lunes, 13 de abril de 2015

CAPITULO 193





Domingo, 3:18 p.m.


—¿Para qué es la lona de la parte trasera? —preguntó Pedro— ¿y los trapos del coche y los veinte litros de agua?


Paula sonrió


—Gira a la izquierda en el semáforo.


—Al final lo descubriré.


—Sí.


Así que aparentemente hoy iban a cometer dos robos. 


Definitivamente era un record para él, especialmente después del allanamiento de la noche anterior, aunque no estaba seguro de si lo sería para ella.


—¿Al final me dirás como encontraste a Clark?


—Secreto profesional. Detente allí —hizo como ella le decía, deteniéndose enfrente de una valla cerrada con una cadena que rodeaba un par de almacenes aparentemente vacíos. ¿Cómo demonios había encontrado ella al modelo?


—No hay nadie ahí ¿verdad? —preguntó mientras ella saltaba del SUV.


—Hoy no.


Cerrando la puerta del Explorer, se acercó a la valla como si fuera la propietaria del lugar. Casi más rápido que una persona normal sería capaz de utilizar una llave, tuvo el
candado abierto. Luego quitó la cadena. Empujando la puerta, le hizo una señal.Pedro la siguió hasta el almacén de la derecha, esperando de nuevo mientras ella abría la puerta
cerrada que no parecía estar bloqueada después de todo, y condujo dentro.


Un viejo escritorio y un montón de sillas permanecían en una esquina, un teléfono, la pantalla de un ordenador y un teclado —pero no la CPU— sobre el escritorio. Lo que parecía una improvisada cama de hospital, completada con lo que parecía un soporte para IV, descansaba en la esquina opuesta.


—¿Qué demonios es esto? —preguntó él, dejando abierta la puerta del conductor y uniéndose a Paula frente a una lona negra enrollada.


—Es un estudio de cine —respondió ella, sujetando uno de los extremos de la lona—. Ayúdame a separar esto de la pared ¿puedes?


Pedro tomó el otro extremo del pesado rollo de dos metros. 


Un líquido rojo fluyó sobre sus dedos y lo soltó, sobresaltado.


—Paula ¿Qué…? 


—Está bien.


—¿Estás segura de eso? —le mostró los dedos manchados de rojo. Ninguno de ellos llevaba guantes. Si eran atrapados arrastrando un cadáver, ambos acabarían en prisión y
aparecerían en Celebrity Justice.


Ella le dirigió una deslumbrante sonrisa.


—Confía en mí.


Resoplando, se inclinó y agarró de nuevo la lona. La llevaron hacia el centro del almacén. Cuando estuvo libre de la mayor parte de la confusión, Paula la desenrolló con rapidez.


—Dile hola al modelo anatómico —dijo, retirando la última capa de la lona.


Pedro miró hacia abajo. Clark yacía en un revoltijo de pelucas y ropas manchadas de rojo, la mayor parte ropa interior femenina, y órganos rojos pegajosos.


—Por los clavos de Cristo —murmuró él.


—Solo alégrate de que sea anatómicamente neutro —dijo Paula con calma, pillando el hígado y un riñón y encaminándose al coche—. Vamos a limpiarlos.


Cautelosamente Pedro recuperó el corazón y un pulmón.


—¿Por qué vamos a limpiarlos? —preguntó.


—Porque no podemos devolver a Clark a la clase de la señorita Barlow como está. Todos los niños necesitarían terapia.


—Yo creo que necesito terapia después de ver esto. Es muy preciso ¿no?


—Excepto que ha perdido las partes buenas.


Pedro soltó una corta risa.


—Descarada.


—Vamos con el cerebro, Igor. Empezaré con eso.


Él volvió y recolectó más órganos internos.


—¿Deduzco que esto era una película de terror?


—Eso supongo.


Pedro la observó un momento enjuagando el corazón.


—Fueron niños ¿verdad?


Ella hizo una pausa en el lavado.


—Puedes guardarte las preguntas, y te contaré lo que sé. Pero tu pediste quedarte en la ignorancia ¿recuerdas?


—Lo recuerdo —lo que no le decía, él aún podía hacer deducciones y sacar conclusiones. Sin embargo ¿quería saber? Y los padres de este niño, o niños, ¿querían saberlo? ¿Deberían saberlo?—. ¿Qué pasa con la película?


