Jueves, 3:28 p.m.
Pedro se recostó, girando los hombros.
Las videoconferencias tenían sus dificultades, y él seguía poco convencido de que la comodidad de ser capaz de sentarse en su propia oficina en su propia casa las superara.
Su teléfono móvil sonó, se lo sacó del cinturón y lo abrió. Un mensaje de texto de Paula esperaba que lo leyera, y abrió la pantalla “en casa” —leyó— “¿sts libre?”
—Cinco minutos, damas y caballeros —dijo, interrumpiendo el último debate, éste sobre la prioridad de reservas entre UNDpA, Un Nuevo Día para África, y el Proyecto Humanidad. Se puso de pie—. ¿Puedo traeros algo, Tomas, Jim?
—Estoy bien —dijo Tomas
Jim Beeling, sentado frente a ellos y fuera de la cámara, levantó el pulgar.
Asumiendo que quería decir que el técnico estaba de acuerdo con la afirmación de Tomas, Pedro dejó la sala de conferencias y cerró la puerta detrás de él. Luego marcó el número de Paula. Pocos segundos después el tema de James Bond empezó a sonar débilmente desde las escaleras. Antes de que ella pudiera descolgar él cerró su teléfono y se encaminó en aquella dirección.
—Hola —dijo, mientras ella subía las escaleras hasta llegar frente a él.
—Hola ¿Has terminado?
—Solo estoy tomando un respiro. ¿Cómo fue tu tour? —mantuvo la voz suave y relajada, esperando no parecer tan aliviado como se sentía. Hubiera robado o no Gabriel Toombs la armadura tras la que estaba Paula, a él no le gustaba. Sexto sentido, rivalidad masculina o lo que fuera, estaba encantado de que Paula estuviera fuera de la casa de aquel hombre de una pieza.
—Interesante —contestó ella—. Si él se hubiera limitado a lo que es realmente raro y precioso y no solo antiguo y japonés, tendría una colección bastante bonita.
Mientras ella hablaba, Pedro observaba su cara.
—De manera que no has visto la armadura de Minamoto, ¿me equivoco?
Ella sopló, ni su actitud ni su expresión revelaban mucho, ni siquiera a él.
—No, no la vi. Hay una bandera de guerra samurái que parece similar, pero ninguna de las espadas o armaduras que estoy buscando estaban a la vista. Sin embargo tampoco la brida que robé para él. Hay una habitación bastante grande a la que no nos dejó entrar y que había cerrado. Vive solo, con un par de asistentas que van dos veces por semana. Los jueves no trabajan allí.
—De manera que ¿quién cierra una puerta cuando es el único en la casa, a menos que esté paranoico por algo de dentro?
—Eres bueno —le dijo ella con una breve sonrisa, la cabeza todavía detenida claramente en su recorrido—. Representó esto con un comportamiento realmente calmado, sosegado y bajo control, y no estoy segura si ni siquiera se da cuenta de qué clase de vibraciones transmite una puerta cerrada.
—No para una antigua ladrona, en cualquier caso.
—Sí.
—¿Dio alguna razón para no dejaros entrar?
—Dijo que estaba renovando la habitación.
—Humm.
Esta vez ella le mostró una sonrisa fugaz.
—Eso es exactamente lo que yo dije.
—Entonces es definitivamente tu sospechoso.
—No creo que cerrar una puerta en su propia casa lo llevara a la cárcel o algo así, pero algo retorcido está en marcha. Apostaría mi propio dinero en eso.
Y ella se refería a descifrar qué era lo retorcido. No lo dijo en voz alta, pero él lo sabía. La conocía desde hacía un año, y no era estúpido para nada.
—¿Y qué pasa si te pilla allanando su casa después de que te hiciera un recorrido personal?
Por el rápido fruncimiento de labios, se dio cuenta que ella había estado pensándolo.
Bien. Si entendía que él sabía lo que ella estaba dispuesta a hacer bajo determinadas circunstancias, podría salvarlo de un montón de preocupaciones.
—¿Y bien? —interrumpió él.
