miércoles, 17 de diciembre de 2014

CAPITULO 11



Viernes, 4:33 p.m.


—No pienso subir a ese coche con usted. —Mientras estaban parados en la puerta de la tienda de Meissen, Paula se dio cuenta de lo equivocada que había estado al pensar que Alfonso le resultaría menos atractivo a la luz del día y con testigos.


—Es una limusina —corrigió Alfonso—, y no pretendo secuestrarla.


—Preferiría encontrarme con usted en su casa, cuando anochezca. —Aquello adquiría más sentido por lo que a ella se refería. Entraría y saldría a su modo, y tendría un poco de control sobre cuánto se involucraba en esto—. Ya conozco el camino.


—No va a colarse en mi casa otra vez. Y no la imagino pasando por delante de la policía apostada en la verja de entrada.


—Me encantaría verlo —contestó Gonzales.


Ella le sonrió con satisfacción, sin tener que fingir irritación mientras ellos seguían discutiendo en Worth Avenue. Por marcado que fuera el instinto que le impulsaba a desear no estar al descubierto, no pensaba comprometer sus normas. Y, teniendo en cuenta que el calor masculino que emanaba Alfonso estaba haciendo que se le secase la boca, no cabía la menor duda de que necesitaba mantener un poco de distancia… y de perspectiva. Obviamente, ya no era la única cazadora involucrada.


—Todas mis posesiones terrenales están a unas dos manzanas de aquí. No voy a dejarlas ahí.


Alfonso comenzó a decir algo, pero luego cerró la boca de nuevo.


—¿Todas sus posesiones? —repitió un momento después, y ella sintió que le había sorprendido. Posiblemente, la idea de que alguien fuera capaz de contar sus posesiones, mucho menos transportarlas en una bolsa, le dejaba perplejo.


—Me temo que sí. —No era del todo cierto, puesto que tenía un almacén alquilado a las afueras de Miami, algún que otro refugio aquí y allá, y una considerable cuenta bancaria en Suiza, pero eso no era asunto suyo. Todo lo que necesitaba para subsistir día a día estaba en el maletero del Honda.



—Nos acercaremos a por ello.


Pau decididamente comenzaba a sentirse más la presa que el depredador, y no le gustaba aquello. Esta asociación había sido idea suya, no de él.


—Y un cuerno —espetó—. Iré a su propiedad en mi propio coche u olvídese. No es necesario que me haga los recados.


—Quiero hacerle los recados —insistió Alfonso, su cálida voz estaba ligeramente teñida de irritación.


—La gente no discrepa muy a menudo con usted, ¿verdad? —preguntó.


—No, no lo hacen.


—Acostúmbrese a ello —repuso, sin tener la menor intención de ceder la posición de dominio. Era posible que pudiera hacerse plácidamente con el mando más tarde, pero con Alfonso quería establecer algunas reglas.


—¿Por qué no se limita a cooperar y agradecer que no llamemos a la policía, señorita Solaro? —farfulló el abogado con los brazos cruzados. Recostado contra el lateral de la limusina, parecía un mafioso bronceado de cabello leonado y botas de vaquero.


—¿No tiene alguna ambulancia que perseguir? —replicó, contenta de no tener que poner en práctica ninguno de sus encantos con el abogado—. ¿O tiene que estar disponible para limpiarle el culo a Alfonso?


—Yo me limpio mi propio trasero, muchas gracias —interpuso Alfonso con suavidad—. Entre en el coche.


—Yo…


—No pienso seguir discutiendo. En este momento está libre porque no he llamado a las autoridades. Recogeremos sus cosas y luego volveremos a mi finca e iremos al grano. Es todo lo transigente que estoy dispuesto a ser, preciosa.


Por un momento quiso preguntarle qué clase de asunto tenía en mente, pero, dadas las circunstancias, no le pareció prudente. Llevaba razón en cuanto a tener ventaja. Aunque no había llamado a la policía, cuanto más tiempo estuvieran a descubierto en Worth Avenue, más posibilidades había de que acabara esposada.


—De acuerdo.


—Pues pongámonos en marcha —dijo el abogado, su expresión se ensombreció cuando miró más allá de ellos—. A menos que quieras utilizar las noticias de las seis para invitar a Drácula o Hannibal Lecter a cenar.


Pau echó un vistazo sobre su hombro, entornando los ojos contra el resplandor del sol vespertino. La vista de una caterva de cámaras de informativos acercándose
apresuradamente en su dirección la hizo aullar. Sin molestarse en esperar a que alguien le abriera la puerta de la limusina, lo hizo ella misma y saltó adentro. «Nada de fotos. Jamás.» Una foto significaba que estas etiquetada, recordada y olvidada a conveniencia.


—Vamos —ordenó ella, deslizándose al centro del asiento, lejos de las ventanas.


—Y yo que creía que odiaba a la prensa —comentó Alfonso, sentándose a su lado.


Gonzales ocupó el asiento contrario, y la limusina se internó velozmente con un ruido sordo entre el ligero tráfico. Pau no dejó salir el aire hasta que pasaron la última de las furgonetas de informativos.


—¿Nos seguirán?


—Claro que sí. Imagino que ahora mismo tenemos por lo menos un helicópteron de informativos siguiéndonos los pasos.


Ella frunció el ceño.


—Entonces, olvídese de mi coche. Volveré a por él más tarde.


—Mandaré a alguien a que lo recoja. ¿Le hará eso sentir mejor?


—Me sentiré mejor si soy la única que sabe dónde está.