—Supongo que va a ser un misterio, o tendrán que acabar sin su víctima.


—Me refiero, ¿dónde está la película? Si estás manteniendo las identidades de los cineastas en secreto, nadie puede ver los resultados.


—Clark es de los que destacan —dijo ella después de un momento—. Tienes razón, alguien podría reconocerlo. Me ocuparé de eso.


—¿Cuántos robos vas a hacer este fin de semana?


—Estoy con esto, la escuela y los Picault por hoy —dijo con brío—. Dejaré una nota.


—Una nota —repitió él.


—Sí. Ahora vamos a movernos. No sé exactamente a qué hora volverán August e Yvette de su paseo en bicicleta.


Esta vez Pedro frunció el ceño.


—¿Me he perdido algo?


—Sería muy raro.


Puso una mano sobre su brazo, girándola para mirarlo.


—Vamos a revisar la casa de los Picault después de la invitación a cenar.


—He estado pensando en eso. Si vamos cuando no estén en casa, y luego aparecemos más tarde para una cena, no tendrán una pista de verdad sobre lo que pasó y quien lo hizo. Si vamos después, tendrán más probabilidades de descubrir que tú, nosotros, tuvimos algo que ver con eso.


—Has estado conectada con la falsificación de objetos de arte y el robo fallido en la exhibición de joyas en mi casa de Devonshire, mi amor. No podría decir que no tendrán una
pista.


—Bueno, no tendrán nada que puedan probar. Y tú, Lord Rawley, no eres la clase de persona a la que la gente acusa de algo sin pruebas.


—De manera que me estás utilizando como un escudo para tus fechorías.


—Mis fechorías buenas. Necesitaría otro riñón aquí.


Sacudiendo la cabeza, recogió el último de los órganos internos, luego volvió a por los huesos que habían sido extraídos.


En realidad Clark era una fuente de información… y partes del cuerpo.


—¿Como vas a limpiar sus… cavidades corporales?


—Solo tengo que baldearlo con agua y luego secarlo. No me propongo perfección, solo que esté pasable.


En media hora tenían a Clark bastante limpio y yaciendo sobre la lona en la trasera del Explorer, las partes del cuerpo embolsadas y descansando juntas. Paula cubrió el pseudo-cadáver con el extremo de la lona, luego escarbó alrededor hasta que encontró un trozo de papel en el bolsillo de su chaqueta y un boli en la caja de los guantes.


—¿Qué vas a decir?


—Hemos recobrado los accesorios y los hemos devuelto a la escuela —dijo ella, escribiendo mientras hablaba—. Si queréis evitar cargos criminales, destruid la película, ya que es la única evidencia que queda de vuestro crimen —levantó la mirada a él—. ¿Funcionará?


—Creo que sí.


Dejó la nota bajo el borde del teclado y luego se detuvo.


—¿No hemos perdido un fémur?


Él miró la pierna de Clark y luego la bolsa.


—Sí.


—Genial. Comprueba la lona vieja otra vez ¿puedes?


Por supuesto él hizo el trabajo sucio. Buscó por los pliegues de la lona salpicada de
sangre falsa mientras ella despojaba el escritorio y la caja de cartón de otros accesorios… falsas armas de mano, esposas de plástico, insignias de policía y camisas, todo lo que una
buena película de terror podría necesitar.


-Oh, genial —dijo ella, levantando una pequeña bolsa llena de algo rojo del tamaño de un terrón de azúcar.


—¿Qué es eso?


—Un paquete de sangre. Los especialistas se los ponen bajo la camisa con una pequeña carga explosiva y buuum, te han pegado un tiro. Fulminante.


—Eso es muy de Hollywood, todo tan repentino.


Ella se rió.


—Me gustan los chismes. No para usar en un AM, pero aún así son divertidos.


Algo blanco bajo el borde de un catre roto frente a él captó su mirada.


—Lo tengo. Eso o hay un cuerpo de verdad aquí.


