miércoles, 31 de diciembre de 2014

CAPITULO 44




Mientras cambiaban el patio por la sala de estar, Pedro esperó a que Cata le apartara a un lado y le interrogara. Sabía que Tomas le había contado lo más básico de la historia de Paula. Pero conociendo a Cata, probablemente había descubierto mucho más sobre su ligue de lo que había dicho.


Gracias a Dios que había ido a buscar a Paula cuando ésta había desaparecido del cuarto de baño. Y menos mal que se había tomado un momento para observar, en vez de irrumpir a gritos por violar la privacidad de su amigo. Ver
el modo en que ella había mirado las fotografías de Tomas había hecho que de pronto se preguntara cómo había sido su vida antes de cruzarse con él en su galería.


A Mateo y a Laura parecía caerles bien, sobre todo porque no les hablaba como a niños. Ella misma parecía desconocer lo que era ser niña… no del modo en que los
dos menores de los Gonzales lo eran. Se preguntó qué clase de niñez había tenido, pero sin saber demasiado, ya había llegado a la conclusión de que no había tenido una madre que le hiciera galletas con regularidad. Hum, tampoco él.


Algo había captado su atención durante la cena. No tenía la más mínima idea de qué podría tratarse, pero ella se lo contaría. Todo en ella le fascinaba, y sobre todo el modo en que funcionaba su mente.


Paula estaba sentada con su corto vestido verde entre Cata y Laura, quien le estaba enseñando algunas de sus muñecas en miniatura. A Pedro encantaba encontrar objetos que añadir a los que los niños ya tenían, sobre todo cuando podía proporcionarles algo que no podían obtener o permitirse por sí mismos. Tampoco él había tenido una niñez precisamente normal… tal vez por eso disfrutaba coleccionando cosas pertenecientes a las vidas de otras personas. Pedro miró fijamente a Paula. «¿Buscamos lo que conocemos o lo que no tenemos?»


Cata se puso en pie.


—¿Quién quiere helado con chocolate? —preguntó.


Laura levantó la mano como un rayo, seguida por la de Tomas, después la de Mateo, la suya propia y, por último, la de Paula. Resultaba evidente que Pau esperaba a ver cuál era el modo correcto de proceder en cuestión de postres.
Continuaba amoldándose, aunque comenzaba a tener la sensación de que en algún momento de la velada había dejado de actuar.


Pedro, échame una mano —le ordenó Cata, dirigiéndose a la cocina.


Ah, había llegado el momento. Tras tomar aire y ofrecerle a Paula una sonrisa solidaria, se puso en pie y la siguió.


—Sí, señora —dijo, entrando en la cocina.


—Saca los cuencos del armario, ¿quieres? —le pidió.


Sacó seis cuencos y los dejó sobre la encimera. Cata comenzó servir cucharadas de helado en ellos, mientras él se acercaba a la nevera a por sirope de chocolate y cerezas. Era una pura rutina, que seguramente había realizado al menos cincuenta veces.


Pedro, ¿qué sabes de Paula?


—Lo suficiente, por el momento —respondió—. ¿Por qué?


—No me agrada la idea de que permitas la entrada a esta casa a alguien… peligroso, estando mis hijos.


—Sabe cuidarse ella sola —respondió, apoyándose contra la encimera—, y creo que alguien puede intentar hacerle daño. Pero que pueda ser peligrosa para vosotros,nunca.


—¿Estás seguro de eso?


—Sí, lo estoy.


Cata comenzó a regarlos con sirope, luego dejó de nuevo el envase a un lado.


—Me cae bien —dijo pausadamente—. Pero no es tan sólo una especialista en arte, y ambos lo sabemos.


—¿Y bien?


—Y bien, ¿por qué está contigo?


—Ya te lo he dicho, me gusta. Y me salvó la vida la noche del robo. Estamos trabajando en equipo. —Y enarcó una ceja, retándola a que contradijera su afirmación.


—Eso ya lo veo —dijo en voz baja, y le empujó para que saliera por la puerta.




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