—Listillo —dijo ella suavemente—. Satsujin, me imagino.
—¿Asesinato? ¿Crees que podría intentar matarte?
Jesús.
—En realidad mencionó que si alguien intentaba siquiera llevarse sus cosas, iría tras ellos con una daitu. Aparentemente está bien entrenado en el manejo de las espadas samurái —ella dio un paso adelante y le toqueteó la corbata—. Pero eso significaría atraparme, lo que no va a ocurrir.
Demasiado para escatimarle alguna preocupación. Pedro quería agarrarla y apretó los puños para no moverse.
—Una forma de asegurarse de que no ocurra es que llames a la policía en lugar de allanar su casa.
Le dio a su corbata un último tirón y la soltó.
—No puedo hacer eso, porque la ley de prescripción ha expirado y no hay nada que los polis puedan hacer.
—Paula…
—No. No tenía que contarte nada sobre lo de hoy, pero sé que estabas preocupado y estoy intentando hacer lo que está bien sin guardar secretos. Seguro podría llamar a
Viscanti y contarle que encontré al tipo, pero el hecho es que aún no estoy segura. Puedo pensar que tiene las piezas, y puedo investigar, pero no puedo ir acusando sin pruebas. No
puedo.
—Lo entiendo. ¿Pero realmente piensas que Joseph Viscanti espera que tú entres arma en mano y devuelvas los bienes del museo? Especialmente dado que la armadura y las
espadas pertenecen técnicamente a quien las ha tenido durante los últimos diez años.
—No sé lo que espera. Pero alguien diciendo “Oh si, sé donde están tus cosas, ahora págame” no parece que eso satisficiera a cualquiera.
—Quizás deberías llamarlo y averiguar qué espera exactamente. Especialmente dado que el allanamiento es ilegal.
Paula entrecerró los ojos.
—¿Algo como que si verifico que esa cosa de Minamoto está en esa habitación, la sacaré de allí? Sacarla figuradamente, quiero decir.
—¿Por qué no me lo creo?
La puerta de su oficina al final del pasillo se abrió.
—Pedro, UNDpA está lista para dejar que Proyecto Humanidad asuma la supervisión total —dijo Tomas.
—Voy —Pedro se alejó de Paula, reacio a apartarse por si acaso ella decidía que su salida significaba que él consentía—. ¿Asumo que no vas a hacer nada cuestionable mientras todavía sea de día?
Ella se encogió de hombros.
—Probablemente no. Necesito comprobar un par de cosas más, en todo caso.
—Confío en ti —dijo él, sabiendo que no era suficiente y esperando que ella lo aceptara hasta que tuviera tiempo de reunir más argumentos convincentes. Al menos, uno de ellos no había pensando en esto en su totalidad y tenía la creciente sospecha de que era él.
Paula soltó el aliento mientras Pedro desaparecía de vuelta a su oficina. ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer con algo como “confío en ti”? ¿Sentarse en una silla con las manos plegadas hasta que él estuviera libre para hacerle de carabina por la ciudad?
A la mierda.
Sacó su teléfono y marcó el de la residencia Gonzales. Un par de timbrazos más tarde, Laura descolgó.
—Residencia Gonzales —dijo.
—Hola Laura. Soy Paula.
—¡Tía Pau! ¿Tienes noticias para mí? Nuestro módulo empieza la semana que viene y va a ser tan patético sin el modelo anatómico.
—Tengo unas cuantas pistas, cariño, pero primero necesito comprobar un par de cosas más. Mientras tanto ¿está Mateo? Tengo una pregunta de béisbol para él.
—Espera un segundo —el sonido estaba amortiguado, pero Paula aún pudo distinguir el grito de “¡Mateo!”. Genial.
Había esperado que hubiera salido, y que Laura le
ofreciera la información de dónde podría estar. ¿Ahora qué?
—¿Paula? —era la voz de Mateo—. ¿Qué pasa?
—No mucho. Estoy intentando encontrar ese modelo de anatomía para la clase de Laura —improvisó—. Solo me estaba preguntando si quizás alguien que conozcas haya
mencionado algo.