Puso el segundo fémur en la bolsa. Se metieron en el SUV y Paula se dirigió a la Escuela Elemental J.C. Thomas. Antes de conocer a Paula nunca había pasado un día como este en su vida. Ahora, sin embargo, aunque no pudiera llamarlo precisamente rutina, no era una sorpresa. Y lo disfrutaba inmensamente.


Generalmente la descubría a punto de hacer algo peligroso y tenía que presionarla o discutir con ella para que lo incluyera. Esta vez ella había vuelto a casa para solicitar su
ayuda de verdad. Sí, la vida era buena. Le echó un vistazo a su lado. Sus ojos verdes no miraban nada concreto, mirando hacia el cielo y viendo probablemente el patio de la casa
de los Picault, planeando el robo, estimando con cuántos problemas habría encontrado la armadura, y menos si ni siquiera estaba allí.


—¿Crees que es una misión imposible? —le preguntó con brusquedad.


Él consideró su pregunta durante un minuto.


—Si tuvieras, es un decir, seis meses en lugar de seis días para decidir quién es tu principal sospechoso ¿cómo lo abordarías?


—Bueno —empezó ella, deslizándose en el asiento para apoyar las rodillas contra el salpicadero—. Rastrearía al ladrón, incluso en un trabajo realizado hace diez años
probablemente no marcaría mucha diferencia quién lo hizo.


—Incluso así, explícamelo.


—Tendría que ser un tipo de clase A con una banda, para entrar y salir llevando dos cajones de embalaje, los cajones exactos y nada más, bajo las narices de la seguridad del
Met, los oficiales japoneses de la exhibición y la representación de los Estados Unidos


—¿De cuántos tipos clase A con una banda estamos hablando?


—¿Hace diez años? Tres —señaló—. Gira aquí a la derecha.


—Estás bastante segura.


—Yo tenía quince años, solo me interesaba en los grandes trabajos en solitario —se encogió de hombros—. Estaba aprendiendo todo lo que podía de todo el que podía.


—Entonces ¿Qué tres podían haberlo sacado?


—Gabrielle Souza, Mick McClane y Martin.


Pedro casi se pasó el giro.


—¿Tu padre, Martin?


—Ajá.


De acuerdo. Esto iba sobre la armadura de Yoritomo, no sobre su pintoresca historia familiar.


—¿Quién hizo el trabajo del Met?


Ella soltó un suspiro.


—Mi apuesta sería Mick. Gabrielle trabajaba sobre todo en Europa, y cuando Martin me metió en el fiasco del Met el año pasado, seguía los planos tan de cerca como cualquier otro. Nunca antes había trabajado en el Met. Estoy segura.


—Muy bien, tenemos a Mick McClane. ¿A dónde vamos desde aquí?


—No a Mick, porque estará en una prisión alemana los próximos treinta y siete años. Pero como dije antes, esto tuvo que ser un trabajo por encargo. Alguien habría tenido
que dar una orden específica para la armadura y las espadas de Yoritomo. Y ambas y Mick serían realmente caras.


—Alguien con muchísimo interés en las antigüedades japonesas, una moral muy débil y un billetero muy abultado.


—Exactamente. Y aún supondría que están en la Costa Este, o Mick habría hecho el trabajo en Londres.


—¿Entonces quién es tu favorito de los tres candidatos? —presionó él, entrando en el aparcamiento de la escuela primaria—. Desde la perspectiva de diez años, claro.


—Desde que hice aquellos trabajos para Toombs, él está en la lista. Si no fuera por el tema de la moral te añadiría a ti, solo por la calidad de tu colección. Y…


—Gracias, creo.


—De nada. Aparca aquí. Esta es la entrada más cercana a la clase de la señorita Barlow.


Él giró en la hilera que ella indicaba.


—¿Quién más?


—Los Picault aún están ahí. He oído mencionar sus nombres un par de veces, y no son exactamente trigo limpio.


—Así que esos son tus tres favoritos.


—Bueno, si te excluimos, apostaría por Leland Spicer. Pero diez años atrás no creo que tuviera suelto de sobra para permitírselo. He repasado una lista de otros diez compradores potenciales, pero puedo verificar que nunca vieron la exhibición de los samuráis.


Él dejó el coche en el aparcamiento.


—Entonces considerando que hemos eliminado a Leland a Toombs y a mí, diría que los Picault tienen la armadura.


Paula sonrió y estiró la mano para tocarle la mejilla.


—Es tan dulce que digas eso.


Pedro la atrajo más cerca por el cuello de la chaqueta y la besó.


—Estoy apostando a que sabes lo que estás haciendo. Sé que no quieres volver a las simples instalaciones de seguridad.


—No, no quiero.


Él abrió su puerta, incapaz de romper el estado de ánimo por considerar que esta noche intentaba ayudarla a encontrar un punto de apoyo en una carrera indudablemente llena de peligro y caos, y solo marginalmente legal, si acaso. 


Mantenerse ocupada en trabajos de seguridad, no obstante, probablemente la mataría más rápido, en sentido figurado si no literal, que un propietario enfadado.


—El aparcamiento está vacío —notó ella— así que no hay tipos de seguridad.


Probablemente ninguna, en cualquier caso.


—Eso es tranquilizador.


—Mmm hum. Ten listo a Clark, yo desconectaré las alarmas.


Y pensar, reflexionó él mientras abría el portón trasero del Explorer, que esta era la parte fácil del día.


—Recuerda —dijo Paula, manteniendo la voz calmada incluso a pesar del subidón de adrenalina que empezaba a bombear por sus músculos— solo porque August e Yvette estén fuera pedaleando no significa que el personal de la casa se haya ido.


Especialmente con una cena de gala en tres horas y media a partir de ahora.



* * *


—Asumo que por lo tanto el mostacho —comentó Andres, ajustando las cerdas de las puntas rojas y la barba de chivo que ella le había pegado.


—No lo toques, la goma del maquillaje no se ha secado aún.


Se colocó la última horquilla en su propio cabello y luego se inclinó para colocar la larga peluca negra sobre su cabeza. 


Mientras se enderezaba para mirarse en el espejo se sintió como Cher, pero lo más importante… definitivamente no parecía Paula Chaves.


Especialmente con las gafas. Recogiendo el largo cabello lo sujetó en una cola de caballo.


—No creo haber usado mono antes. —Dijo Pedro, saliendo de su vestidor.


—Estás bien —decidió ella, sofocando una sonrisa—. Puedo ver un porvenir para ti en el negocio de la limpieza de alfombras y cortinas.


—En tanto no tengamos que hacer ninguna limpieza de verdad.


—Y mira el acento. Esta tarde eres un nativo de Florida.


—Vale, vamos —intentó.


No estaba mal. No maravilloso, pero no mal. Mientras Sanchez se acercaba para ofrecerle su peluca negra llena de rizos, ella estudió el lenguaje corporal entre los dos. No,
no eran amigos, pero no se odiaban el uno al otro. Ya era algo, supuso ella.


—¿Por qué no puede tener Andres el cabello de Shirley Temple y yo seré el pelirrojo?


—El pelo rizado me queda horroroso —dijo Andres.


—¿Puedo señalar que no se trata de un pase de modelos? —dijo Sanchez, inclinando unos centímetros hacia delante la peluca de Pedro—. Sois afortunados de que yo tuviera tres
juegos de monos y pelucas a mano. Paula no me dio mucho tiempo.


—Y gorras. No las olvides —Bajó la vista al nombre bordado en su pecho—. A. Ramirez. Soy Alice, creo.


—¿P. Humphreys? No creo que pueda ser Pierre —Andres inclinó el sombrero un poco a la izquierda.


—Paul —decidió ella.


—¿Y qué es la C de C. Daltrey? —preguntó Pedro—. Y por favor no digas Chuck.


—No, no creo que pudieras conseguir un Chuck —acordó ella—. Charles creo. Podrías ser un Charles si tienes que serlo ¿verdad?


—Un Charles inglés, sí. Un Charles de Florida, no estoy seguro.


—Inténtalo otra vez, Charles.


—Infiernos —murmuró él—. Hey, llamadme Charles, todos.


—¿Así es como se me oye? —preguntó Andres—. Porque no es muy suave, lo cual es como yo me he estado imaginando todos estos años.


Ambos estaban manteniéndose tranquilos, o fingiéndolo, pero ella podía oír la tensión en sus voces. Especialmente en Adres. Había estado espléndido durante el almuerzo con Toombs y luego la visita a la casa, pensó, así que no estaba muy preocupada.


