisoteado—. Tú también te has hecho un corte.


Paula echó un vistazo a su brazo.


—No es más que un rasguño.


«¡Dios bendito!»


—¿Conseguiste lo que necesitabas?


—Tenemos los rubíes —dijo Castillo, reuniéndose con ellos desde atrás—. Y un intento de asesinato por parte de Laura Kunz, además de un asalto de Daniel Kunz. Y con eso basta para empezar. ¿Dónde está la cinta?


Uno de sus oficiales cogió el bolso de Paula, que parecía haber sido pisoteado por uno de los caballos. 


Independientemente del tipo de evidencia que pudiera contener la grabadora, esa noche Tim tendría ración extra de avena.


—Simplemente, genial —masculló Castillo, vertiendo los restos de su dispositivo en una bolsa—. ¿Planeaste tú esto?


—Sólo ha sido suerte —respondió Paula, claramente aliviada—. Y, oye, si ésa no es el arma utilizada para matar a Charles, hay otra detrás del último cajón del escritorio de Daniel en Coronado House. También hay algo de cocaína.


—¿Y eso lo sabes, porque… ?


—Oh, estaba en la cinta. Lo siento.


—Seguro que sí. —El detective le entregó el bolso—. ¿Tienes idea de lo caras que son esas cosas?


—Cóbramelo —respondió Paula—. Después de que saques a mi amigo de la cárcel.


—Llevará un día o dos, pero creo que lo arreglaremos. —Echó un vistazo en derredor—. Será mejor que saque a los Kunz de aquí antes de que la prensa eche a perder mi caso.


Los paparazzi los rodearon.


—Yo tampoco estoy de humor —dijo Pedro, tomando a Paula de la mano—. ¿Qué te parece si vamos a darle algunas de esas manzanas a Tim?


—¡No! —aulló Castillo.


Pedro estaba bromeando, Francisco. Relájate —dijo Paula, y se volvió hacia Pedro—. Y sí, vayámonos de aquí de una vez.


Su tosco «sin comentarios», junto con las miradas airadas que estaba repartiendo, parecieron intimidar a los medios por segunda vez aquel día, y en cuanto Pedro hubo entregado a Tim a un mozo, Paula y él se fueron a toda prisa al aparcamiento y subieron a la limusina que les estaba esperando. Les siguieron, por supuesto, pero le preocupaba más que no le oyeran que el que no le vieran.


—¿Estás segura de que te encuentras bien? —repitió.


—Estoy bien. De verdad. Es decir, uf, la primera vez que hicimos algo semejante, acabé con el cráneo fracturado, y la segunda vez una furgoneta trató de atropellarme. Un poco de barro y una estampida de caballos no es nada.


—Y el rasguño de bala.


—Bueno, escuece, pero…


Su cabeza desapareció de la vista de Pedro, seguida por el resto de su cuerpo.


—¿Cómo te atreves? —chilló Patricia, todavía tirando del pelo a Paula.


Paula se retorció, agarrándose del pelo para liberarlo de Patricia. Había perdido cabello hacía tres meses, peleando con el futuro ex marido de Patty, y le había dolido como mil demonios. No iba a tolerarlo de nuevo.


—Para —le ordenó.


A juzgar por el rostro enrojecido, Patricia no iba aceptar ninguna orden.


—¡Me empujaste al barro! ¡Y me dejaste allí y te llevaste todo el mérito!


—¿Y dónde estabas tú cuando Laura intentó dispararnos? Oh, claro, estabas a salvo detrás del establo. Y no hay de qué.


—¡Tú… !


Paula apartó de un manotazo el dedo con el que Patricia le apuntaba.


—Tócame otra vez y nadie en Palm Beach querrá tenerte cerca para otra cosa que no sea limpiar sus aseos. —Tomó aire—. Todavía te queda el reconocimiento por descubrir que Daniel estaba relacionado con el robo y el asesinato. Una promesa es una promesa


—Yo… más te vale. Y quiero la cinta de vídeo.


—De ninguna manera, Patty. No soy imbécil. —Paula la rodeó, reuniéndose con Pedro—. Larguémonos de aquí.


—¿De verdad vas a concederle el mérito?


Ella se encogió de hombros.


—Un poco. Cuanto menos tenga que testificar, mejor.


—De acuerdo —respondió, luego se aclaró la garganta, cosa nada típica en él—. Parece que me he quedado sin agente inmobiliario.


Paula le lanzó una mirada furiosa a Laura por encima del hombro, que no dejaba de protestar mientras Castillo le hacía subir a la parte trasera de un coche de policía.


—¿Y qué? —le animó.


—Y se me ocurrió que podría buscar otro. Digamos, en Nueva York.


—Nueva York es bonito. —Se limpió el barro del brazo y lo arrojó al suelo—.No pasamos demasiado tiempo allí, ¿verdad?


—No, así es.


—Mejor todavía, guapetón.


Pedro sonrió, recorriendo con la mirada toda su longitud cubierta de barro y demorándose durante un momento en su pecho.


—Estás muy atractivo, por cierto.


Genial. Obviamente parecía salida de un concurso de camisetas mojadas.


—Si tú no te quitas ese uniforme, yo me quedaré como estoy.


—¿Puedo regarte con la manguera?


Paula se apretó contra su costado, asegurándose de que se pusiera perdido de barro.


—Haremos turnos. Así que, al fin has actuado como un caballero de brillante armadura de verdad —apuntó—. Con caballo y todo.


Pedro se echó a reír.


—Soy realmente genial, ¿verdad?



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