—¿Crees que fueron niños?
—Esa es mi suposición —dijo con sinceridad—. Una broma o algo así. Alguien que planeara un robo serio en la escuela se hubiera llevado los ordenadores o los monitores de
televisión. No solo el modelo anatómico.
—Guau. Eres bastante buena encontrando trastos, ¿verdad?
—Lo intento. ¿Has oído algo?
—En realidad no.
Ella escuchó la mentira en su voz, el tropiezo de sus palabras, el cambio en su volumen mientras bajaba la cabeza para responderle. Era alentador, en realidad; si él
hubiera estado seguro, no estaría tan nervioso o culpable como evidentemente se sentía.
—Vale. Si oyes algo ¿me llamarías? No tienes que descubrir la fuente ni nada. Solo quiero tenerlo de vuelta a tiempo para la clase de Laura.
—Podría aparecer solo o algo así. Ya sabes, como si fuera una broma, quizás.
—Bien, eso haría las cosas mucho más fáciles —para alguien, aunque no lo dijo en voz alta. La escuela podría querer castigar a alguien, pero ese no era su problema. Una niña de diez años le había pedido que recuperara un modelo. Y eso haría—. Gracias Mateo. Hablaremos más tarde.
—Adiós Pau.
De acuerdo, ¿aquello significaba que el problema de Clark el modelo anatómico se resolvería por sí mismo? Eso sería estupendo, pero ella no tenía mucho tiempo para esperar
y ver si la conciencia de Mateo, o la de Jimmy Criquet o quién fuera, sería su guía. Un día.
Mañana era viernes, así que le daría un día. Y luego tendría que perseguirlo y sacarle la localización… lo que en realidad no quería hacer, porque Mateo era un crío.
Los niños tenían esa aura alrededor de que todo estaba bien y eran a prueba de balas, y ella no quería disipar la de Mateo Gonzales. Solo deseaba haber tenido una de aquellas auras cuando ella era joven. La idea de destrozar a alguien más era… asquerosa.
Durante un largo instante miró la puerta cerrada de la oficina de Pedro, luego se encaminó a la biblioteca. Pedro le había ofrecido convertir una de las habitaciones superiores
o un dormitorio en una oficina para ella, pero tenía una oficina a unos tres kilómetros más o menos, y de acuerdo al menos con uno de sus colaboradores, desaparecido en la actualidad, no pasaba allí tanto tiempo como debiera. La biblioteca servía exactamente igual, y le gustaba el alto ventanal y la gran mesa de trabajo.
Sacó un par de hojas de papel cuadriculado de un armario y se sentó a la mesa para esbozar un plano de la casa de Gabriel Toombs tal y como la recordaba. No sería tan
impecable como un plano real, pero dado que tenía de plazo hasta el siguiente miércoles para encontrar la armadura y las espadas, no tenía tiempo para birlar —ni siquiera solicitar
legítimamente— uno de la oficina de planos de Palm Beach.
Sobre todo quería planear la mejor forma de entrar en aquella habitación… y poderse llevar los treinta kilos de la antigua armadura y las dos antiguas espadas, si resultaban estar allí. Tanto como odiaba admitirlo, probablemente podría usar alguna ayuda en esto. Lo cual podría ser un problema si el “Confío en ti” era alguna señal.
Probablemente Sanchez podría estar desaparecido de forma voluntaria, excepto que todavía no la había llamado, enviado un e-mail, un fax o dejado un mensaje en código en el
Palm Beach Post o el New York Times. Había dicho que no empezaría a preocuparse hasta el viernes, pero era una gran mentira. Era extraño, pero en los viejos tiempos cuando ella
estaba ocupada sacando trabajos y ocultando la cabeza de las autoridades, que alguno de sus aliados desapareciera un par de días no era un gran problema. Ahora, cuando las cosas estaban calmadas a su alrededor, cuando ella no estaba tan concentrada en su propia seguridad, se preocupaba por la de Sanchez. Y por la de Pedro. Y la de unas pocas personas elegidas.
Su móvil sonó con el tema de Darth Vader. La oficina de Chaves Security.
Frunciendo el ceño, lo sacó y pulsó el botón de respuesta.
—Chaves.
—Señorita Paula —le llegó el grave tono sureño de Andres—. Acabamos de recibir un fax de Ortiz con sus anotaciones sobre la revisión de la casa Glass. Dijo que quería saberlo cuando llegaran.
—¿Qué parecen?
—Un trabajo por valor de unos diez mil dólares.
En los buenos y viejos tiempos ella habría despreciado un trabajo de diez de los grandes.
—Bien. ¿Ha llamado?
—Sí. Le dijo a Cynthia que le tendríamos un presupuesto para mañana.
—De acuerdo. Estaré ahí en unos veinte minutos.
—Aquí estaré, esperando que traigas un frapaccino moca contigo.
Paula resopló.
—De acuerdo, si tú me miras los croquis que estoy haciendo de la casa de Toombs.
—Por qué no, estaría encantando.
Se metió el teléfono en el bolsillo de los vaqueros y enrolló el papel cuadriculado.
En el camino hacia el garaje encontró a Reinaldo y le dijo donde estaría en caso de que Pedro tuviera dudas sobre su estúpida declaración de confío en ti.
* * *
Por su propia e intensa aversión al café había sido reluctante a aprender los matices de pedir esa cosa, pero con Starbucks siendo el centro del universo para la mayoría de las personas, el conocimiento ya había llegado a su mano un par de veces. Pidió un frap moca grande, ignorando las miradas y murmullos de “Es Paula Chaves” de los otros clientes y los chicos detrás del mostrador.
Mientras saltaba de vuelta al Bentley, un Miata negro azabache pasó por su lado y giró a la derecha en la siguiente esquina. Con todo el tráfico de Worth Avenue no estaba segura de por qué se había centrado en aquel coche, excepto que era muy brillante y la había pasado con bastante lentitud.
Los Miata descapotables eran bastante comunes en los alrededores de Palm Beach, aunque no tenían el precio de catalogo ostentoso de un buen Mercedes, Jag o Bentley.
Dejó el coche en el aparcamiento de tres pisos anexo al edificio de su oficina y tomó el ascensor hasta la oficina de Chaves Security en la esquina más alejada del tercer piso.
—Hola —dijo ella, entrando en la recepción y llevando en la mano la taza del así llamado café.
—Es usted un diamante, señorita Paula —dijo Andres con una sonrisa y cerrando los ojos mientras tomaba un sorbo.
—Gracias ¿Dónde está el fax?
—Sobre tu escritorio.
Le llevó veinte minutos introducir las especificaciones que Ortiz había enviado en el contrato tipo que Andres y ella habían redactado, personalizándolo donde eran necesario e
imprimiendo dos copias para que Ortiz las recogiera por la mañana. Hecho aquello, los metió en una carpeta y la dejó junto con el papel cuadriculado delante de Andres.
—¿Cuánto me he acercado? —preguntó, archivando la carpeta y luego despejando su escritorio mientras desenrollaba los planos.
—Diez mil doscientos ochenta y seis dólares —replicó ella— y probablemente eliminaré los doscientos ochenta y seis cuando ella quiera un descuento por ser miembro de SPERM.
—Con frecuencia pienso que debería unirme a la Sociedad de amigos de los manatíes —dijo Andres riéndose entre dientes.
—Los almuerzos están bien y me gusta el acrónimo.
—Pienso exactamente lo mismo —se reclinó en su silla—. ¿Qué tenemos aquí? ¿Hiciste esto a mano?
—Es un hobby.
—Ya veo —Andres miró fijamente del dibujo a ella—. Guau. ¿Qué quieres de mí?
—Nunca he visto la parte trasera de su casa. ¿Recuerdas algo específico? ¿Patio, piscina, muebles de jardín o flamencos?
—Tiene una piscina, y una terraza que rodea toda la parte trasera de la casa hasta terminar aquí —dijo, deslizando un dedo a lo largo de su dibujo.
—¿Árboles y arbustos?
Andres levantó la mirada a ella.
—¿Vas a entrar? —susurró—. Creía que no habías visto lo que fuiste a buscar.
—No lo hice. Tampoco vi lo que había en aquella habitación. Necesito echarle un vistazo.
—¿Qué pasa si los objetos no están allí?
Si no estaban, volvería a revisar a los Picault, y tendría que admitir que sus instintos estaban tan apagados que cualquier rico coleccionista de antigüedades japonesas que viviera en la mitad este de los Estados Unidos, tenía exactamente la misma posibilidad de tener la armadura. En otras palabras, ella estaría jodida y el Met estaría jodido y su futuro en la recuperación de objetos estaría jodido.
—Supongo que le haré frente si ocurre —dijo en voz alta.
Inesperadamente él le sujetó la mano, apretándole los dedos con los suyos más largos.
—Conozco a Wild Bill más tiempo que tú, Paula —dijo en un tono más serio del que le había oído utilizar nunca—. Hay una razón por la cual cuando él sugirió que lo llamáramos Wild Bill todos lo hiciéramos. Su dinero proviene de dos compañías de construcción que heredó de su padre. Y los rumores dicen que también heredó a los socios de su padre.
Paula frunció el ceño.
—¿La Mafia?
—La mafia, algún grupo de tipos agresivos del sindicato… quién sea, la gente no se cruza en su camino.
—¿Por qué no me dijiste nada de esto antes?
—Antes tu visita era legítima, y yo estaba contigo.
—En serio, Andres, piensas que tú podrías… —se le apagó la voz mientras él sacaba la mano libre del bolsillo, revelando una pequeña y brillante pistola cromada—. ¡Santo Dios! ¿Llevabas esto contigo?
—Un caballero siempre vela por la dama que acompaña —dijo con su suave tono sureño—. Puedo no saber cómo manejas tus asuntos, pero conozco los míos.
Paula se tomó un momento para replantearse la forma en que miraba a Andres Pendleton. En realidad le tomaría más de un segundo, pero nadie iba a pillarla con la guardia baja… o al menos pareciéndolo.
—¿Con cuánta frecuencia la llevas encima? —preguntó ella, señalando a su bolsillo mientras él deslizaba la pistola dentro.
—En ocasiones —sonrió—. Normalmente confío en mi encanto y buenos modales.
Ella resopló. De acuerdo, había cosas sobre él de las que ella no se había dado cuenta, pero nada le hacía querer cambiar su impresión inicial.
—Ambos letales —comentó ella.
Él inclinó la cabeza.
—Gracias querida. ¿Irás esta noche?
—Aún no estoy segura —eso dependía de Pedro, y no quería admitirlo en voz alta.
Ni siquiera para ella misma, en realidad. Contestar a alguien más, sentirse responsable ante ellos… como lo llamara el doctor Phil, no le gustaba—. Se supone que Sanchez aún tenía que investigar los antecedentes de Toombs para mí, y me alegraré de esperarme.
—Hablando de Walter, hoy parece estar ausente otra vez.
—Sí. Me imagino que está sembrando su avena silvestre en algún lugar.
—La señorita Keen ha estado llamando. Le he dicho que él ha tenido que hacer un viaje inesperado a Nueva York para ver a su hermano.
Ella no se había dado cuenta de que Andres sabía de Delroy.
—Muy bueno de tu parte —le dijo sonriendo—. A menos que Sanchez esté intentando plantarla… lo cual lo convertiría en un gran gallina, casi estoy por dejar el tema de las excusas y dejarle que afronte las consecuencias cuando vuelva.
—¿Qué es lo siguiente?
Inclinándose para esbozar el trazado del la terraza y la piscina del patio trasero de Toombs, de acuerdo con los recuerdos de él, Paula respiró profundamente.
—Bien, tengo un par de botes en el horno, y ahora necesito ver cuál empieza a hervir primero —y esperaba tener un guante a mano para no resultar quemada.
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