Podía ocuparse de sí mismo.


—Ahora sé un poco menos suave, si puedes, Andres. Tu voz es bastante reconocible.


—Caramba, cariñito. La haré más áspera si es lo que vosotros queréis.


Sanchez se frotó los ojos con las manos.


—Estamos condenados.


Ella se acercó a zancadas y lo besó en la mejilla.


—Me alegro de que volvieras ayer, así puedes ayudarme con esto. Habría sido mucho más difícil conseguirlo sin tu equipo y la Van.


—Sí, bueno, desearía haber vuelto dos días antes, así podríamos haber hablado detenidamente de esto.


Dos días antes habían pensado que el robo en casa de Toombs sería el final de esto.


Apartó la imagen de aquella horripilante habitación de nuevo, y la idea de que ella estaría más bien compartiendo una última cena con Wild Bill en solo un par de horas.


Ahora necesitaba centrarse, y no solo por su bien; Pedro había hecho esta clase de cosas un par de veces, pero no en un engaño directo. Andres era un novato total, y seguiría su liderazgo. Por ahora estaba suelto así que no estaría hiperestresado. En la Van, ella se puso más seria y volvió sobre los detalles.


—¿Todo el mundo listo? —preguntó ella, asegurando la gorra de Wayne's C & F Cleaners más baja sobre los ojos. Las gafas le obstruían un poco la visión periférica, pero
dado que esto no era un trabajo sigiloso, no importaba. El disfraz era más importante hoy… para todos ellos.


Pedro asintió, mientras Andres le daba una demasiado entusiasta elevación de pulgares. Sanchez puso en blanco los ojos, pero los siguió fuera donde había aparcado la Van
de Wayne en el camino delantero. Dado que en realidad no existía Wayne's C & F Cleaners, solo podía esperar que ninguno de sus contactos hubieran usado el mismo ardid
para romper alguna ley importante. Él había dicho que estaban limpios, sacados de un viejo decorado de películas, pero eso no quería decir que nadie más hubiera tenido la misma idea primero.


Mientras Andres subía en la parte de atrás de la Van, Pedro la sujetó por el codo.


—¿Estás segura de esto? —murmuró—. Todavía podemos llamar a Francisco.


—¿Para qué? Castillo no puede hacer nada. Han tenido la armadura el tiempo suficiente para que ahora sea legal. Entrar y llevársela está técnicamente contra la ley. Así
que ¿estás seguro de que quieres verte implicado en esto? Tienes mucho que perder si va mal.


—Tengo más que perder si no voy.


Ella sacudió la cabeza.


—No, no lo tienes —susurró—. Quizás estoy loca, pero no pensaría menos de ti si decidieras que no quieres saltarte la ley hoy conmigo.


Él le levantó la barbilla y la besó.


—Esto podría ser quebrar la ley, pero es por una buena causa. Y de perdidos, al río, como se dice.


Mmm, los besos antes de un AM eran tan… embriagadores. Paula lo miró fijamente un minuto con sus poco glamorosas ropas y el pelo de tonto, luego se sacudió.


Céntrate, maldita sea.


—Tú conduces, ricitos —dijo, lanzándole la llave mientras se sentaba en el asiento del copiloto.


Mientras ellos salían, levantó la tablilla con las órdenes de trabajo que Sanchez y ella habían preparado juntos. Un par de ajustes en el trabajo Picault, y ella se habría imaginado
que la legitimaba, si no hubiera tenido una naturaleza excepcionalmente paranoica y suspicaz.


Echó un vistazo atrás a Andres para verlo jugueteando con su barbita. Total extrañeza. En toda su carrera como ladrona de guante blanco había trabajado con una banda quizá una docena de veces, y aquí estaba, dirigiendo a dos novatos directo a las puertas delanteras, dejando que todo el mundo en la casa los viera, y saliendo con los objetos robados. Con suerte.


—Vale chicos. Repasemos esto una vez más —dijo ella, cruzando mentalmente los dedos, los dedos de los pies, los ojos, cualquier cosa que pudiera cruzar. Para alguien que
nunca había utilizado mucho la suerte, definitivamente estaba contando con ella hoy.



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