—Está nerviosa, ¿verdad? —dijo el abogado, sacando una botella de agua de una nevera empotrada bajo el asiento. 


No le ofreció una a ella.


—¿Le persigue la policía? —repuso ella.


—No.


—Pues cierre el pico.


Alfonso hizo caso omiso del intercambio, accionando en cambio el botón del pequeño panel de la puerta.


—Ruben, llévanos a casa, por favor.


—Sí, señor.


Pau, con la mandíbula apretada con una combinación nauseabunda de nerviosismo, irritación y adrenalina, observó a Gonzales levantar la botella y tomar un largo trago, las gotitas condensadas bajaron por su pulgar y gotearon sobre su corbata.


—¿Hay de ésas para todos, o él es especial?


Con lo que sonó una risita contenida, Alfonso se inclinó para coger otra botella fría y se la entregó.


—Él es especial, pero sírvase.


—Me alegra que te diviertas, Pedro—farfulló Gonzales—. Esto no era lo que imaginé cuando dijiste que querías su ayuda. En ese momento pensaba más en una lamada o dos de teléfono… no en invitar a la zorra al gallinero.


—Todas las gallinas de Alfonso están a salvo —replicó Pau—. ¿De verdad tiene que estar aquí? —Se volvió hacia Alfonso, quien la estaba observando con esa divertida expresión tan atractiva en su rostro.


—Por ahora, sí.


—Genial. —Había pretendido sonar más irritada, pero ningún hombre tenía derecho a tener un aspecto tan increíble tres días después de que una bomba hubiera
estado a punto de hacerle volar en pedazos. Se incrementaron sus dudas sobre todo este asunto, y trató de ahogar las mariposas que revoloteaban en su estómago con un trago de agua. «¿Incertidumbre o deseo,Pau?» Con las ardientes vibraciones que rebotaban entre ambos, tenía una idea muy acertada de qué se trataba.


—¿Qué le hizo cambiar de opinión sobre mí? —insistió.


—La curiosidad. —Se arrellanó, igual de tranquilo y relajado con su caro traje azul como lo había parecido la noche anterior en vaqueros y descalzo—. Así que, Paula, ¿tiene idea de quién podría haberse llevado la tablilla de piedra y
colocado la bomba?


Pau se quedó petrificada con la botella casi rozándole los labios.


—¿La tablilla ha desaparecido?


Él asintió.


—¿Decepcionada?


Se lo merecía, supuso ella, y dejó pasar el comentario.


—Eso lo cambia todo. —Miró la expresión cínica del abogado con el ceño fruncido, bebió un poco más de agua y maldijo a Etienne en silencio unas cuantas veces más. Y a quienquiera que lo hubiera contratado. Eso era lo que tenía que descubrir—. Cambia el propósito del delito. No cambia nada respecto a mí.
Retomando esta cuestión, Alfonso, ¿sabe ya cómo va a ayudarme?


—Se me ocurren un par de ideas. Pero, a cambio, espero su ayuda. No le daré algo a cambio de nada. No es así como hago negocios.


—Yo, tampoco.


En realidad, sacar algo a cambio de nada era precisamente el modo en que prefería hacer negocios. Pero esto era cualquier cosa menos negocios. Todo cuanto había aprendido en la vida le decía a gritos que no podía confiar en él, que no podía confiar en nadie. Su libertad y su vida eran responsabilidad propia. Sí, imaginaba casi con toda seguridad quién se había llevado la tablilla y, con toda probabilidad, colocado la bomba. Etienne no iba a confesar, y ella no iba a delatarle. No tenía ningún problema con arrojar al jefe de Etienne a los lobos, pero necesitaba tiempo
para encontrar al bastardo antes de que la policía la encontrase a ella. Por tanto, había respondido a la invitación televisada de Alfonso, y ahora iba montada en su limusina.


Alfonso asintió, lanzando una mirada admonitoria al abolido.


—Todos nos esforzaremos por cooperar.


—Yo cumpliré con mi parte, pero me reservo el derecho de protestar y recordarte en un futuro eso de «ya te lo dije» —repuso Gonzales, calmándose nuevamente con un poco de agua.


—Menuda ayuda —apuntó Pau.


—No tendría que decirlo si usted no hubiera forzado la entrada, doña Buenos Modales.


—Pero seguiría teniendo un robo y una explosión, Harvard. Y a nadie que le ayudase a descubrirlo.


—Yale. Y usted…


—Basta, niños —interrumpió Alfonso—, no me obliguéis a detener el coche.


Pau se recostó, y sonrió al abogado con regodeo. Su padre debía de estar revolviéndose en su tumba en ese preciso instante. Su hija iba en una limusina con un abogado y uno de los hombres más ricos del mundo. Sabía con exactitud lo que habría hecho Martin Chaves con esa oportunidad… robar a Pedro Alfonso sin pestañear y sin pensárselo dos veces. Sin embargo, esas ideas fueron la causa de que su padre hubiera pasado los últimos cinco años de su vida en la cárcel. Ella había aprendido a contenerse y a ser paciente, aun cuando él no lo hubiera hecho. Mirando
nuevamente a Alfonso, decidió que lo de la contención iba a resultarle muy útil.


Echó un vistazo por la ventana junto al abogado para ver las palmeras y la costa pasar volando, y se preguntó en qué se había metido. Cada kilómetro la alejaba más de sus cosas y de su coche, la alejaba más del respaldo seguro que le brindaba la ciudad y su gentío. Por el amor de Dios, ni siquiera tenía ropa para cambiarse. Pero podía jugar su juego; jugaría, porque no le quedaba otra opción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario